"Ante todo, el amor es una experiencia compartida por dos personas, pero esto no quiere decir que la experiencia sea la misma para las dos personas interesadas. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo amante lo sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir. Así que el amante apenas puede hacer una cosa: cobijar su amor en su corazón lo mejor posible; debe crearse un mundo interior completamente nuevo, un mundo intenso y extraño, completo en sí mismo. Y hay que añadir que este amante no tiene que ser necesariamente un joven que esté ahorrando para comprar un anillo de boda: este amante puede ser hombre, mujer, niño; en efecto, cualquier criatura humana sobre esta tierra. Pues bien, el amado también puede pertenecer a cualquier categoría. La persona más estrafalaria puede ser un estímulo para el amor. Un hombre puede ser un bisabuelo chocho y seguir amando a una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw dos décadas atrás. Un predicador puede amar a una mujer de la vida. El amado puede ser traicionero, astuto o tener malas costumbres. Sí, y el amante puede verlo tan claramente como los demás, pero sin que ello afecte en absoluto la evolución de su amor. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor turbulento, extravagante y hermoso como los lirios venenosos de la ciénaga. Un buen hombre puede ser el estímulo para un amor violento y degradado, y un loco tartamudo puede despertar en el alma de alguien un cariño tierno y sencillo. Por lo tanto, el valor y la calidad del amor están determinados únicamente por el propio amante. Por este motivo, la mayoría de nosotros preferimos amar que ser amados. Casi todo el mundo quiere ser el amante. Y la verdad a secas es que de un modo profundamente secreto, la condición de ser amado es, para muchos, intolerable. El amado teme y odia al amante, y con toda la razón. Pues el amante está tratando continuamente de desnudar al amado. El amante implora cualquier posible relación con el amado, incluso si esta experiencia sólo puede causarle dolor.
(...)
La bebida de la señorita Amelia tiene una cualidad especial. Se nota limpia y fuerte en la lengua, pero una vez dentro de uno irradia un calor agradable durante mucho tiempo. Y eso no es todo. Como es sabido, si se escribe un mensaje con jugo de limón en una hoja de papel, no quedan señas de él. Pero si se pone el papel un momento delante del fuego, las letras se vuelven marrones y se puede leer lo que contiene. Imaginen que el whisky es el fuego y que el mensaje es lo más recóndito del alma de un hombre: sólo así se comprende lo que vale la bebida de la señorita Amelia. Cosas que han pasado inadvertidas, pensamientos ocultos en la profunda oscuridad de la mente, de pronto son reconocidos y comprendidos. Un obrero textil que no piensa más que en telar, en la fresquera, en la cama y vuelta al telar; este obrero bebe unas copas el domingo y se tropieza con un lirio de la ciénaga. Y toma esta flor y la pone en la palma de su mano, examina el delicado cáliz de oro y de pronto le invade una dulzura tan intensa como un dolor. Y ese obrero levanta de pronto la mirada y ve por primera vez el frío y misterioso resplandor del cielo de una noche de enero, y un profundo terror ante su propia pequeñez le oprime el corazón. Cosas como éstas son las que ocurren cuando uno ha tomado la bebida de la señorita Amelia. Uno podrá sufrir o podrá consumirse de alegría, pero la experiencia le habrá mostrado la verdad; habrá calentado su alma y habrá visto el mensaje que se ocultaba en ella.
(...)
La verdadera historia de amor es la que tiene lugar en el corazón de los amantes, y ésta nadie sino ellos pueden llegar a conocerla. El amor en todo caso es una experiencia en la que siempre conviven lo cómico y lo sublime."

Carson McCullers
La balada del café triste



"Después de la música, la cerveza era lo mejor."

Lula Carson Smith, más conocida como Carson McCullers
El corazón es un cazador solitario



"El amado teme y odia al amante, y con razón: pues el amante está siempre queriendo desnudar a su amado. El amante fuerza la relación con el amado, aunque esta experiencia no le cause más que dolor."

Carson McCullers
La balada del café triste



"El amor que sentía era tan fuerte que tuvo que apretarlo contra ella hasta que se cansaron sus brazos."

Carson McCullers


"El corazón herido de un niño se encoge a veces de tal forma que se queda para siempre duro y áspero como el hueso de un melocotón. O, al contrario, es un corazón que se ulcera y se hincha hasta volverse una carga penosa dentro del cuerpo, y cualquier roce lo oprime y lo hiere."


Carson McCullers
La balada del café triste



"Ella podía estar en la mitad de una casa repleta de personas y, no obstante, sentir como si ella misma se hubiera recluido."

Carson McCullers


"Es una música que ensancha el corazón, que estremece de éxtasis y temor a quien la escucha."

Carson McCullers
La balada del café triste


“Hay momentos en que el mayor anhelo de un hombre es tener a alguien a quien amar, algún punto central en el que poder concentrar las emociones difusas. Y también hay momentos en que es preciso descargar en odio los disgustos, los desengaños, los temores, bullentes e inquietos como espermatozoides.” 

