"Ahora él camina por aquel camino tenebroso al lugar de donde afirman no vuelve nadie."

Cayo Valerio Catulo


“El sol puede morir y volver a nacer; pero nosotros una vez apagada nuestra breve claridad, hemos de morir una sola y eterna noche.”

Cayo Valerio Catulo


"Intimidadas por su maravilla 
las estrellas cerca de la hermosa luna 
cubren sus propios y brillantes rostros
mientras ella ilumina de amor la tierra
con su esplendorosa plata…"


Cayo Valerio Catulo



"Los juramentos de amor son el aliento húmedo de los vientos."

Cayo Valerio Catulo


“Los soles se ocultan y pueden aparecer de nuevo pero cuando nuestra efímera luz se esconde, la noche es para siempre y el sueño, eterno.”

Cayo Valerio Catulo


“No hay cosa de mayor necedad que una risa necia.”

Cayo Valerio Catulo




“Odio y amo. Acaso preguntarás por qué obro así. No lo sé; pero siento que ello es así, y eso mismo me atormenta.” 

Cayo Valerio Catulo


Poema 8

Pobre Catulo, no te engañes más
y da lo que ves muerto por perdido.

Para ti en otro tiempo se encendieron
muchos días felices. Eso fue
cuando acudías a donde esa joven
—que amaste como nadie jamás a otra
será capaz de amar— te reclamaba.
Y allí, en cuanto empezabais esos juegos
amorosos que tanto os complacían,
no hay duda de que a ti se te encendieron
aquellos días felices.
Mas ahora,
como ella ya no quiere continuar,
tampoco quieras tú: todo es inútil.
No persigas las cosas que se han ido.
No subsistas como un menesteroso.
Pon toda tu cabeza en aguantar.
Resiste y dile: «Pues adiós, muchacha.
Catulo ya resiste y no te va
a buscar ni a rogar como obligándote,
aunque te va a doler que él no te ruegue.
¡Y ay de ti, criminal!, porque ¿qué vida
llevarás? A partir de ahora, ¿quién
se te acercará?; ¿quién te tendrá por
la más hermosa?; ¿a quién vas a amar tú?;
dirás que eres ¿de quién?; ¿y a quién vas a
besar mordisqueándole sus labios?

Pero, Catulo, terco tú, resiste.

Cayo Valerio Catulo


Poema 13

En unos pocos días y en mi casa,
cenarás hasta hartarte si los dioses,
oh Fábulo, te dejan y… si traes
una cena copiosa, una muchacha
guapa, el vino, la sal y muchas risas.
Si, como digo, vienes con todo esto,
has de cenar muy bien, querido amigo,
pues lo que es el bolsillo de Catulo
solo de telarañas está lleno.
Y a cambio, en recompensa, ganarás
mi cariño más limpio y un regalo
muy suave y elegante, el mismo que
los dioses del Amor y los Deseos
le dieron a mi chica: cierto ungüento
que, en cuanto lo olfatees, te verás,
Fábulo, conducido a suplicar
que los dioses te muden por entero
¡y hagan de ti tan solo una nariz!

Cayo Valerio Catulo


Poema 32

Tengo que amarte, mi Ipsitila dulce.
Como eres mi delicia y mi placer,
mándame que esta tarde yo te busque.
Y si me ordenas eso, deja abierta
la puerta de tu casa, por favor,
y a ti ni se te ocurra salir fuera:
quédate dentro y nos dispensaremos
nueve polvos divinos sin parar.
Mas si quieres hacer lo que te he dicho,
tienes que darte prisa en ordenármelo:
bocarriba e hinchado tras comer,
en la cama perforo en este instante
con mi pene la túnica hasta el manto.

