“A mí me parece que la disciplina es una de las caracterizaciones más profundas del talento mismo, una de las formas más acabadas y perectas de la inteligencia.”

César González Ruano
La disciplina literaria, Pueblo, 29/1/1955, Obra periodística, (1943-1965), II, 2003





"Era natural lo de don Anselmo, como no era menos natural lo de María Luisa. María Luisa, una muchacha de unos dieciséis años, morenilla, con ojos garzos, dientes mentirosos y manos a las que yo escribí en seguida un soneto, era hija de unos padres amigos de los míos. Aunque ninguno de los dos teníamos edad para ello, nuestras relaciones parecieron bien a las dos familias desde el primer momento, se consideraron como una gracia y estuvieron protegidas como un privilegio que un día podía terminar en boda.
María Luisa ocupaba gratamente las horas en que Fe tenía que tomar Jerez con don Anselmo. Íbamos al cine, o bien yo iba a merendar a su casa o ella venía a la mía.
Me reprocho ahora el haber sido menos noble con Fe que ella conmigo. Nada le dije de la aparición de María Luisa en mi vida, ni tampoco, y por supuesto, le dije nunca a María Luisa que por las noches salía con Fe, aquel gorrión alegre de la calle Ancha de San Bernardo.
Habíamos cambiado de café y nos veíamos en el Varela, de la calle de Preciados. El público era igual. Idéntica la pequeña burguesía del barrio y los mismos los personajes de la bohemia. En el café de la Reina Victoria habíamos conocido a unos que procedían del Varela, donde no podían entrar, y en el Varela a otros que no podían pasar por delante del Reina Victoria. Poco más o menos, los que antes o después eran clientes del Español, del Colonial o de otros más lejanos, como el del Pilar, el de San Millán, el de San Isidro o aquel otro de Atocha que tenía el pomposo y extraño nombre de Gran Café Social de Oriente. La corte errante de la bohemia no disponía de cuartel que pudiera ser muy fijo, y esto por natural estrategia de batalla y de la revolución permanente de la que ellos y no otros habían sido inventores.
Nuestras vidas paralelas, la de Fe y don Anselmo, la de María Luisa y la mía, discurrían a lo largo del río del Devenir, en el que el Destino era su Heráclito el Oscuro.
En esto, Fe cayó enferma. Había intentado arrastrar su vida habitual de puntillas sobre aquella existencia precaria, pero no pudo fingir ni fingirse más tiempo. Crueles rosas de sangre habían bordado el embozo de su cama, y cuando llegué una noche la encontré acostada y con don Anselmo sentado en una silla a su vera."

