"¿Acaso te habló de cómo, al llegar a tierra, los exhibían desnudos en una plaza pública o en una playa y cómo los compradores los inspeccionaban, igual que animales? Primero, les abrían la boca para ver si estaban sanos y, luego, si eran mujeres, les metían sus mugrientos dedos donde bien puedes imaginarte buscando rastros de sífilis y otras enfermedades, pero gozando cada minuto de aquella exploración. Y tampoco te habrá contado cómo la mayoría de las mujeres llegaban preñadas a tierra porque a todas las violaban una y otra vez durante el viaje. Algo que, aparte de dar contento a la marinería, era bueno para el negocio porque el comprador podía llevarse entonces dos esclavos al precio de uno. Menos aún te habrá dicho que otras mujeres que viajaban con hijos de pocos años lloraban y suplicaban a sus compradores que los compraran a ellos también y cómo la mayoría se negaba porque no entraba en sus planes pagar por un mocoso inútil. No, nada te dijo porque de lo monstruoso nunca se habla, es la única manera de seguir viviendo. Tú eres una esclava doméstica. ¿Sabes cómo llamamos nosotros a los negros que nacen en casa de los amos y se crían con ellos? Niños de fortuna. Por mucho que alguna vez te hayan molido a palos o condenado al látigo, eres una niña de fortuna. Sabes poco y nada de las criaturas que nunca han dormido a techado y que, desde que cumplen tres años, las echan al campo a recoger algodón. Y menos aún de las que trabajan en las minas. ¿Y qué me dices de las que se ahogan a diario en los malecones de tantos puertos en busca de perlas finas?
A Trinidad le hubiera gustado decir que se equivocaba. Que ella sí conocía esa vida y que su madre le había contado las monstruosidades sufridas desde el día en que unos cazadores de esclavos irrumpieron en su pequeña aldea y se los llevaron a todos. Pero tenía razón Gaspar, su madre, cuando hablaba del pasado, lo hacía sólo del color de la tierra que la vio nacer, del tamaño de los árboles, de la anchura de sus ríos. Sus tías, sus tíos, incluso los que habían sido marcados como animales o mutilados brutalmente —o mejor dicho, sobre todo ellos—, hacían otro tanto. Incluso cuando cantaban penas lo hacían de su paraíso perdido, nunca del infierno que se habían visto obligados a atravesar después."

Carmen Posadas
La hija de Cayetana



"De nada sirvió que su amiga le intentara explicar que ella no pensaba que Sofía le mintiera, que desde muy niña le había dicho que no tenía padre y que, puestos a elegir misterios, el que sí le intrigaba era el otro, el de su mundo antes de que la vida diera tantas vueltas. «Vamos, Elba, no hace falta ponerse así, tía, hay miles, quién sabe si millones de niños en el mundo, que no saben nada de sus verdaderos padres y no por eso dejan de querer a sus padres de ahora. Para de comerte el tarro de esa manera. Olvídate ya, no hace falta darle más vueltas ni sentirte diferente por no tener papá, yo tampoco lo tengo, y qué. Además, hay secretos en los que es mejor no rebuscar porque lo más probable es que sean tristes o muy feos o las dos cosas a la vez tú misma dices que las niñas que se creen princesas son unas tontas de remate. En cambio, ¿qué pasa cuando sabes, cuando estás completamente segura de que si hubo un pasado más bonito que el presente, Elba?»
Elba ni siquiera se había tomado la molestia de leer esta parte del correo de Avril. Hacía rato que dejaba volar los dedos sobre el teclado escribiendo una frase tras otra sin comas, sin puntos, sin ortografía: Qué suertuda eresAwi megustaría tanto ser tú, ahora no sólo podrássaber cómo es tu pasado bolbiendo a kasa de tu madre, sino también cómo será tu futuro. Los que tenéis Padres (padres había escrito Elba, en plural y con mayúscula) jamás pensáis en estas cosas, claro, pero los que no lo tenemos, desconocemos también nuestro futuro porque no tenemos dónde mirarnos. Cada persona de una familia es un espejo. ¿Nunca lo habías pensado así? El padre, la madre, los abuelos, los tíos, son espejos pequeños, grandes, cursis, tramposos, sucios, espejos retrovisores, espejito espejito de Blanca Nieves, o de feria de pueblo, qué más da, unos más feos, otros más bonitos Pero en cada uno de ellos estás tú a poca atención que pongas. Nosotros los huérfanos, en cambio, no tenemos en quien mirarnos y tenemos que buscarnos a alguien, a alguien que…
Y siguió tecleando siempre atropelladamente, uniendo unas palabras con otras hasta que Avril se cansó de leer y cerró el ordenador. Que Elba creyera lo que le diera la gana, incluso que aquel hombre podía ser el Antonio del que hablaba la tía Lila o cualquier otro de igual nombre como el mismísimo padre de Elba, total, puestos a imaginar tonterías imposibles… cuando se le metía algo en la cabeza era muy difícil hacerla cambiar de opinión. Ya se desengañará mañana -se dijo Avril-; cuando vea que en esa casa no hay ningún Antonio."

