“Airarse es vengar las faltas ajenas en nosotros mismos.”

Alexander Pope 


"Al hombre hay que enseñarle como si no se le enseñara, y proponerle lo desconocido como olvidado."


Alexander Pope 



"Algunas personas nunca aprenderán nada por la sencilla razón de que lo entienden todo demasiado pronto".

Alexander Pope



"Aquel que puede vislumbrar la inmensidad,
y ver los mundos y mundos que componen el universo,
observa cómo los sistemas dan lugar a otros sistemas,
cómo otros planetas giran alrededor de otros soles,
cómo seres variados pueblan cada estrella.
Puede decir por qué el Cielo nos ha hecho como somos.
Pero de este marco, los lazos y soportes,
las fuertes conexiones, hermosas dependencias,
y justas graduaciones, ¿las ha examinado tu alma penetrante?"

Alexander Pope


"Así el hombre, que aquí parece el único principal, quizás actúa como el segundo de alguna esfera desconocida. Toca alguna rueda, o se acerca a un objetivo; de esto sólo una parte vemos, no el todo."


Alexander Pope
Ensayo sobre el hombre



"Así es la gran armonía del Mundo que surge del Orden, Unión y pleno Consentimiento de las cosas; Donde lo grande y lo pequeño, lo débil y lo fuerte han sido hechos para servirse, no para sufrir; para reforzar, no para invadir; las Partes se relacionan con el Todo; Todas sirven y son servidas; nada permanece aislado."

Alexander Pope


"Bendito sea el que no espera nada, porque nunca será defraudado."

Alexander Pope


Colocado en el istmo de un estado medio,
ser oscuramente sabio y groseramente grande […]
cuelga en medio; duda entre la acción y el reposo;
si considerarse bestia o dios;
duda entre el alma y el cuerpo;
nace para morir, razona para errar.

Alexander Pope
Tomada del libro Por qué creemos en cosas raras de Michael Shermer, página 3


“Como se doble la ramita, así se inclinará el árbol.”

Alexander Pope


“Como son aves de rapiña, los críticos tienen siempre una inclinación natural a la carroña.”

Alexander Pope


"¡Cómo varía el instinto del puerco rastrero comparado, elefante medio racional, con el tuyo! Entre eso y la razón, ¡qué bella barrera separa para siempre, pero para siempre acerca! El recuerdo y la reflexión, ¡qué buenos aliados! ¡Qué finas divisiones separan el pensamiento del sentido!"

Alexander Pope
Ensayo sobre el hombre



"Con la gente de mente limitada suele acaecer lo mismo que con las botellas de cuello estrecho. Cuanto menor es su contenido tanto mayor ruido hacen al vaciarlas".

Alexander Pope


“¿Cuán feliz es la suerte de la inocente vestal? Al mundo olvida y el mundo la olvidó. El eterno resplandor de la mente inmaculada acepta todas las plegarias y renuncia a todos los deseos.”

Alexander Pope 

De la esperanza nace lo eterno en el corazón del hombre;
el hombre nunca es, sino que será bendecido,
el alma, incómoda, y lejos de casa,
reposa y se esponja en la vida venidera.
¡Ay, el pobre indio!, cuya mente sin cultivar,
ve a Dios en las nubes o le oye en el viento;
a su alma, la orgullosa ciencia no enseñó
la trayectoria solar o la Vía Láctea;
aunque la sencilla naturaleza a su esperanza le ha dado,
tras las cumbres nubladas, un cielo más humilde.

Alexander Pope 
Tomada del libro Por qué creemos en cosas raras de Michael Shermer, página 33


"Debe enseñarse a los hombres como si no se les enseñara. Las cosas desconocidas deben proponérseles como cosas simplemente olvidadas".

Alexander Pope


"El café hace sin duda del político un sabio, haciéndole ver todas las cosas a través de sus semicerrados ojos."

Alexander Pope



“El estudio más interesante del hombre es el hombre mismo.”

Alexander Pope


"El hombre caminó con la bestia, juntos soportaron las sombras;
la misma mesa y la misma cama;
ningún crimen le ensombreció y ningún crimen alimentó.
En el mismo templo, el bosque resonante,
todos los seres con voz, ¡elevaban himnos a su mismo Dios!"

Alexander Pope


“El hombre nunca debe avergonzarse de reconocer que se ha equivocado, puesto que hacerlo corresponde a decir que hoy sabe más que lo que sabía ayer.”

Alexander Pope


“El honor y la vergüenza surgen sin condiciones; todo consiste en ocupar bien nuestro puesto para alcanzar la honra.”

Alexander Pope


“El orden es la primera ley del cielo.”

Alexander Pope


"El pueblo es una fiera de múltiples cabezas."

Alexander Pope


"El que dice una mentira no se da cuenta del trabajo que emprende, pues tiene que inventar otras mil para sostener la primera.

