"Haz el favor, Rosamunda, dijo Tristano, ésta es la España de hoy en día, al Caudillo le importa un bledo la modernidad, y otro bledo vosotros, los americanos, él está pensando en defender Occidente del comunismo, como verás que antes o después dirá alguien, qué pretendes que le importe el aire acondicionado, él se contenta con el fresquito de las sacristías. Se sentaron en el suelo. Tristano miraba fijamente a los ojos del perro, la Guagliona lo miraba de refilón, de vez en cuando, Tristano no sabía qué decir, y se preguntaba por qué la había llevado a ver aquel cuadro... Sabes, escritor, si Tristano hubiera tenido el don del vaticinio, le habría dicho que algún día se encontraría con aquel perro, le habría dicho, Rosamunda, algún día reconocerás a este perro, por lo demás no es un perro, es una perra, pero es difícil adivinar el sexo de un perro enterrado en la arena, yo, sin embargo, sé que es una perra... pero Tristano el don del vaticinio no lo tenía, por eso te estoy contando a ti lo que hubiera debido intuir él, porque ciertas señales han de ser comprendidas a tiempo, no cuando uno está muriéndose... ¿Te encuentras bien?, le preguntó Rosamunda. Para morirme, contestó él, para morirme. Pues no lo parece, la verdad, susurró ella, tienes un color estupendo y después de comer has tenido el valor de hacerlo tres veces seguidas, después de haber devorado una bandeja de callos a la madrileña. Tristano le ordenó que se quedara donde estaba, quieta dónde estás, Guagliona mía, fue a colocarse bajo el perro amarillo, dobló los brazos y las rodillas como una marioneta a la que han cortado los hilos, un día en un restaurante fuera del tiempo y del espacio me sirvieron el amor como callos fríos, yo le dije amablemente al cocinero misionero que los prefería calientes, que los callos no se tomaban fríos, no me los comí, no quise otro plato, pagué la cuenta y salí a la calle."

Antonio Tabucchi
Tristano muere




"He sido hombre, mujer, anciano, niña, he sido las multitudes de las grandes avenidas de las capitales de Occidente, he sido el plácido Buda de Oriente de quien envidiamos la calma y la sabiduría, he sido yo mismo y los otros, todos los otros que podía ser, he conocido honores y deshonores, entusiasmos y desalientos, he cruzado ríos e inaccesibles montañas, he mirado plácidos rebaños y he recibido en la cabeza el sol y la lluvia, he sido una hembra en celo, he sido el gato que juega en la calle, he sido el sol y la luna, y todo porque la vida no basta."

Antonio Tabucchi
Los últimos tres días de Fernando Pessoa



"La filosofía parece ocuparse solo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse solo de fantasías, pero quizá diga la verdad."

Antonio Tabucchi


“La función del intelectual es levantar duda en la opinión pública, al contrario que el político, el cual debe hacer creer a los votantes que el suyo es el mejor de los mundos posibles. El político debe tranquilizar conciencias, y el intelectual, inquietarlas.” 

Antonio Tabucchi


"La mujer entreabrió la puerta y se asomó con curiosidad. El señor Almeida hizo un gesto perentorio, sin decirle una palabra, y ella se retiró rauda. Entre nosotros caló el silencio. El señor Almeida volvió a encender su cigarrillo, que se le había apagado, y susurró: es un gran embrollo, señor mío, un gran embrollo. Yo procuré armarme de valor y bebí otro sorbito de cachaza. Explíqueme ese embrollo, señor Almeida, se lo ruego, es usted el único que puede explicarme ese embrollo. El viejo se levantó y cerró con llave la puerta que daba al pasillo, aspiró una calada de humo y exhaló el humo en dos anillos concéntricos que se quedó mirando atentamente como si fueran lo más importante del mundo. La señorita nunca se tragó esos cristales, murmuró, no murió en la cárcel, eso es sólo lo que todo el mundo creyó, pero la verdad es otra.
En un arrebato, puse mi mano sobre la suya y se la apreté. Si conoce usted esa verdad, dije, señor Almeida, o, si lo prefiere, amigo Tío Tom, cuénteme esa verdad, a usted no puede hacerle daño alguno. El señor Almeida se acercó a la ventana y miró hacia fuera. Los cristales estaban mojados por la lluvia. Estaba cayendo una llovizna fina. A veces en mis sobremesas me asomo a la ventana y miro la calle, susurró casi imperceptiblemente, y miro los perros, este barrio está lleno de perros vagabundos, usted tal vez no me entienda, amigo mío, pero estos perros me unen a Cabo Verde más que las personas a las que conozco, porque en Cabo Verde hay también muchos perros vagabundos, y por lo general son amarillos, exactamente como aquí en la Reboleira, y entonces me pongo a pensar qué es lo que une a este país con Cabo Verde y acabo por creer que son los perros vagabundos, los perros amarillos, por lo demás a mí ya no me queda nadie en Cabo Verde, toda mi familia ha muerto, tengo un primo que es funcionario estatal, pero no quiere saber nada de una persona como yo, que ha sido carcelero en una prisión política durante el fascismo, no me habla, menudo gilipollas, no puede ni imaginarse lo que yo he hecho por la democracia de este país, y también por el suyo, cuántas veces he puesto en peligro mi vida, ese cretino no entiende nada, no es más que un funcionario. ¿Y es que usted no ha sido acaso un funcionario durante toda su vida?, le rebatí yo. Sí, murmuró él, pero ¿cómo?, sabe, señor mío, a veces los prisioneros llegaban completamente magullados porque los había pillado la PIDE, y ésos no se andaban con tonterías, después de pasar por la enfermería los metían en las celdas con el rostro violáceo y los pulmones hinchados a causa de los porrazos, y entonces quien los curaba era yo, el Tío Tom, les preparaba café, les ponía hielo sobre los moratones, y ellos se encomendaban a mí, luego me daban cartas para sus familiares que yo echaba en la central de correos, en definitiva, cosas así, los ayudaba, hacía todo lo posible, porque sabía por lo que estaban pasando mis hermanos en Cabo Verde, que querían ser libres, sufrían exactamente las mismas cosas, y una bonita noche llegó la señorita Isabel."

