“Ahora estás en el peor momento. Puede que sea más duro que la muerte. Pero tal vez no haya otro peor. Porque los límites de una persona no cambian. Quizá vuelvas a enfermar, y puede que te azote de nuevo un resfriado como éste, pero si eres fuerte no volverás a sufrir tanto en toda tu vida. Las cosas son así. Puedes pensar que sería un asco que volviera a ocurrir, pero, ¿No crees que sería mejor hacerte a la idea de que las cosas son así?”

Banana Yoshimoto es el pseudónimo de Mahoko Yoshimoto



“Aunque sea cierto que la buena y la mala suerte existen, depender de ellas es una actitud muy cómoda. Sin embargo, aunque pensara así, mi dolor no disminuiría. Desde que me di cuenta de esto, me convertí en una adulta repugnante capaz de compaginar las cosas más absurdas con las de todos los días. Pero me hizo la vida más fácil.”

Banana Yoshimoto




“Creo que la cocina es el lugar del mundo que más me gusta. En la cocina, no importa de quién ni cómo sea, o en cualquier sitio donde se haga comida, no sufro.”

Banana Yoshimoto



“Creo que un escritor debe transmitir un sentimiento de esperanza a todo el mundo, sea cual sea la situación. No quiero dejar de sonreír, bajo ninguna circunstancia, ni perder la libertad para pensar, y quiero enfrentarme a cualquier dificultad con valentía.”

Banana Yoshimoto



“Cuando crezca más y más, me pasarán cosas diferentes, muchas veces me hundiré hasta el fondo. Muchas veces sufriré. Muchas reapareceré. No habrá derrota. No dejaré de luchar.”

Banana Yoshimoto



“Cuando llegue el momento, quiero morir en la cocina. Sola en un lugar frío, o junto a alguien en un lugar cálido, me gustaría ver claramente mi muerte sin sentir miedo. Creo que me gustaría que fuese en la cocina.”

Banana Yoshimoto


"De repente me percaté de que había estado siguiendo con la vista a un hombre que se hallaba en la otra acera. Extrañada, lo miré con mayor atención y reconocí a mi padre. Avanzaba con la misma expresión seria que la gente que tenía a mi lado, cosa que también me extrañó. Sólo le había visto esa cara cuando en casa se quedaba dormido viendo la televisión. Contemplé, absorta, aquella cara, su «otra cara». En ese instante, una chica salió corriendo del edificio donde trabajaba mi padre y lo llamó. Desde donde estaba, podía verlos con todo detalle. La chica llevaba un sobre que debía de contener algún documento. Al oír que lo llamaban, mi padre miró a su alrededor y al ver a la chica dijo algo, probablemente disculpándose, con una sonrisa. Ella se le acercó sin resuello, le alargó el sobre y, devolviéndole la sonrisa, le hizo una discreta reverencia y volvió al edificio. Mi padre se despidió y prosiguió a buen paso su camino hacia la estación de tren con el sobre bajo el brazo. En ese momento el semáforo se puso en verde y la multitud cruzó la calle. Por un instante dudé si seguirlo o no, pero cuando me decidí a hacerlo, ya estaba demasiado lejos y desistí. Me quedé allí clavada, pensando…
Ese episodio, aunque intrascendente, me permitió observar a mi padre en su propio entorno, viviendo la vida que había llevado durante tantos años. Él había pasado en Tokio cada uno de los días que mi madre y yo habíamos pasado en el pueblo, respirando este aire, discutiendo con su mujer, acudiendo al trabajo, haciendo méritos para un ascenso, comiendo y cenando, olvidándose cosas en la oficina, como acababa de ocurrirle, y pensando en lo lejos que nos tenía a nosotras… Aquel pueblo, escenario cotidiano de mi vida y de la de mi madre, para él no debió de ser más que un lugar tranquilo donde pasar el fin de semana. Quizás incluso había contemplado la posibilidad de dejarnos. Sí, pensé, seguro que sí. Aunque nunca nos lo hubiera dicho, seguro que más de una vez le pareció que, a fin de cuentas, no merecía la pena. La verdad es que nuestra situación era tan peculiar que los tres habíamos acabado comportándonos de un modo demasiado solícito, como meros intérpretes del guion de «la típica familia feliz». Inconscientemente, nos esforzábamos en soterrar las emociones más turbias, y éstas iban depositándose en el fondo de nuestro corazón. La vida es una representación, pensé. Puede que «ilusión» tuviera casi el mismo sentido, pero «representación» se me antojaba más acorde con lo que sentía. Esa impresión tuve, en medio de la multitud, aquella tarde. Cada cual tiene que llevar el peso de lo que ha sido en cada momento, un revoltijo de cosas buenas y de cosas no tan buenas, y debe vivir cargando con ese peso a solas. Aunque nos esforcemos por ser agradables con las personas a las que amamos, siempre estamos solos."