Alexander Pope


El rizo robado

Canto I

Lo que ofensa cruel de amor causara,
Y los combates que el poder formara
Por un trivial asunto ahora yo canto.
¡A Caryll, mi musa! debo este mi canto;
¡O si dado me fuera,
que Belinda también mis versos viera!
Pequeño es el asunto, mas la gloria
(Si ella dulce me inspira
Y con benignos ojos él los mira)
Y alabanza inmortal me da la historia.
Dime oh Diosa, el motivo que impulsara
A un Lord tan bien criado a asaltar fiero
A una noble beldad, y por qué fuera,
Con extraño desdén el más severo,
 (Si es que está averiguado)
Un Señor a una hermosura desdeñó.
Por las cortinas de cendal nevado
Un tembloroso rayo el Sol envía
Y a brillantes ojos ha tocado
Que deben eclipsar la luz del día;
Sus perros falderos sacudiendo,
Y el insomne amado despierta fuera
A las doce cabales; y tres veces
Se oye de la campana el fiel sonido,
Y en tierra la chinela haciendo ruido;
Y la repetición resuena fino
El eco generoso y argentino.
Belinda estaba en su cojín mullido;
El silfo, su guardián, sabio y prudente,
Prolongaba el balsámico reposo;
Y al cuidadoso lecho silencioso
Ordenó que mandase blandamente
El matutino sueño, que volaba
Y la rociada frente rodeaba.
Un joven mas brillante que en su día
Un Dandi petimetre estar podía
(Que aún en sueño colora sus mejillas)
Con sus labios de miel hablar se oía,
Y le dice o decirle parecía.
«¡O tú de los mortales la más bella;
Distinguido cuidado
De habitantes mil del azulado
Cielo! Si alguna vez la suave huella
De nocturna visión tu infantil alma
Turbó la dulce calma, 
De las que tu nodriza te contara
O el cura te enseñara,
De aéreos gnomos que en la oscuridad
Deja la luna ver con su luz pura
Con la plateada marca o verde cerco
O de vírgenes castas visitadas
Y por ángeles santos obsequiadas
Con guirnaldas y floridas coronas;
Escucha y cree!
Tu importancia sabe,
Que en terrena estrechez mirar no cabe
Hay verdades sagradas,
Al orgullo de sabios reservadas,
Que los niños y niñas solo entienden;
Que los doctos no creen ni defienden.
Y la sola inocencia
Es la poseedora de esta ciencia.
Entiende pues, de espíritus sin cuerpos,
Que giran en torno a ti cientos de cientos,
Que dirigen su vuelo
En toda la extensión del bajo cielo,
Aún que invisibles todos con sus alas
Vuelan sobre tu anillo y demás galas,
Piensa que un equipaje arriba tienes;
Tus pajes y tu silla y otros bienes
Con desprecio los miras;
Lo que vosotras sois un tiempo fuimos
Y el molde femenil también tuvimos;
Mas no creas que cuando abandonamos
La carcaza terrenal acá volamos,
Con la vida perdimos
Todas las vanidades que tuvimos;
Suceden que vanidades, conservamos
Esa inclinación primera;
Y si naipes amabas antes que mueras,
Si lo vez ahora, también contenta estuvieras;
Si ama dorados bucles cuando vive,
Sí el hechizó del tresillo, sobrevive
Esta misma afición que siempre agrada,
Y si la hermosa fuese arrebatada
Con la fuerza y poder de su hermosura
A su elemento primo, el alma gira
Con su fogoso espíritu de llama
De inquietud voladora y siempre pura,
Y entonces se le llama
Salamandra, que ardiendo nunca espira.
Almas suaves buscan la corriente
Del claro río y beben dulcemente
Grato té elemental; y orgullo fiero
En un Gnomo se sume muy severo,
Buscando acá en la tierra
El germen de discordia y cruda guerra.
La coqueta ligera en Sílfide vuela
Y en aire y campos retozar anhela.
Aún debes saber mas; la hermosa y casta,
Que los hombres desprecia, entre los brazos
De una sílfide vive; eso a espíritus le basta
Que libre de las leyes de mortales,
(Y unen débiles lazos)
Sexo y figura elijan celestiales;
Que guardan la pureza a las doncellas
En los bailes de cortes y en aquellas
Nocturnas mascaradas peligrosas,
De un amigo traidor, o los graciosos
Dandis que cautivan con palabras suaves
A las bellezas graves,
Que la ocasión ofrece y el deseo
Y danza y canto en loco devaneo;
Las sílfides las defienden poderoso
Mas que ese honor del mundo tan vidrioso.
Algunas ninfas hay bien persuadidas
De su gracia y finura
Y de rara hermosura
Aquí, mientras que vivan;
Su destino será que a un gnomo sigan.
Muy satisfechas y de orgullo henchidas,
Desdeñan el amor que las convida.
Entonces las ideas mas groseras
Se agrupan, y en seguida,
En sus huecos celebres, vanidosas,
Mientras Pares y Duques en cuadrillo
Con bandas, con estrella y coronilla
Las saludan atentos y cumplidos
Y de excelencia llenan sus oídos;
Este dulce sonido.
Luego que fue sentido
Cautiva el sexo vano femenino;
Provoca a la coqueta al dulce juego;
De la tierna mejilla enciende el fuego;
Y el joven corazón salta sin tino
A la presencia de un Dandi brioso
Todo acaramelado y melindroso.
Con frecuencia en el mundo se imagina
Que el sexo en general se descamina,
Y una sílfide lo guiara,
Por el cerco brillante lo pasara;
Y si una impertinencia es necia y vieja,
Por otra nueva al punto se la deja;
Si un convite amenaza a una doncella,
¿No es un baile quien salva su querella?
Cuando Florido habla ¿Quién resiste
Si Damón  a la virgen no la asiste,
Su mano oprimiendo?
Vanidades variando y persiguiendo
Mueven su corazón como un juguete.
Peluca a otra peluca le arremete,
Y de espadas las borlas se combaten,
Los Dandys con los Dandys se debaten,
Y los coches se embisten
Y a otros coches furiosos se resisten;
Y el mortal engañado llama a prisa
Todo esto vanidad y ligereza;
Pero ciego no entiende, que estos males
Obra son de los silfos celestiales.
De éstos uno soy yo, que protegerte
Pretende, centinela diligente,
Contra peligro tanto defenderte.
Mi nombre es Ariel; tu amor constante;
Ha poco que pasaba
Y la azulada esfera rodeaba
Y en el luciente espejo de tu estrella
Yo vi cielos, yo vi que amenazara
Algún fatal suceso, y que en aquella
Tarde, y antes que el Sol su luz mostrara...
Pero el cielo no dijo cómo o cuándo;
Mas tu silfo, mi amor, te está avisando;
Su deber ha cumplido
Tu guardián entendido;
Tú de todo recela y no te asombre,
Que temas más que todo a cualquier hombre».
Así dijo, y Relindo, que pensara
Que su dueña bastante había dormido,
Con su lengua lamiendo el atrevido
Sus labios, a la hermosa despertara.
Belinda abre sus ojos y al momento
Sobre un billete dulce los clavara;
Heridas allí vio, celos, tormento;
Mas la visión en tanto desaparece
Y cual sutil vapor se desvanece.
Entonces, despojado de su velo
Se deja ver el tocador precioso,
De cándido metal el tren hermoso,
Con mística apariencia colocado;
Las ninfas bellas con ardiente celo,.
Con el ropaje de cendal nevado,
Descubierta la frente,
Y con aire devoto y reverente
La cosmética Diosa adoran todas.
En un bello cristal se retrataban
Las gracias de Belinda peregrina,
A de graciosa su mirar inclina.
Ya las sacerdotisas temerosas
Junto al altar principian respetuosas
Del orgullo los ritos mas sagrados;
Tesoros mil se abren que la tierra
En elegantes modos,
Y en varia ofrenda; y ella se parara
Con trabajo exquisito y ciencia rara
Los mas finos adornos delicados,
Que cada ofrenda encierra
Para adornar la diosa con brillantes
Despojos; de cabeza nunca hubiera
Visto un adorno tal el rojo oriente,
Que ilumina cual sol en occidente;
Su seno abre la Arabia ante sus ojos
Exhalando perfumes por despojos;
Con la tortuga el elefante unido
Un peine se transforma en nieve y oro;
Presentándose guardia a su decoro
Del brillante alfiler un regimiento;
Rizos, polvos, lunares, Biblias santas
Y amorosos billetes; al momento
La terrible deidad pone a sus plantas
Sus armas todas; sus encantos crecen;
Ya las dulces sonrisas aparecen;
Brilla el semblante con la gracia nueva;
Ya la mejilla y labio de carmín,
Y los ojos brillantes
Nuevos rayos disparan rutilantes.
Los Silfos amorosos dividían
Y en la espalda y el cuello repartían
La dorada melena, y otros vuelven
La manga sobrancera, y otros pliegan
El delicado traje y lo revuelven
Y lo que es obra suya
Consienten que a Belleza se atribuya.

