“A veces lamento hablar en español: escuchado desde la otra orilla debe ser algo incomparable, lleno de chasquidos y latigazos, terrible carga de caballería de abiertas vocales, por entre un campo erizado de consonantes clavadas como estacas.”

Alfonso Reyes


“Conservo retratos de mis tres, de mis seis meses, me parece que ésos son mis verdaderos retratos y lo demás es decadencia.”

Alfonso Reyes


“El alma humana está hecha para las grandes lucha, más que para las grandes incomodidades pequeñas.”

Alfonso Reyes


"El arte de la expresión no me apareció como un oficio retórico, independiente de la conducta, sino como un medio para realizar plenamente el sentido humano."

Alfonso Reyes



“El deber más santo de los que sobreviven es honrar la memoria de los desaparecidos.”

Alfonso Reyes



“El fin de la creación literaria es iluminar el corazón de todos los hombres, en los que tienen de meramente humano.”

Alfonso Reyes



“El libro enriquece igualmente la soledad y la compañía... La vida muere, los libros permanecen.”

Alfonso Reyes


"El viajero americano está condenado a que los europeos le pregunten si hay en América muchos árboles. Les sorprenderíamos hablándoles de una Castilla americana más alta que la de ellos, más armoniosa, menos agria seguramente (por mucho que en vez de colinas la quiebren enormes montañas), donde el aire brilla como espejo y se goza de un otoño perenne. La llanura castellana sugiere pensamientos ascéticos: el valle de México, más bien pensamientos fáciles y sobrios. Lo que una gana en lo trágico, la otra en plástica rotundidad.
Nuestra naturaleza tiene dos aspectos opuestos. Uno, la cantada selva virgen de América, apenas merece describirse. Tema obligado de admiración en el Viejo Mundo, ella inspira los entusiasmos verbales de Chateaubriand. Horno genitor donde las energías parecen gastarse con abandonada generosidad, donde nuestro ánimo naufraga en emanaciones embriagadoras, es exaltación de la vida a la vez que imagen de la anarquía vital: los chorros de verdura por las rampas de la montaña; los nudos ciegos de las lianas; toldos de platanares; sombra engañadora de árboles que adormecen y roban las fuerzas de pensar; bochornosa vegetación; largo y voluptuoso torpor, al zumbido de los insectos. ¡Los gritos de los papagayos, el trueno de las cascadas, los ojos de las fieras, le dard empoisonné du sauvage! En estos derroches de fuegos y sueño —poesía de hamaca y de abanico— nos superan seguramente otras regiones meridionales.
Lo nuestro, lo de Anáhuac, es cosa mejor y más tónica. Al menos, para los que gusten de tener a toda hora alerta la voluntad y el pensamiento claro. La visión más propia de nuestra naturaleza está en las regiones de la mesa central: allí la vegetación arisca y heráldica, el paisaje organizado, la atmósfera de extremada nitidez, en que los colores mismos se ahogan —compensándolo la armonía general del dibujo; el éter luminoso en que se adelantan las cosas con un resalte individual; y, en fin, para de una vez decirlo en las palabras del modesto y sensible fray Manuel de Navarrete:
una luz resplandeciente
que hace brillar la cara de los cielos.
Ya lo observaba un grande viajero, que ha sancionado con su nombre el orgullo de la Nueva España; un hombre clásico y universal como los que criaba el Renacimiento, y que resucitó en su siglo la antigua manera de adquirir la sabiduría viajando, y el hábito de escribir únicamente sobre recuerdos y meditaciones de la propia vida: en su Ensayo político, el barón de Humboldt notaba la extraña reverberación de los rayos solares en la masa montañosa de la altiplanicie central, donde el aire se purifica.
En aquel paisaje, no desprovisto de cierta aristocrática esterilidad, por donde los ojos yerran con discernimiento, la mente descifra cada línea y acaricia cada ondulación; bajo aquel fulgurar del aire y en su general frescura y placidez, pasearon aquellos hombres ignotos la amplia y meditabunda mirada espiritual. Extáticos ante el nopal del águila y de la serpiente —compendio feliz de nuestro campo— oyeron la voz del ave agorera que les prometía seguro asilo sobre aquellos lagos hospitalarios. Más tarde, de aquel palafito había brotado una ciudad, repoblada con las incursiones de los mitológicos caballeros que llegaban de las Siete Cuevas —cuna de las siete familias derramadas por nuestro suelo. Más tarde, la ciudad se había dilatado en imperio, y el ruido de una civilización ciclópea, como la de Babilonia y Egipto, se prolongaba, fatigado, hasta los infaustos días de Moctezuma el doliente. Y fue entonces cuando, en envidiable hora de asombro, traspuestos los volcanes nevados, los hombres de Cortés («polvo, sudor y hierro») se asomaron sobre aquel orbe de sonoridad y fulgores —espacioso circo de montañas—.
A sus pies, en un espejismo de cristales, se extendía la pintoresca ciudad, emanada toda ella del templo, por manera que sus calles radiantes prolongaban las aristas de la pirámide.
Hasta ellos, en algún oscuro rito sangriento, llegaba —ululando— la queja de la chirimía y, multiplicado en el eco, el latido del salvaje tambor."

