"Del hotel Miyako a la mansión del gineceo que le estaba destinada, no hubo ya sino un paso. Sui lo franqueó alegremente. Desde la cumbre del cerro, a quinientos metros de altura, descendió por la rampa rotatoria adornada de banderines y recubierta con una alfombra roja desde todo lo alto. Un helicóptero le hacía guardia desde el aire. Envolvía su cuerpo semidesnudo, ceñido en la malla de lamé dorado, haciendo revolar con el vendaval de sus hélices la capa de armiño que la cubría. Las cámaras instaladas en el helicóptero no cesaban de filmar la ceremonia de la coronación. La nave, pintada de un furioso rojo, sobrevoló toda la ciudad, a baja altura, sobre las calles repletas de curiosa multitud. Durante días tuvimos la imagen de Sui en los noticieros de televisión, captada en todos los ángulos imaginables, por aire, por las calles principales de la ciudad, en el salón del trono. Los fotógrafos la perseguían hasta los inodoros.
Tras la escena del podio, en la que apareció rodeada por sus princesas, que parecían sus avejentadas nodrizas, bailó toda la noche con bailarines profesionales contratados expresamente en Viena, París, Nueva York y Río de Janeiro. Sui pudo cumplir su sueño de bailar la danza aérea del amor de dos
libélulas con un auténtico capoeira de las favelas de Río.
Había hecho montar un escenario al aire libre, frente al Panteón de los Héroes, con un complicado deus ex machina de cables, poleas y resortes especiales. Se dio el gusto de invitar a todas sus ex condiscípulas de la escuela de Manorá, que, en medio de la aglomeración popular, contemplaban aleladas el espectáculo.
La vimos hasta el momento en que montó en una limusina blindada de cristales opacos, acompañada por la celadora del original gineceo. Habrá leído en los cuadernos la historia de Frida Gráfenberg, alias Friné, esa increíble mujer nacida del huevo del nacional-socialismo hitleriano, e importada al Paraguay por el émulo criollo, que la sobrevive por un tiempo supuestamente incalculable, pero que caerá algún día, más pronto o más tarde, como todos ellos. Para sueños
milenaristas, los tiranosaurios…
En el serrallo dictatorial, las residencias de las hetairas están situadas en barrios diferentes, según el principio de la concentración en la dispersión. La incomunicación de las odaliscas es total, con lo que se evitan las rivalidades, los celos, los incidentes entre las validas. Se crea así, para cada una, la ilusión de ser la única."

Augusto Roa Bastos
Madame Sui 


“El doloroso olor de la memoria enmohece los mejores recuerdos.” 

Augusto Roa Bastos



“El don de adivinación de las mujeres tiene en los ovarios dos lóbulos como en el cerebro, los únicos que posee el hombre.” 

Augusto Roa Bastos



“El hombre sólo desea. La mujer además procrea. Tal es sus superioridad biológica y emblemática.” 

Augusto Roa Bastos


"El ingenio se hallaba cerrado por limpieza y reparaciones después de la zafra. Un tufo de horno henchía la pesada y eléctrica noche de diciembre. Todo estaba quieto y parado junto al río. No se oían las aguas ni el follaje. La amenaza de mal tiempo había puesto tensa la atmósfera como el hueco negro de una campana en la que el silencio parecía freírse con susurros ahogados y secretas resquebrajaduras.
(...)
Cuando se apagó el murmullo de las voces, se pudo notar que el acordeón fantasma no sonaba ya en la garganta del río. Sólo la campana forestal siguió tañendo por un rato, a distancia imprecisable. Después también el pájaro calló. Los últimos ecos resbalaron sobre el río. Y el silencio volvió a ser tenso, pesado, oscuro. Los primeros relámpagos se encendían hacia el poniente, por detrás de la selva. Eran como fugaces párpados de piel amarilla que subían y bajaban súbitamente sobre el ojo inmenso de la tiniebla. El acordeón no volvió a sonar esa noche en el Paso.
(...)
Las ruinas también lo miraban con ojos ciegos. Se miraban sin verse, el río de por medio, todas las cosas que habían pasado, el tiempo, la sangre que había corrido, entre ellos dos; todo eso y algo más que sólo él sabia. Las ruinas estaban silenciosas entre los helechos y las ortigas. Él tenía su música. Sus manos se movían con ímpetu arrugando y desarrugando el fuelle. Pero en el rezongo melodioso flotaba su secreto como los camalotes y los raigones negros en el río.
(...)
La recordaba como entonces y aunque estuviera lejos o se hubiese muerto, la esperaría siempre. No; pero ella no estaba muerta. Sólo para él era como un sueño. A veces la sentía pasar por el río. Pero ya no podía verla sino en su interior, porque la cárcel le había dejado intactos sus recuerdos pero le había comido los ojos. Estaba acompañado y solo. Por eso el acordeón sonaba vivo y marcial entre las barrancas de Paso Yasy-Moroti, pero al mismo tiempo triste y nostálgico, mientras caía la noche sobre su noche."