CANTO II

Ni en su triunfante carro mas glorioso
Febo  se alzó sobre Neréo  undoso,
De púrpura bañado, que saliera
La rival de su luz vertiendo plata
Del Támesis soberbio en la ribera,
Que anchuroso dilata;
Coro de apuestas ninfas la seguía,
Y ella sola los ojos atraía;
Sobre el nevado pecho está brillando
Radiante cruz divina
De hermosura tan rara y peregrina
Que el judío rebelde la besara,
Y el gentil, que no cree, la adorara.
Viva, como sus ojos, no se fija,
Como ellos mismos siempre derramando
El brillo de su alma, sin que elija
A quien hacer favor, pero acordando
Dulces sonrisas que discreta extiende,
Pero sin altivez; que a nadie ofende.
Brilla cual sol y hiere con sus rayos,
Y como el sol a todos ilumina,
Fácil, graciosa, suave sin ensayos
De orgullo fiero, con razón se inclina
Sus faltas a ocultar; ¡qué! ¿faltas tiene
Quien de belleza el esplendor mantiene?
Y si falta una hermosa ¿el que la mire
El perdón no le acuerda, aunque suspire?
Esta ninfa, formada para ruina
De nuestra humanidad, alimentaba
Dos rizos, que con gracia peregrina
Lindo adorno prestaban
A la nevada espalda en cercos bellos;
Red y cadena al corazón amante;
Y si ver acontece a cada instante
Con la delgada crin prender las aves;
Ni, tú, raza imperial del hombre alabes;
Que una dorada trenza le aprisiona,
Y una hermosa blasona,
Que es de su gran poder corto destello,
Al hombre conducir por un cabello.
Los rizos el varón feliz admira,
Observa y calla, y a la presa aspira;
Y resuelto a vencer, la senda allana
Sin la astucia olvidar o fraude insana;
Y muy antes que Febo al mundo dore,
Su corazón ordena que él implore
Al benéfico cielo, y muy piadoso
Al amor suplicaba respetuoso
Sobre un altar que alzara
Con doce libros de cuartel dorado
Que franceses romances han formado,
Y en trofeos de amor allí colgara
Dos ligas con un guante
Y billetes dulcísimos de amante,
Que se abrasaron luego
De suspiros ardientes en el fuego,
Y postrado pedía con los ojos,
Que del fuego de amor eran despojos,
La presa le conceda
Y larga posesión obtener pueda.
Medio ruego el amor escucha atento,
Pero la otra mitad la llevó el viento.
El luminoso vaso en raudo vuelo
Con sus rayos inunda el mar y el cíelo;
La música sonora el aire llena,
Y la plácida fuente va serena;
La onda inquieta murmura en la ribera
Y en las hojas el zafiro gimiera.
Mas Belinda sonríe y todo es gozo;
Menos el Silfo que oprimido, ansioso
Pesa en su pecho la prevista ruina,
Y de evitarla medios imagina.
Del aire los brillantes ciudadanos
Convoca al punto y en su torno giran
Sus aéreos ropajes susurrando,
Como el Céfiro suave suspirando,
Los débiles arbustos y las flores
Exhalan sus finísimos olores.
Como insectos sus alas despliegan.
La brisa sacudiendo, o al sol llegan,
Y en nubes luminosas
Se mecen cual las tiernas mariposas;
Su delicada forma trasparente,
A los ojos mortales invisible,
Y sus fluidos cuerpos medio hundidos
Y en éter luminoso confundidos,
Con ágil movimiento irresistible
Al viento sueltan su ropaje undoso,
De sutil y brillante entretejido,
Del rocío en membrana convertido;
Que los cielos sus lentes le prestaron
Y a la luz sus colores le robaron,
Y en sus alas los rayos reflejando
Van el arco celeste retratando.
Mas á todos excede Ariel divino,
Cual un mástil dorado
Y en toda su cabeza mas alzado;
abriendo al sol sus esmaltadas alas
De purpurinas galas,
Se agitaba con ruido peregrino;
Y el azulado cetro enarbolado,
Con voz encantadora les ha hablado:
«Silfos, Sílfides, Genios, Brujas, Duendes,
Hadas, raza sagrada, que desciendes
De la luz inmortal; escucha atenta;
Bien sabéis que en la esfera tenéis cuenta,
Y en virtud de mandato soberano
Del mundo dirigís el grande arcano;
Ya recorréis los campos de luz pura,
Ya brillo y claridad prestáis al día,
Ya guiáis orbes en la inmensa altura,
O rodáis los planetas, que girando
Corren el ancho cielo en su porfía;
Otros, menos pulidos, vais siguiendo
Ocultos a la luz pálida y fría
De la modesta luna o las estrellas,
Que sus rayos disparan a la noche
Con negro manto y nebuloso coche;
Otros chupan vapores, que groseros
En el aire se forman los primeros;
O en el Iris sus alas humedecen;
Y horribles tempestades enfurecen
El invernoso mar, o destilando
La lluvia celestial que al globo alegra;
O ya la humana raza gobernando,
Impidiendo la negra
Envidia y las pasiones que aniquilan
La ventura del hombre en sus caminos
Y en todas sus acciones y destinos.
También son centinelas
Que guardan los imperios y naciones.
¿Y con cuantas cautelas
Su imperio no guardáis a los Bretones?
Nuestra humilde incumbencia es a la hermosa
Asiduos asistir; si complacencia
Da nuestra ocupación, no es gloriosa;
Los polvos guarecer del raudo viento.
Ni la esencia, en prisión, pierda su aliento,
Y que nuevos colores
Oficiosas nos den vernales flores
Robar al arco iris el roció,
Antes que en lluvia descendiese al río,
Y hacer un lavado a sus cabellos
Ondeantes tornar en rizos bellos;
Asistir al pudor o darle el tono;
Inspirar en el sueño un nuevo traje,
Y dar la preferencia, sin encono,
A un lindo faralá sobre un encaje.
Negro día amenaza a esta hermosura,
Que vigila mi espíritu celoso
De algún fiero accidente peligroso
Por violencia y descuido; mas segura
Señal no diera el cielo cómo o cuando.
En tinieblas la suerte ha sepultado
Si la ninfa a Diana haya faltado,
Si alguna frágil china se ha quebrado,
Si su honor mancillara o ricas telas,
Si el rezar olvidó o encender velas,
Si la máscara puso, o se aflojara
El estrecho corcet o gargantilla,
Mientras bailaba viva la cuadrilla,
O si es que el cielo decretado hubiese
Que el faldero Relindo se muriese.
Espíritus, volad; cada cual llene
El encargo que tiene.
Tú, Cefireta, el abanico agita;
Los pendientes, Brillante, solicita;
Momentilla, el reloj es tu cuidado,
Crispa tú, cela el favorito rizo;
El mismo Ariel se encargará del lindo
Belloso cuerpo del feliz Relindo.
Cinco escogidos Silfos tengan cuenta
Con vigilancia atenta
Y un encargo especial sobre el tontillo;
Que, aunque en arcos de fierro guarnecido
Y en barbas de ballena sostenido
Y en plata una ancha chita lo rodea
Que la circunferencia señorea;
Siete dobles murallas se han rendido
 A un lechuguino astuto, es bien sabido.
El silfo, que se muestre negligente
Y su puesto abandone y a la hermosa.
Venganza desastrosa
Sentirá el delincuente;
O en un pomo será bien custodiado,
O de agudo alfiler la picadura
Sentirá traspasado,
O de amargas aguas en un lago
Hundido quedará o bien metido
En un ojal de un borseguí  pulido,
O en gomas y pomadas batallando,
Y en vano procurando
Con sus alas de seda alzar el vuelo,
O en estético alumbre bien bañado
Como marchita flor quede arrugado,
Como Ixion  a su rueda, con gran duelo.
Fijo siga las vueltas de un molino;
O en el vapor del chocolate humeante
Se abrase al instante;
0 tiemble tiritando de continuo
Sobre el mar, cuando helado
Aprisiona feroz cuanto ha tocado».
ASÍ hablara; y los silfos descendían
Y de la ninfa cabe se ponían.
Los unos de su trenzas están pendientes,
Otros de sus zarcillos relucientes;
El corazón a todos les palpita.
Y ansiosos temen la ocasión maldita.