César González Ruano
La canción del recuerdo



"Esta complacencia por lo suntuario y vernáculo, revela, claro es, un nacimiento al menos acaecido en el seno de una acomodada burguesía. ¡Cómo sentimos esto quienes nacimos, débiles de fortuna, conociendo por tradición y desvaída estampa infantil esos grandes y fríos salones entarimados de miedo, enguatados en el silencio de antiguas sedas! Una de las primeras cosas que me hizo amar a Baudelaire, en cuanto me asomé a la pavorosa cisterna de su vida, fue verle, de niño, pálido y vestido de terciopelo. Hay como una masonería, como una dignidad orgullosa de origen en todos los que desfilamos por el mundo vestidos de harapos o de dandis, una masonería de manos largas y finas, de angustiada suavidad de piel, por la que nos reconocemos quienes fuimos niños pálidos vestidos de terciopelo, los que merendábamos en colegios tristes y volvíamos a una casa que tenía la fina y modesta suntuosidad de últimos tapices heredados, de cuadros antiguos, de esos que, en la mala hora, cuando se venden, nos hacen adquirir el aire tremendo del caballero que vende su castillo, mandando picar los escudos sostenidos por monstruos heráldicos.
Baudelaire, aunque de un origen más humilde que el que él decía, era, sin embargo, esa cosa finísima, sutil, puesta tantas veces en solfa, que tiene hoy un nombre sencillo: "Un señorito." Porque es mucho más difícil y mucho menos estúpido de lo que se cree, eso de ser "un señorito", y sólo los que lo son, pueden gastar con dignidad el dinero que no tienen, beben el chocolate sin manchar la jícara ni ensuciase los labios y engolfarse sin ser más golfos.
Lo de sus antepasados, desde luego, fue una simulación. Parece que ni la sífilis, ni aquella locura que le amenazó varias veces sin herirle nunca, ni su impotencia, ni sus desgracias, en fin, tenían ninguna razón genealógica, hermosa y antigua, como una herencia de podridas rosas. Dos hechos irrebatibles, sin embargo, hay que dejar aquí bien sentados, apuntando todo un mentís a lo dicho, dejando oscuro y ecléctico este punto médicamente explorado: Charles Baudelaire es hijo de un sexagenario. Charles Baudelaire muere paralítico, igual que su hermanastro.
"Mis antepasados -ha escrito en sus "Diarios íntimos"-, locos o maniáticos, en solemnes viviendas, muertos todos víctimas de sus furiosas pasiones..."
Y, sobre todo, él que tanta importancia concedía a lo genealógico, él que amaba la ciudad hasta desdeñar el campo y juzgar estúpida la Naturaleza, era nieto de un campesino y descendía de una familia campesina. Esta verdad, dudosa para muchos, parece bastante clara gracias a sus más documentados biógrafos, Eugène y Jacques Crépet, que logran identificar a los abuelos paternos del poeta y dar alguna luz a la rotunda oscuridad que rodeaba la línea de su madre."

César González Ruano
Baudelaire



“Hay muy poca suerte. Suerte, suerte. Lo que ocurre es que, a muchos méritos y valores, cuando son ajenos, se les llama suerte.”

César González Ruano
“Divagación sobre la lotería”, ABC, 21/12/1958, Obra periodística, (1943-1965), II, 2003



"He llegado hasta 1930 y quiero volver un año atrás para consignar el primer dolor serio de mi vida: la muerte de mi padre en la mañana del día 2 de febrero de 1929.
Mi padre fue mucho en mi existencia y su inesperada muerte repentina sigue aún siendo, para mí, un hondo pesar de difícil desconsuelo.
Yo vivía entonces en la calle de Manuel Cortina y por las mañanas, cuando no iba a escribir al Café de Gijón, me quedaba en un pequeño bar que aún existe en la calle de Santa Engracia, esquina a la plaza de Chamberí. A este bar venía algunas veces don Antonio Machado y más de una le vi acompañado de una muchacha joven con aspecto modesto que debía ser un amorío tristón de don Antonio. Otras veces, en este mismo bar, Julio Fuertes -que era en este tiempo mi amigo inseparable- y yo le veíamos a Machado escribir alguna poesía. Escribía muy lento, sin duda un solo verso, y luego pensaba largo tiempo hasta posar unos segundos el lápiz en el papel. Le vimos también -cosa inexplicable, pero cierta- contar con los dedos maquinalmente las sílabas. A este bar vinieron a decirme que mi padre se había puesto muy mal y que fuera en seguida a verle. Corrí hasta nuestra casa de la calle del Conde de Xiquena y cuando llegué ya encontré cerrada la media puerta del portal.
Mis reacciones ante la muerte de mi padre fueron extrañas. Primero sentí una ira terrible. Luego me deprimí y no quise entrar en la alcoba donde acababa de morir cuando pensaba normalmente levantarse. Tampoco quise verle en el ataúd. Quería guardar de él la idea del padre vivo y no la impresión del hombre muerto.
Le amortajó mi madre ayudada por Julio Fuertes. Inexplicablemente para mí mismo yo me encontraba muy tranquilo y dormí bien toda la noche. A la mañana siguiente me contrarió no poder ir al café y tener que estar recibiendo insufribles visitas de amigos de la casa. Por la tarde fue el entierro, al que tampoco asistí. Ni lloré ni hice ninguna escena, cosas ambas que temí cuando me vinieron a dar la noticia. Me ayudaba también la entereza de mi madre, que cuando lo sacaron no movió un músculo de la cara. En cambio, días después, cuando nos decidimos a abrir los cajones de la mesa de su despacho, a la vista de aquel mundo pequeñito y ordenado de cajas de plumas, de gomas de borrar, de lápices, creí que me iba a caer redondo, y cuando apareció mi navaja de plata con la que él me afilaba los lápices de niño, me eché a llorar ruidosamente sin lograrme contener ni la presencia de mi madre, a quien no quería dar aquel espectáculo. ¡Siempre las pequeñas cosas! ¡Siempre esta incapacidad para entender lo grande, lo importante, lo que le dice algo a cualquiera, y, a cambio de ello, esta sensibilidad del detalle menor!
Mi madre se quedó sola en la casa desde el primer momento. No quiso ir con nadie. Y por cierto que ella entendía también de estas cosas a su modo, porque la primera noche se pasó a dormir a la cama donde había muerto mi padre "porque le daba tristeza, durmiendo en la suya, ver la otra vacía".
Ante algo tan serio como la muerte de un ser querido, cada uno reacciona según sus misterios insobornables y quizá ni como quisiera ni como creyera teóricamente. A mí, la muerte y los muertos me han producido siempre espanto y una sensación de fallo personal, como si yo estuviera en ridículo, porque se me hubiera muerto un ser de mi sangre, como si yo fuera ante los ojos de los demás un ser tan débil y tan pobre que no pudo evitar que el otro ser muriera. La muerte me ha producido también ira, una terrible ira para la que he procurado, sin demasiado éxito, buscar todos los consuelos mentales de la religión y aun de la fatalidad."

