"Durante los días que siguieron Kenneth Conway se entregó a una actividad frenética que, en apariencia, no tenía mucho que ver con la arqueología. Comenzó por demorar sus visitas a las excavaciones. Si antes subía a las ruinas al amanecer, ahora sólo se dejaba caer por el castillo de Barbarroja sobre el mediodía. Las cuadrillas de mastro Vincenzo y Gaetano habían aprendido a trabajar según sus pautas, se bastaban ellos solos para trazar las nuevas catas. Encontraron más estatuas romanas y fenicias, un espléndido jarrón de pórfido lleno de monedas señaladas con la divisa «Divus Augustus Pater» —al fin Il Tesoro di Timberio, aunque la efigie labrada en los denarios fuera la de Augusto—, y también un pasaje subterráneo a través del cual, según la leyenda, el viejo emperador descendía a la gruta bajo su palacio para sodomizar a sus efebos antes de estrangularlos.
Fersen se mostraba entusiasmado. Aunque no hubieran vuelto a aparecer vestigios egipcios, confiaba absolutamente en su arqueólogo y le colmaba de atenciones entre las que figuraba —de una manera tácita—, su licencia para que se divirtiera con su futura esposa en las fiestas incesantes que entretenían el lánguido otoño de la isla. Conway interpretaba su solicitud de una manera literal. Todas las tardes, tan pronto como concluía su comida junto a mastro Vincenzo y los peones, bajaba al puerto de la Marina Grande donde le esperaba Leticia. El carrusel de disipación comenzaba con un baño al pie de los farallones y continuaba con una vuelta a la isla a bordo del Albatros. En un par de semanas la italiana le enseñó a gobernarlo, a manejar el sextante y hasta a leer las cartas de navegación más complicadas. Conway ponía un interés extraordinario, sobre todo cuando enfilaban su proa a mar abierto. Pero Leticia se aburría enseguida, el mar no era su elemento. Siempre tenía una cita pendiente en cada una de las celebraciones que tuvieran lugar en las villas de moda.
Tras la llegada de Auden y su joven amante, causó sensación el desembarco de D.H. Lawrence, exiliado voluntario de la opresiva sociedad victoriana que nunca toleró el escándalo suscitado tras la publicación de su provocadora Mujeres enamoradas. En Inglaterra se abrió contra él una causa por obscenidad y en Italia, por supuesto, la venta y hasta la traducción del libro estaban prohibidas. Uno de los íntimos del círculo de Fersen le ofreció una de sus residencias a la que Ezra Pound había bautizado con el elocuente nombre de Nepenthe —del griego, ne, «no», y penthe, «dolor»—, una droga mencionada en La Odisea, que rimaba perfectamente con las turbulentas fiestas del opio que seguían celebrando en Villa Lysis. Ambientadas entre junglas de orquídeas y perfumes orientales, y amuebladas, literalmente, con maletas llenas de opio13, en estas veladas frecuentadas por toda la alta sociedad se escenificaban cuadros vivientes donde los sucesivos amantes de Fersen posaban desnudos representando a Venus y Adonis."

Álvaro Bermejo
El amante de Nefertiti


"Pasando de Galicia al Norte de Castilla, por el Bierzo y Ponferrada, y siguiendo la Ruta de la Plata por los parajes de Las Médulas, más aún si cruzas ese parque temático del románico que se extiende desde Soria a Palencia, encontrarás mil y una huellas del dragón en los capiteles de sus iglesias. Te están esperando en San Baudelio de Berlanga y en San Juan de Duero, en San Pedro de Caracena, en San Miguel y en Santa María del Rivero, en Las Dueñas y en San Esteban de Gormaz. El Convento de San Marcos de León, patrón de los amores imposibles, tiene fama de «amansar dragones y corazones». No en vano los de esta tierra son tenidos por los padres de todos los de Castilla, cuyo primer blasón, por los tiempos de Alfonso XI, presentaba dos dragones rugientes —dragantes los llamaban entonces—, en oro lampado de gules. Hay quien afirma que el origen de la leyenda se remonta al tiempo de los vetones que allá por el primer milenio antes de nuestra era se asentaban a ambos lados de la sierra de Gredos. Su vuelo de cumbre en cumbre se puede seguir hasta el hayedo de Tejera Negra, en Guadalajara, donde se conserva el espinazo intacto de una formidable Cresta de Dragón. Si subes hasta Valladolid y te pierdes por la cueva del Hermano Diego, te contarán la historia del judío nigromante que acabó convertido en uno de ellos. Si saltas hasta La Alberca, ya en Salamanca, y llegas por la fiesta de las Loas, te encontrarás con un espantajo encaramado sobre un fiero endriago al que acabará rindiendo el Arcángel San Miguel. El episodio se repite en todos aquellos enclaves por los que pasaron los templarios, o los caballeros hospitalarios de San Juan de Jerusalén… También hay dragones benéficos, no te creas, como el de Valdoso, en Burgos. Allá en el Parque Natural Montes Obarenses se guarda memoria de un viejo dragón tricéfalo, cuyas lágrimas se convierten en nueces y cuya leyenda explica el nacimiento del río Oca —otra clave mágica—. Naturalmente, si estamos hablando del siglo XI, no faltará un abad benedictino, como el San Iñigo del monasterio homónimo, a quien se atribuye el milagro de convencer al endriago para que las aguas fluyeran en abundancia y se convirtiera en el protector de los niños, cuanto más traviesos mejor."

Álvaro Bermejo
Aquí hay dragones
Tomada del libro He visto cosas que no creerías de Jesús Callejo, página 132



“Si no sabes quién puedes ser, no sabes quién eres.”

Álvaro Bermejo


















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