CANTO III

De bosques rodeado, y guarnecido
El Támesis de flores, orgulloso
Las torres mira y grupo majestuoso
De la vecina Hampton, donde unido
El senado bretón falla prudente
Del tirano extranjero, o ninfa bella,
La caída infalible;
De allí, reina invencible,
Ana gloriosa, con feliz estrella
Y cetro omnipotente,
Tres reinos mandas con ministros sabios;
Y allí recrea el té tus tiernos labios.
Juntos héroes y ninfas se solazan
Y de la corte gustan los placeres,
Y en lenguaje instructivo allí se pasan
Y en el baile también y en la visita
Las horas deliciosas; quien recita
Las glorias de su reina y sus haberes,
O el indiano abanico otro pondera;
Un tercero interpreta la mirada,
Movimientos y guiños, o se muera
Con palabra sutil la cimentada,
Firme reputación; se gasta y tose,
Se abanica y la pausa es nuevo goce;
Se ríe, canta y guiña; y las miradas
Hablan más que dos dueñas requintadas.
Corta la esfera el sol de medio día.
Con sus oblicuos rayos abrasando;
Y los hambrientos jueces firman luego
Sus sentencias de fuego;
Pero el triste ahorcado
Que es hora de comer dice al jurado;
De la bolsa retorna el comerciante
En paz con su ganancia exhorbitante.
Del tocador cesaron los trabajos;
Mas la hermosa Belinda, a quien inflama
El amor de la fama,
Arde por encontrar dos caballeros,
Diestros aventureros,
Y en un solo del Hombre en el combate
Decidir el debate;
Y su pecho se abrasa en la esperanza
De conquista futura, si la alcanza.
Tres bandas se preparan, y juntando
Y de ellas todas batallón formando,
De nueve con el número sagrado,
Cortesana sagaz las dividía,
Formando compañía.
Y luego que Belinda ha desplegado
Su linda mano, pareció volando
El aéreo escuadrón, y se coloca
Cada silfo al momento donde le toca;
Sobre el gran matador Ariel se posa;
Cada cual por su rango allí reposa;
Pues silfos, que mujeres antes fueron,
Aman siempre los puestos que tuvieron.
Cuatro reyes, mirad, que reverendos,
Barbas partidas y bigotes sendos,
Y cuatro reinas que en sus manos llevan
Ramos de hermosas flores, bello emblema
De su poder suave, y se le agregan
Cuatro sotas de trajes revestidos
De la guardia fiel, gente de flema,
De gorra, capa y alabarda  en mano,
Que eran luego seguidos
De un escuadrón de tropa muy brillante,
Vestido en terciopelo muy ufano,
Preparados al combate en el instante.
Mueven la guerra fieros matadores
Con la tez de moriscos atezados;
La Espadilla10, señor de los señores,
Dos triunfos cautivó, barre la mesa;
Mas, el moro malilla, con gran prisa,
A muchos moros deja mal parados
Sobre del verde campo; el moro Basto
Le sigue, mas, con suerte muy contraria,
Un triunfo solo gana y muy plebeyo;
Con ancho sable y con la barba cana
Y apariencia de jefe, en ropa varia,
De espadas aparece el rey anciano;
La pierna avanza, y al combate invita
A los rebeldes, que el furor incita,
Y el resto cubre con su rojo manto.
Ya la rebelde Sota12, que se atreve
Su príncipe a invadir infiel y aleve,
Víctima fue de su legal castigo
Del real poderío su enemigo.
Aún de bastos la sota poderosa,
A los reyes y reinas ominosa,
También sus armas rinde,
Que las arrolla el vencedor capote,
¡Triste suerte de guerra malhadada!
Todo lo vence la invencible Espada.
Ambas armadas a Belinda ceden,
Que los pasos conceden
Del campo de batalla; y a guerrera
Amazona acomete a sus infantes;
Y a la Reina imperial del Rey Espada,
A pesar de orgullosa y altanera,
El tirano de Bastos muerte ha dado.
¿Qué sirve la diadema en su cabeza,
El gigantesco cuerpo allí tendido,
Del hermoso ropaje la riqueza,
Y tener de monarca el globo asido?
Sus Copas el Barón mostraba aprisa
Y del Rey con bordado a media guisa,
Y la Reina valiente con sus tropas,
Poder ya quebrantado,
Fácil triunfo sobre ellos ha alcanzado;
De Oros, Bastos y Copas
El confuso tropel el nivel pierde,
Y huyen vencidos en el campo verde,
Como cuando una armada derrotada
Corre precipitada, Y del
Asia las gentes allí giran,
Y los negros del África se miran
En desorden huyendo
Con sus diversos trajes discurriendo,
Y caen a montones
Batallones sobre otros batallones.
Mas, la sota de oros tan artera
A la reina de copas ¡Oh vergüenza!
Vencer quiere también. Belinda fiera
Siente su sangre huir, y que comienza
La palidez pintarse en su semblante;
Tiembla al mirar; se acerca petulante
Con las abiertas fauces el Codillo;
Como suceder suele en un Estado
Que de un golpe feliz, el más sencillo,
Su salvación depende; un As de copas
Se opone valeroso; mas sus tropas
El invencible Rey acecha osado,
Y a su cautiva Reina lamentaba,
Y en bravo vengador muestra su faz
Y cual Rey le da muerte al triste As.
El grito de la ninfa llega al cielo,
Y el eco lo repite en todo el suelo;
Pero ¡Oh ciegos mortales que del hado
Ignoran la fortuna!
Ya en la tierra yacen, cual polvo hollado,
Ya os levantan el cerco de la luna.
Ese tan grande honor será perdido,
Y el victorioso día maldecido.
Pero; ¡ay! que la mesa coronada
Se mira ya con tazas y cucharas;
Las granas del café dan muestras claras
Que el molino en sus giros las oprime
Con estallante son; ya levantado
El altar del Japón en torno brilla;
Ya la plateada lámpara elevada
Con rayos ilumina; ya se humilla
El hirviente licor, que raudo gime
Por la plateada boca resonando,
Con sus perfumes el salón llenando;
Y en la pintada china luego humea,
Que el gusto y el olfato tazas recrea;
Y va y vuelve la taza, que, hechicera,
Él banquete prolonga placentera.
Rueda en tanto la banda voladora
En torno de la hermosa, su señora;
Si el licor humeante ella gustara
Agitando sus alas lo enfriara,
O las tienden cubriendo su regazo,
Temblando por las flores de lampazo.
El café, que al político hace sabio,
Cuando le gusta con sediento labio,
Y que lo mira todo en sus antojos,
Teniendo medio abierto los dos ojos;
Del Barón al cerebro sus vapores
Le inspiran los ardides más traidores
Para osado robar el rizo hermoso.
Tente, joven audaz, y mira atento
Que no es tarde, y desiste de tu intento,
Teme los justos Dioses, que castiguen
Tu traición y te obliguen
De serle infiel a soportar la suerte,
Más cruda que la muerte;
El cabello robando de su esposo;
Y por juicios del cielo riguroso,
Niso, milano, con furor se inclina
A perseguir a bella golondrina.
Pero el hombre ya al mal determinado
Instrumentos del mal doquier ha hallado
Y a la bella Clarisa en el camino,
De su estuche sacaba la más brillante,
De agudísimas puntas de diamante,
Una arma de dos filos, cual pudiera
Una doncella en rostro placentera
La lanza presentar a un caballero,
Cual lo suele pintar un romancero.
Recibe el don con grande reverencia,
Y las cierra y las abre en su presencia;
Y todo justamente esto pasaba
Cuando el licor fragante la arrobaba,
Y su cabeza la Belinda inclina
A embriagarse en aroma tan divina.
Al rizo mil espíritus volaron
Y alas mil agitaban el cabello;
Tres veces el zarcillo bambolearon,
Y otras tres ella torna el rostro bello.
En este mismo instante Ariel cuidadoso
De la virgen contempla el pecho hermoso,
Y sobre el ramillete recostado,
Acecha el pensamiento que le agita,
Y vio, casi asombrado,
Que un amor terrenal en su alma habita;
Confuso suspirando se retira
Y resignado ve que su imperio espira.
El Par extiende la feroz ligera,
Y casi la cerrara toda entera
Cuando un silfo imprudente
En el medio se pone diligente,
Mas del hado la fuerza poderosa
Las ligeras cerrara presurosa,
Y en dos partes el silfo dividía;
Pero al punto se unía;
Que la aérea substancia
De atracción también sigue la observancia;
Y en las puntas mordiendo al rizo de oro
De su frente no es ya gloria y decoro.
Rayos disparan sus brillantes ojos,
Brama de horror el irritado cielo;
Ni chillidos más fuertes se escucharon
Cuando de muerte horrible son despojos
Un esposo querido, o un faldero.
O se precipitaron
Un rico vaso chino o un florero,
Y en refulgente polvo los ve en el suelo.
Que mis templos adornen las coronas
¡De victorioso lauro el Lord exclama!
Mío es el triunfo gritará la fama;
Mientras que el pez ligero al agua amare,
Al aire el ave y bellas las bretonas,
Coche y tiro de seis las paseare,
Y de Atalantis lean la novela,
O a Milady en su lecho la consuela
La pequeña almohada, y las visitas
Se hagan y paguen en solemnes días
Con la luz de bujías infinitas,
O siguiendo de amor en las porfías
Del Támesis las ninfas escribieren
Billetes dulces o mil citas dieren;
Otro tanto mi honor, mi vida y gloria
El templo ocuparán de la memoria;
Que si todo lo absorbe el tiempo fiero,
No así lo que se escribe con acero;
Él destruye las obras de los Dioses;
Y de Troya imperial la torre alzada
De su poder sintió golpes atroces;
Y miró aniquilada
La ejecutoria del orgullo nace;
Y del arco triunfal minó la base;
¿Y admirarás, ¡o ninfa! que el acero
Conquiste un rizo de vapor ligero?