Augusto Roa Bastos
El trueno entre las hojas



"En España, en la rama de los Tassis de Valladolid, el apellido cambió una de sus eses por una r, convirtiéndose en Tarsis, el apellido materno de Jimena. Suele ser ella muy renuente a hablar de esta genealogía que le parece falsa además de presuntuosa. Lie investigado por mi cuenta en los anales postales, tanto como en la historia familiar de los Peralta Tassis. Y la conclusión parece irrefutable.
Leyenda o crónica histórica, estos avatares no niegan la preeminencia que tuvo la descendencia de los Villamediana en los Correos Mayores del Rey, y menos aun la existencia real del anillo.
Después de muchas hesitaciones y con un sentimiento de estar cometiendo una profanación, he sustraído el anillo del costurero de Jimena. Lo he estado observando anoche con el microscopio. La cabeza que muerde la cola tiene un orificio invisible a simple vista. Una cierta presión sobre el ópalo, que finge un ojo de cíclope, dispara por el orificio un aguijón de una centésima de milímetro.
No lo hace regularmente; es evidente que el mecanismo debe estar atascado por exceso de polvo y de herrumbre. Acaso por falta de costumbre. Tengo que hacerlo revisar por un experto sin despertar sospechas, hl argumento es simple: debo venderlo en las subastas del Sotheby’s. El anillo me va divinamente en el dedo mayor de la diestra, como si yo mismo lo hubiese encargado a un orfebre
de Roma, cuatro siglos atrás, para la presente emergencia, que ha de cumplirse en un mes, a más tardar.
Lo raro es que el blasón inscrito en el estuche y que se reproduce microscópicamente en el interior del anillo, no corresponde al escudo de los Villamediana. Hay un tejón (tejón en italiano es tasso), coronado por el cuerno de correos. En el campo azul de la parte inferior hay otro tejón de plata, pero en la parte superior dorada despliega sus alas un águila real, negra como el carbón.
El conjunto está dominado por un cuerno de caza tallado en oro. Y esto es lo extraordinario: se trata del blasón de los Tasso, pero no de los Villamediana.
Tengo para mí que el hijo de don Francesco devolvió al conde o a su esposa, cuando todavía vivían juntos, gato por liebre. Pero esta liebre, o mejor dicho, el águila negra del escudo, es valiosa porque es única. La llevaré posada en un dedo sin que nadie lo note. El pico más duro que el topacio, hará estallar como un rayo la cabeza del tirano.
Me resultó bastante difícil dar con uno de estos orfebres, entendidos en joyas del Renacimiento. Al fin encontré un joyero italiano afincado en Marsella, verdadero artista y erudito en historia de las joyas. Me contó la historia del anillo con precisión de detalles, y se comprometió en remediar el funcionamiento en pocos días."

Augusto Roa Bastos
El fiscal


“Existe el azar porque existe el olvido.” 

Augusto Roa Bastos 



“La verdad sólo es verdad mientras permanece oculta.” 