Banana Yoshimoto
Tsugumi



“Desde el fondo de mi corazón quería renunciar a la vida, a seguir adelante. Sin falta, llegará mañana, y pasado mañana, y, pronto, la semana que viene. Nunca había pensado que esto pudiera ser tan fastidioso. Seguramente, mi estado de ánimo, también en aquel momento, era triste y oscuro, y esto me desagradó de veras. Mi imagen, andando sin ánimo por la calle oscura con una tormenta en el corazón, era patética.”

Banana Yoshimoto



“El mundo no existe sólo para mí. El porcentaje de cosas amargas que me sucedan no variará. Yo no puedo decidirlo". Por eso, comprendí que es mejor ser alegre...”

Banana Yoshimoto



“Enumerando todas las dificultades que se me ocurrían, me desanimaba y me pasaba los días sin hacer nada. Fue entonces, lo recuerdo muy bien, cuando él vino como un milagro caído del cielo.”

Banana Yoshimoto



“(...) Fue sólo un instante, pero estas palabras me trastornaron. Porque brillaron muy fuerte y me deslumbraron. Acabaron colmando mi corazón.”

Banana Yoshimoto



“Hay muchas cosas amargas, muchas. En realidad, una persona que quiera independizarse tiene que cuidar de algo, ¿Sabes? De niños, o de plantas, algo. Así conoces tus propios límites. Este es el principio de todo.”

Banana Yoshimoto



"La distancia, en aquel momento, entre los dos extremos del hilo telefónico, entre el lugar donde estaba Shôji y donde me encontraba yo, era más grande y tortuosa que la que existe entre el cielo y el infierno. Por más que nos quisiéramos, no pudimos jamás establecer contacto. No hubo siquiera una tentativa de comunicarnos, ni los medios para hacerlo, ni capacidad alguna de percibir, ni la posibilidad de entendernos.
Había oído decir que incluso a los enamorados puede sucederles algo así. Pero, entonces, aún no sabía que una cosa tan vacía pudiera existir de verdad. Creía que era una historia cruel que había acaecido mucho tiempo atrás en un mundo triste, una historia ocurrida en un desierto lejano que ya no podría pasar jamás. No, al menos, en el paraíso en el que yo vivía."

Banana Yoshimoto
N-P



"Llevaban una vida feliz. Estaban educadas para no salir de este ámbito de felicidad por mucho que aprendieran. Quizá por tener unos padres cariñosos. Pero no conocían la verdadera alegría. Las personas no pueden elegir lo que es mejor. Cada uno está hecho para vivir su propia vida. La felicidad es vivir sintiendo, lo menos posible, que el hombre, en realidad, está solo.

Pero yo también creo que eso está bien. Sonreirán como una flor con el delantal puesto, aprenderán a cocinar, se enamorarán, atormentándose o desorientándose, y se casarán. Eso, creo que es magnífico. Es bonito y dulce. A mí me repugna mi vida, mi nacimiento, el ambiente en el que he crecido, todo, en especial cuando estoy muy cansada, cuando me salen granos en la cara o me siento sola, o cuando llamo a mis amigos y no están. Acabo arrepintiéndome de todo.

Pero en la cocina, aquel verano tan, tan feliz…

No tenía ningún miedo de cortarme ni de quemarme, y no me importaba pasar la noche en vela.