Carmen Posadas
Juego de niños


"El carboncillo cae de las manos del maestro. Las palabras de Josefina Beauharnais, que son textuales y que él ha reproducido al pie de su Capricho, actúan como conjuro y traen a su memoria un tropel de fantasmas no invitados. Cadáveres y más cadáveres. Hombres, mujeres, niños… Bravos muchachos que apenas habían empezado a vivir cuando la muerte los encontró luchando por su país. Aquí están todos a una: son los espectros de aquellos mismos mutilados y semidesnudos que él bosquejó la víspera en Príncipe Pío y a los que los gabachos convirtieron en pasto de ratas, de cucarachas, por haber tenido la osadía de intentar recuperar la tierra y el trono que Carlos y su hijo Fernando frívolamente han regalado a Bonaparte.
Y ahora que el gabacho los tiene a ambos a su merced, ¿qué pasará?, se pregunta a continuación el maestro. Quizá Napoleón decida mantener a Fernando en el trono para manejarlo como un patético polichinela. Pero puede ocurrir también que opte por mandarlo al basurero de la historia y siente en el trono de España a uno de sus hermanos, como ya ha hecho en Holanda, en Nápoles o en Westfalia. Difícil es saberlo, se dice, pero, en cualquier caso, alumbran tiempos recios. La sangre derramada en Madrid anteayer no es más que el preludio de una guerra larga y cruel.
Goya vuelve a mirar sus bosquejos. No los realizados ahora mismo. Tampoco los apuntes que tomó ayer en la montaña de Príncipe Pío, sino los otros, los dibujados en tiempos de gloria y que le sirvieron para dar forma a La familia de Carlos IV. «Mi particular homenaje a Las meninas», dice, sirviéndose otra media copita de orujo. Uno muy medido, meditado, tanto en las similitudes como en las diferencias, porque si el maestro sevillano se había autorretratado a la izquierda de su cuadro y de cuerpo entero, él en el suyo había preferido ocupar un lugar más discreto. A la izquierda también, pero apenas visible entre las cabezas de sus personajes."

Carmen Posadas
La leyenda de la Peregrina


“Hay una teoría infalible sobre la amistad: siempre hay que saber qué se puede esperar de cada amigo.”

Carmen Posadas



"La rotonda del hotel Palace ha sido fotografiada infinidad de veces como fondo sereno y respetuoso en reportajes periodísticos con personajes de lo más diversos. Sus alfombras de la Real Fábrica de Tapices han amortiguado los pasos gatunos de Julián Barnes camino de la butaca adecuada donde posar enseñando unos caros mocasines franceses. Las kentias del vestíbulo han servido para que Latoya Jackson ensayara posturas tan originales como asomar solamente el óvalo de su blanquísima cara entre las ramas, apareciendo así como una medusa de Versace. Y deportistas famosos, y actores que han hecho leyenda. También intelectuales de izquierdas y políticos de derechas (siempre moderados): todos han elegido en alguna ocasión ese acogedor vientre luminoso y único entre los hoteles madrileños, no sólo para salir más favorecidos en la foto, sino también porque los ambientes hablan por sí solos, y esta famosa rotonda añade a la personalidad de los fotografiados el siguiente mensaje mudo: tomen nota, señores, de que soy una persona a la que le gusta el lujo pero no la ostentación; el confort, pero siempre que incluya un toque de bien imitada decadencia. Venero la vertiente intelectual de la vida, es cierto, pero ah, la sensibilidad artística debe tener, necesariamente, una imperceptible pincelada de sofisticación, la justa, la equilibrada, la perfecta.
El ambiente único de la rotonda del Palace se expresa así, o al menos eso opina Ernesto Teldi, y he aquí la razón por la que ha citado en ella al fotógrafo y a la corresponsal de Mecenas de las Artes, una revista especializada que reciben cerca de 350 000 suscriptores o entidades muy escogidos en toda Europa; una publicación prestigiosa que hace meses que le solicita una entrevista «de tono profesional, pero con un toque humano, el lado tierno de los triunfadores, algo de mucha altura, en la línea de la revista Fortune, usted ya me entiende».
Hace rato que Teldi espera a la señorita Ramos y a su fotógrafo; y como en un escenario preparado al efecto, sobre la mesita que hay frente a él pueden verse los restos de un desayuno frugal: zumo de pomelo, una taza de té y algunas migas presumiblemente de tostada, mientras su dueño hojea el Financial Times; sólo las páginas de arte, naturalmente.
—Buenos días, señorita Ramos, Agustina Ramos, ¿verdad? —beso para ella, apretón de mano con palmadita en la espalda para el fotógrafo—. Permítame que me presente, soy Ernesto Teldi —añade con ese aire entre la camaradería y la distancia, que sabe es tan apreciado por los periodistas de élite, en especial por las señoritas Ramos de este mundo, que son, por lo general, muy cultas, en ocasiones zurdas, a veces bizcas, lo que les confiere una leve originalidad que el resto de su aspecto les niega. Suelen ser además, con asombrosa frecuencia, hijas, sobrinas o parientes muy cercanas de algún pintor ignoto o injustamente olvidado, pero de enorme talento (cuánta incultura hay en este mundo), razones todas éstas por las que las señoritas Ramos se consideran mujeres poco afortunadas, conscientes de que su inteligencia está siendo miserablemente malgastada en una revista carísima pero pseudointelectual, como Mecenas de las Artes, y, sobre todo, muy pero que muy molestas por tener que ir a todas partes con Chema.
Chema suele ser el fotógrafo. Mucho más joven que la señorita Ramos y con la imperdonable costumbre de mascar chicle y vestir de una manera muy poco artística: una funesta combinación de nikis a rayas con pantalones a cuadros que, a pesar de demostrar su mal gusto, no le impide sacar fotos espléndidas, tanto, que suelen eclipsar los siempre brillantes textos de la señorita Ramos, que en esta ocasión no piensa dejarse eclipsar de ninguna manera, por lo que ha preparado para Teldi una batería de preguntas incisivas (a veces acidas, incluso impertinentes) pero siempre sólidamente documentadas: intelecto y pimienta a partes iguales, he ahí la receta infalible, piensa Ramos, ya verán sus imbéciles jefes en la revista Mecenas... lo que es una entrevista de primera."