Cayo Valerio Catulo



Poema 37

Vosotros los compadres de ese bar de fulanas
que está a nueve columnas del templo de los dos
mellizos que se cubren sus cabezas con píleos,
¿es que pensáis que solo vosotros tenéis picha
y que solo a vosotros se os permite follar
a todas las muchachas que se tercien pensando
que el resto de los hombres son cabrones? ¿De veras
creéis que, porque siempre estáis sentados quietos
cien o doscientos memos, no me voy a atrever
a que me la chupéis los doscientos mirones
a la vez? Pues pensadlo, porque ¡voy a pintaros
con pollas la fachada completa de esa tasca!
Y esto porque la chica que huyó de mi regazo,
a la que he amado tanto como nunca podré
querer a otra, y luchado muchas veces por ella,
ahora se sienta ahí junto a todos vosotros.
Felices y contentos, todos os la tiráis,
pero lo despreciable es que todos sois unos
repugnantes puteros callejeros: y tú
más que cualquiera, el único melenudo llegado
de aquella Celtiberia repleta de conejos,
sí, tú, Egnacio, el guaperas de la barba cerrada
que te lavas los dientes con meados de Iberia.

Cayo Valerio Catulo


Poema 50

Ayer, desocupados, estuvimos
largo tiempo en mi casa distrayéndonos
en escribir, tal como corresponde,
Licinio, a los que somos refinados.
Medíamos los dos nuestros versitos
con este o aquel ritmo, respondiendo
uno al otro y jugando entre las risas
y el vino. Desde entonces me quedé
inflamado, Licinio, por tu hechizo
y tu humor. Ya ni gozo la comida,
pobre de mí, ni el sueño me permite
cerrar en paz los ojos, sino que
me revuelvo en la cama cerrilmente
enardecido y solo deseando
que llegue el día para hablar contigo
y estar juntos los dos. Hasta que al fin,
agotados mis miembros por la brega,
cayeron en la cama semimuertos,
y después te escribí, feliz amigo,
este poema para que te enteres
mejor de mi dolor. Ahora no oses
despreciar, te lo ruego, estas mis súplicas,
no vaya a ser que Némesis, vengándome,
te imponga su castigo: es una diosa
feroz y has de guardarte de ofenderla.

Cayo Valerio Catulo


Poema 58

Aquella Lesbia mía, Celio mía,
única Lesbia que Catulo
amó más que a sí mismo y que a todos
los suyos, anda ahora en callejones
y oscuras travesías pajeando
a los nietos de Remo el generoso.

Cayo Valerio Catulo


Poema 63

Atis atravesó la hondura de los mares
en un barco veloz. Y en cuanto, ya impaciente,
pisó el bosque de Frigia y se fue aproximando
al territorio oscuro de Cibeles, repleto
de floresta silvestre, enseguida, encendido
por su rabia furiosa y su loca cabeza,
con un hacha de sílex se cortó los dos pesos
colgantes de sus ingles. Y entonces, al sentir
los restos de su cuerpo ya sin virilidad,
convertido en mujer mientras iba brotando
su sangre que manchaba la tierra, de seguido
con sus manos ya níveas ella cogió el ligero
tambor —¡tu tambor, Madre primigenia, Cibeles!—
y empezó a redoblar sobre la hueca piel
de toro con sus dedos, ahora delicados,
y se puso a cantar, temblando, lo siguiente
para sus compañeras:

—¡En marcha! Id a la vez ya todas las castradas
hacia los altos bosques de Cibeles; id todas
vosotras a la vez donde el rebaño suelto
de la diosa del Díndimo; vosotras, que buscáis
paisajes nuevos como si fuerais desterradas
después de haber seguido mi mismo itinerario
conducidas por mí y tras sobrellevar,
compañeras, el ágil mar y su virulencia,
y de haberos castrado porque odiáis el Amor;
vosotras, sí, alegrad a la Madre Cibeles
con los pasos de un baile. Que vuestra mente os saque
de la lenta quietud: id todas a la vez.
Seguidme hacia el hogar de Cibeles en Frigia,
hasta los bosques frigios de la diosa, allá donde
redoblan los tambores, resuenan los platillos;
donde un flautista frigio saca sonidos graves
de su flauta curvada; donde agitan las ménades
con furia sus cabezas recubiertas de hiedra;
donde los sacrificios sagrados se realizan
entre agudos chillidos; donde pulular suele
el errabundo séquito de Cibeles, la diosa:
es decir, donde todas debemos ir corriendo
y danzando veloces.