Cada día temblaba de emoción al poder luchar de nuevo cuando llegara la luz. Un pedazo de mi alma quedó con aquel pastel de zanahoria que preparé tantas veces que casi aprendí a hacer de memoria, y hubiera arriesgado mi vida por conseguir aquellos tomates tan rojos que encontré en el supermercado.

Así conocí las cosas agradables y ya no pude volver atrás.

Quiero seguir sintiendo a toda costa que algún día he de morir. De otro modo, no sentiría que estoy viviendo. Por eso, mi vida es así.

Suspiro con alivio al salir a la carretera nacional después de andar por el borde de un precipicio en la oscuridad. Conozco la belleza del claro de luna que penetra en mi corazón, y contemplándola pienso: «Ya basta»."

Banana Yoshimoto
Kitchen



“Los grandes hombres, sólo con existir, emiten una luz que ilumina a quienes están a su alrededor. Y cuando esta luz se apaga proyecta una sombra pesada, irremediable.”

Banana Yoshimoto




“Los recuerdos verdaderamente entrañables viven y brillan. Con el paso del tiempo reviven con angustia.”

Banana Yoshimoto



"Me despertaba tan bruscamente que pensaba que alguien había encendido la luz. Siempre sucedía así. Después percibía un olor a azufre. “¿Qué será?”, me preguntaba, y lo primero que se me ocurría era que alguien se había tirado un pedo. Pero no se trataba de un olor tan banal. Era un olor del que me resultaba imposible liberarme: parecía provenir de mi propio cerebro. Yo miraba a mis hermanos: iluminados por la luz de la luna y por la de la lamparilla, dormían inmóviles como muertos, pero con la sana respiración del sueño. Era una escena tranquila y sosegante. Me quedaba contemplando el rostro de mi hermana, las cejas espesas de mi hermano mayor, las naricitas de mis hermanos pequeños. Me parecían más débiles, más vulnerables que de día, y eso me entristecía un poco. Pero a la mañana siguiente todos se despertarían alborotando, se pelearían por entrar en el cuarto de baño, verían la televisión, serían antipáticos y adorables. Volvería la alegría y yo ya no estaría solo. Pensar en eso me hacía feliz, sentía que dentro de poco me quedaría dormido. Pero el olor a azufre no se iba. Después, de repente, una voz susurraba algo, siempre lo mismo. “Sólo quedarás tú”, decía. Lo oía claramente, sin comprender qué significaba. Y acto seguido me asaltaba la sensación de que todos los que ahora dormían allí eran sólo una ilusión y que en un momento dado desaparecerían. Y luego crecía en mí cada vez más el presentimiento de que me quedaría solo. El hecho mismo de vivir empezaba a darme miedo, un miedo terrible. Trastornado por el horror, despertaba finalmente a mi hermana. “Tengo miedo”, le decía, y le apretaba la mano. La tenía caliente. Medio dormida, ella me apretaba a su vez la mía. “Están realmente aquí, no es una ilusión”, pensaba, y sentía un alivio tan grande que se me saltaban las lágrimas. Pero había algo que no se me pasaba. Sentía una sombra inmensa contra la que ni mi hermana ni mis padres podrían hacer nada. Aunque no quería sentirla, estaba allí. Algo que me hacía comprender lo pequeños e impotentes que éramos. Después, sin dejar de mirar en la penumbra el rostro de mi hermana, me quedaba dormido.
A la mañana siguiente el olor a azufre había desaparecido y en la habitación volvía a reinar la atmósfera alegre y luminosa de siempre. Yo estaba todavía adormilado y mi hermana me decía: “Esta noche has tenido un sueño espantoso y te has despertado, ¿verdad?”. Yo asentía, pero ya había olvidado aquella sensación. Sin embargo, recordaba las palabras. Aquella voz baja que decía: “Sólo quedarás tú”. Todos se preparaban ya para el nuevo día con la ruidosa animación de costumbre, mi padre se había ido a trabajar hacía un buen rato, mi madre realizaba sus quehaceres y la casa estaba tan desbordante de vida que era todo un lío. Pero yo no podía olvidar aquel olor a azufre. El olor de la muerte.
Con el tiempo comprendí por fin el significado de aquel presagio. Ya era mayor y vivía por mi cuenta: el primero en morir fue mi padre, de un accidente en el mar. Uno de mis hermanos pequeños murió en un accidente de moto. Mi hermana murió electrocutada en la fábrica donde trabajaba. Poco después mi hermano mayor murió de una enfermedad. Dos años más tarde mi otro hermano pequeño enfermó de sida en el extranjero y murió. Hoy sólo quedamos mi madre y yo. Ella vive en Japón y está internada desde hace mucho tiempo en un hospital psiquiátrico. Creo que no sabe muy bien quién soy. Ni siquiera sabe que me he casado con Saseko. Cada vez que la ve la confunde con mi hermana muerta. De todos los hermanos soy el único que ha sobrevivido. Por eso no puedo acercarme jamás a los baños termales, salvo a los de Izu, que son de agua salada. Odio el olor a azufre."