CANTO IV

Pero ansiosos cuidados oprimían,
Con secretas pasiones,
El pecho de la ninfa pensativa.
¡Ni fue jamás la cólera tan viva
De un joven rey vencido y en prisiones;
Ni de burlada virgen, deslucían
Juveniles encantos; ni mas fuerte
El dolor que sintió robado amante,
Cuando perdió su amor en un instante;
Ni el otro mas cruel, que fuera muerte
A donde brilla de cólera el exceso,
De vieja a quien se niega un tierno beso;
Ni Cintia la coqueta,
Cuando mal se prendió la manteleta;
Nada ¡o virgen! se acerca al cruel despecho
Que el robo de tu rizo que abrasa tu pecho.
En el momento mismo que Ariel deja
A Belinda la bella, Umbriel se aleja
Del centro de la tierra donde mora;
El Gnomo, a quien la luz jamas colora,
Triste, ceñudo, con la faz nublosa,
Sube a la cueva de la Desgana famosa.
Con sus alas de hollín el Gnomo vuela
En un vapor a aquel lugar sombrío,
Donde la brisa amable no consuela;
Solo las alas rugen con furioso brío;
Aquí del aire libre resguardada
Aborreciendo el sol y el claro día,
De sombras rodeada,
Pensativa la Desgana está en su lecho;
Y le hacen compañía
Jaqueca a un lado, y del otro Pena.
Dos doncellas la sirven junto al trono
Iguales en destino, mas con plena
Diferencia en figura y en semblante;
Mala Voluntad es muy semejante
A una antigua doncella de gran tono;
Tiene el rostro arrugado, blanco y negro,
Cargan las manos largas, y el celebro
Oraciones de tarde y de mañana.
Mas lengua y corazón sátira insana.
También la Afectación allí se viera
Con el rostro enfermizo y con perfiles
De rojas flores de diez y ocho abriles;
Y cuando habla cecea, y en su cuello
De un higo muy maduro muestra el sello;
Entre olores fallece, y se desmaya
Con orgullo, y se tiende
En una colcha rica, y cuando baya
Medios de fingir mal, se cubre toda
Con una larga bata, por que es moda,
O parecer enferma, que estos males
Los padecen las bellas que son tales;
Y si el traje de noche fuere nuevo,
Asegurar me atrevo,
Por constante experiencia,
Que al nuevo traje sigue una dolencia.
Vuelan sobre el palacio mil vapores,
Y entre nubes se miran los fantasmas
Exhalando miasmas;
Terribles como sueños de ermitaño,
Se miran sombras de feroz tamaño;
Brillantes furias, sierpes enroscadas,
Espectros que reflejan mil colores,
Tumbas abiertas con fosfóricos fuegos,
De oro luciente fuentes liquidadas;
Escenas del Elíseo en dulces juegos,
Palacios de cristal, ángeles bellos
Que brillan luminosos con destellos.
De formas varias, que la Desgana formara,
Un confuso tropel en torno gira;
Una tetera viva allí se mira,
Un brazo tiende, el otro lo encorvara
Con el mango y la boca regadora; Un
puchero está allí, que se pasea
Cual de Homero la trípode; y suspira
Un jarro; y necia y habladora
De ganso una riquísima empanada;
Hombres que estar preñados se figuran;
También piden allí muchas doncellas
El tapón de corcho por ser botellas.
Pasa el Gnomo la banda mal dada;
Y en sus manos impuras
Un ramo lleva al Desgano muy digno;
Y así saluda a aquel Poder divino:
«Yo te saludo ¡Oh reina caprichosa!
Que del quince al cincuenta el sexo riges;
Madre de negros flatos y vapores;
Tú eres la que discreta los diriges;
Por ti alcanza señores
El genio femenil con sus histéricos
Y sus vuelos poéticos.
Tú su temperamento
Sabes reglar con varios movimientos;
Ya médicos los tornas, ya poetas
Escribiendo comedias o recetas;
Tú inspiras el orgullo, en que se mide
De la visita el tiempo, o ya la impide,
Y la excusa un mimado favorito;
Hay una ninfa que tu esfuerzo invito
Y a otras mil ninfas a insultar le enseñas
Con las delicias de la alegre risa;
O si a tu Gnomo, o reina, concedieras
Un hinchado tumor, barro asqueroso,
O darle del limón la agua amarilla
Que de la dueña inflama la mejilla,
O el color dar de aquel que pierde un juego,
O pasando de prisa
Arrugar enaguas, romper lechos,
O dar sospechas sin celosos hechos,
O atacar con la rabia de un patriota
El antiguo peinado a una devota,
O a un faldero enfermar siempre estreñido
Que el ojo hermoso en lloro ha consumido.
Escúchame; si tocas a Belinda
Y das mortal fastidio a aquella linda,
Verás medio hemisferio
Sujeto del Desgano al sumo imperio.»
Mas la diosa, con aire descontento
Parece despreciable, pero el ruego
Agradece con fino cumplimiento.
Hace preparar luego un odre,
Semejante A aquel donde Ulises
guardara el raudo viento;
Y allí encierra con femenil aliento
Sollozos y suspiros y la guerra
De lengua, por quien tiemblan cielo y tierra;