Carmen Posadas
Pequeñas infamias 





"Mi vida ha acabado y empezado muchas veces; en cada lugar, en cada país en el que he vivido, he comenzado de cero."

Carmen Posadas


"Supongo que a una persona más hábil que yo en esto de poner por escrito sus recuerdos, jamás se le ocurriría elegir como título para uno de sus capítulos uno tan cacofónico como el que acabo de teclear. Sin embargo, he aquí una de las ventajas de no escribir para la posteridad o la gloria: al diablo con la belleza de la prosa. «Historia de una dedicatoria» suena fatal pero sirve muy bien para
encabezar lo que quiero narrar a continuación. La escena comienza en el mismo decorado que el capítulo anterior, esto es, en el salón del Sparkling Cyanide, minutos después de que desembarcara la Guardia Civil. Y lo primero que sucedió entonces fue que todos los allí presentes desenfundaron sus teléfonos móviles en perfecta sincronía y se los llevaron a la oreja. Esto es algo que tengo muy observado últimamente. En cuanto se produce algo fuera de lo común, ya sea un fenómeno meteorológico, un accidente o cualquier otro hecho extraordinario, la gente ya no se vuelve hacia la persona que tiene más cerca para comentar lo ocurrido como se hacía desde que el mundo es
mundo, sino que tira de móvil para llamar a su madre, a su tía o al sursuncorda y dar el parte. Así
pasó también ese día. Durante un buen rato, todos nos dedicamos (se dedicaron, sería mejor decir, puesto que yo no tenía a nadie a quien llamar) a procesionar uno detrás de otro, a lo largo del perímetro del salón, parlamentando con alguien.
Según pude observar también en este caso, tras una primera llamada a su persona más cercana para contarle lo del interrogatorio policial, la segunda que realizaron fue a idénticos interlocutores. En concreto, a sus respectivos agentes de viaje apremiándoles para que les consiguieran billetes con los que salir de la isla («Cuanto antes, sí, sí de inmediato, ha ocurrido un imprevisto muy lamentable», etcétera) . He dicho todos y tengo que rectificar. Este tipo de llamada la hicieron todos salvo Sonia San Cristóbal, Cary Faithful y Vlad Romescu. Los dos primeros porque tenían madre y ángel de la guarda respectivamente que se ocupaba de los latosos trámites relacionados con la intendencia, mientras que, en el caso de Vlad, era porque no tenía adonde ir.
[…]
A mí me hubiera gustado alargar un poco más aquella conversación pero no se me ocurrió nada que añadir. Como ya he dicho, él se había ofrecido a ayudarme con los trámites necesarios para la incineración y entonces me di cuenta de que ni siquiera le había dado mi número de teléfono, por lo que aproveché para hacerlo, una buena excusa para estar un ratito más con él. «También puedes
usarlo cuando acabe todo esto», dije, y de inmediato me mordí la lengua por ser tan estúpida. Antes se derretirán los Polos como dos sorbetes que un hombre como Vlad me telefonee una vez acabados los trámites, me dije, pero bueno, no había que pensar en eso ahora. Lo que yo deseaba en ese momento (y en eso no me diferenciaba en lo más mínimo de todos los que procesionaban pegados a sus teléfonos organizando su partida) era salir cuanto antes del Sparkling Cyanide.
«Y es que nadie desea dormir en un lugar donde se ha producido una muerte, si puede evitarlo», me dije mientras me detenía en echar un último vistazo a mi alrededor antes de bajar las escaleras camino de mi camarote. Era la última vez que realizaría ese recorrido y lo hice muy despacio. Por eso me fue fácil, una vez llegada al rellano inferior, observar que la puerta del camarote de mi hermana parecía cerrada pero no era así. Una fina línea de luz grisácea delataba que sólo
se encontraba entornada, lo que, de alguna manera, incitaba a entrar. La empujé y se abrió sin emitir sonido."

Carmen Posadas
Invitación a un asesinato