Banana Yoshimoto
Amrita


“Miré una y otra vez al cielo, absorta en esos pensamientos. "Estoy aquí, ahora, con mi cuerpo, mirando al cielo. Éste es mi espacio". Absorta en esa vida a la que mi cuerpo sólo daría cobijo una vez, bella como el crepúsculo que resplandecía a lo lejos.”

Banana Yoshimoto



"Nakajima soltó una risita.
Nakajima, Mino, incluso Chii, aunque en su caso, como estaba acostada, no lo veía tan claro, todos ellos tenían algo en común.
Un halo de soledad y un vacío infinitos, un paisaje devastado de algo que ha sido destruido hasta los cimientos y que ahora se está recomponiendo, pedazo a pedazo.
¿En qué tipo de lugar se habrían conocido? Empezaba a imaginármelo. Era sólo una suposición, pero, al menos, lo vislumbraba.
Con todo, era demasiado triste para admitir que formaba parte de la vida real.
En aquella época yo creía, mucho más que ahora, que el bullicio de una cena, la cara sonriente que te dice adiós por las mañanas o el calor que hallas a tu lado cuando te despiertas por la noche lo eran todo en este mundo.
Pero Nakajima era distinto. Su mundo siempre estaba teñido de negro. No se trataba de la diferencia entre hombre y mujer, sino de que nuestras vidas habían tomado rumbos distintos. Estaba convencida de que yo conocía mejor la realidad de la vida que muchas personas de mi edad, pero no podía competir con el peso que acarreaba Nakajima.
Sofocando la risa, Nakajima me cogió de la mano y nos dirigimos hacia la estación en silencio, bordeando el lago. Había paz. Decidimos comprar algo para comer en el tren y seguimos andando. Aquella noche, paso a paso, nos encaminamos hacia el futuro.
Me volví hacia el lago, que envuelto en la niebla aparecía pálido y distorsionado.
A la semana siguiente empecé a pintar el mural. Salía de casa a las ocho de la mañana, como si trabajara de peón en una obra. Es que la luz de la mañana es la mejor.
Le daba un beso en la mejilla a Nakajima, que aún dormía, y me marchaba directamente al muro.
El primer día pinté unos monos jugando. En el tercio izquierdo del mural dibujé un gran lago. A su alrededor pinté otros monos, por supuesto. Árboles, monos apacibles. Un mono y una mona hermanos que contemplaban el lago, también la mamá mona y su monito.
Sabía que pintar aquello me causaría tristeza, pero no podía contener las irrefrenables ganas de hacerlo.
—¿Estás pintando monos?
La primera en preguntármelo fue una niña. A continuación se fueron sumando, poco a poco, otros niños. Entonces me enfadé en serio con unos que se disponían a cometer alguna travesura con los botes de los colores, luego pedí perdón y, finalmente, incluso aquellos niños entendieron lo que yo estaba haciendo. Inducido por lo que había oído de boca de Sayuri, o de sus padres, uno de ellos preguntó:
—¿Si está tu pintura no cerrarán la escuela?
Era un niño delgado, de ojos grandes y nariz chata. Lo llamaban Yotchan y, por lo visto, iba a clases de inglés.
—Aunque esté mi pintura, si tienen que cerrarla la cerrarán.
—¿Y entonces por qué pintas?
—Porque hay un lugar donde se puede pintar y me han pedido que lo pinte. Aunque esté ahí por poco tiempo, quiero ponerle colores bonitos.
—¿Y eso no es arte?
—Por desgracia, no. Lo mires como lo mires. Sólo es un dibujo de monos —dije riendo.
—Oye, esos monos de ahí, ¿son fantasmas? —quiso saber Yotchan.
Señalaba los cuatro monos del lago. Se trataba sólo de un bosquejo, aún no estaban coloreados y eran semitransparentes.
—No. Ahora los voy a pintar.
—¡Ah! ¡Qué susto! —dijo Yotchan.
«¡Qué increíbles son los niños!», pensé. A mí jamás se me habría ocurrido pintar espíritus en un mural tan divertido como aquél.
Reflexioné mientras lo coloreaba."

