“Creo que en la política ya sé diferenciar entre los pecados de los hombres y la limpieza de las ideas.”

Adolfo Marsillach Soriano


"El Tartufo me obligó a plantearme la vieja cuestión de cómo tratar a los clásicos. En algún sitio escribí estas líneas que anticipaban unas ideas que muchos años más tarde iba a poner en práctica durante mi etapa como director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico: Adoro los libros, me encanta abrirlos, olerlos, descifrarlos con cierto deleite amoroso. Pero los libros que yo elijo, los que he descubierto, los que me esperan, ofreciéndoseme, sobre mi mesilla de noche. Los otros, no. Los que me forzaban a leer para aprobar una asignatura, no: ésos no los quiero. Y un clásico es víctima de esa circunstancia, víctima de la enseñanza obligatoria. Un clásico es un autor con la etiqueta de “pesado” en el lomo de sus libros. Pero ese autor – ese hombre- tuvo un día otras espaldas y otros “lomos”, si se me permite decirlo así. Y ahora lo desconocemos. Le hemos construido un sólido panteón de estudios y seminarios y hemos echado la llave al mar de las cosas muertas. Y, sin embargo, ese hombre estuvo vivo una vez y no fue un clásico."

Adolfo Marsillach
Tan lejos, tan cerca


“En el fondo, la inmoralidades una cuestión de estética, porque los desnudos hermosos son decentísimos y los feos inmorales.”

Adolfo Marsillach


"Fue una lástima —la muerte es siempre una equivocación lastimosa— que mi abuelo Adolfo falleciera en 1934, cuando yo tenía apenas seis años. Creo que hubiésemos sido buenos amigos. Me gusta como escribía y, cuando hoy leo —o releo— algunos de sus artículos, intuyo que hay una especie de tam-tam genético que se transmite a través de las generaciones. Fue un hombre valiente que se enfrentó a algunas de las posturas más extremas de los separatistas de su época. Significaba esta postura que fuese un "mal catalán". No lo creo, sinceramente, no lo creo. (...) En 1988 —no estoy seguro— con motivo de uno de los estrenos de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que yo dirigía, en el Mercat de les Flors, un periodista tuvo el mal gusto de recriminarme que yo fuese nieto de "aquel hombre" —así le llamó— que hizo famoso el seudónimo de El maleta indulgencias en los diarios de Barcelona. Hubo un silencio, le miré un poquito —sólo lo justo y no quise responderle porque mi capacidad de aguante es prácticamente ilimitada."

Adolfo Marsillach
Tan lejos tan cerca, Tusquets 1998, pag. 36


"Germán, en principio, estaba lleno de buenas intenciones. Todos los hombres y todas las mujeres «en principio» están llenos de buenas intenciones. Lo malo se produce cuando, después del principio, hay que seguir. Quiero explicar con esta aseveración tan tonta que Germán había invitado a cenar a Marisa aquella noche porque le remordía un poco la conciencia. No se trataba de un remordimiento insoportable, desde luego, pero intuía que su última e inesperada relación con su ex mujer no debía de ser un asunto que a su amante le hiciese particularmente feliz. Con el ya explicado propósito de tranquilizar su conciencia, había reservado mesa en una tabernilla con pretensiones en la que —eso había leído en el suplemento dominical de algún diario— aún se podía comer bien a un precio razonable. De no haber sido por la esperpéntica discusión con doña Eulalia, la noche se hubiese presentado francamente esperanzadora, pero, después de aquella insoportable escena, a Germán le costaba disimular su fastidio. (Tampoco hacía muchos esfuerzos, reconozcámoslo.) Y encima —hay días funestos— le había resultado casi imposible encontrar un hueco donde estacionar el coche cerca del restaurante.
[...]
La jovencita encargada de recoger la ropa de los clientes era muy mona: la falda cortita, los pechos en su sitio, los labios prometedores… Hay algunos lugares de esparcimiento —tradúzcase bares, discotecas, boites y terrazas— que disfrutan contratando muchachas fastuosas que a veces —no siempre— son mucho más atractivas que las señoritas que acompañan a los caballeros. Está hecho a propósito. Lo que se pretende —y normalmente se logra— es que los dichos caballeros se maldigan a sí mismos por no haber tenido la suerte o la habilidad de ligar con la joven de la minifalda y empiecen a beber como cosacos hasta caer desmayados debajo de la mesa. Con este ingeniosísimo método, los propietarios de los mentados locales de ocio consiguen hacerse millonarios en muy poco tiempo y comprarse un yate para ir a Puerto Banús a jugar al tute con Jesús Gil.
Bueno, estoy seguro de que ustedes comprenderán que Juan Antonio no dispuso del ánimo suficiente para hacerse todas estas reflexiones cuando ayudó a Julia a quitarse el abrigo entregándoselo luego a la estrepitosa encargada de la guardarropía."

Adolfo Marsillach
Se vende ático