"Aquella observación me cerró la boca. Cuando uno apesta, no puede declarar su amor a su dama. Así pues, me limité a delirios más clásicos: le confesé a mi amada que yo era un cono que intentaba transformarse en cilindro, le dije que me atropellaba el tranvía, que el cuadrado de mi hipotenusa era igual a la suma de mis ángulos rectos, que era un dromedario y que bajo el puente Mirabeau fluye el Sena, como ya advirtiera en su día un poeta buen observador.
La prodigiosa me escuchaba con una paciencia arcangélica. Sólo por eso, ya valía la pena estar enfermo. A la mañana siguiente, la encontré dormida en el sofá. Me sentía bien, había recobrado la salud, y también el olfato: mi propio hedor me incomodaba.
Me encerré en el cuarto de baño: me horrorizaba pensar que mi amada tuviera que soportar semejantes pestilencias. La enfermedad me había dejado más flaco y la piel me colgaba más que nunca. Jamás me había sentido tan penoso y ridículo. Y, por primera vez en mi vida, lloré por mí. 
Hubo un tiempo en que ser virgen a los veintinueve años constituía un acto de fe. Hoy en día, todo el mundo lo consideraría una patología inconfesable producida por graves trastornos de la personalidad.
¿Soy un místico o estoy chiflado? Lo ignoro. Lo único que sé con seguridad es que mi virginidad obedece a un acto de propia elección. Por supuesto, si no tuviera el cuerpo que tengo, seguramente ya no sería virgen. Aunque, incluso con semejante físico, podría tener vida sexual. Ir de putas no me hubiera planteado ningún problema moral. ¿Por qué no lo he hecho?
Creo que se debe a mi faceta Eugenia Grandet: para mí, las ilusiones valen todo el oro del mundo. Cada cual se crea aquello de lo que carece: mi fealdad, para resultar soportable, requería un ideal a prueba de bomba. Y he ideado una concepción del sexo que lo convierte en algo inaccesible: es el Grial.
Estoy en lo cierto, no cabe la menor duda. Para algunos elegidos, hacer el amor debe de ser el absoluto, la suprema experiencia, un bien soberano. Pero, cuando, como es mi caso, se tiene un cuerpo que es una caricatura, el acto sexual debe de parecer un pulular de larvas, un frotamiento de carne fláccida.
Imaginarme en el cuerpo de una mujer me encoge el corazón.
El mejor regalo que un ser como yo puede hacer al sexo es la pura y simple abstención. 
Mi vida de estrella me obligó, entre otras cosas, a coger una cantidad considerable de trenes. Constituye el medio de transporte más pedagógico que conozco: nunca he viajado en tren sin aprender algo, ya sea en boca de algún viajero en vena confidencial, ya sea por obra de mis observaciones personales.
La gloriosa época de los vagones restaurantes ha pasado a la historia. Actualmente, los trenes imitan a los aviones. Si uno viaja en primera clase, una azafata le da una bandeja. A elegir entre dos menús.
Siempre he rehusado la bandeja, horrorizado. No era el caso de mis vecinos que, por lo general, aceptaban con expresión contenta, como si aquella comida fuera un premio. Se conservaba una vaga tradición: la cocina ferroviaria seguía siendo superior a la de los aviones. Foie-gras y otros magrets formaban parte del viaje."

Amélie Nothomb
Atentado


"Daba la impresión de que a la gente le parecía un motivo algo frívolo. Épicène pensaba que no era así en absoluto. ¿Qué mejor manera de contrarrestar el tragic flaw que la atormentaba que estudiando desde el origen? Por lo que sabía de los héroes isabelinos, ellos por lo menos experimentaban sentimientos tan desmesurados como los suyos.
Disfrutó mucho de sus años en Rennes. Le encantaba oír cómo toda la facultad la llamaba Épicène en un tono de admiración. Eligió el mayor número de asignaturas relacionadas con autores isabelinos. La obra que llevaba su nombre no fue su preferida. Leyó y releyó Ricardo III hasta la intoxicación.
Sus condiscípulos lamentaban que una chica tan guapa fuera tan inaccesible. Ella también sufría por ello. Cuando se sentía atraída por alguien, se sentía retenida por una fuerza que la clavaba en la pared.
Dedicó su tesis al verbo «to crave», desde su aparición hasta nuestros días. Escépticos, los profesores intentaron disuadirla: «No resistirás con un tema semejante.» Ella no se dejó intimidar."

Amélie Nothomb
Los nombres epicenos



"En mi testamento ordeno que permanezcan inéditos los que no haya publicado en vida. Por otra parte, no quiero que sean destruidos, porque también son mis criaturas. ¿Qué hacer? Había pensado en el Archivo Secreto del Vaticano, una solución elegante, pero no conozco a nadie allí. Probablemente serán encerrados en un bloque de resina."

Amélie Nothomb



"Hasta donde remonta mi memoria, y remonta muy lejos, siempre he pensado en forma de diálogo. Cuando era un bebé, un dios interior hablaba con un dios exterior. Después, cuando comprendí que yo no era dios, mantuve la propensión al diálogo. Por tanto es natural reproducir ese mecanismo, bastante paranoico, en mis textos."