Carson McCullers


"La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas. Un hombre bueno puede despertar una pasión violenta y baja, y en algún corazón puede nacer un cariño tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es sólo el amante quien determina la valía y la cualidad de todo amor."

Carson McCullers
La balada del café triste



"Las botas tenían, en efecto, un aspecto lamentable; parecía que las habían frotado con harina y agua. Alison regañó a Ana­cleto y estuvo vigilándole mientras las limpiaba. Anacleto llo­raba desconsoladamente, pero ella encontró la energía sufi­ciente para no decirle nada amable. Cuando terminó, Anacleto refunfuñó que se escaparía de casa y que abriría una tienda de telas en Quebec. Alison llevó las botas limpias a su marido sin decir una palabra, pero le dirigió también a él una mirada de reconvención. Luego se volvió a meter en la cama con un libro, porque sentía palpitaciones.
Anacleto le subió café y después fue con el coche al alma­cén para hacer las compras del sábado. A última hora de la mañana, cuando Alison había terminado el libro y estaba contemplando más allá de la ventana el soleado día de otoño, Anacleto volvió a su habitación. Estaba contento, y había olvidado por completo la regañina de las botas. Encendió un buen fuego en la chimenea y después abrió con mucha calma un cajón de la cómoda y se puso a curiosear en él. Sacó un pequeño encendedor de cristal que Alison había mandado hacer con una vinagrera antigua. Aquella chuchería le fascinaba tanto que Alison se la había regalado hacía tiempo; pero Anacleto la guardaba con las cosas de ella, y así tenía un buen pretexto para abrir el cajón cuando se le antojaba. Pidió a Alison que le dejara sus gafas y estuvo un rato examinando el tapetillo que había sobre la cómoda. Entonces cogió entre el pulgar y el índice alguna pelusilla invisible y la echó cuidadosamente al cesto de los papeles. Murmuraba cosas para sí mismo, pero Alison no prestó atención a su charla.
¿Qué sería de Anacleto cuando ella muriera? Esta pregun­ta le preocupaba constantemente. Desde luego, Morris le ha­bía prometido a su mujer que no le dejaría nunca abando­nado; pero ¿de qué serviría aquella promesa cuando Morris volviera a casarse, como haría con toda seguridad? Alison recordaba aquel día en las Filipinas, hacía siete años, cuando Anacleto llegó a su casa por primera vez. ¡Qué extraña y triste criaturita era entonces! Los otros criados le atormentaban tanto que seguía a Alison como un perrito todo el día. Bas­taba que alguien le mirase para que se echase a llorar y se retorciera las manos. Tenía diecisiete años, pero su carita inte­ligente y enfermiza tenía la expresión inocente de un niño de diez años. Y cuando estaban preparando el viaje de vuelta a los Estados Unidos, Anacleto había suplicado a Alison que le llevara consigo, y así lo había hecho. Tal vez pudieran los dos, ella y Anacleto, abrirse camino juntos en la vida; pero ¿Qué sería de él cuando ella desapareciera?"

Carson McCullers
Reflejos en un ojo dorado



"Le gustaba ver trabajar a los demás, como les pasa a todos los vagos de nacimiento."

Carson McCullers



"Mire, es como si yo fuera dos personas al mismo tiempo. Una de ellas es un hombre instruido. He estado en algunas de las bibliotecas más importantes del país. Leo. Leo continuamente. Leo libros que hablan de la más pura verdad. Ahí en mi maleta, tengo libros de Karl Marx y Thorstein Veblen y escritores así. Los leo una y otra vez, y cuanto más los estudio, más furioso me pongo. Conozco todas y cada una de las palabras impresas en sus páginas. La verdad es que me gustan las palabras: Materialismo dialéctico...Tergiversación jesuítica...-Jake desgranaba las sílabas en su boca con amorosa solemnidad-. Propensión teleológica -el mudo se secó la frente con un pañuelo cuidadosamente doblado -. Pero lo que quiero decir es esto: cuando una persona sabe, y no puede conseguir que los demás comprendan, ¿Qué puede hacer? -Singer se esforzó en coger un vaso de vino, lo llenó hasta el borde y lo puso firmemente en la magullada mano de Jake - emborracharme, ¿Eh? -dijo Jake con una sacudida de su brazo que derramó gotas de vino sobre sus blancos pantalones- ¡Pero escuche! Dondequiera que uno mire, hay mezquindad y corrupción. Esta habitación, esta botella de vino de uvas, estas frutas de la cesta, son todos productos de ganancias y pérdidas. Nadie puede vivir sin prestar su aceptación pasiva a la mezquindad. Alguien tiene que agotarse por completo por cada bocado que comemos y cada pedazo de tela que llevamos puesto...Y nadie parece darse cuenta. Todo el mundo está ciego, mudo, obtuso..., estúpido y mezquino."

Carson McCullers
El corazón es un cazador solitario



"No hay una paz comparable a la quietud de las primeras noches frías del año."


