"Adolfo se pasaba las horas muertas en aquella casa; tantas, que era difícil averiguar cuáles destinaba a la lucha por la existencia. D. Pantaleón se instruía rápidamente con las mil noticias científicas que diariamente le suministraba. Su inteligencia poderosa y predestinada a las grandes investigaciones no se desenvolvía como la de la mayoría de las personas, sino que dando saltos prodigiosos escalaba en poco tiempo las cimas más altas del saber. Las conversaciones con Moreno sugerían en su mente grandes, profundas ideas y provocaban deseos y propósitos que no habían de tardar en realizarse.
Como hubieran hablado durante algunos días de Zoología, habiéndole citado Moreno hechos muy curiosos acerca de los sentidos y el instinto de los animales, D. Pantaleón quiso hacer por su cuenta inmediatamente algunos estudios prácticos. Pesó y meditó algún tiempo sobre qué clase de animales había de dirigir su investigación. Descartó desde luego los invertebrados. Tenía escasísimas noticias de ellos. Entre los vertebrados eligió los mamíferos, y entre éstos, después de mucho vacilar entre los perros y los gatos, se decidió al fin por los primeros. La razón de esta preferencia no fue exclusivamente científica. Su hija Presentación tenía un perrillo faldero llamado Clavel, que había dado repetidas pruebas de inteligencia e ilustración. Por otra parte, en casa no había gatos ni D.ª Carolina los soportaba. Las circunstancias le empujaban, felizmente para la civilización, a escribir la monografía del perro.
Clavel era un perrillo como un puño, tan lanudo que apenas se hallaba hueso y carne debajo de aquel felpudo sedoso con que la Naturaleza le había abrigado. Con esto, dotado de una inteligencia enorme y de un temperamento excesivamente nervioso. Esto dependía, sin duda, del desequilibrio que existía entre aquel cuerpecillo minúsculo y su espíritu poderoso. Era sensible, puntilloso, tierno, irascible, terco y goloso, reflejándose en él alternativamente mil sentimientos opuestos, todos expresados con igual viveza. No había ejemplar más a propósito para el estudio.
D. Pantaleón comenzó por observarle atentamente durante horas enteras. Esta atención inesperada escamó muy pronto al Clavel. La mirada de Sánchez le ponía inquieto, nervioso. A los pocos minutos no podía menos de levantarse del sitio donde se hallaba para ir a tumbarse más lejos. Desde allí, haciéndose el dormido, observaba entreabriendo un ojo al papá de su dueño; si le veía acercarse para seguir mirándole, se levantaba acto continuo y salía de la habitación de malísimo humor.
Mientras las observaciones de Sánchez fueron simplemente visuales, las cosas no pasaron de ahí; pero cuando quiso poner en práctica algunos medios de cerciorarse del instinto y los sentidos del perro, éste comenzó claramente a demostrar su desabrimiento."

Armando Palacio Valdés
El origen del pensamiento



“¡Cuán fácil es dejarnos arrastrar por aquello que nos es fácil! Así yo, puesto a escribir novelas, me hallé cautivo de ellas y tan contento como el pez en el agua.”

Armando Palacio Valdés


"Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo".

Armando Palacio Valdés



"Cuando un escritor principia a comerciar con su ingenio, no tarda en suspender los pagos."

Armando Palacio Valdés


“Desde que se cesa de luchar por ella, la vida ya no tiene sabor.”

Armando Palacio Valdés


“Después por un juego de la fortuna me vi convertido en novelista, y comprendí que la fortuna tenía razón.”

Armando Palacio Valdés


"Después salgo al campo otra vez, y mis pies recorren los deliciosos senderos de la aldea, los bosques de avellanos, las calles estrecha entre setos de zarzamora y madreselva. Un sentimiento de inmortal felicidad invadía mi espíritu, lo tenía suspenso y extasiado. El aire embalsamado penetraba en mis pulmones embriagándome, los pájaros gorjeaban sobre mi cabeza bendiciones, las hojas de los árboles susurraban a mi oído promesas de dicha. De pronto, en una de las revueltas del sendero, tropiezo con una gran cerda que llevaba en pos de sí ocho o diez cerditos. Jamás he visto una aparición más celestial. Aquellos animalitos bulliciosos, sonrosados, cautivaron inmediatamente mi corazón.