Augusto Roa Bastos 



“Las mujeres reconstruyen sin cesar lo que los hombres destruyen.”

Augusto Roa Bastos


"Llegó con una valija negra grande y con ese extraño perrito blanco que tenía una cinta celeste atada al cuello y olía con el mismo perfume que ella. Tan chico que parecía un juguete vivo, ladrador.
Bajó del sulky hermosa, opulenta. No había cumplido aún los diecisiete años, pero parecía ya una mujer robusta y granada de veinticinco. La tez como las magnolias, bajo la cabellera oscura. Pálida y ojerosa. Demasiado blanca y espigada. Orgullosa, o quizá solamente reservada.
Mientras bajaba, un golpe de viento removió el vestido y mostró parte de la pantorrilla mórbida y gruesa, como el tronco de un árbol recién despellejado. Alderete, que le tendía la mano para ayudarla, giró el rostro para no ver, gritando con ira repentina a Juancho cualquier cosa. El muchacho viboreó junto al sulky sin saber qué hacer. Ese resplandor de vientre de pescado también lo había cegado a él pateándole el estómago hético con la coz de una mula, removiendo sus irremediables catorce años, su pubertad baldada por el mal."

Augusto Roa Bastos
Esos rostros oscuros





“Lo individual es lo universal que se manifiesta a través de un destino.” 

Augusto Roa Bastos 


"—Mi único y último testamento es el siguiente... —el humo y el olor de la pólvora empezaron a llenar la habitación haciendo toser a los presentes—. Ítem primero: Mando que se desmanden todas las mandas anteriores que pudieran existir en cualquier parte del mundo y en poder de cualquier albacea, salvo del Albacea inmortal y todopoderoso, que es Dios mismo. Ítem segundo: Renuncio a todos los títulos, privilegios y honores que me han sido otorgados, dejados en suspenso o retirados; renuncia que la muerte inminente de mi persona física hace indeclinable y absoluta. Ítem tercero: Mando que todas las tierras y posesiones que se me han atribuido en recompensa de un descubrimiento que no ha sido hecho por mí, y de una conquista que yo he comenzado y que va contra todas las leyes de Dios y de los hombres, sean devueltas a sus propietarios genuinos y originarios (respéteseme el pleonasmo, que no es tal, señor escribano). Esto se hará por mediación del Consejo de Indias y de sus legítimas autoridades con el refrendo de la Corona española. Los grandes daños y el holocausto de más de cien millones de indios deben ser reparados material y espiritualmente en sus descendientes y sobrevivientes. Ítem cuarto: En la imposibilidad física de estampar en este documento mi firma legal y religiosa de Christo Ferens (ya no soy el Portador de Cristo sino el abandonado por Cristo), dejo impresas sobre él las señas de las yemas de mis dedos con el zumo de mis ojos. Sea firmado este documento por las testigos aquí presentes, y registrado en los tribunales y juzgados competentes de las Españas y las Indias para su inmediata ejecución y hasta su total cumplimiento...
Con la ayuda del Ama y la Sobrina untó los dedos en la humedad sanguinosa que manaba de sus ojos y los imprimió al pie de ese pergamino, postrero título de la definitiva desposesión que él se otorgaba a sí y a sus herederos. Un último petardo estalló. La íngrima silueta del Almirante fue desvaneciéndose en la humareda cada vez más densa, hasta que no se le vio más."

Augusto Roa Bastos
Vigilia del almirante



“Los más cultos son los más ocultos. Ansían volver a la naturaleza que han traicionado.” 

Augusto Roa Bastos



“Nada destruye tanto la lucidez como la autocompasión y la obsesión de la desdicha.” 