Un pomo con desmayos y vapores,
Con tristeza, pesares y temores,
Y con llanto abundante
Que empieza y finaliza en un instante.
Contento con el don él alza el vuelo
De su ala negra al luminoso cielo.
Él encuentra la ninfa abandonada
En brazos de Talestris, con los ojos
Hundidos del pesar y los cabellos
De su dorada trenza desatados;
El genio mal hechor rompió los sellos
De aquel infernal odre; y sus despojos;
Como furias volaron,
Y de Belinda el pecho aprisionaron;
Y de rabiosa ira arde una hoguera,
Que la fiera Talestris encendiera.
«O sirviente infeliz, ella exclamaba,
Ambas manos al cielo levantando,
Y sus ecos en Hampton resonando;
Miserable doncella, replicaba;
¿Para qué tomé yo tanto cuidado
De horquillas, peine y olorosa esencia?
¿Para qué aquel papel tan enrizado
Para dar a tu faz nueva excelencia?
¿Por qué ¡ay triste! ligar tu blanca frente
Y cargarla con plomo impertinente?
¡O dioses! el ladrón de tu cabello
Hará público alarde; el lechuguino
De envidia morirá; mas las señoras
Altivas mirarán torciendo el cuello;
No lo consiente honor; tú el arca fueras
Que del sexo las glorias contuvieras;
Virtud, placer, y haber fue tu destino;
Te detendré tu llanto cuando lloras;
Escucha este lenguaje horrible y fiero;
El que brinde por ti, cae en desprecio;
Sacrifica tu honor y anda en platillos;
Para tu defender no hay caballero;
Confesar ser tu amigo es menosprecio,
¿Y será justo honor inestimable
El ver cerrado en un cristal brillante
Reluciendo tu rizo radiante
En cerco de diamantes, que irá en torno,
En manos del raptor para su adorno?
¡O desgraciada suerte miserable!
Antes en Hyde Park el heno crezca.
Y el talento en boardillas desfallezca,
O el aire con la tierra al caos vuelvan,
Y hombres, loro y faldero se disuelvan.»
Ella dice, y rabiosa se adelanta
De Sir Plume a la casa, y luego ordena
Que le mande a su bello
Que le vuelva al instante su cabello.
ÉI con su caja de ámbar que le encanta
Y con su caña, de mil manchas llena,
Justamente orgulloso, mi Lord Plume
Ni mucho tiempo en responder consume;
Y con el ojo tieso y faz redonda,
Que no anunciara un solo pensamiento,
Abre su caja y dice; en el momento Milord
«... vaya... qué diablo... ¿y ese rizo?
Sois un hombre civil... burla redonda...
Voto a Dios... qué donaire; si; es preciso...
Quiero decir en fin... darle su pelo.»
Dice y abre su caja y mira al cielo.
«Mucho me pesa, el Par le respondiera,
Ver que también hablas y hablas en vano;
Pero yo os juro por el rizo bello,
(Que jamás debe unirse a su cabello.
Ni que tan grande honor alcanzar pueda
Ya separado de su frente bella)
Que mientras mi nariz el aire aspire,
Esta mi mano guardará el trofeo».
Así hablara; y hablando, el devaneo
De su triunfo se ve que allí respira,
Y el honor y pereza,
Que de un Par se contiene en la cabeza.
Pero Umbriel, genio infame, no descansa,
Y al pomo de pesares se abalanza.
En gracioso desmayo aparece Belinda, y desfallece
En lagrimas sus ojos inundados,
Y en suspiros ahogados;
Sobre el pecho la frente reclinando,
Se levanta y decía sollozando;
«Para siempre maldito el negro día,
En que perdí mi rizo y mi alegría;
¡Una y mil veces yo dichosa fuera
Si la corte de Ramplón nunca viera!
¡No soy yo ciertamente la primera
Que de amor cortesano escarnio fuera!
¡O, si en tierras lejanas olvidada,
Quedara solitaria y desterrada,
Donde el dorado coche no sonara!,
Si el tresillo o bobea se nombrara;
Y allí con mis encantos escondida,
Como rosa en desierto fuera hundida!
¡Quien con Lords vagar me persuadiera!
En mi casa rezando mejor fuera.
Mil presagios mi suerte predecían;
De mi trémula mano se caían
Horquillas y lunares, y la china,
Si viento se agitaba resonando;
Y mi lorito Poli ni hablar atina;
Y Relindo, el faldero,
Huraño me miraba y muy severo.
Un Silfo me advertía
Que algún hado fatal me perseguía
En bien claras visiones;
Mas, tarde conocí sus intenciones.
¡Mira los pobres restos del cabello!
Yo con mis manos desharé furiosa
Lo que dejó rapiña codiciosa.
Estos dos negros rizos, que algún día
Le daban a porfía
Nuevo realce a mi nevado cuello,
Y este rizo, su hermano,
Ahora despreciado y solitario,
Desenrizado y suelto en giro vario,
Va tentarán ¡Oh Lord! a esa ligera,
Que sacrílega quiera
Su destino igualar tu infernal mano.
O fueras ¡inhumano andas contento
De robar mis cabellos con tus ojos,
Y que fueran los únicos despojos
De tu osado y glorioso atrevimiento»