Y como yo estaba persuadido de que me hallaba en el Paraíso y que todas las criaturas de Dios debían obedecerme y acatarme, en cuanto vi a un paisano cerca le ordené que me diera uno de aquellos cerditos. Sin pérdida de tiempo me lo entregó y yo le besé con transporte en el hocico. Pero aquel animalito no debía estar acostumbrado a esta clase de expansiones amorosas, porque la tomó como una ofensa, se puso a chillar y a forcejear hasta que logró desasirse y escapar con sus hermanos.

Un poco más lejos vi algunos carneros pastando, y el pastor, que era un chico de catorce o quince años, me invitó a que me sentara a su lado. Me trató igualmente como a rey y señor, y me regaló una flauta con la cual distraía sus ocios y los de los carneros, me enseñó a hacer jaulas de mimbre para los grillos, me adiestró en la caza de éstos, revelándome algunos procedimientos de su invención y por último me hizo saber que aquellos carneros me pertenecían y estaban a mis órdenes. Por lo tanto no tenía más que pedir a mi papá que me hiciese construir un carrito de madera y él se encargaba de enganchar los dos más fuertes y domarlos hasta que pudiera pasearme por todo el concejo y llegar a Sarna si fuera necesario. Yo pensé que me volvía loco de alegría. Me fui a casa y haciendo irrupción en el despacho donde se hallaba mi padre con algunos señores, le signifiqué a boca de jarro mi pretensión. Todos aquellos señores la encontraron muy razonable y la apoyaron con todas sus fuerzas, de modo que mi padre dio inmediatamente las órdenes oportunas para que se construyese el carro.

Pero, ¿qué es lo que veo? Un perrito negro con un redondo lunar blanco en la frente, que empieza a brincar en torno mío solicitando mi valiosa protección. Me apoderé de él, le tomé en mis brazos y nuestra amistad quedó sellada. Este perrito era una perrita, se llamaba Peseta a causa de la forma y tamaño del lunar que semejaba la moneda de este nombre y pertenecía al médico don Nicolás, uno de los señores presentes. Como es lógico, le pedí en seguida que me la regalase, y como es lógico también, me respondió que desde aquel momento era mía.

Salí con ella en los brazos y la paseé triunfante por la aldea mostrándola con orgullo a todo el vecindario. El respeto a la verdad me obliga a confesar que durante las dos o tres horas que la llevé sobre mi pecho, aquella linda perrita me dio pruebas inequívocas del más fino amor. Me decía cosas tiernas al oído y me lamía la cara, acaso más a menudo que lo que hubiera aconsejado la decencia. ¿Por qué, pues, aprovechando un descuido mío, saltó al suelo y emprendió una carrera vertiginosa sin escuchar mis anhelantes llamamientos? Nunca he podido comprenderlo. El corazón femenino es un abismo de contradicciones y misterios."

Armando Palacio Valdés
La novela de un novelista


"Don Martín, comprendiendo que había ido demasiado lejos, asintió, no sin dirigir un guiño expresivo al capellán.
Se sentaron a la mesa. Obdulia hacía esfuerzos atroces por comer, pero su estómago se negaba a recibir alimento alguno. Seguía en un estado de agitación bien visible. Don Martín la embromó acerca de su falta de apetito. ¿Estaría por ventura enamorada? A pesar de su inclinación a la iglesia, él apostaba a que había de concluir apasionándose violentamente. De una sola ojeada conocía él los temperamentos destinados al amor. Había ciertas señales: la ojera, que ella tenía muy pronunciada, los ojitos un poco entornados, los labios secos… y otras, y otras. El jefe de inválidos volvió a deslizarse. Doña Eloísa estaba en brasas, y otra vez le llamó al orden con voz angustiosa. Sucedía esto muy a menudo. Don Martín gozaba lo indecible coloreando las mejillas de las damas con sus frases atrevidas. Le parecía que era el adecuado complemento de aquella otra tendencia que sentía a enrojecer las de los caballeros con sus proverbiales bofetadas. Ambas inclinaciones acusaban su temperamento heroico y daban testimonio innegable de su procedencia del arma de caballería. Obdulia solía responderle con oportunidad y con gracia, dejándole no pocas veces amoscado; pero la preocupación que ahora la embargaba le impidió tomar nota de sus palabras y darles su merecido. Antes de terminar la cena se sintió indispuesta y tuvo que salir a otra habitación y arrojó cuanto había comido.
A los postres llegó doña Serafina Barrado con su capellán y mayordomo. Ambos venían encarnados, risueños y extraordinariamente locuaces. Los ojos les brillaban con fuego alegre y malicioso, que llamó la atención de sus amigos."

