La muerte y la propia muerte

Quedaría por resolver la cuestión de las cartas que no contienen esos aspectos más constantes o repetidos, considerados como predominantes y que de algún modo son como el eje vertebral de toda la estructura simbólica formada con el concurso de los restantes aspectos de menor constancia. De nuevo debo superar la contaminación cuantitativista para ser fiel a la lógica cualitativa. Si olvidamos por un momento que la muerte le ocurre al protagonista de cada carta, ésta refleja una situación. El hecho de destacar ciertos aspectos astrológicos por estar presentes en mayor número de cartas no supone que su escasa o nula presencia en los restantes invalide el paradigma trazado. De algún modo éste se expresa en todas con mayor o menor relevancia, entre otras razones porque a la luz de esos aspectos príncipes, el resto se construye armoniosamente, aportando señales identificatorias del sentido de la Muerte que guardan con aquéllos y entre sí una clara vinculación. Me parece innecesario insistir en que no puede darse un rostro único y universal de la Muerte, sino tantos como seres vivos mueren. Si cada carta del día del fallecimiento tiene una fisonomía, ésta se construye cada jornada mediante combinaciones de aspectos extraídos de un inmenso calidoscopio. Cada uno de ellos puede significar la Muerte, no por sí mismo, sino en el contexto de la carta, la cual, a su vez, sólo sabremos que corresponde a la muerte de alguien cuando haya muerto, porque antes -y esto se presta a la más profunda reflexión— tan sólo incita a pensar, de modo forzosamente genérico, en una situación de grandes posibilidades transformadoras. Exactamente las mismas existentes aunque en ese día nadie muriera. Todo día, todo momento, puede ser momento de muerte. Lo llamativo del mismo, desde la astrología, no es la presencia de unos símbolos de base astronómica universales y no ligados per se a la figuración alegórica mortal, sino su singular sinastría con la natividad del muriente. En ese sentido, mis dudas sobre la obligada «casualidad» de unas cartas marcadas por las fechas de los tránsitos desaparecen, pues por obvio que sea el predominio en mis doscientos horóscopos de planetas exteriores forzosamente en tránsito dentro del marco temporal de las muertes seleccionadas, lo significativo son los aspectos que forman con la cartas natales de personas nacidas en días muy distantes. Esto que, sin duda, hace del sujeto la clave de la sinastría, permite, no en menor medida, considerar tal «azar», cuando se repite en muchos sujetos, como un sentido, como un signo, como algo que nos dice algo. Si la interpretación astrológica, no arbitraria ni imaginativa en exceso, puede dar cuenta de ello razonablemente, sin forzar la hermenéutica, reconocerá ese sentido, esas señales y podrá dibujar, no tanto un «retrato robot» de la Muerte en sí como uno de los proteicos semblantes que puede mostrarnos, y podrá intuir que en todos ellos, sean o no repetidos o comunes, resplandecería la misma misteriosa luz.

J. A. González Casanova
La muerte y el horóscopo, pág. 26


¿Y qué es la Muerte sino el límite vital que se confunde con ese horizonte finalista y telúrico (el proyecto cumplido) de toda persona? ¿Y qué es el Horóscopo sino el observar y considerar (scópeo) ese horizonte liminar (oros) desde la altura (oros) que lo abarca y en la hora o momento en que la luz lo hace visible?

J. A. González Casanova
La muerte y el horóscopo, pág. 29


Como indica obviamente todo horóscopo del día del óbito y como ocurre en la vida real, la muerte se ha ido gestando desde un tiempo anterior; proceso éste que puede detectarse incluso en casos de muerte súbita por accidente o por homicidio, por no hablar ya del suicidio o muerte voluntaria. Por tal razón, los tránsitos producidos con anterioridad a la muerte en días, meses y, a veces, hasta años, nos indican dicho proceso, sin que la indeterminación de todo evento permita vincularlo inequívocamente a una futura muerte física. La vejez, la enfermedad, una plenitud personal en forma de agotamiento o de cénit son etapas que preludian la culminación del proceso citado. Este carácter procesual de la Muerte se ve muy claro en los momentos vitales que se corresponden con tránsitos astrales indicadores de cambio, ruptura y transformación.