Al tiempo que acabó de cantar lo anterior
a sus comadres Atis, esta mujer espuria,
toda la comitiva empezó de repente
a hacer vibrar sus lenguas; y el ligero tambor
redobló; y los platillos cóncavos su estridencia
lanzaron; y apretando sus pasos todo el coro
se aproximó hacia el monte del Ida, que verdea.
Atis, fuera de sí, jadeaba hasta exhalar
el alma por la boca, vagando como guía
por los bosques sombríos al ritmo del tambor
como acompañamiento, igual que una becerra
bravía que rehúye la carga de su yugo,
mientras seguía el coro a su guía acrobática.
Pero, cuando alcanzaron el hogar de Cibeles,
exhaustas tras la marcha, olvidaron comer
para dormir, los ojos un sopor indolente
les cerró con su blanda laxitud, y la furia
rabiosa se tornó en relajada calma.
Luego, cuando el dorado rostro del Sol enciende,
con sus ojos radiantes, la blancura del éter,
la tierra endurecida y el mar ingobernable,
aniquila las sombras de la noche arrastrado
por sus briosos corceles de cascos resonantes,
y de inmediato el Sueño rápidamente escapa
de Atis, ya desvelada, para ser acogido
en el ansioso seno de su esposa, la diosa
Pasitea. Una vez concluido aquel primer
frenesí, tras la calma del sueño la memoria
de Atis recolectó cuanto había pasado
y con la mente clara vio que nada era igual,
comprendió en donde estaba, que le faltaba el miembro,
y entonces emprendió, con el alma incendiada
su regreso hasta el mar. Y allí, ante la amplitud
de las aguas, llorando dirigió tristemente
las siguientes palabras a su lejana patria:

—¡Patria que me has creado, oh patria, madre mía!
Cuando, loco de mí, decidí abandonarte
igual que los esclavos prófugos a sus dueños,
me vine hasta este bosque para vivir al lado
de la nieve y las cuevas heladas de las fieras
y acercarme, embrujado, a sus feroces antros.
Ahora no sé dónde ni en qué lugar te encuentras,
y no consigo verte, aunque ansían las niñas
de mis ojos lanzar hacia ti su mirada
porque, aun por poco tiempo, mi espíritu se encuentra
libre del paroxismo. ¿Y yo habré de habitar
en estos bosques, lejos de mi hogar añorado,
careciendo de patria, de fortuna, de amigos
y de mis padres? ¿Lejos de la palestra, el foro,
el gimnasio, el estadio? ¡Pobre y pobre de mí,
que tengo que quejarme mucho y más, alma mía!
¿Qué clase de figura hay, que no haya asumido?;
ahora soy mujer, pero fui niño, púber,
joven y guapo mozo, el mejor del gimnasio,
y, aceitado, la gloria de los valientes púgiles;
las puertas de mi casa siempre estaban abiertas,
su entrada concurrida, y toda ella sembrada
por coronas de flores cuando, al salir el sol,
yo dejaba mi alcoba. ¿Y ahora he de oficiar
de esclava de Cibeles y criada de los dioses?
¿He de ser una ménade?, ¿tan solo un medio yo?,
¿un hombre sin su sexo? ¿Y siempre viviré
en este verde monte revestido del frío
de la nieve? ¿Y mi vida he de vivirla al pie
de estas tan altas cúspides de Frigia donde habita
la cierva de los bosques y el jabalí feroz
que siempre corretea? ¡Cuánto y cuánto me duele
sin remedio lo que he hecho, y cuánto me arrepiento!

Cuando de los rosáceos y finos labios de Atis
el sonoro lamento alcanzó las orejas
gemelas de los dioses con su noticia insólita,
Cibeles soltó el yugo que uncía a sus leones,
acució al de la izquierda, el que odia los ganados,
y le gritó:
—¡Adelante! ¡Ponte, feroz, en marcha!
¡Conviérteme a ese en loco otra vez y que un golpe
de furia lo devuelva a mis bosques de nuevo
por haber intentado librarse de mis órdenes!
¡En marcha! ¡Azótate la espalda con tu cola,
sufre tus coletazos! ¡Y que por todas partes
retumbe tu espantoso rugido! ¡Zarandea,
la melena rojiza de tu cuello robusto!