Armando Palacio Valdés
La Fe


"El amor en los hombres reflexivos, callados y virtuosos, prende, casi siempre, con fortaleza."

Armando Palacio Valdés



“El amor es una treta de la naturaleza.”

Armando Palacio Valdés


“¡El misterio! Sí, un misterio profundo nos envuelve. Cuanta más luz, más misterio.”

Armando Palacio Valdés
Testamento literario "La metafísica"
También atribuida a Thomas Carlyle



“En este mundo, los errores se expían como si fuesen crímenes.”

Armando Palacio Valdés


“En los años de mi adolescencia y en los primeros de mi juventud he creído firmemente que yo había nacido para cultivar las ciencias filosóficas y políticas y para ser un astro esplendoroso dentro de ellas. Llegar a ser un sabio respetado y solemne fue mi única ambición entre los quince y los veinte años.”

Armando Palacio Valdés


"Estuvieron algunos momentos aún asomados al balcón. Al cabo se retiraron a su dormitorio. Habían sonado las doce. Tristán estaba jovial, cariñoso, prodigando a su esposa mil respetuosas atenciones. Pero de pronto, mirando un primoroso vaso de agua que había sobre la mesa de noche, se quedó serio. Aquel servicio de cristal era regalo de la marquesa viuda del Lago. Una arruga se dibujó en su frente pálida que fue poco a poco haciéndose más honda. Al volver los ojos hacia él Clara quedó sorprendida.
—¿Qué tienes?—le preguntó con afectuoso interés.
—Nada—respondió secamente.
Transcurrieron algunos instantes de silencio. Tristán habló al fin con voz sorda:
—Un destino fatal parece descender de lo alto para interponerse constantemente entre la felicidad y yo. Su mano fría me sacude con rudeza para despertarme de todo sueño dichoso, de toda dulce ilusión. Ese vaso me recuerda que hace pocas horas también se hallaba mi espíritu nadando en una atmósfera de paz y de dicha como hace un instante, y que una voz para mi antipática, odiosa, la voz del marquesito...
—¡Todavía el marquesito!—interrumpió Clara vivamente.
—Sí, todavía. Y si él no hubiera sido, la fatalidad se encargaría de buscar otro instrumento animado o inanimado para recordarme que este mundo es dolor, siempre dolor... Unos ojos que me miran agresivos, impudentes, una faz congestionada por el alcohol, una lengua estropajosa que me suelta algunas insolencias rayanas en la injuria. Y eso he tenido que sufrirlo en el momento mismo en que todas las potencias del cielo y de la tierra parecían haberse reunido para hacerme dichoso.
—Pero si ese niño estaba ebrio como dices, ¿qué podían importarte sus tonterías?
—En la embriaguez como en los sueños manifestamos lo que somos, lo que guarda el fondo de nuestra alma y que no confesamos a los demás ni a nosotros mismos. Ese niño está enamorado de ti y a mí me odia; es lógico. Ignoro si ha dado algún paso para obtener tu amor y desbaratar nuestra unión, aunque lo presumo. Pero eso no es lo principal. Lo capital en este asunto, lo verdaderamente importante para mí es el saber si tú has alentado directa o indirectamente ese amor.
—¿Acaso no te lo he repetido infinitas veces? Estoy persuadida de que ese amor del marquesito no existe más que en tu imaginación: nadie lo ha echado de ver en la casa más que tú. Pero aunque así fuese, ni yo he escuchado de su boca jamás sino frases insignificantes, ni le he tratado más que como un amigo.
Tristán guardó silencio. Se había sentado sobre el borde de la cama y con la mirada fija en el suelo permaneció algunos minutos inmóvil, abstraído. Clara le contemplaba con expresión ansiosa que por momentos se iba haciendo más dolorida.
—¡Es raro! ¡es raro!—murmuró al cabo como si se hablase a sí mismo.
—¿El qué es raro, Tristán?—profirió ella con voz angustiada que parecía haber pasado entre sollozos.
—Es raro que no habiéndole dado tú ningún aliento haya osado ese chico soltar palabras tan atrevidas.