Antonio Tabucchi
Para Isabel. Un mandala




"La simpatía es el mejor regalo que se puede ofrecer a una persona a la que no se conoce."

Antonio Tabucchi


"No me acuerdo de si me había quedado dormido, estaba en casa, no me lo esperaba. Oí un motor, parecía más un camión que un automóvil. Me asomé a la ventana pero no conseguía ver nada, porque el camión permanecía detrás de la iglesia. Había apagado el motor pero seguía con los faros encendidos, de manera que dos cilindros de luz asomaban de la oscuridad dirigidos a la plaza. Entonces me vestí, quería salir vestido como es debido. Ellos empezaron a cantar sus canciones y silbaban como se silba a las ovejas. Iban de casa en casa sacando a la gente. Yo pensé: salgo yo solo, porque no quería que me sacaran, quería salir por mi propio pie, vestido, sin que me empujaran, de modo que me uní a los demás, que estaban ya alineados en la plaza, muchos descalzos y en calzoncillos, incluso los más ancianos. Los que dirigían el tráfico eran los hermanos Piazzi con las borlas bailándoles en el cuello. También a tu padre le había dado tiempo a vestirse. Tu padre era un hombre muy estimado. Lo golpearon con saquitos de arena, porque se avergonzaban de dejarle marcas en la cara. Con saquitos de arena en los hombros, que no dejan marcas por arriba y las dejan por abajo, con el tiempo. Pero ¿sabes tú por qué te cuento esto, Amelia? ¿Qué necesidad hay? ¿Y yo? Verás, yo era un hombre delgado y fuerte, no había problema, podía sangrar tranquilamente y llevar marcas. Así que... Pero ¿Qué necesidad hay, Amelia?"

Antonio Tabucchi
El barquito chiquitito




"No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo."

Antonio Tabucchi




"Pensó que cuando se está verdaderamente solo es el momento de medirse con el yo hegemónico que quiere imponerse en la cohorte de las almas. Y aunque pensó en todo ello no se sintió tranquilo, sintió en cambio una gran nostalgia, no sabría decir de qué, pero una gran nostalgia de una vida pasada y una vida futura."

Antonio Tabucchi
Sostiene Pereira



"Proserpina me quiere en su reino, es hora de partir, es hora de dejar este teatro de imágenes que llamamos nuestra vida, si supiera las cosas que he visto con los anteojos del alma, he visto los contrafuertes de Orión, allí arriba en el espacio infinito, he caminado, con estos pies terrestres por la Cruz del Sur, he atravesado noches infinitas como un cometa luciente, los espacios interestelares de la imaginación, la voluptuosidad y el miedo, y he sido hombre, mujer, anciano, niña, he sido las multitudes de las grandes avenidas de las capitales de Occidente, he sido el plácido Buda de Oriente de quien envidiamos la calma y la sabiduría, he sido yo mismo y los otros, todos los otros que podía ser, he conocido honores y deshonores, entusiasmos y desalientos, he cruzado ríos e inaccesibles montañas, he mirado plácidos rebaños y he recibido en la cabeza el sol y la lluvia, he sido una hembra en celo, he sido el gato que juega en la calle, he sido el sol y la luna, y todo porque la vida no basta."

Antonio Tabucchi
Los últimos tres días de Fernando Pessoa


“Si la función de un político es tranquilizar, mostrar que todo anda bien gracias a su presencia, la mía es desasosegar, poner a dudar a la persona.” 

Antonio Tabucchi