Amélie Nothomb



“Llegó el momento en que el sufrimiento de los demás ya no les bastó: tuvieron que convertirlo en espectáculo.”

Amélie Nothomb




"—Mañana te llevo a la montaña —me anunció Rinri por teléfono—. Ponte las botas de excursión.
—No creo que sea una buena idea —dije.
—¿Por qué? ¿No te gusta la montaña?
—Soy una enamorada de la montaña.
—Entonces está decidido —zanjó él, indiferente a mis paradojas. Apenas hubo colgado, sentí que me subía la fiebre: las montañas del mundo entero, y con mayor motivo las de Japón, ejercen sobre mí una alarmante seducción. Sin embargo, sabía que la aventura no estaría exenta de riesgos: superados los mil quinientos metros de altura, me convierto en otra persona. El 11 de agosto, el Mercedes blanco me abrió su puerta.
—¿Adónde vamos?
—Ya lo verás.
Yo, que nunca he sido muy dotada para los ideogramas, siempre he podido leer el nombre de los lugares. Este don me resultó de lo más útil a lo largo de mis periplos nipones. Así, tras un largo recorrido por carretera, mis sospechas se confirmaron:
—¡El monte Fuji!
Era mi sueño. La tradición afirma que todo japonés debe subir al monte Fuji por lo menos una vez en su vida, so pena de no merecer tan prestigiosa nacionalidad. Yo, que deseaba ardientemente convertirme en nipona, veía en aquel ascenso una genial astucia identitaria. Y más teniendo en cuenta que la montaña era mi territorio, mi terreno.
Dejamos el coche en un gigantesco aparcamiento instalado sobre la planicie de lava, más allá de la cual ningún vehículo estaba autorizado a circular. La afluencia de coches me impresionó, ya que confirmaba la necesidad de la gente de acceder al título de japonés auténtico. No se trataba de un simple formalismo: se trataba de pasar del nivel del mar a una altura de 3.776 metros en menos de un día, ya que sólo la cima y la base disponen de lugares en los que cobijar a los que allí pernoctan. Sin embargo, en aquel principio de ascenso, entre la abarrotada multitud había ancianos, niños, madres cargando a bebés, incluso me pareció ver a una mujer embarazada con aspecto de ir por el octavo mes. De lo que cabe deducir que la nacionalidad japonesa siempre tiene una connotación heroica.
Miré hacia arriba: conque eso era el monte Fuji. Por fin había encontrado un lugar desde el que no parecía imponente, por la sencilla razón de que no lo veías: su base. De no ser así, ese volcán es una sublime invención que puede verse desde casi todas partes, hasta el punto de que, en ocasiones, lo he confundido con un holograma. Desde Honshu, son innumerables los lugares con una vista soberbia del monte Fuji: sería más fácil contar los lugares desde los cuales no se ve. Si los nacionalistas hubieran querido crear un símbolo federalista, habrían construido el monte Fuji. Imposible contemplarlo sin experimentar el mítico hormigueo de lo sagrado: es demasiado hermoso, demasiado perfecto, demasiado ideal."

Amélie Nothomb
Ni de Eva ni de Adán


"Nos despertamos en medio de la oscuridad, sin saber nada de lo que sabíamos. ¿Dónde estamos, qué ocurre?
Por un momento, no recordamos nada. Ignoramos si somos niños o adultos, hombres o mujeres, culpables o inocentes. ¿Estas tinieblas son las de la noche o las de un calabozo?
Con más agudeza aún, ya que se trata del único equipaje que tenemos, sabemos lo siguiente: estamos vivos. Nunca lo estuvimos tanto: sólo estamos vivos. ¿En qué consiste la vida en esta fracción de segundo durante la cual tenemos el raro privilegio de carecer de identidad?
En esto: tener miedo.
No obstante, no existe mayor libertad que esta breve amnesia del despertar. Somos el bebé que conoce el lenguaje. Con una palabra podemos expresar este innombrable descubrimiento del propio nacimiento: nos sentimos propulsados hacia el terror de lo vivo.
Durante este lapso de pura angustia, ni siquiera recordamos que al salir de un sueño pueden producirse fenómenos semejantes. Nos levantamos, buscamos la puerta, nos sentimos perdidos, como en un hotel.
Luego, en un destello, los recuerdos se reintegran al cuerpo y nos devuelven lo que nos hace las veces de alma. Nos sentimos tranquilizados y decepcionados: así que somos eso, sólo eso.
Enseguida se recupera la geografía de la propia prisión. Mi cuarto da a un lavabo en el que me empapo de agua helada. ¿Qué intentamos limpiándonos el rostro con una energía y un frío semejantes?
Luego el mecanismo se pone en marcha. Cada uno tiene el suyo, café-cigarrillo, té-tostada o perro-correa, regulamos nuestro propio recorrido para experimentar el menor miedo posible.
En realidad, dedicamos todo nuestro tiempo a luchar contra el terror de lo vivo. Inventamos definiciones para huir de él: me llamo tal, tengo un curro allí, mi trabajo consiste en hacer esto y lo otro.
De un modo subyacente, la angustia prosigue su labor de zapa. No podemos amordazar del todo nuestro discurso. Creemos conocer nuestro nombre, que nuestro trabajo consiste en hacer esto y lo otro pero, al despertar, nada de eso existía. Quizá sea porque no existe."