CANTO V

Ella dice, y en lágrimas deshecha,
Que el gran pesar el corazón le estrecha,
Compasivo auditorio la escuchara;
Mas del Barón cerrara
El oído el gran Júpiter poderoso;
Talestris con reproches le acomete,
¿Mas a donde Belinda el eco hermoso
Resuena victorioso, Si es que su voz no mueve?
¿Quien alcanzar victoria se promete,
Y a su elocuencia el igualar se atreve?
Ni tan fijo quedara el buen Troyano,
Mientras Ana pedía,
Y Dido, la infeliz, se consumía
En los furores de su amor insano;
Entonces severa la Clarisa
Despliega majestuosa
Con grande autoridad el abanico;
Silencio la siguió, y ella abrió el pico:
«Decidme ¿por qué son idolatradas
De los sabios las bellas? ¿por qué vanos
Brindan por ellas lindos cortesanos?
¿Por qué para adornar tanta belleza
Mar y tierra despliegan su riqueza?
¿Por qué las nombran ángeles, y tales
Las adoran rendidos los mortales?
¿Por qué rodean los Dandis con guantes
Blancos a nuestros coches elegantes,
Y del fondo de un palco cortesías
Infinitas nos hacen vuestras mercedes?
Tantas penas y glorias vanas fueran
Sino guardara el recto y sano juicio
Lo que la hermosa gana en su servicio.
¿Qué hombres podrán decir, cuando nos vean
Con la gracia y el tono que recrean,
Del ancho palco en el galano frente;
Ved ahí en belleza la primera,
Y primera en virtud noble y sincera?
¡O si, para danzar la noche toda
Y de día vestir última moda,
Pudieran encantarse las viruelas,
O su siglo esconder las vejezuelas!
¿Quien no se burlará de los cuidados,
De la mujer casada ponderados,
Y quien querrá usar terrenos, barros.
O sartenes, pucheros y cacharros?
Sí la ven remendar ¿no será santa ?
¿Y libre de pecado, si es que pinta?
Pero ¡o pobre belleza, qué distinta
La suerte que te espera en gloria tanta!
Rizado, o no rizado, todo es vano,
Que el cabello a la final se torna cano;
Píntese o no se pinte, siempre es triste;
Y si es doncella y en desprecio insiste
De los hombres, será su negra estrella
Morir llevando palma de doncella.
Y ahora ¿qué nos resta? El poder nuestro
Desplegar con ardid sagaz y diestro?
El tener buen humor es lo primero,
Lo pasado mirar es lo postrero;
Créeme, mi querida, en mí confía,
Tono altivo, regaños y chillidos,
Celos y brincos son perdidos,
Que el buen humor es solo el rey del día;
Buen humor prevalece
Contra el orgullo hinchado que fallece;.
Vano es dulce mirar de la belleza;
Pues si la vista admira,
Del mérito real el alma es presa».
Así hablara la dama, y nadie aplaude;
Ceño puso Belinda; y embustera
Llamó la Talestris a la altanera;
Y enemiga del fraude
Alarma, alarma furibunda grita
La Virago terrible, y mas ligera
Que rayo asolador vuela al combate.
Los dos partidos con feroz debate
Se atacan en confusa gritería
De héroes y heroínas, tiple y bajo,
Cual de agudo clarín y contrabajo
Que los cielos henchía; y en sus manos
No las armas comunes se miraban,
Que cual dioses celestes pelearan
Sin heridas mortales.
El atrevido Hornero peleando
Representa a los Dioses inmortales,
En los pechos divinos inflamando
Las humanas pasiones; contra Marte
Palas combate, y Hermes con Latona;
Todo el Olimpo de valor blasona;
Júpiter dispara el rayo, el cielo gime;
Neptuno, azul tempestad, y del profundo
El mar en torbellino el globo oprime,
Amenazando aniquilar el mundo;
La tierra con sus torres balancea,
Deslizase el cimiento
Y todo lo devora en un momento,
Y los pálidos Manes se asombraron
Cuando los rayos de la luz miraron.
Sobre alta cornucopia Umbriel triunfante
Bate gozoso las alegres alas,
Y sentado el combate está mirando;
En sus lanzas de horquillas se apoyando,
Los Silfos contemplaban la batalla,
O soplan el aliento con que estalla
El escuadrón de las sangrientas balas.
Vuela entre tanto la Talestris fuerte,
Derramando sus ojos cruda muerte
Sobre la multitud; y un Dandi bello,
Que de agudeza y genio es un destello,
En el tropel perece;
Otro muere en metáfora, y cantaba:
«¡Ninfa cruel! por ti viviendo muero,
Como la rosa que al calor fallece.»
Y Dapperwit gritando se ocultaba
Tras de su silla, que le cubre entero;
Triste mirada al cielo levantando
Sir Fopliu exclamaba sollozando:
«¡Para matar nacen, ojos hermosos!»
Y al momento espiró, como en la orilla
Del florido Meandro el cisne brilla
Derramando sus ecos sonoros;
Y si el momento de su muerte siente
Su cantar resonó mas dulcemente.
Cuando Sir Plume el atrevido embiste,
Y Clarisa postrada no resiste,
Párale Cloe y dale muerte fiera,
Mirándole con ceño muy severa;
Pero ella se sonríe al verle yerto,
Y la sonrisa resucita al muerto.
De oro suspende Júpiter la balanza
Y del ingenio el peso ha comparado
Con el costoso rizo tan preciado,
Y aun que, al pronto, equilibrio no se alcanza,
Sube, al fin, el cabello venturoso
Y el plato descendió del ingenioso.
Mira a Belinda como fiera salta
Sobre el Barón, la vista echando fuego;
Ni teme al jefe en desigual batalla,
Que a matar solo a su enemigo asalta.
Mas el Lord atrevido, en fuerzas bravo,
El índice y pulgar ella oprimiendo,
Bien pronto lo avasalla,
Que cuando respiró vital aliento
La astuta virgen la nariz rellena
De oloroso rapé con ración plena.
Los genios al instante
Se apoderan del polvo titilante,
Al celebro lo guían diligentes.
Y sus llorosos ojos son dos fuentes,
Y estornuda, y el domo resonando,
Su nariz vuelve el eco rimbombando.
Tu hora te ha llegado,
Encendida Belinda, así exclamaba,
Y una horquilla le clava en el costado.
Esta daga es la misma que adornaba
A su tercero abuela en torno al cuello,
Con anillo que lleva un triple sello,
Y que después fundida,
En un broche gentil fue convertida,
Que el traje de su viuda sostenía;
De su nieto después pasó a ser pito,
Que con su cascabel tocar solía;
La madre de Belinda lo hizo horquilla,
Y después que sirvió tiempo infinito,
De Belinda rizó la maravilla.
No te jactes cruel, fiera homicida,
Insultando orgullosa mi caída,
Le replicó Milord; sin gran trabajo
Otro te pondrá a ti mucho mas abajo;
No pienses humillar mi altivo pecho,
Solo siento el despecho
De te dejar ... atrás ... Antes que sea!
Y que vivo ¡Belinda! yo te vea;
Pero ardiendo en las llamas de Cupido;
Pero que yo arda vivo, te lo pido.
"Entrega el rizo" resonar se oyera
Y "entrega el rizo" resonó en la esfera;
Ni Otelo con tal furia rebramara
Por el pañuelo que el dolor causara.
¡Mas cuantas veces la ambición se obliga;
A perder su trabajo y su fatiga;
Y del jefe se ahuyenta la esperanza
Del premio conseguir y la alabanza !
El rizo, por el crimen alcanzado,
Aun que doquier se busca no se ha hallado;
Mortal no hubo jamás tal recompensa;
Del cielo es esta voluntad divina.
¿Quién resiste, si el cielo determina?
Creyó de que subiera
Dé la luna brillante a la alta esfera,
Donde todo lo perdido acá en la tierra
Su redondez encierra;
De los héroes el juicio y la agudeza
Vasos los guardan de muy gran riqueza
Y el Dandi, el lechuguino y currutaco
Son guardados en cajas de tabaco;
Los votos y limosnas del muriente
Allí todos se encuentran igualmente;
Allí están los amantes corazones,
Con extremos de cintas bien ligados;
Del cortesano prometidos dones;
Risas de las rameras, y las penas
Y llantos de herederos ya nombrados;
Jaulas para mosquitos y cadenas
Para enyugar las moscas y las plantas
De secas mariposas, nunca vistas,
Y las obras de teólogos casuistas.
Mas confiad en la Musa; ella lo viera;
Rápido remontarse
Con sus ojos poéticos.
Alzarse El fundador de Roma hasta los cielos,
Y de Próculo solo visto fuera.
Repentina una estrella se aparece
Y en el aire se mece,
Atrás llevando del cabello hermoso
Un rizo luminoso;
(Ni tal de Berenice reluciera
La inmensa cabellera),
Que con descabellada luz el cielo henchía,
Emulando su brillo al Dios del día.
Los Silfos ven su luminoso vuelo
Y lo seguían por el ancho cielo;
Lo ven los bellos Dandis desde el Mallo
Y lo aplauden con músicas y danzas;
y si de Rosamunda está en el lago
Algún tierno amador sin esperanza,
La cree de su amor feliz presago,
Y la adora sumiso y fiel vasallo,
y sus votos dirige a Venus nueva,
Que con mas brillos al Olimpo llega;
Y el buen patricio, el sabio almanaquero,
Si con ojos la ve Galileo,
Allí verá cumplido su deseo,
Contemplando en el plácido lucero
El destino fatal de Luis el vano
Y la ruina total del Vaticano.
Calma ¡Brillante ninfa! enjuga el llanto
Por el robado rizo; que a tu gloria
Ya las doradas trenzas, que ornan tanto
A esas bellezas que ensalzó la historia,
Todas envidian remordiendo el labio
De tu perdido rizo el fiero agravio.
Cuando veas los rayos apagados
De esos soles que incendian corazones,
Y los muertos se cuenten por millones,
Y al sol de tu belleza en occidente
Cubrir mortales sombras de repente,
Y la trenza encantada
Yazga en el polvo vil casi olvidada;
A tu rizo la Musa con la fama
El astro rizo de Belinda aclama.