—¿Es que dudas de lo que acabo de decirte? Esas dudas cuando éramos novios tenían poco valor, no engendraban más que riñas pasajeras que según me aseguraban eran la salsa de las relaciones amorosas, aunque yo jamás quise creerlo. Pero ahora no somos libres y la sombra de cualquier sospecha que se interponga entre nosotros puede ocasionar nuestra desgracia. Considéralo, Tristán, medita que ya no puedes hablarme de ciertas cosas sin ofenderme gravemente.
—Quisiera creerte, Clara. Tú no sabes lo que me hace sufrir la duda de que no seas toda mía en cuerpo y alma, de que permanezca escondida en el fondo de tu corazón una pequeña inclinación, una leve simpatía germen de amor hacia otro hombre. ¡Pero no puedo! La duda se me ofrece siempre como un fantasma delante de los ojos. No puedo apartarla de mi presencia. Me agarra cuando menos lo pienso y se introduce dentro de mi ser, se filtra en mis venas como un veneno sutil y me inflama...
Clara le miró fijamente con ojos donde además de la tristeza se pintaba la cólera y murmuró sacudiendo la cabeza:
—¡Está bien! ¡está bien!
—¿Qué quieres decir?—profirió él mirándola a su vez a la cara—. ¿Te está pesando de haberte casado conmigo, verdad...? ¡Sí, sí... no lo niegues...! Lo estoy leyendo en tus ojos.
—No, no me pesa el haberme casado contigo, pero sí el que me des a entender que no puedo hacerte feliz.
Hubo algunos instantes de silencio. Al cabo Tristán comenzó a decir lentamente mirando al suelo:
—Una tarde estábamos tu hermano y yo hablando en su despacho. Tú te fuiste al balcón y apoyaste tus codos en el antepecho. Poco después entró ese chico y apenas nos hubo saludado fue a reunirse contigo. Y comenzasteis a hablar en voz baja y a reíros mientras yo tenía la vista clavada sobre vosotros. Y como si mis ojos os penetrasen por la espalda uno y otro volvisteis la cabeza para mirarme y un poco de rubor subió a tus mejillas. ¿Por qué te ruborizabas?
—Tristán, ¿qué estás diciendo?—gritó ella con voz desesperada.
—Otra noche—prosiguió el joven sin hacer caso de aquel grito doloroso—estábamos en el teatro de la Comedia en un palco contiguo al de proscenio. Yo charlaba contigo y nunca había estado más alegre y más enamorado que aquella noche. Frente a nosotros había un espejo. Cuando una vez se me ocurre levantar los ojos hacia él, veo allí pintada la imagen del marquesito, que detrás de nosotros, en otro palco, te estaba contemplando a su sabor. Tú lo habías visto y no me decías nada...
—¡Tristán!—tornó a exclamar la joven con acento aún más desesperado.
Y llevándose las manos al rostro profirió estallando en sollozos:
—¿Dios mío, qué me está pasando? ¡Esto no es verdad, esto es una horrible pesadilla!
Tristán la miró un instante confuso y arrepentido. Pero alzándose bruscamente comenzó a pasear con agitación por la estancia mientras decía gesticulando nerviosamente:
—¿Y yo qué culpa tengo...? Quisiera, aun a costa de mi sangre, arrancarme de la imaginación estas escenas, pero ellas no quieren huir. Si por algunos momentos se eclipsan es para aparecer nuevamente más vivas, más crueles.
Clara se había dejado caer sobre la almohada y sollozaba con el rostro metido en ella. Él también se sentó al cabo y acometido de una tristeza profunda, infinita, contagiado por las lágrimas de su esposa, comenzó igualmente a llorar. Pronto se alzó otra vez; volvió a su paseo agitado, volvió a su monólogo amargo y exaltado; pero de nuevo vino a sentarse al lado de su esposa abatido y sollozante.
Las primeras claridades de la aurora les sorprendieron todavía llorando sentados sobre el borde de la cama."

Armando Palacio Valdés
Tristán o el pesimismo


“Haz siempre lo que te salga del corazón y no temas equivocarte.”