Banana Yoshimoto
El lago


“Pensándolo retrospectivamente, el destino era, entonces, una escalera de la que no podía suprimirse ni un escalón. De no haber existido aquella escena, yo no hubiera podido subir.”

Banana Yoshimoto


“Pero cuando nos vimos la última vez, tú estabas dinámica, abierta, emanabas algo diferente. Quizá sólo sea cierto espíritu que siempre he advertido en ti y que ahora ha salido a la luz. Ha habido un cambio y ha surgido algo alegre, algo que me hace pensar que podemos estar bien juntos. Es algo sutil. No es romanticismo, creo. Si todo hubiera continuado como antes, quizás habrías seguido siendo para mí, durante toda la vida, sólo un apoyo espiritual. Sin embargo, yo me marché, tú tuviste el accidente, y ahora algo ha cambiado. De una forma emocionante. Di la verdad, estás impresionada por mi elocuencia.”

Banana Yoshimoto



"Quería que recordara las cosas que habíamos visto los dos juntos, en el curso de nuestro amor: el tacto de una noche tibia, la belleza de las calles flanqueadas de altos edificios teñidos de color naranja que habíamos visto adormilados desde el taxi, en el camino del arrebol de la mañana, cuando me acompañó a casa, y también las lágrimas, el tacto cálido de las palmas de las manos y el intenso aroma que exhalaba todo ello. Con la fuerza de la desesperación de una mujer en los últimos instantes del amor, cuando siente que va a ser abandonada."



Banana Yoshimoto
N-P

“Quiero seguir sintiendo a toda costa que algún día he de morir. De otro modo, no sentiría que estoy viviendo. Por eso, mi vida es así.”

Banana Yoshimoto



“Sólo estamos la cocina y yo. Pero creo que es mejor que pensar que en este mundo estoy yo sola.”

Banana Yoshimoto



“Una cocina de sueño. Habrá muchas, muchas. En mi corazón. O en la realidad. O en el destino de un viaje. O sola, o con muchos otros, o dos a solas, en todos los lugares de mi vida habrá seguramente muchas cocinas.”

Banana Yoshimoto




“Yo cocía el ramen mientras oía el ruido estrepitoso de la licuadora haciendo los dos zumos, en la cocina, de madrugada. Podría pensarse que era algo extraordinario pero también podría pensarse que era algo sin importancia. Y que era un milagro y, también, que era algo natural. Sea como sea, guardo en mi corazón una emoción suave que desaparece cuando se expresa con palabras. El futuro es largo. En las noches y mañanas que irán sucediéndose, alguna vez, quizás este momento se convierta en un sueño.”

Banana Yoshimoto



“Yo siempre había estado convencida de que no ocupaba un espacio demasiado grande en el mundo. Cuando alguien se va, todos, tarde o temprano, acaban por acostumbrarse. Eso es así, sin duda alguna. Pero cuando me imaginaba a las personas a las que yo amaba viviendo en un mundo sin mí, se me saltaban las lágrimas.”

Banana Yoshimoto



“Yo ya no podré estar aquí. Voy hacia delante a cada instante. No hay más remedio, es el flujo del tiempo que no puede detenerse. Seguiré.”

Banana Yoshimoto