Alexander Pope


“En el vasto océano de la vida de diversas formas navegamos, la razón es la carta, pero la pasión son los vientos.”

Alexander Pope



"En general, los tontos admiran; la gente sensata aprueba."

Alexander Pope



“En la sombra, lejos de la luz del día, la melancolía suspira sobre la cama triste, el dolor a su lado, y la migraña en su cabeza.”

Alexander Pope 


“Enfadarse es vengar las faltas ajenas en nosotros mismos.”

Alexander Pope


"Equivocarse es humano y perdonar es divino."

Alexander Pope



“Es difícil decir si el delirio de grandeza se muestra al criticar las obras de belleza.”

Alexander Pope


“Es la educación lo que forma la inteligencia común; tal como se dobla la joven planta, se inclina el árbol.”

Alexander Pope



"Gana riqueza y posición, si es posible, con gracia; pero si no, gánalos como sea."

Alexander Pope 


"Haz bien tu parte. En eso reside todo el honor."

Alexander Pope



“La mar junta las tierras que ella misma ha separado.”

Alexander Pope



"La mayoría de las mujeres no tienen ningún carácter."

Alexander Pope


"La naturaleza y sus leyes yacían escondidas en la oscuridad: dijo Dios ¡que Newton sea! y todo se iluminó."

Alexander Pope


"La persona que puede escuchar lo que su vergüenza le dice y actuar en consecuencia, en vez de huir de ella, finalmente se sentirá mejor consigo misma. La persona que se hace amiga de su vergüenza poco a poco se respetará más." 

Alexander Pope



“La reputación es una vida imaginaria en la vida de los demás; una cosa fuera de nosotros antes de nuestra muerte.”

Alexander Pope


"La verdadera facilidad en el escribir deriva del arte, no del acaso."

Alexander Pope 


"Las diversiones constituyen la felicidad de quienes no saben pensar."

Alexander Pope



"Las historias están llenas de ejemplos de perros fieles que de amigos fieles."

Alexander Pope



“Las mejores frutas son las que han sido más picadas de los pájaros; los hombres más de bien son aquellos en quienes se ha cebado la calumnia.”

Alexander Pope


“Las palabras son como las hojas. Cuando abundan, poco fruto hay entre ellas.”

Alexander Pope 


“Los enamorados sueñan, los esposos son despertados.”

Alexander Pope


"Los necios admiran; los sensatos aprueban."

Alexander Pope


"Los necios se precipitan allí donde los ángeles temen pisar."

Alexander Pope



"No es tanto el estar exento de faltas lo que nos aprovecha como el haber sabido vencerlas."

Alexander Pope



“No hay cristales de más aumento que los propios ojos del hombre cuando miran su propia persona.”

Alexander Pope



“Ocurre con la gente de mente pequeña lo mismo que con las botellas de cuello estrecho. Cuanto menos contiene, más ruido hacen al vaciarlas.”

Alexander Pope


Oda sobre la soledad

Feliz el hombre, cuyo deseo y cuidado.
Unas pocas hectáreas paternas unidas,
contentas con respirar su aire nativo,
en su propio terreno.

Cuyos oídos con leche, cuyos campos con pan,
Cuantas bandadas le proveen atuendo,
Cuyos árboles en verano le dan sombra,
En el fuego de invierno.

¡Bendito! Quien puede encontrar sin descanso las
Horas, los días y los años, se desliza suavemente,
En la salud del cuerpo,
Tranquilidad mental, Tranquilo por el día,

Sueño , sueño por la noche; estudio y facilidad
juntos mix'd; Dulce recreación,
Y inocencia, lo que la mayoría hace, por favor,
con la meditación.

Así, déjame vivir, invisible, desconocido;
Así no me deja teñir;
Roba al mundo, y no a una piedra.
Dile dónde me siento.

Alexander Pope



“Porque el demonio es ahora más sagaz que antiguamente y tienta, no con la pobreza, sino dando riquezas.”

Alexander Pope



“Puedes decir de aquellos que lloras que no han desaparecido, sino que se han marchado antes.”

Alexander Pope



“Que discutan algunos sobre la forma de gobierno. El que mejor administra es el que mejor gobierna.”

Alexander Pope



"¿Quién decide cuando los médicos no están de acuerdo?"

Alexander Pope 


“Saber poco es muy peligroso.”

Alexander Pope


“Se mueven con mayor facilidad aquellos que han aprendido a bailar.”

Alexander Pope




"Si podemos reírnos de nosotros mismos, podremos sacar ventaja de la vergüenza. "

Alexander Pope


Sonido y sentido

La verdadera facilidad para escribir proviene del arte, no del azar,
ya que aquellos que se mueven más fácilmente que han aprendido a bailar.
'No es suficiente, no hay aspereza que ofenda,
el sonido debe parecer un eco en el sentido:
suave es la tensión cuando Zephyr sopla suavemente,
y la corriente suave en números más suaves fluye;
Pero cuando las fuertes oleadas azotan la orilla que suena
, al verso ronco y áspero debería gustarle el torrente rugiente;
Cuando el Ajax se esfuerza por lanzar el enorme peso de una roca,
la línea también se afana, y las palabras se mueven lentamente;
No es así, cuando la veloz Camilla recorre la llanura,
vuela el maíz que no se dobla y se desliza sobre la superficie.
Escucha como la variada sorpresa de Timoteo,
¡Y las pasiones alternas suben y bajan!

Alexander Pope



Toda la naturaleza

Toda la naturaleza no es más que arte que desconoces,
Toda casualidad, dirección que no puedes ver;
Toda discordia, armonía incomprendida;
Todo mal parcial, bien universal;
Y, a pesar del orgullo,
Y a pesar del despecho de la mente errada,
Una verdad es clara,
Lo que es, es como debe ser.

Alexander Pope


"Todo nuestro conocimiento es conocernos a nosotros mismos."

Alexander Pope


"Un hombre honesto es la obra más noble de Dios".

Alexander Pope


"Un hombre obstinado no tiene opiniones, sino éstas a él."

Alexander Pope


"Un mundo más seguro en la profundidad de los bosques, una isla más feliz en el pantanoso páramo."

Alexander Pope
 Ensayo sobre el hombre



"Un partido político es la locura de muchos en beneficio de unos pocos."

Alexander Pope


"Una verdad está clara: lo que es, es cierto."

Alexander Pope



"¡Vasta cadena de la existencia!,
Nacida de Dios,
Naturalezas etéreas, o humanas,
Angelicales o terrenales,
Bestias, pájaros, peces, insectos,
Lo que ningún ojo puede ver,
Ni ninguna lente alcanzar;
Desde el Infinito hasta Ti,
Y de Ti hasta la Nada."

Alexander Pope
Ensayo sobre el hombre