La irritada Cibeles acaba su amenaza,
libera con la mano de su yugo a la fiera
que se excita a sí misma, inyecta en su valor
rapidez, y acelera, ruge y quiebra al azar
arbustos. Hasta que, cuando alcanza la playa
mojada que espumea, y divisa a la triste
Atis cerca de un mar de mármol, arremete.
Atis, loca de nuevo, escapa hacia los ásperos
bosques. Y todo el resto de su vida será
ella solo una esclava.

¡Diosa y dueña del Díndimo,
oh gran diosa Cibeles, reserva tu locura
solo para tus fieles, y aléjala, oh señora,
de mi hogar: enardece y enloquece a los otros!

Cayo Valerio Catulo


Poema 68 a

Me envías unas líneas escritas con tus lágrimas
porque estás agobiado por la mala Fortuna
y por una desgracia, para que te rescate
como a un náufrago echado a las hirvientes olas
del mar y así consiga devolverte a la vida
estando como estás tan cerca de la muerte.
Pues te hallas tan ansioso, que, en tu cama desierta
de soltero, ni Venus te permite un pacífico
sueño ni te distraen las musas con los versos
de los poetas clásicos. Sin embargo tu carta
me alegra, porque en ella tú dices ser mi amigo
al pedir que te envíe los versos que me inspiren
las musas y el Amor. En cambio, lo que voy
a darte, Malio mío, para que no te quedes
sin saberlo y no pienses que esquivo mi deber
de responderte, amigo, son mis propias desgracias
en las que estoy sumido por el cambiante Azar,
de forma que no puedes pedir en adelante
que te cuente alegrías un pobre desgraciado.

Mi vida discurría, desde la juventud,
por una primavera en un lecho de rosas.
Y como muy bien sabe esa diosa que mezcla
lo amargo con lo dulce en las penas de amor,
yo tonteé en exceso. Pero seguidamente
la muerte de mi hermano transformó los afanes
del amor en dolor:
¡Te me han robado, hermano,
ay, para mi desgracia!; ¡cuando moriste, hermano,
mi dicha hiciste añicos!, ¡nuestra familia entera
fue enterrada contigo!; ¡y toda la alegría
que, en vida, tu exquisito amor alimentaba
contigo se extinguió!
De modo que la muerte
de mi hermano me hurtó totalmente lo que antes
tanto me interesaba y el gusto de la vida.
Por eso, lo que escribes de que es indecoroso,
Malio, que se haya vuelto Catulo a su Verona
y ya aquí cualquier tipo notable se caliente
sus huesos en mi cama vacía, eso, querido
Malio, no puede ser indecoroso, porque
más bien es un desastre. Tendrás, en consecuencia,
que perdonar que yo no te regale aquello
que el dolor me ha robado: aquello que me falta.
Pero además ocurre que no vivo en Verona:
en Roma es donde vivo y allí mi casa está,
allí está mi escritorio y allí vivo mi vida.
Por eso de los muchos libros que tengo en Roma
me he traído aquí solo un puñado de títulos
en una sola caja. Como así están las cosas
no quiero que tú pienses que yo obro como lo hago
con algún vil propósito o con doble intención:
no poseo ya nada de lo que me has pedido
—ni versos optimistas ni canciones de amor—
pero, si lo tuviera, te lo enviaría enseguida.

Cayo Valerio Catulo


Poema 75

Tengo el alma tan débil por tu culpa, mi Lesbia,
que ya se me ha perdido por cumplir bien contigo.
Pero, aunque te cambiaras en la mejor de todas,
ya no podría quererte ni, hicieras lo que hicieres,
dejar de desearte.

