"Amar, a fin de cuentas, es regalar nuestras preferencias a los que preferimos. Y estos repartos pueblan la invisible ciudadela de nuestra libertad."

Daniel Pennac


"Aprender es, antes que nada, aprender a dominar tu cuerpo."

Daniel Pennac


"Así son las cosas, te preparas para el goce del siglo y, cuando llega el momento, sabe a Fernet Branca. En este punto, (...) Tiene razón: no invertir nunca en la promesa del placer."

Daniel Pennac




"Cada lectura es un acto de resistencia."

Daniel Pennac



"Digamos que existe lo que llamaré una ‘literatura industrial’ que se contenta con reproducir hasta la saciedad los mismos tipos de relatos, despacha estereotipos a granel, comercia con buenos sentimientos y sensaciones fuertes, se lanza sobre todos los pretextos ofrecidos por la actualidad para parir una ficción de circunstancias, se entrega a ‘estudios de mercado’ para vender, según la ‘coyuntura’, tal o cual tipo de ‘producto’ que se supone excita a tal o cual categoría de lectores.
Sin lugar a dudas malas novelas. ¿Por qué? Porque no dependen de la creación sino de la reproducción de ‘formas’ preestablecidas, porque son una empresa de simplificación (es decir, de mentira), cuando la novela es arte de la verdad y (es decir, de complejidad), porque al apelar a nuestro automatismo adormecen nuestra curiosidad, y finalmente, y sobre todo, porque el autor no se encuentra en ellas, así como tampoco la realidad que pretende describirnos. En suma, una literatura del “prêt a disfrutar”, hecha en moldes y que querría meternos en un molde. No creamos que estas idioteces son un fenómeno reciente, vinculado a la industrialización del libro. En absoluto. La explotación de lo sensacional, de la obrita ingeniosa, del estremecimiento fácil en una frase sin autor no es cosa de ayer. Por citar únicamente dos ejemplos, tanto la novela de caballerías como, mucho tiempo después, el romanticismo se empantanaron ahí. Y como no hay mal que por bien no venga, la reacción a esta literatura desviada nos dio dos de las más hermosas novelas del mundo: “Don Quijote” y “Madame Bovary”. Así pues, hay ‘buenas’ y ‘malas’ novelas.
Las más de las veces comenzamos a tropezarnos en nuestro camino con las segundas."

Daniel Pennac
Como una novela



"¡El miedo no te protege de nada, te expone a todo! Pero eso no impide ser prudente. La prudencia es la inteligencia del valor."

Daniel Pennac


"El primer deber de un monumento a los muertos es estar vivo."

Daniel Pennac




"El secreto consiste en estar preparado."

Daniel Pennac



"En el hombre, los vaqueros tienen la particularidad de vaciarse con la edad, y en la mujer de llenarse."

Daniel Pennac


“En este mundo hay que ser demasiado bueno para serlo bastante.”

Daniel Pennac


“En la sociedad donde vivimos, un adolescente instalado en la convicción de su nulidad es una presa.”



Daniel Pennac



"En nuestro lenguaje, el verbo "consultar", así, a secas, se refiere solo a un tipo de médicos: los psiquiatras."

Daniel Pennac


"Es de sabios reconciliarnos con nuestra adolescencia; Odiar, despreciar, negar o simplemente olvidar el adolescente que fuimos es en sí una actitud adolescente, una concepción de la adolescencia como enfermedad mortal. De ahí la necesidad de acordarnos de nuestras primeras emociones de lectores, y de levantar un altarcito a nuestras antiguas lecturas. Incluidas las más "estúpidas". Desempeñan un papel inestimable: conmovernos de lo que fuimos riéndonos de lo que nos conmovía."

Daniel Pennac


"Estadísticamente todo se explica, personalmente todo se complica."

Daniel Pennac


"Fermantin y otros dos tipos han pasado por casa para reclutarme. Fermantin ignora mi expulsión del cole, cree que estoy de vacaciones. Mamá le recibe alegremente y le manda a mi habitación. Con su uniforme y su boina de miliciano tiene un aspecto muy commedia dell’arte. Y en absoluto divertido. Yo estaba repasando el examen y, en uno de esos «accesos de pose» que en los otros me hacen sonreír, le he dicho a mi ex compañero que yo jamás entraría en la milicia, que la propuesta me parecía incluso un insulto. Él se ha vuelto hacia sus dos comparsas (yo no les conocía, uno de ellos iba también de uniforme) y ha dicho: ¿Un insulto? Claro que no, ¡un insulto es esto! Y me ha escupido a la cara. Fermantin escupe sobre cualquiera desde su más tierna infancia. Soy uno de los pocos a los que aún no había gargajeado; por consiguiente, el escupitajo me ha sorprendido aunque no extrañado. Lo uno compensando lo otro, he podido mantener la calma. Ni me he inmutado, ni siquiera he intentado esquivarlo. He oído el «pfffuit», he visto llegar el escupitajo, lo he sentido aplastándose en mi frente, correr luego entre el puente de mi nariz y el pómulo izquierdo, bastante parecido, es cierto, a una salpicadura de agua tibia. No me he limpiado. Me he concentrado en la sensación –bastante trivial– en detrimento del símbolo, considerado infamante. Si me hubiera movido, me habrían masacrado. La saliva no resbala por la piel con tanta rapidez como el agua. Es espumosa, avanza a tirones. Se seca sin evaporarse realmente. Uno de los dos tipos, el que llevaba el uniforme (Fermantin y él iban armados), ha dicho que de todos modos ellos solo reclutaban hombres. No me he dado por aludido. He sentido los restos del escupitajo temblando en la comisura izquierda de mis labios. Por un segundo he pensado que podría recuperarlo de un lengüetazo y devolvérselo al expedidor, pero me he abstenido, bastante había sacrificado ya a la pose. Volveremos a vernos, ha dicho Fermantin sin apartar los ojos de mí. Teatral, lo ha repetido al abandonar reculando mi habitación, apuntándome con el dedo: Volveremos a vernos, mariconazo. Escribo esta página antes de ponerme a trabajar de nuevo. Mañana me largo a Mérac."