Alfonso Reyes
Visión de Anahuac 



"Escribo: eso es todo. Escribo conforme voy viviendo. Escribo como parte de mi economía natural. Después, las cuartillas se clasifican en libros, imponiéndoles un orden objetivo, impersonal, artístico, o sea artificial. Pero el trabajo mana de mí en un flujo no diferenciado y continuo."

Alfonso Reyes



“Hay que interesarse por las anécdotas. Lo menos que hacen es divertirnos. Nos ayudan a vivir, a olvidar por unos instantes: ¿hay mayor piedad? Hay que interesarse por los recuerdos, harina que da nuestro molino.”

Alfonso Reyes


Ifigenia cruel

Pero soy como me hiciste, Diosa,
entre las líneas iguales de tus flancos:
como plomada de albañil segura,
y como tú; como una llama fría.
Sobre el eje de tu nariz recta,
nadie vio doblarse tus cejas,
ni plegarse los rinconcillos
inexorables de tu boca,
por donde huye un grito inacabable,
penetrado ya de silencio.
¿Quién acariciaría tu cuello,
demasiado robusto para asido en las manos;
superior a ese hueco mezquino de la palma
que es la medida del humano apetito?
¿Y para quién habías de desatar la equis
de tus brazos cintos y untados
como atroces ligas al tronco,
por entre los cuales puntean
los cuernecillos numerosos
de tu busto de hembra de cría?
¿Quién vio temblar nunca en tu vientre
el lucero azul de tu ombligo?
¿Quién vislumbró la boca hermética
de tus dos piernas verticales?
En torno a ti danzan los astros.
¡Ay del mundo si flaquearas, Diosa!
Y al cabo, lo que en ti más venero:
los pies, donde recibes la ofrenda
y donde tuve yo cuna y regazo;
los haces de dedos en compás
donde puede ampararse un hombre adulto;
las raíces por donde sorbes
las cubas rojas del sacrificio, a cada luna.

Alfonso Reyes



La amenaza de la flor

"Flor de las adormideras:
engáñame y no me quieras.

¡Cuánto el aroma exageras,
cuánto extremas tu arrebol,
flor que te pintas ojeras
y exhalas el alma al sol!

Flor de las adormideras.

Una se te parecía
en el rubor con que engañas,
y también porque tenía,
como tú, negras pestañas.

Flor de las adormideras.
Una se te parecía...
Y tiemblo sólo de ver
tu mano puesta en la mía:
¡Tiemblo no amanezca un día
en que te vuelvas mujer!"

Alfonso Reyes




“¿La emoción? Pídela al número que mueve y gobierna al mundo. Templa el sagrado instrumento más allá del sentimiento. Deja al sordo, deja al mudo, al solícito y al rudo. Nada temas, al contrario, si en el rayo de una estrella logras calcinar la huella de tu sueño solitario.”

Alfonso Reyes


La tonada de la sierva enemiga

"Cancioncita sorda, triste,
desafinada canción;
canción trinada en sordina
y a hurtos de la labor,
a espaldas de la señora;
a paciencia del señor;
cancioncita sorda, triste,
canción de esclava, canción
canción de esclava niña que siente
que el recuerdo le es traidor;
canción de limar cadenas
debajo de su rumor;
canción de los desahogos
ahogados en temor;
canción de esclava que sabe
a fruto de prohibición:
—toda te me representas
en dos ojos y una voz.

Entre dientes, mal se oyen
palabras de rebelión:
“¡Guerra a la ventura ajena
guerra al ajeno dolor!
Bárreles la casa, viento,
que no he de barrerla yo.
Hílales el copo, araña,
que no he de hilarlo yo.
San Telmo encienda las velas,
San Pascual cuide el fogón.
Que hoy me ha pinchado la aguja
y el huso se me rompió;
y es tanta la tiranía
de esta disimulación,
que aunque de raros anhelos
se me hincha el corazón,
tengo miradas de reto
y voz de resignación”.

