“En el proceso de la escritura la imaginación y la memoria se confunden.”

Adelaida García Morales


"Llevábamos ya varios minutos hablando ante el portal de la casa de Amelia. Yo no sabía cómo despedirme. ¿Qué podía decir a alguien que se confiaba a mí sin conocerme y que, al mismo tiempo, me pedía perdón por hablarme y me daba las gracias, como si, en vez de escucharle, le hubiera ayudado a transportar un pesado bulto? Sólo pude dirigirle una frase común, una fórmula trillada: «Me ha encantado haberte conocido.»
Pero, eso sí, realzando la palabra «encantado» con un énfasis y un entusiasmo tan exacerbados que logré provocar en Félix una ligera contracción en su rostro macilento y cierta incomodidad, según pude deducir de sus balbuceos al despedirse, un tanto entrecortados y ostensiblemente bruscos. Pensé que, con aquella manifestación de una emotividad a todas luces inexistente, conseguí cohibirle sin pretenderlo.
Tal vez hubiera sido suficiente el haberle testimoniado mi agradecimiento por considerarme digna de su confianza y adecuada receptora de sus confidencias.
Al abrir el portal Aurora, simultáneamente, antes incluso de saludarla, le pregunté si Diego había telefoneado. «No ha llamado nadie», me respondió con afabilidad y cierta conmiseración. Enseguida me tendió una llave alegando que ellas solían retirarse a dormir muy temprano y que, por lo tanto, era preferible que yo tuviera una llave por si alguna noche volvía tarde. La dejé cerrando la puerta y le agradecí, desde la escalera, el deseo que me expresó de que durmiera tranquila. Mis temores respecto a Diego habían desaparecido, aunque no por completo, después de mi conversación con Pablo. Sin embargo al evocarle me embargaba una gran amargura. Necesitaba verle con urgencia. Pero me propuse esperar hasta que él telefoneara o, en caso de que no lo hiciera, visitarle el sábado con Alfonso. Temía importunarle. El salón tenía la puerta abierta. Nunca, en mi breve estancia, la había visto cerrada. En su interior tres jóvenes hablaban en voz muy baja, casi susurrando. Supuse que serían los otros inquilinos, los que yo no conocía. Apenas pude fijarme en ellos. Sus figuras, reunidas al fondo del salón, pasaron ante mis ojos a gran velocidad, a la velocidad de mis pasos. Tenía prisa por clausurar el día, terminar ya, dormir y desaparecer durante toda la noche."

Adelaida García Morales
La lógica del vampiro


"Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá. Me han dicho que la hierba crece salvaje entre sus grietas y que jamás lucen flores frescas sobre ella. Nadie te visita. Mamá se marchó a su tierra y tú no tenías amigos. Decían que eras tan raro... Pero a mí nunca me extrañó. Pensaba que entonces tú eras un mago y que los magos eran siempre grandes solitarios."

Adelaida García Morales
El Sur


"Me siento subida a una extraña plataforma aérea, lanzada ya hacia la muerte. Y tú, Agustín, me destruyes. Mira cómo me haces enfermar: débil por ti, enloquecida por ti, que sólo me das tu silencio. Pero ya he aprendido a escuchar tu voz sin que me hables, y eso es lo peor. Pues ahora sé que tu silencio no es silencio, ni tu indiferencia, indiferencia. O quizá sólo sea mi esperanza disparatada que me hace inventar un fantasma, tú, con los sentimientos que deseo.
(…)
Estaba rígida, inmóvil, adherida a la tierra y formando parte de la montaña, igual que sus plantas, sus árboles, sus rocas, sus piedras...Todo se cubría por igual con la blancura de la nieve. Desde las cumbres más altas, desde el Mulhacén y el Veleta, picos helados e inhumanos, bajaba un viento enérgico que azotaba mi cuerpo. Aquel grandioso y gélido espectáculo se apoderó de mí. Nada podía hacer ni pensar. Al fin me dejé caer junto a Elsa, sobrecogida por el poderoso silencio de las montañas y de la muerte. Y me pareció que ella vibraba ahora con la misma pulsación de la tierra. Deseé dejarla allí para siempre, en aquel espacio, tan ajeno al mundo de los hombres, que ella misma había elegido para confundirse con él, para pertenecerle, como si por fin hubiera encontrado su sitio."

Adelaida García Morales
El silencio de las sirenas