"A las personas les interesa nuestro destino exterior; el interior, sólo a nuestro amigo." 

Heinrich Wilhelm von Kleist

  

“¡Ah!, la ambición es un veneno que emponzoña todas las alegrías.”

Heinrich von Kleist
Tomado del libro de Stefan Zweig
La lucha contra el demonio, pág.193



“Ahora, oh Inmortalidad, ya eres completamente mía. A través de la venda que cubre mis ojos, pasa tu brillo como el de mil soles. Siento que me nacen alas y que flota mi espíritu tranquilo en los etéreos espacios; y del mismo modo que un buque llevado por el soplo del viento ve cómo paulatinamente van desapareciendo el puerto y la ciudad, así yo veo cómo toda mi vida se va hundiendo en el crepúsculo. Aún distingo los colores y las formas... y ahora sólo niebla se extiende debajo de mí.” 

Heinrich von Kleist
Tomado del libro de Stefan Zweig
La lucha contra el demonio, pág.193


"Al llegar la noche del tercer día, ambos, para salir de dudas y hacer averiguaciones a fondo, latiéndoles el corazón, volvieron a subir las escaleras que les conducían a la habitación de los huéspedes, y como se encontrasen al perro, que se había soltado de la cadena, ante la puerta, lo llevaron consigo con la secreta intención, aunque no se lo dijeron entre sí, de entrar en la habitación acompañados de otro ser vivo. El matrimonio, después de haber depositado dos luces sobre la mesa, la Marquesa sin desvestirse, el Marqués con la daga y las pistolas, que había sacado de un cajón, puestas a un lado, hacia eso de las once se tumbaron en la cama; y mientras trataban de entretenerse conversando, el perro se tumbó en medio de la habitación, acurrucado con la cabeza entre las patas. Y he aquí que justo al llegar la media noche se oyó el espantoso rumor; alguien invisible se levantó del rincón de la habitación apoyándose en unas muletas, se oyó ruido de paja, y cuando comenzó a andar: tap, tap, se despertó el perro y de pronto se levantó del suelo, enderezando las orejas, y comenzó a ladrar y a gruñir, como si alguien con paso desigual se acercase, y fue retrocediendo hacia la estufa. Al ver esto, la Marquesa, con el cabello erizado, salió de la habitación, y mientras el Marqués, con la daga desenvainada, gritaba: -¿Quién va?-, como nadie respondiese y él se agitara como un loco furioso que trata de encontrar aire para respirar, ella mandó ensillar decidida a salir hacia la ciudad. Pero antes de que corriese hacia la puerta con algunas cosas que había recogido precipitadamente, pudo ver el castillo prendido en llamas. El Marqués, preso de pánico, había cogido una vela y cansado como estaba de vivir, había prendido fuego a la habitación, toda revestida de madera. En vano la Marquesa envió gente para salvar al infortunado; éste encontró una muerte horrible, y todavía hoy sus huesos, recogidos por la gente del lugar, están en el rincón de la habitación donde él ordenó a la mendiga de Locarno que se levantase."

Heinrich Von Kleist
La mendiga de Locarno



"El hombre, para tropezar, sólo necesita sus pies, pues su miserable piedra de tropiezo cada uno la lleva en sí."

Heinrich von Kleist


"En poco tiempo la plaza fue totalmente conquistada, y el gobernador, que aún se defendía porque no esperaba encontrar perdón, se retiraba con tropas desfallecientes hacia la entrada principal de su residencia, cuando el oficial ruso, con semblante muy encendido, salió de ella y le gritó que se rindiera. El gobernador le contestó que sólo esperaba aquel requerimiento; le entregó su espada, pidiendo permiso para entrar en el castillo a fin de ver lo que había sido de su familia. El oficial ruso, que a juzgar por el papel que desempeñaba parecía ser uno de los jefes de las tropas de asalto, le otorgó su aquiescencia haciendo que una guardia le acompañara; se dio cierta prisa en ponerse al frente de un destacamento, decidió el combate allí donde aún quedaba algún foco de resistencia y mandó ocupar con suma eficacia los puntos defensivos de la fortaleza. Se apresuró en regresar a la plaza de armas, dio orden de sofocar el incendio que se incrementaba y hacía estragos, demostrando personalmente una prodigiosa energía cuando no ejecutaban sus órdenes con bastante celo.
Tan pronto se le veía trepando acá y allá con la manguera en la mano, en medio de las vigas en llamas, y dirigiendo oportunamente los chorros de la bomba, como desaparecía en el interior de los depósitos de municiones, helando de espanto el corazón de sus asiáticos, o sacaba rodando barriles de pólvora y bombas cargadas. El gobernador que, entretanto, había entrado en su residencia, cayó en el más profundo abatimiento cuando supo lo que le había sucedido a la marquesa. Estaba ya completamente repuesta de su desmayo, sin auxilio del médico, como había predicho el oficial ruso, y, contenta de volver a ver a los suyos sanos y salvos, guardaba cama únicamente para aplacar sus exageradas alarmas. Aseguró a su padre que no tenía otro deseo que el de poder levantarse para dar las gracias a su salvador. Sabía ya que se trataba del conde F..., teniente coronel del cuerpo de cazadores de T..., caballero de la orden del Mérito militar y de varias otras. La marquesa rogó a su padre que suplicase encarecidamente al conde que no se marchara de la ciudadela sin haberse dejado ver un instante en el castillo. El gobernador, que respetaba los sentimientos de su hija, volvió al fuerte sin tardanza, y mientras el oficial iba y venía por las murallas pasando revista a las tropas que le quedaban y atendiendo sin tregua a las medi-das que se habían de tomar, puesto que no había ocasión mejor de abordarle, allí mismo le participó el deseo y la emoción de su hija. El conde le aseguró que no aguardaba más que el instante en que sus deberes le dejaran algún momento libre para ir a presentarle sus homenajes. Pero en el instante en que acudía a informarse del estado de la marquesa, vinieron varios oficiales a darle partes que nuevamente le arrastraron al torbellino de la guerra. Al amanecer llegó e inspeccionó el fuerte el general en jefe de las tropas rusas, testimonió al gobernador su alta estima, lamentó que el éxito no hubiera secundado mejor su valentía, y, fiado en su sola palabra de honor, le concedió plenamente libertad para ir a donde quisiera."

Heinrich Von Kleist
La marquesa de O



“Nosotros nunca podremos afirmar si eso que llamamos verdad es verdad o si sólo nos lo parece.”

Heinrich von Kleist
Tomado del libro de Stefan Zweig
La lucha contra el demonio, pág.193


"Por encima de todo, siempre vence el sentimiento de la justicia." 

Heinrich von Kleist
Tomado del libro de Stefan Zweig
La lucha contra el demonio, pág.193



“¿Tendremos que volver a comer del árbol de la ciencia
Para caer de nuevo en el estado de la inocencia original?”


Heinrich von Kleist



“Todo está revuelto en mí, como la estopa en la rueca.” 

Heinrich von Kleist
Tomado del libro de Stefan Zweig
La lucha contra el demonio, pág.193


“Únicamente puedo sentirme satisfecho cuando estoy en compañía de mí mismo, pues sólo entonces puedo ser sincero.” 

Heinrich von Kleist
Tomado del libro de Stefan Zweig
La lucha contra el demonio, pág.193


"Vivir sin proponerse un plan significa tener confianza en el azar, por si nos quiere hacer felices de una manera que no aceptamos a comprender." 

Heinrich von Kleist