"¡Ay, infortunado, cuán malaventurado eres ahora a causa de todo lo que has dejado de preguntar!"

Chrétien de Troyes
Li contes del graal


“El amor sin ansiedad y sin miedo
es fuego sin llamas y sin calor,
un día sin sol, una colmena sin miel,
un verano sin flores, un invierno sin escarcha.”

Chrétien de Troyes, Cliges



El caballero de la carreta

"Y encuentran un lugar muy hermoso, 
un monasterio, y cerca del enrejado 
un cementerio de muros cerrados. 
No era loco ni malvado 
el caballero que en el monasterio 
entra de pie para rezar a Dios, 
mientras la joven cuida su caballo. 
Cuando termina su oración y regresa, 
hacia él se acerca un monje muy viejo, 
le suplica dulcemente que lo informe 
sobre aquello que desconoce, 
y el viejo habla de un cementerio: 
"Llevadme allí, que Dios os ayude" 
"Con todo gusto, señor", responde el monje. 
El caballero, detrás del monje, 
entra y recorre las más bellas tumbas, 
y había letras sobre cada una, 
nombres de los que dentro se agitaban. 
Título tras título, el caballero lee las letras: 
"Aquí se agita Gauvain, 
aquí Luis, aquí Yvan". 
Llegan los ataúdes con nombres célebres, 
caballeros elegidos, los más preciados y mejores 
de esta tierra y otros lugares. 

(Lancelot y sus caballeros llegan al Puente de la Espada, el único camino hacia la Tierra de las Prisiones). 

Al pie del alto puente 
descienden de sus caballos, 
aguas ásperas, ruidosas, rebeldes, 
tan terribles como las del Río del diablo; 
nadie en el mundo, si allí cayera. 
Y el puente que lo atravesaba 
era una espada blanca y limpia, 
pero fuerte y escarpada, 
con dos lanzas a cada lado. 
Mucho se desalentaron los caballeros, 
pensando en leones y leopardos del otro lado. 
El agua, el puente y los leones 
tanto terror les provocaron 
que de miedo temblaron. 

(Lancelot les habla a sus caballeros) 

Señores, partid complacidos 
porque por mi os habéis conmovido: 
por vuestro amor y franqueza. 
Bien sé que no deseáis mi mal, 
pero mi fe es tal 
que prefiero la muerte y nunca regresar... 

Ellos suspiran, lloran sin piedad. 
Aunque sobre la espada se mantenga 
no llegará entero ni sano del otro lado. 
Prefiere mutilar sus pies y manos, 
cruzar descalzo, caer del puente 
y bañarse en las aguas intactas 
más nunca regresar. 
Con gran dolor, obligado, da un paso, 
luego otro, castigando manos, 
rodillas y pies que sangran, 
sólo el amor consuela su sufrimiento. 
Del otro lado del puente recuerda 
los dos leones que creyó haber visto, 
ni un lagarto se veía ahora, 
nada que mal le haga: 
pone su mano delante de la cara, 
comprueba que los leones sólo existen del otro lado."

Chrétien de Troyes
Le chevalier de la charrette


"La reina le conduce enseguida a su habitación, y manda que se le lleve rápidamente un brial nuevo y el manto purpura de otro tejido de cruz pequeña que había sido hecho a su medida. Aquel a quien ha mandado ha traído el manto y el brial que estaba forrado de armiño blanco hasta las mangas; en los puños y en el cuello había, sin duda alguna, más de doscientos marcos en pan de oro, y piedras preciosas de grandes virtudes, índigas y verdes, nuiles y pardas, que estaban engastadas encima del oro por toda la túnica. Muy rico es el brial, pero, en verdad, que el manto no valía menos. Aún no les habían puesto ninguna hebilla pues eran totalmente nuevos y recientes, tanto el brial como el manto. El manto era bueno y fino: en el cuello tenía dos cebellinas con cintas que tenían más de una onza de oro, por un lado un jacinto y en el otro un rubí que brillaba más que un escarbunclo que arde. El forro era de armiño blanco, nunca se vio ni se encontró más bello ni más fino. La tela púrpura estaba muy bien trabajada, con crucecitas diferentes, índigas, bermejas y añiles, blancas y verdes, azules y amarillas. La reina ha pedido unas cintas de cinco varas de hilo dorado de seda; le han entregado las cintas, bonitas y bien trabajadas; las hace poner enseguida en el manto a un hombre que era un buen maestro en el oficio. Cuando no hubo más que hacer con el manto, la noble dama de buen origen abraza a la doncella de la saya blanca y le dice con francas palabras:
—Doncella mía, os quiero pedir que cambiéis la saya por este brial que vale más de cien marcos de plata, y que os abrochéis este manto encima; otro día os daré más.
Ella lo acepta de buen grado, coge la ropa y se lo agradece. A una habitación aparte la han llevado dos doncellas; entonces le han quitado su saya [que no valía ni una brizna de hierba, y ha rogado y encomendado que sea dada por el amor de Dios] en cuanto llegó a la habitación; luego, viste su brial y se lo ajusta y se lo ciñe con un brocado muy rico; luego se ata el manto. Ya no tiene la cara triste, pues la ropa le sienta tan bien que parece bastante más bella que antes. Las dos doncellas le han adornado el pelo por encima con un hilo de oro, pero brillaba mucho más el pelo que el hilo de oro que era muy puro. Las doncellas le colocan en la cabeza una diadema de oro trabajada con flores de muchos y diversos colores; éstas se aplican lo mejor que pueden para engalanarla, hasta que no queda nada más para disponer. Una doncella le ha puesto en el cuello dos broches de oro trabajados con un topacio engastado, de forma que estuvo tan bella y hermosa que no creo que en ninguna tierra, por mucho que se la buscara y mirara, se pudiera encontrar su pareja, tan bien la había formado la Naturaleza. Luego salió de la habitación y fue ante la reina, que la acoge de buen grado; la estimó y le agradó mucho ya que estaba tan bella y bien engalanada. Las dos se toman de la mano y van delante del rey; cuando el rey las ve, se levanta hacia ellas."

Chrétien de Troyes
Erec y Enide



"Una doncella, hermosa, gentil, bien ataviada, que venía con los pajes, sostenía un grial entre las manos. Cuando allí hubo entrado con el grial que portaba, se hizo tan gran claridad que las velas perdieron su brillo, como les ocurre a las estrellas cuando salen el sol o la luna."

Chrétien de Troyes
Li contes del graal

(El cuento del grial)