Armando Palacio Valdés



"La admiración es bien recibida aunque venga de los tontos."

Armando Palacio Valdés


“La vida está hecha para obrar, y es tan corta, que si nos obstinamos en razonar cada uno de nuestros pasos, corremos el peligro de quedar inmóviles.”

Armando Palacio Valdés



"La vida no se nos ha dado para ser felices, sino para merecer serlo."

Armando Palacio Valdés


"Más había de galantería que de verdad en lo que aquél acababa de decir. Aunque la brigadiera había sido bella, acaso más que su hija, ésta no se le parecía sino en la forma de la frente, estrecha y delicada, y en la boca. Los ojos de Julia eran más chicos que los de su madre, pero más vivos, y de un mirar suave y halagüeño, que nunca los de ésta habían tenido; la nariz no era tampoco aguileña, sino recta y fina. En la figura aventajaba mucho la madre a la hija, y en el color también, para los que prefieren las blancas a las morenas. Julita era una muchacha más bien baja que alta, pero muy bien proporcionada; tenía el talle esbelto y airoso como pocos; todos sus ademanes eran vivos y resueltos y estaban impregnados, si vale la palabra, de una gracia singular; el color tostado en demasía, acercándose mucho al de las gitanas, con las cuales guardaba más de este punto de semejanza; los cabellos idénticos a los de su madre cuando tenía su edad, negros, sutiles y lustrosos, y cayéndole en rizos sobre la frente. No era la hermana de Miguel un dechado de belleza, o lo que es igual, no poseía la pureza y corrección de líneas generadoras de la armonía (la cual es más aparente que real algunas veces); pero en cambio llevaba en sus ojos, en su garbo, en su sonrisa, el brillo y la sal de Andalucía.
Miguel no sabía cómo dar a la conversación un giro elevado y noble, acomodado a los sentimientos que agitaban su alma. Hubiera querido hablar de su padre, de su bondadosísimo padre, a quien tanto había amado; de buena gana hubiera recordado también los pormenores de su infancia, por más que en ella la brigadiera no desempeñase un papel muy grato; dispuesto estaba a olvidar todas las heridas, todos los desdenes y acordarse únicamente de los cortos momentos de dicha que había disfrutado; hasta los castigos de su madrastra adquirían, con la velada luz de los años, y al través de la súbita ternura que se había apoderado de él, un aspecto maternal que borraba su injusticia; por su gusto se reiría, trayéndolos a cuento como hacen algunas veces los hijos cariñosos después que llegan a hombres. Pero la actitud reservada, aunque atenta y afable de la brigadiera, le imponía respeto y le cortaba los vuelos para desahogar el pecho. Por otra parte, deseaba también entrar en la cuestión de intereses y no se atrevía, temiendo ofender su orgullo. Después de hablar algunos minutos todavía en el mismo tono indiferente, más propio de una visita de amigo que de una entrevista tan grave y solemne como debía ser aquella, procuró encauzar la conversación hacia lo que quería, hablando mucho de sí mismo, de sus tristezas y de su porvenir."

Armando Palacio Valdés
Riverita



"Mas también los artistas y literatos ayudan con su conducta al estado miserable en que se hallan. En España se ha entendido hasta ahora que el poeta o el artista es un ser mitad humano mitad angélico a quien no sientan bien los deberes y hábitos exigidos a los demás hombres. Todo hombre debe trabajar para ganarse el sustento; pues el literato no. Todo hombre debe ser previsor y separar de lo que gana una parte para mañana; pues el literato está exento de tal carga. Pasar la vida holgando y tomar la pluma en los momentos de inspiración (que no suelen venir precisamente cuando se está ayuno); vender los productos del ingenio al primer editor usurero con quien se tropieza; gastarse el dinero alegremente en un día y pasar el resto del mes viviendo del crédito, si es que lo hay; tal ha sido hasta la fecha el proceder de la mayor parte de nuestros literatos. En algo se han de distinguir los seres inspirados de los que no lo son.
Y si está era la conducta de los grandes ingenios, de los hombres más eminentes, calcúlese cuál sería la de los adocenados, los que no pudiendo elevarse hasta ellos por la belleza de las obras imitan su vida exterior y hasta pretenden oscurecerla (y a veces lo consiguen) por medio de enormes extravagancias y atrocidades. Hubo una época en que la bohemia invadió toda la literatura. Para ser literato era preciso no sólo ser perdulario sino afectarlo; vivir a la ventura, no pagar a la patrona (este era el artículo primero del código bohemio), dormir algunas veces al aire libre, rodar noche y día por los cafés, pedir dinero a todo el mundo con resolución de no devolverlo, ponerse las camisas y las botas de los amigos, dar mico al sastre, jugar, emborracharse, etc., etc. Los que tenían gracia solían emplearla en estas cosas y se hacían célebres. Todavía se cuentan con entusiasmo las pasadas que a sus patronas, sastres y zapateros han jugado algunos escritores de menor cuantía, y hay quien les admira por ellas más que por sus obras: quizá tengan razón, porque estos literatos tan chistosos para no pagar, no solían serlo tanto para escribir."