Daniel Pennac
Diario de un cuerpo



"¡Hasta qué punto se beneficia el cuerpo de la energía amorosa!"

Daniel Pennac


"(...) Hemos encontrado nuestro animal bueno. Lo demás es literatura."

Daniel Pennac


"Le interrumpió un ataque de tos. Una tos mala y ca­vernosa, de fumador. Por prudencia esperé a que ba­jara tosiendo y carraspeando hasta la planta baja.
Unos segundos más tarde, penetré en los locales de la agencia Babel. Penumbra. Olor a tabaco. Nadie.
El corazón en la garganta.
No sé qué era exactamente lo que esperaba con la mano en el interruptor, pero en cualquier caso lo que la luz me reveló fue otra cosa. Nada de escritorios, ni archivadores metálicos, ni máquinas de escribir, ni or­denadores, ni siquiera un teléfono, nada de lo que uno espera encontrar tras la palabra «agencia».
Una sola mesa, una sola silla y alrededor cuatro pa­redes cubiertas de libros. Una ventana con las cortinas echadas. Para alumbrarlo todo una única bombilla des­nuda caía del cielo. Y aquel silencio... tan espeso como si se vertiera mezclado con la luz amarilla de la bom­billa. Di un paso hacia adelante. El suelo crujió bajo mis pies como las hojas en otoño. Estaba cubierto por una alfombra de papeles arrugados que en algunos puntos me llegaba a las rodillas. Me arrodillé y desdoblé una de las hojas: Veronika, mitt hjárta, jag svarar sá sent pá ditt brev... Letra hermosa y esbelta. ¿En qué idioma? El resto había sido rigurosamente tachado y la hoja había ido a reunirse con todos los demás borradores que cu­brían el sucio.
En el centro del cuarto, la mesa parecía emerger de un espumoso oleaje. Los sobres apilados formaban allí una doble muralla. A la derecha, sobres cerrados de cartas que ni habían sido leídas aún. A la izquierda, sobres todavía vacíos para las futuras respuestas. Y frente a mí (acababa de sentarme) una tercera muralla, esta vez de hojas en blanco. Pilas de hojas de todos los tamaños, de todas las edades. Allí había viejísimos per­gaminos que crujían bajo mis dedos, hojitas ligeras como encaje, otras tan ricamente decoradas que casi no quedaba en ellas sitio para escribir... ¡La más fabu­losa colección de papel de cartas que uno pudiera so­ñar!
Y en medio de aquella fortaleza de papel, plumas. Plumas de acero, plumas de bambú, plumas de ganso, algunas tan antiguas que habían perdido casi todas sus barbas.
Plumas, tinteros de todos los colores, pastillas de lacre multicolores y todo tipo de sellos, y también papel secante, y polvos para secar en unos curiosos saleritos de madera, toda una papelería surgida de las profun­didades de los siglos para desplegarse sobre aquella mesa, entre ceniceros desbordantes de colillas y tazas de café (por lo menos diez) apiladas de cualquier ma­nera junto a sus correspondientes platillos pringosos."

Daniel Pennac
¡Increíble Kamo!


"La realidad es siempre más soportable que la fantasía, aunque sea peor."

Daniel Pennac




"Las palabras del profesor son solo troncos flotantes a los que el mal alumno se agarra, en un río cuya corriente le arrastra hacia las grandes cataratas."

Daniel Pennac


"Le quedaba por vivir el tiempo que tengo ahora ante mí."

Daniel Pennac





"Nos pasamos la vida comparando nuestros cuerpos. Pero una vez salidos de la infancia, lo hacemos de modo furtivo, casi vergonzoso."

Daniel Pennac


"Nuestra voz es la música que hace el viento al atravesar nuestro cuerpo."

Daniel Pennac




"Por cierto, ¿adónde llegan los que han llegado?"

Daniel Pennac


“Siempre he pensado que la escuela la hacen, en primer lugar, los profesores.”

Daniel Pennac



"Todo lo malo que se dice de la escuela nos oculta el número de niños que ha salvado de las taras, los prejuicios, la altivez, la ignorancia, la estupidez, la codicia, la inmovilidad o el fatalismo de las familias."

Daniel Pennac


"Todo se degrada, pero sigue ese constante gozo de ser."

Daniel Pennac



"Un niño no siente gran curiosidad por perfeccionar un instrumento con el que se le atormenta; pero conseguid que ese instrumento sirva a su placer y no tardará en aplicarse a él a vuestro pesar."

Daniel Pennac


"Una lectura bien llevada salva de todo, incluido uno mismo."

Daniel Pennac