César González Ruano
Memorias: mi medio siglo se confiesa a medias



“La juventud no es sino un trámite para llegar a la madurez y que es precisamente en la madurez cuando el hombre realiza la mejor parte de su programa juvenil, que solo en le vejez comprende.”

César González Ruano
“Columnas y cipreses”, ABC, 3/9/1958, Obra periodística, (1943-1965), II, 2003



"La muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir."

César González-Ruano



“… las cosas, los objetos, tienen, yo no diré que su alma, pero sí que su algo. La vida se ha frotado con ellos y algo de esa vida se ha quedado allí. Con sus ojos ciegos, con sus oídos sordos, con su boca muda, han sido testigos de argumentos de nuestra existencia.”

César González Ruano
“El traje viejo”, Pueblo, 3/3/1956, Obra periodística, (1943-1965), II, 2003
Tomada del libro GuiaBurros Las mejores citas (Las Mejores Citas De Pensadores Españoles) de Delfín Carbonell, página 66



“Los tipos raros llegaban alguna vez a los primeros puestos de la genialidad admitida o del talento no discutido. Tipos raros fueron Santiago Ramón y Cajal, Mariano Benlliure y don Ramón del Valle-Inclán.”

César González Ruano
“Tipos raros”, Pueblo, 26/3/1955, Obra periodística, (1943-1965), II, 2003




“No creo que en el estrecho campo de alegrías que pueda tener a su alcance la criatura humana, exista una alegría más ancha y solar que esa: dar, dar, dar.”

César González Ruano
“Josefina y los viejos”, ABC, 7/11/1959, Obra periodística, (1943-1965), II, 2003
Tomada del libro GuiaBurros Las mejores citas (Las Mejores Citas De Pensadores Españoles) de Delfín Carbonell, página 25



“Pasar a la inmortalidad no es otra cosa que lograr entrar en la memoria de quienes nos sobrevivan o no han nacido todavía.”

César González Ruano
“El recuerdo de la inmortalidad”, ABC, 6/9/1959,Obra periodística, (1943-1965), II, 2003














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