Amélie Nothomb
Diario de la golondrina 






"Sufrí una anorexia muy grave durante la adolescencia, estuve al borde de la muerte. Mis padres, como siempre, hicieron como si no pasara nada, como si lo mío fueran excentricidades divertidas. A los 16 años, de forma anárquica, comiendo cosas horribles, empecé a curarme. Tuve que cumplir los 21 para que la hora de la comida no fuera una tragedia, una ceremonia de lágrimas y odio a mí misma. Ahora sigo comiendo de forma rara, pero a veces consigo incluso sentir placer al alimentarme. He creado un sistema de recompensas. Por ejemplo, para escribir necesito tener hambre. Pero luego me permito banquetes de chocolate y champán, esas dos cosas maravillosas."

Amélie Nothomb



"Tienes la obligación de tener hijos, a los que tratarás como a dioses hasta los tres años, edad en la que, de repente, los expulsarás del paraíso para alistarlos al servicio militar, que durará desde los tres hasta los dieciocho años y, más tarde, desde los veinticinco años hasta el día de su muerte. Estás obligada atraer al mundo a seres que serán todavía más infelices en la medida en que en los tres primeros años de su vida les habrán inculcado la noción de felicidad. ¿Te parece horrible? No eres la única en opinar así. Tus semejantes piensan del mismo modo desde 1960. y ya ves de qué les ha servido. Muchas de ellas se rebelaron, y quizás tú también te rebeles durante el único periodo libre de tu vida, entre los dieciocho y los veinticinco años. Pero, a los veinticinco años, de repente de darás cuenta de que todavía no te has casado y te sentirás avergonzada. Cambiarás tu ropa excéntrica por un aseado vestido, medias blancas y grotescos zapatos de tacón, someterás tu espléndida y lisa cabellera a un lamentable peinado y te sentirás aliviada si alguien -marido o jefe- manifiesta algún deseo hacia ti. En el caso más que improbable de que te cases por amor, todavía serás más desgraciada, ya que verás sufrir a tu marido. Será mejor que no le ames: eso te permitirá asistir con indiferencia al naufragio de sus ideales, porque tu marido todavía los tendrá. Por ejemplo, le habrán hecho creer que sería amado por una mujer. No obstante, pronto se dará cuenta de que no le amas. ¿Cómo podrías amar a alguien si tienes un molde de yeso en lugar de corazón? Te han inculcado un espíritu demasiado calculador para poder amar. Si amas a alguien, significa que no te han educado bien. Los primeros días de matrimonio, fingirás toda clase de cosas. Hay que admitir que ninguna mujer finge con tanto talento como tú. Tu obligación es sacrificarte por los demás. No obstante, no se te ocurra pensar que tu sacrificio hará felices a aquellos por quienes te sacrificas. Eso sólo les permitirá no avergonzarse de ti. No tienes ninguna posibilidad ni de ser feliz ni de hacer feliz a nadie. Y si, extraordinariamente, tu destino se librara de estas prescripciones, sobre todo no deduzcas que has triunfado: deduce que algo has hecho mal. En realidad, muy pronto caerás en la cuenta de tu error, ya que el espejismo de tu victoria sólo puede ser provisional. Y no disfrutes del momento: deja ese error de cálculo para los occidentales. El momento no vale nada, tu vida no vale nada. Nada que dure menos de diez mil años tiene valor alguno. Si te sirve de consuelo, debes saber que nadie te considera menos inteligente que un hombre. Eres brillante, eso salta a la vista, incluso a la vista de los que tan mal te tratan. Aunque, pensándolo bien, ¿de verdad te sirve de consuelo?"

Amélie Nothomb
Estupor y temblores


"Uno de los mayores peligros para un escritor, sobre todo cuando alcanza un cierto éxito, es la complacencia, la convicción de que todo lo que escribe es importante. Por eso trato de ser dura conmigo misma. Me impongo horarios criminales y selecciono: no debo olvidar que no todo lo que hago merece ser publicado. A finales de invierno releo el trabajo del año. Es un momento terrible. Elijo entre lo que he hecho el libro que publicaré en septiembre. Pese a todo lo que descarto, soy prolífica. Llevo 26 novelas publicadas en 25 años."

Amélie Nothomb



"Yo. Toda yo. Dentro de mí está el infierno, hay un demonio que quiere destruirme. Mi diálogo interno es una violenta discusión a gritos. Estoy continuamente respondiendo al diablo, intentando explicarle que no soy tan mala como dice. Mientras mantengo mi disciplina de escritura puedo llevar una vida agradable, hacer cosas que me gustan. Mire, nunca he asesinado a nadie, pero muchas veces he sentido la pulsión de hacerlo. Y he comprobado que no se asesina a alguien que nos es indiferente, sino a alguien que nos inspira sentimientos, quizá el amor, con frecuencia el amor carnal."

Amélie Nothomb








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