"Están sentados y Martin no puede verle. Podría levantarse y correr inmediatamente después de alguna frase tranquilizadora. Cualquier cosa que distrajese los reflejos de la presencia. La presencia que es el extraño, está convencido, aunque ha sido Salima durante mucho tiempo esa noche. El extraño con el cuerpo de Salima, las palabras de Salima y, sobre todo, con el Martin de Salima. Una maniobra de distracción y echarse a correr. Pero entonces duda y sigue sentado. Salima ha estado allí con él y le cuesta separarse. No ha sido más que una trampa del extraño o una trampa que Martin se ha hecho a sí mismo con el extraño. Pero la sensación de Salima no ha sido una trampa. La nota en las manos, en la boca, en el sexo. La nariz respira su olor. Y está pensando en salir corriendo. Quizá el extraño tiene razón y pueda volver con el extraño adonde está Salima y están los demás. De hecho, ha estado con ella gracias al extraño. ¿Por qué marcharse, entonces? Sólo ha sido una ilusión, una trampa. Lo sabe y se lo repite muchas veces. Tiene que elegir entre esa ilusión y la llanura tal vez eterna. ¿Eterna? Pero su boca le ha hecho daño y su abrazo le ha hecho daño. No, no es Salima, nunca será Salima. Espera un momento, Martin. ¿No ha sido, al menos, un poco de Salima? ¿No es mejor ese poco de Salima que nada de Salima y tal vez para siempre?
[...]
Y Martin sabe que dice la verdad. Le aguarda un espacio infinito y sin señales para viajar a donde están los que ha perdido. Y esa noche, por primera vez desde que combate en la llanura, ha sido derrotado. El extraño se marcha, pero se marcha con su victoria.
Mañana puede regresar a por lo demás.
No eran las voces de muchos, sino el ruido único de animal atrapado de repente en la caverna, entre el llanto y la amenaza, un sonido que nunca había escuchado antes y que no era la mitad de pavoroso que el silencio helado que venía después. Un clamor que al llegar a cierto punto alguien cortaba con un cuchillo dejando en el oído el vacío de la noche, de la noche en el mar, de la noche en Larache. Aparecía como una detonación y moría con la misma sequedad, rodeado de calles desiertas y ventanas cerradas. Golpeó la puerta mientras imaginaba el lamento de una pesadilla que soñaba la ciudad entera."

Alejandro Gándara
Ciegas esperanzas



“La diferencia entre un esclavo y un ciudadano es que el ciudadano puede preguntarse por su vida y cambiarla.”

Alejandro Gándara

"Por supuesto, el corazón no es un libro abierto, quizá no sea ni un libro, pero está plagado de escrituras. Hay que prestarle atención si se quiere leer en él, pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones sobre la claridad.
Entre los libros judíos hay uno, Eclesiastés, narrado por Cohélet siglos antes de Cristo, que se declara en rebeldía contra toda pregunta y que simplemente niega: no hay consuelo, no hay inmortalidad, la obra humana no significa nada, Dios es el nombre de la ausencia. La mortalidad del hombre y de la bestia es la misma, la muerte es una para todo lo que existe sobre la tierra. Ojalá no hubiéramos nacido. Contamos los días de nuestra existencia, porque sabemos que se acaban. Los placeres y las alegrías los pone Dios en el corazón del hombre para que olvide el cómputo de sus días. Ése es el trabajo, fuera contabilidad. Ya el tiempo nos cuenta, porque hay un tiempo para cada cosa.
No intentes consolarte, porque añadirás más dolor. Sólo te queda el placer, que es olvido, que es presente absoluto, en que las horas y los días se diluyen. Pero el Eclesiastés oculta la paradoja: el placer y la alegría tienen límites, y al cesar resucitan las imágenes temidas (esa petite mort que sucede a todo éxtasis). Además: lo que se hace para olvidar deviene en una forma de recuerdo, en una desesperación desviada que devuelve el motivo multiplicado. El tiempo se detiene, pero la memoria no. Y así la satisfacción se cumple y se saborea con amargura.
Emplazada en olvidar la cuenta de los días, la conciencia que pinta el narrador Cohélet es solitaria en extremo. Los otros no sirven, el mundo está regido por la injusticia y la necedad. La sabiduría es la casa del dolor y donde abunda conocimiento abundan penas. En cuanto a las propias obras, son sólo vanidad y atrapar vientos, no te afanes demasiado. Y ésta es el alma en que, despojada de las otras almas, de la sabiduría y de las obras, se deposita enteramente la responsabilidad de hallar reposo (olvido).
Nace con ella una subjetividad que reconocemos, dolorosa. Nadie solo, empozado en sí mismo, puede con eso. Le esperan, en el fondo de su mundo clausurado, la impotencia y el desbordamiento. La subjetividad tiene una larga y aplaudida historia, que coincide con la revelación de su verdadera identidad, paciente y sufriente. El yo es una confesión (y casi siempre está confesándose) de todos los males que le aquejan. Sí, eres tú, porque sufres."

Alejandro Gándara
Las puertas de la noche


"Vivimos con la muerte a cuestas."

Alejandro Gándara