Armando Palacio Valdés
El último bohemio



"Me agradan las mujeres hermosas que se lavan con agua pura, los chistosos que no preparan sus chistes y los literatos que escriben sin pensar en la imprenta."

Armando Palacio Valdés



“Me hice abogado, que es la carrera de los ricos tontos y de los pobres listos.”

Armando Palacio Valdés



“No hay nada más triste que la tristeza de un hombre alegre.”

Armando Palacio Valdés



"Para comprender bien qué casta de pensamientos alteraban y embebecían al joven durante sus paseos nocturnos, son necesarios algunos antecedentes sobre su educación, temperamento y aficiones. El padre del héroe, D. Baltasar Rodríguez, era hombre que poseía inteligencia clara, ilustración, si no muy extensa, bastante sólida, y sobre todo una sensibilidad exquisita que procuraba ocultar cuidadosamente debajo de un exterior frío y hasta severo. Ésta era la parte flaca, pensaba él, de su carácter, y la combatía y la refrenaba sin tregua en todos los momentos de la vida sin lograr resultados satisfactorios. D. Baltasar no aceptaba su excelente corazón como un beneficio de la Providencia, sino como carga pesadísima que le había molestado durante su carrera, estorbándole en el logro de todos sus propósitos. «Si yo hubiese tenido arranque para dejar a mi mujer y a mi chiquitín y partir para Cuba, cuando en 1854 me ofrecieron la plaza de secretario del Banco de la Habana—solía decir a sus amigos íntimos, a estas horas otra sería mi fortuna. Si me hubiera aprovechado, como D. Marcelino, de la ruina de la casa de Argüelles, esa vega que usted ve ahí, señor juez, sería mía. Si tuviese valor para arrojar de la casería a Modesto Fernández, que hace ocho años que no me paga renta alguna, podría agregar todas esas tierras a la posesión y ésta doblaría de valor... Pero ¡si no puede ser! —concluía siempre en tono desesperado. —¡Si los hombres como yo debieran estarse quietos en su casa y no meterse en dibujos! Cuando alguno por consolarle le decía: «Después de todo, D. Baltasar, es mucho mejor tener la conciencia tranquila como usted, que no manchada como los otros», se volvía airadamente exclamando: «¿Y qué es la conciencia? Yo no creo en la conciencia. Veo que D. Agapito de las Regueras, después de haberse comido la fortuna de los hijos de su hermano, vive tan tranquilo y es más feliz que yo. Veo que D. Marcelino goza de su riqueza con la serenidad de un arcángel y no sueña que hay seres que derraman lágrimas por su causa... ¡La conciencia, la conciencia! La conciencia es una cosa que sirve sólo para molestar a los hombres honrados». No dejaba de ofrecer ribetes de cómico el deseo ardiente que D. Baltasar tenía de ser un hombre inmoral y perverso."

Armando Palacio Valdés
El señorito Octavio


“Si el amor de una mujer fue una comedia, su matrimonio será un drama.”

Armando Palacio Valdés



"Triste es llegar a una edad en que todas las mujeres agradan y no es posible agradar a ninguna."

Armando Palacio Valdés


"Viajero, si alguna vez escalas las montañas de Asturias y tropiezas con la tumba del poeta deja sobre ella una rama de madreselva, así Dios te bendiga y que des tus pasos con felicidad sobre el Principado."

Armando Palacio Valdés
Inscripción de su lápida