Cayo Valerio Catulo


Poema 76

Cuando un hombre recuerda todo lo que ha hecho bien
en la vida hasta ahora, cuando se juzga honesto,
cuando piensa que nunca ha sido desleal
y que en ningún contrato ha usado de los dioses
para engañar a nadie, se encuentra satisfecho:
por eso tú, Catulo, mereces disfrutar
el resto de tu vida de toda la alegría
que vas a cosechar tras este amor infiel.
Pues lo que puede un hombre decir o hacer por otro
tú ya lo has dicho y hecho…, solo que se perdió
cuando lo confiaste a un corazón perjuro.
¿Y por qué te atormentas? ¿Por qué no cierras ya
dentro de ti ese asunto, te recuperas y,
a pesar del designio de los dioses, te olvidas
de ser un desdichado? Es difícil, de golpe,
romper un largo amor, es muy difícil, pero
si te empeñas lo harás: esta es tu única y sola
salvación; y si tienes que conseguirlo, hazlo
pudiendo o sin poder. Oh dioses, si apiadarse
es propio de vosotros o si alguna vez
a alguien en el último extremo y hasta en la misma muerte
le disteis vuestra ayuda, ¡miradme a mí, que soy
un pobre desgraciado y, si mi vida ha sido
razonable hasta aquí, extirpad el tormento
que me arruina y, reptando desde lo más profundo,
paraliza mis miembros y expulsa totalmente
de mi alma la alegría! Yo no quiero que vuelva
ella a quererme y no anhelo el imposible
de que se torne casta. Solo quiero curarme
y quitarme de dentro este mal infernal.
¡Oh dioses, concededme, por piedad, lo que os pido!

Cayo Valerio Catulo



Poema 83

Lesbia dice de mí muchas atrocidades
si se encuentra presente su marido, lo cual
a ese bobo le da una enorme alegría.
¡Pero es que ni te enteras, borrico! Si ella nada
dijera sobre mí, me tendría olvidado
y estaría curada, pero si insulta y ladra
no solo me recuerda, sino, lo que es peor,
es que está enfurecida; es decir: que, abrasada,
se le suelta la lengua.

Cayo Valerio Catulo


Poema 96

Si algo grato o amable, querido amigo Calvo,
puede alcanzar incluso a los sepulcros mudos
desde nuestro dolor, es la melancolía
de volver a vivir los amores antiguos
y llorar los amores perdidos del pasado:
la muerte prematura de tu esposa Quintilia
seguro que le duele menos a ella, pues sigue
gozando de tu amor.

Cayo Valerio Catulo


Poema 107

Si se tiene la suerte de obtener de una vez
aquello que se espera desesperadamente,
el corazón se llena de un placer especial.
Por eso para mí también es una cosa
más querida que el oro que tú, Lesbia, retornes
a mí, como deseo; que tú retornes a este
amante sorprendido; que tú sola te llegues
hasta mí ¡esta mañana más blanca que la luz!
¿Quién será más feliz que yo con esta dicha
o quién podrá decir que vivir de otro modo
es aún más deseable que esta vida que empieza?

Cayo Valerio Catulo




“¿Qué cosa hay más dulce que dejar a un lado todo afán, y cuando el ánimo se desembaraza de sus pesares, y llegamos fatigados de un lejano viaje, encontrarnos en nuestra casa y descansar en el lecho apetecido? Esto, esto es lo único que nos compensa de tantos trabajos.”

Cayo Valerio Catulo



“¿Qué cosa pueden darnos los dioses más apetecible que una hora feliz?”

Cayo Valerio Catulo



"Que nazca un mago de la nefanda unión de Gelio  y su madre y aprenda el arte adivinatoria persa: pues es forzoso que se engendre un mago de una madre y su hijo, si es verdad la sacrílega religión de los persas, para que ese hijo venere a los dioses con plegarias rituales mientras derrite en las llamas un grasiento redaño."

Cayo Valerio Catulo


“Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite.”

Cayo Valerio Catulo


"Vivamos, Lesbia mía, y amemos, y las habladurías de esos viejos tan rectos, todas, valorésmoslas en un solo as. Los soles pueden morir y renacer: nosotros, en cuanto la efímera luz se apague, habremos de dormir una noche eterna.
Dame mil besos, luego cien, luego otros mil, luego cien una vez más, luego sin parar otros mil, luego cien, luego, cuando hayamos hecho muchos miles, los revolveremos para no saberlos o para que nadie con mala intención pueda mirarnos de través, cuando sepa que es tan grande el número de besos."

Cayo Valerio Catulo