Carson McCullers
La balada del café triste




"Pero ¿Qué ocurre con un hombre que sabe? Ve el mundo tal como es y mira miles de años atrás para ver cómo se produce todo. Observa la lenta aglutinación de capital y poder, y cómo ha llegado hoy a su cúspide. Ve América como una casa de locos. Ve cómo los hombres tienen que robar a sus hermanos para poder vivir. Ve cómo los niños se mueren de hambre y las mujeres trabajan sesenta horas por semana para ganarse la comida. Ve a todo ese maldito ejército de parados y los miles de millones de dólares y miles de kilómetros de tierra desperdiciada. Contempla cómo se aproxima la guerra. Contempla cómo cuando la gente sufre tanto se vuelve mala y fea, y algo muere en ella. Pero lo más importante que ve es que todo el sistema del mundo está construido sobre una mentira. Y aunque todo esto es tan evidente como el mismo sol..., los ignorantes han vivido tanto tiempo con esa mentira que ya no son capaces de verla -la roja y perlada vena de la frente de Jake se hinchaba con furia. Agarró el cubo de carbón que estaba junto al hogar y lo descargó sobre el fuego. Se le había dormido un pie, y golpeó con él tan fuertemente el suelo que éste tembló-. He recorrido este lugar. He caminado por todas partes. Les hablé. Traté de explicarles. Pero ¿Qué he conseguido?"

Carson McCullers
El corazón es un cazador solitario



"Sucedió aquel verde y loco verano, cuando Frankie tenía doce años. Fue el verano en que, durante un largo tiempo, ella no había sido socio. No pertenecía a un club. Frankie se había convertido en una persona desarticulada que rondaba por los portales y tenía miedo."

Carson McCullers


"Te necesito; es una soledad que no puedo soportar."

Carson McCullers
El corazón es un cazador solitario


"Todos estaban allí parados, rodeándole. Mister Brannon se frotaba la nariz y miraba al suelo. Finalmente, se marchó en silencio. Mister Singer era el único que parecía saber lo que sucedía. Quizá porque no oía todo aquel espantoso ruido. Su cara tenía una expresión tranquila, y cada vez que le miraba, Bubber parecía calmarse un poco más. Mister Singer era diferente a todos los demás hombres, y en ocasiones como ésta hubiera sido mejor que los demás le dejaran manejar el asunto. Tenía más sentido común y sabía cosas que la gente corriente ignoraba. Se limitó a mirar a Bubber, y al cabo de un rato el pequeño se tranquilizó lo suficiente para que su padre pudiera llevarlo a la cama.
Ya en ella, el pequeño ocultó su carita y lloró. Lloraba con largos y poderosos sollozos que le hacían temblar todo el cuerpo. Lloró durante una hora, y nadie en las tres habitaciones fue capaz de dormir. Bill se trasladó al sofá del cuarto de estar y Mick se metió en la cama con Bubber. Éste no la dejó que lo tocara ni que lo abrigara. Luego, al cabo de otra hora de llanto y de hipo convulsivo, se durmió.
Mick permaneció despierta mucho rato. En la oscuridad rodeó al pequeño con sus bazos y lo estrechó contra sí. Lo acariciaba y besaba por todas partes. Era tan suave el pequeño, y despedía aquel olor salado de muchachito… El cariño que sentía por él era tan profundo que tenía que apretarlo contra sí hasta que sus brazos se cansaron. En su mente se mezclaba Bubber y la música. Era como si nunca pudiera volver a hacer nada bueno por él. Jamás le volvería a pegar, ni siquiera a molestar. Durmió toda la noche con sus bazos rodeando la cabeza del pequeño. Luego, por la mañana, cuando ella despertó, Bubber se había ido de la cama.
Pero después de aquella noche, Mick ya no volvió a tener muchas oportunidades de molestarle…, ni ella ni nadie más. Bubber ya no volvió a ser el mismo. Siempre mantenía la boca cerrada y dejó de juguetear con los demás chicos. La mayor parte del tiempo se limitaba a quedarse sentado en el patio posterior o en la carbonera, solo.
La Navidad se iba acercando. Mick deseaba realmente un piano, pero naturalmente no dijo nada al respecto. Dijo a todo el mundo que deseaba un reloj de Mickey Mouse. Cuando le preguntaron a Bubber qué quería de Santa Claus, dijo que no quería nada. Escondió sus canicas y su navaja, y no dejó que nadie tocara sus libros de cuentos."

Carson McCullers
El corazón es un cazador solitario


Un solo mundo

"Habrá un solo mundo o ninguno, dicen por ahí.
En el mundo hay esquimales forrados de pieles,
indios con arcos y flechas,
gente negra, gente blanca, gente roja, gente amarilla…
Diferentes diferencias que me gustan.
No me gustaría que el mundo fuera uno solo.
Pero si algún día no hubiera mundo, como dicen por ahí,
¿qué sería de ti y de mí?

Carson McCullers