J. A. González Casanova
La muerte y el horóscopo, pág. 29


Yo había pretendido hallar en la astrología respuesta al sentido de la muerte en sí, y el análisis realizado, con todas sus limitaciones, habló de una transformación objetiva de la persona, de un estado o situación en que la subjetividad de ésta —no su conciencia, que puede verse altamente alterada— se ve, por así decirlo, invadida por una realidad superior a ella y a la que debe inexorablemente someterse. Dicha transformación implica, sin duda, una destrucción material, corporal, pero, al ser tan evidente en los horóscopos que, como siempre y aún más que nunca, los fenómenos físicos se producen causados y acausados en el sentido que les infunde la Inteligencia Universal, la destrucción del cuerpo y la consiguiente pérdida de los mecanismos cerebrales de la conciencia dejaban más puramente a la vista la transfiguración de la persona en espíritu, como el cuerpo incinerado de mi madre se hizo una sola cosa con el fuego que la envolvió. Morir es renacer del todo a la vida eterna que nos habita desde que fuimos creados. El «más allá» de nuestra muerte lo podemos vivir antes de su llegada en cada renacimiento que nos acerca a la plenitud del renacer total. Pero esta afirmación, al acabar, no nace de mi creencia por astrológica que sea, sino de mi fe, ese don que recibe todo anhelo ferviente. La gracia que responde al enigma de Eros.

J. A. González Casanova
La muerte y el horóscopo, pág. 32


Para la astrología judicial, cuyo saber se extrae de juicios de valor, la verdad fenoménica se encuentra o se intuye en las relaciones (o relatos) entre símbolos míticos que se observan en un horóscopo, interpretadas por los códigos tradicionales actualizados. La importancia del relato no nace de una repetición imposible, pues cada horóscopo es único, sino del sentido que adquiere y que aporta en relación, a su vez, con la estructura de la carta astral. Lo significativo aquí es la cualidad, no la cantidad; lo que cuenta es la importancia; lo que importa es que aporta sentido a lo que la carta nos cuenta, nos narra, nos relata: o sea, lo que nos relaciona con ella, verificándose así en nosotros; permitiéndonos ver en ella (in-tuir), a través de su exotérica apariencia fenomenal, su esotérica sustancia numínica.

J. A. González Casanova
La muerte y el horóscopo


Me parece innecesario insistir en que no puede darse un rostro único y universal de la Muerte, sino tantos como seres vivos mueren. Si cada carta del día del fallecimiento tiene una fisonomía, ésta se construye cada jornada mediante combinaciones de aspectos extraídos de un inmenso calidoscopio. Cada uno de ellos puede significar la Muerte, no por sí mismo, sino en el contexto de la carta, la cual, a su vez, sólo sabremos que corresponde a la muerte de alguien cuando haya muerto, porque antes -y esto se presta a la más profunda reflexión- tan sólo incita a pensar, de modo forzosamente genérico, en una situación de grandes posibilidades transformadoras. Exactamente las mismas existentes aunque en ese día nadie muriera.
Todo día, todo momento, puede ser momento de muerte. Lo llamativo del mismo, desde la astrología, no es la presencia de unos símbolos de base astronómica universales y no ligados per se a la figuración alegórica mortal, sino su singular sinastría con la natividad del muriente. En este sentido, mis dudas sobre la obligada "casualidad" de unas cartas marcadas por las fechas de los tránsitos desaparecen, pues por obvio que sea el predominio en mis doscientos horóscopos de planetas exteriores forzosamente en tránsito dentro del marco temporal de las muertes seleccionadas, lo significativo son los aspectos que forman con las cartas natales de personas nacidas en días muy distantes. Esto que, sin duda, hace del sujeto la clave de la sinastría, permite, no en menor medida, considerar tal "azar", cuando se repite en muchos sujetos, como un sentido, como un signo, como algo que nos dice algo. Si la interpretación astrológica, no arbitraria ni imaginativa en exceso, puede dar cuenta de ello razonablemente, sin forzar la hermenéutica, reconocerá ese sentido, esas señales y podrá dibujar, no tanto un "retrato robot" de la Muerte en sí como uno de los proteicos semblantes que puede mostrarnos, y podrá intuir que en todos ellos, sean o no repetidos o comunes, resplandecería la misma misteriosa luz.

J. A. González Casanova
La muerte y el horóscopo, pág. 38
1998, Ediciones y distribuciones Vedrà, S. L.