Fieros tenía los ojos
y ronca y mansa la voz;
finas imaginaciones
y plebeyo corazón.
Su madre, como sencilla,
no la supo casar, no.
Testigo de ajenas vidas,
el ánimo le es traidor.
Cancioncita sorda, triste,
canción de esclava, canción:
—toda te me representas

en dos ojos y una voz."



Alfonso Reyes



“Lo que hoy es un barbarismo pudiera ser la forma lícita de mañana. El vulgo, con sus barbarismos, previene y cultiva la futura etapa del idioma. Si a los cultos estuviera confiado dar el aliento a los idiomas, todavía estaríamos hablando en latín.”

Alfonso Reyes


“Nada puede sernos ajeno sino lo que ignoramos.”

Alfonso Reyes



“No cabe duda: de niño, a mí me seguía el sol.”

Alfonso Reyes


"Publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores."

Alfonso Reyes



“No me vendas rencor en almíbar, si he de hallar acíbar en el corazón.”

Alfonso Reyes



“¿Qué culpa tengo yo de tener una memoria de colodión, que lo que miro se me queda grabado?”

Alfonso Reyes



“Que el lenguaje es cosa viva y mudable por consecuencia; que los letrados, en su anhelo de fijar las formas, matan el lenguaje; y que donde propiamente se engendra el lenguaje es entre la gente anónima del populacho. Que ésta posee la semilla viva del idioma y que de ella originariamente, nos viene a los hombres el don renovado de hablar.”

Alfonso Reyes



“¡Qué natural lo que se acaba cuando ya se apaga por sí! Voy con la razón satisfecha, dormido, contento feliz.”

Alfonso Reyes



“¿Qué tienes alma que gritas a tu manera y sin voz? Los caminos de la vida no llevan a donde yo voy.”

Alfonso Reyes



“Quiero que la literatura sea una cabal explicitación, y, por mi parte, no distingo entre mi vida y mis letras. ¿No dijo Goethe: Todas mis obras son fragmentos de una confesión general?”

Alfonso Reyes 


"Según Aliaco, hay los que comen peces crudos y sólo beben agua de mar, y hay los que aúllan como perros en vez de articular palabras; hay Cíclopes, hay Amazonas; hay los que tienen un solo pie que, cuando se acuestan, les sirve de sombrilla; hay hombres acéfalos y otros con los ojos en la nuca; y hay los dulces ribereños del Ganges que mueren al más leve olor repugnante y se nutren con el aroma de las frutas."

Alfonso Reyes
El presagio de América


“Sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos. Nada: ni lo local ni lo universal, ni lo pasado ni lo presente.”

Alfonso Reyes 



“Toda biografía es antológica, selectiva, y se hace escogiendo de aquí y de allá.”

Alfonso Reyes 




Visitación

"-Soy la Muerte- me dijo. No sabía
que tan estrechamente me cercara,
al punto de volcarme por la cara
su turbadora vaharada fría.

Ya no intento eludir su compañía:
mis pasos sigue, transparente y clara
y desde entonces no me desampara
ni me deja de noche ni de día.

-¡Y pensar -confesé-, que de mil modos
quise disimularte con apodos,
entre miedos y errores confundida!

«Más tienes de caricia que de pena».
Eras alivio y te llamé cadena.
Eras la muerte y te llamé la vida."

Alfonso Reyes 


"Vives en mí, pero te soy ajeno."

Alfonso Reyes


"Y entonces me arrastraton a la sala, llevándome por los brazos como a un inválido. A mis pies se habían enredado las guías vegetales del jardín; había hojas sobre mi cabeza.
—Hélo aquí—me dijeron mostrándome un retrato.
Era un militar. Llevaba un casco guerrero, una capa blanca, y los galones plateados en las mangas y en las presillas como tres toques de clarín. Sus hermosos ojos, bajo las alas perfectas de las cejas, tenían un imperio singular. Miré a las señoras: las dos sonreían como en el desahogo de la misión cumplida. Contemplé de nuevo el retrato; me vi yo mismo en el espejo; verifiqué la semejanza: yo era como una caricatura de aquel retrato. El retrato tenía una dedicatoria y una firma. La letra era la misma de la esquela anónima recibida por la mañana.
El retrato había caído de mis manos, y las dos señoras me miraban con una cómica piedad. Algo sonó en mis oídos como una araña de cristal que se estrellara contra el suelo.
Y corrí, a través de calles desconocidas. Bailaban los focos delante de mis ojos. Los relojes de los torreones me espiaban, congestionados de luz...¡Oh, cielos! Cuando alcancé, jadeante, la tabla familiar de mi puerta, nueve sonoras campanadas estremecían la noche.
Sobre mi cabeza había hojas; en mi ojal, una florecilla modesta que yo no corté."

Alfonso Reyes
La cena