Augusto Roa Bastos



"Quiero que en las palabras que escribes haya algo que me pertenezca. No te estoy dictando un cuenticulario de nimiedades. Historias de entretén-y-miento. No estoy dictándote uno de esos novelones en que el escritor presume el carácter sagrado de la literatura. Falsos sacerdotes de la letra escrita hacen de sus obras ceremonias letradas. En ellas, los personajes fantasean con la realidad o fantasean con el lenguaje. Aparentemente celebran el oficio revestitdos de suprema autoridad, mas turbándose ante las figuras salidas de sus manos que creen crear. De donde el oficio se torna vicio. Quien pretende relatar su vida se pierde en lo inmediato. Únicamente se puede hablar de otro. El Yo sólo se manifiesta a través del Él. Yo no me hablo a mí. Me escucho a través de Él....... Con los mismos órganos los hombres hablan y los animales no hablan. ¿Te parece esto razonable? No es, pues, el lenguaje hablado el que diferencia al hombre del animal, sino la posibilidad e fabricarse un lenguaje a la medida de sus necesidades. ¿Podrías inventar un lenguaje en el que el signo sea idéntico al objeto? Inclusive los más abstractos e indeterminados. El infinito. Un perfume. Un sueño. Lo Absoluto. ¿Podrías lograr que todo esto se transmita a la velocidad de la luz? No; no puedes. No podemos..."

Augusto Roa Bastos
Yo el Supremo



"También los anchos pies palmípedos mostraban los dedos enjoyados de anillos baratos pero luminosos, lus­trados con saliva, operación a la que se dedicaba pro­lijamente a cada tanto en lucha contra el polvo tenaz.
—Yo soy de Encarnación pero viví mucho tiempo en Iturbe. Lindo pueblo, Iturbe. Trabajé de costurera y pan­talonera en Iturbe —dijo la mujer—. Yo cosí los prime­ros pantalones largos a los muchachos de aquella época. Ahora, si viven, tendrán la edad de este señor.
En mi interior agradecí a la soplona que omitiera el nombre de Manorá. No podía ignorarlo. Pero era un ho­menaje el que la voz indigna no mencionara el nombre de Manorá ni nombrara al maestro Gaspar Cristaldo, su fundador, el personaje más importante que vivió allí.
Era evidente que la soplona no conoció al maestro. O que lo negaba a propósito, a saber por qué motivo.
De uno de sus bolsos sacó una antigua foto y me la mostró con orgullo. Vi el pueblo, la fábrica y el río.
Del sobado mazo extrajo y exhibió otras fotos. En una de ellas —la emoción me ató un nudo en la garganta— vi a papá y mamá atendiendo a los heridos que volvían del frente después de tres años de guerra.
Los catres y camillas estaban esparcidos bajo los ár­boles, bajo una enorme bandera nacional.
Seguí contemplando las fotos.
La chimenea altísima rayaba las nubes sin echar gota de humo por la boca de bronce. El pararrayos ya estaba colocado y despedía chispitas verdes, amarillas y azules.
Un día a los doce años de edad, con la complicidad de los obreros foguistas, trepé en el interior de la chi­menea por la escalerilla en espiral. Casi no hubo necesi­dad. El poderoso tiraje me levantó en vilo, chupándome hacia lo alto hasta que el viento de las alturas me gol­peó la cara.
Abrazado al pararrayos, había visto el pueblo más pe­queño que en la foto. El pueblo más pequeño del mundo.
Vi el humo de las olerías. Como hileras de hormigas, las mujeres transportaban sobre sus cabezas inmensas cargas de ladrillos, recién moldeados, hacia los grandes hornos envueltos en llamas.
Vi una olería microscópica.
En el patio de casa, más pequeñas e insignificantes que dos hormiguitas blancas, mis hermanas amasaban el barro, llenaban los moldes y los tendían a secar en hileras bajo el sol de fuego.
Habían formado su cooperativa propia. Años después se les unió el hermano benjamín. Era un científico y un hombre de empresa. El negocio les iba bien. Padre cui­daba de que no se le subieran de nuevo al cadete los humos de su implacable y autoritario capataz."

Augusto Roa Bastos
Contravida


“Uno se ama y también se odia en el otro.” 

Augusto Roa Bastos




No hay comentarios: