“Acaso allí, si no lo sabían ya, no se enterarían nunca de que he cometido el pecado de querer pensar por mi cuenta.”

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“Bueno, si a eso le llamas tú vivir en paz, por amor de Dios, haz el favor de avisarme antes que te declares en guerra.”

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“Comprendió que no estaba seguro de hacer ninguna obra buena, no siendo la de suministrar la droga de la esperanza religiosa a gentes atemorizadas por el infierno y temerosas de andar solas por el camino de la vida.”

Harry Sinclair Lewis



"Después de una gran nevada, descubrió, los arbustos de zumaques parecían los cuadros que había visto con capullos de algodón. La lisura de la nieve fresca, sobre la cual parecían hacer señas muchísimos diamantes, daba la impresión de ser cubierta de pústulas y costras por el implacable viento, hasta que otra nevada venía a disimular la falta de pulcritud de la Misión... ya que, como lo insinuaba Huldah, la misericordia divina disimulaba el pecado.
Aaron amaba aquel Oeste abierto y azotado por el viento cuando aparecía el sol después de una fuerte nevada, cuando los abedules eran telarañas contra el azul sin vetas y los solitarios pinos parecían tender manos caídas y envueltas en blancos mitones, en ruego de amistad. En las últimas horas de la tarde, las pendientes eran de un color rosa y oro antes del atardecer, pero malva bajo los árboles, y un borroso resplandor rosado se esparcía sobre el mundo entero y los árboles vestidos de nieve parecían glorificados... como los perseverantes santos, decía Huldah.
Pero lo que más entusiasmaba a la joven era la luz de los faroles proyectada sobre la nieve y esto lo compartía con Aaron. Lo que temía Huldah y lo que llegó a exaltar a Aaron fué el propio invierno de la pradera en su vastedad y crueldad, sin horizonte en los días hoscos y aparentemente sin cielo, sin más que una intolerable continuación de la nieve sin vida, oscurecida por carámbanos sin sentido.
El Squire Harge no simpatizaba con esas notas de la naturaleza. Lo que decía, a los diez minutos de haber cesado la nevada, era:
—¿Por qué no han despejado aún de nieve los caminos?
Aunque todas las estufas se mostraban ávidas de leña y Aaron tenía que correr constantemente con el trineo cargado de trozos de arce y palo hacha, las casas estaban siempre heladas. Los baños nunca habían sido abundantes en Bois des Morts, pero ahora se reducían a frotarse con la toalla, mientras uno estaba parado temblando de frío sobre una alfombrilla. El hermano Speezer era el único de los hombres que se afeitaba a diario con seguridad, y acostarse era un salto calculado de un montón de ropa a un montón de mantas que parecían lajas de hielo. Casi todas las noches la nieve se insinuaba hasta la manta de arriba y trazaba un dibujo de franjas en el suelo. Las narices goteaban con irritante realismo mientras uno trataba de rebosar idealismo y las magulladuras ocasionadas por las caídas sobre el hielo eran tan corrientes como las toses. "

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El buscador de Dios


"Durante muchos minutos, durante muchas horas, durante toda una eternidad, Babbitt permaneció despierto, tiritando, aterrorizado, comprendiendo que había conquistado la libertad, y preguntándose qué podría él hacer con una cosa tan desconocida y tan desconcertante como la libertad."

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“El mayor misterio que rodea a un ser humano no es su reacción ante el sexo o el elogio, sino la manera como se las ingenia para emplear las veinticuatro horas del día.”

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“En una tiranía, la mayoría de los amigos desaparecen. Unos pasan a ser colaboracionistas y os odian. Otros temen detenerse para hablaros. Otros son asesinados... Queda la cuarta parte, gracias a la cual podéis seguir viviendo.”

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"(...) Esto es lo que he creído durante muchos años. Y por esto soy todavía predicador. Pero empiezo a creer que esta es una idea falsa. Comienzo a darme cuenta de que los reaccionarios fanáticos corrompan con frecuencia a los liberales honrados, y, en cambio; los liberales rara vez iluminan los cerebros selváticos de los fundamentalistas. ¿Qué diablos tiene que hacer la Iglesia, en realidad? ¿Para qué nos hace falta una Iglesia? ¿Qué ofrece a la Humanidad que no puedas encontrar en fuentes laicas, escuelas, libros, conversación?"

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"Estos artículos tan anunciados -dentífricos, calcetines, neumáticos, cámaras fotográficas, calentadores de agua- eran para él símbolos y pruebas de excelencia; primero los signos, luego los sustitutos de la alegría, de la pasión, del sentido común."



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“Extendió la mano, invitándola a entrar con un gesto que daba a entender que la juzgaba dueña de sus actos y que para él no era una respetuosa señora casada, sino un verdadero ser humano.”

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"Fuera de media docena de personas en cada ciudad, los demás vecinos están orgullosos de haber conseguido permanecer en la ignorancia, cosa bien fácil de alcanzar. Ser "intelectual" o "aficionado al arte" es tanto como ser afectado y de cualidades equívocas."



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“Fui a un colegio confesional y allí aprendí que Dios, fuera de dictar la Biblia y alquilar una raza perfecta de sacerdotes para que la explicasen, no ha hecho más que andar alrededor de nosotros procurando cogernos en desobediencia.”

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“Hay dos insultos que ningún ser humano puede tolerar: la afirmación de que no tiene sentido del humor y la afirmación, doblemente impertinente, de que no ha conocido jamás el dolor.”

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“La única manera de comprender la existencia era entendiendo esas fuerzas que los sabios con sus laboratorios y medios científicos, no son capaces de explicar, pero que para un verdadero cristiano son tan fáciles de descubrir como rodar un madero...”

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"Le molestaba discutir con su padre, y además no quería resultar demasiado embarazosa para Milt. Lo vería en Livingstone; allí le contaría lo bien que le había ido en el camino. Las bujías se estaban portando entonces mucho mejor, de manera que el motor tenía más potencia. Pero...
Entre el Park y la ruta transcontinental había muchas cuestas, cortas, pero muy empinadas. La carretera parecía una montaña rusa. Pretender seguirla con un motor que fallaba equivalía a hacer una carga a pie contra varias ametralladoras. Clara dilapidó su energía nerviosa, tanto que después de cada intento tenía que descansar y darse un masaje en la nuca, donde la acometía un dolor repentino. Estaba tan cansada que no se preocupó de hacer descansar los frenos cambiando a segunda en los descensos. Los usaba hasta que echaban humo, mientras el río y el ferrocarril de abajo parecían elevarse hacia ella.
Hubo una bajada larga. No pudo adivinar dónde concluía, porque el final estaba oculto por una curva. El descenso parecía interminable. Los frenos chirriaban. Trató de cambiar a primera, pero se produjo un ruido desagradable y ya no pudo poner la primera ni volver de nuevo a directa. Corría en punto muerto, mientras trataba de aminorar la velocidad apretando a fondo el pedal del freno. Esto surtió efecto, porque el coche se detuvo, pero empezó a descender de nuevo. La cinta de Saddle Black se había quemado.
Clara tuvo la impresión de que perdía la dirección del coche, que parecía dispuesto a salirse por una cuneta en cualquier momento. Pensó saltar, pero haciendo un gran esfuerzo se contuvo. Forzó la cinta que quedaba al máximo de presión. Con una mano mantenía la dirección en el centro de la carretera, y con la otra trataba de tirar aún mas de la palanca del freno de seguridad. Pero no lo conseguía. Sus fuerzas no eran suficientes. Más ligero, cada vez más ligero, el coche se acercaba a la curva fatal...
[...]
La velocidad aminoró de nuevo. Clara pudo pasar a segunda. Pero ni aun eso impedía al coche marchar a sesenta kilómetros, lo cual, para quien desea bajar a menos de treinta, equivale en piso llano a una velocidad de ciento veinte, con un chófer borracho, en una noche de niebla y con mucho tránsito.
Clara mantuvo el coche sin desviarse y pudo llegar al llano. Allí, en medio de un vallecito quieto y solo, dejó caer la cabeza sobre las rodillas de su padre y se puso a gemir."

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Aire libre


"Levi Tarr había sido director general auxiliar en el Emporium, almacenes que pertenecían a su padre. Era alto y delgado y llevaba gafas. Aunque contaban de él que dirigió un triunfal contraataque en el Bulge, nadie podía imaginar a aquel mercero profesional empuñando una espada ni haciendo nada con ella. En cambio, a Rod Aldwick cualquiera podía figurárselo comiendo con un puñal por tenedor, rascándose con una bayoneta y escribiendo cartas de amor con un sable.
Aunque de mala gana, Neil tuvo que ponerse de parte de Rod cuando éste, al oír las frases de alabanza que nerviosamente dedicaba a los soldados negros el coronel Tarr, se echó a reír. Luego quedó horriblemente confuso, comprobando que su propia prima Patricia, la hija de Edgar Saxinar —hermano de su madre y enérgico tratante de bombas y válvulas—, se declaraba entusiasta partidaria de los negros. Pat fué siempre una muchacha encantadora, aunque algo extraña y retraída. Reintegrada al hogar después de servir como alférez en las W. A. V. E. S., se había convertido en persona comunicativa. Todo parecía interesarle enormemente. Alababa a los marineros de color, y una noche sorprendió a Neil con el siguiente discurso:
—Quiero desmentir ese rumor que corre acerca de que las Hijas de la Revolución Americana son las auxiliares femeninas del Ku Klux Klan; porque no hay negros en ese Klan. Pero sin duda alguna los habrá, y muchos en la D. A. R., pues el primer hombre muerto en la revolución americana fué negro.
—Vamos, Pat... Esta guerra te ha convertido en una absurda charlatana —protestó Vestal.
Una preocupación profunda invadió a Neil.
Rod Aldwick, en compañía de su esposa, la hermosa Janet, de rostro juvenil estaba invitado a cenar en casa de Neil. Habían permitido a Biddy que esperase levantada la llegada del tío Rod, para darle la bienvenida. Esta fué calurosísima. Seguidamente hizo una proposición: que si le permitían quedarse una hora más para charlar con él, sería buena durante dos días y medio."

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Sangre de Rey


"Lo que generalmente no se comprende es que el hecho de atentar contra la libertad personal constituye un grave peligro. Pongamos por ejemplo esto: el rey de... ¿Baviera? Creo que fue Baviera... Sí, Baviera fue... En 1862, marzo de 1862, proclamó un decreto prohibiendo que el ganado pastase en las dehesas públicas. Los campesinos habían aguantado impuestos excesivos sin la menor queja, pero cuando salió este decreto se rebelaron. O quizá fuera en Sajonia. Pero el caso es que esto demuestra el peligro de atentar contra la libertad personal."

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“Los sabios aceptaron con reconocimiento y pasaban el resto de sus vidas en asimilar ideas de séptima mano, dormir buenas siestas y aburrir a sus alumnos, que no dejaban de bostezar, con la palabrería anémica y libresca que ellos llamaban sabiduría.”

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“Me han enseñado a creer que el Dios de los cristianos no era este servidor cobarde y ambiguo de la gente, sino el creador y defensor sin piedad de la verdad. Se conoce que esto me ha echado a perder. ¡Siempre he tomado a mis maestros tan en serio!”

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"No hacia nada de particular, ni mantequilla ni zapatos ni versos, pero era hábil para vender casas en más de lo que la gente podía pagar. Su rostro era infantil... a pesar de sus arrugas y de los lentes que se suspendían sobre su nariz. No era obeso, pero estaba excesivamente bien alimentado. (…) La neblina del amanecer se disipaba. Hileras de hombres con fiambreras se dirigían a la inmensidad de fábricas nuevas, planchas de vidrio y rasilla hueca, flamantes talleres donde cinco mil hombres trabajaban bajo el mismo techo produciendo los artículos genuinos que se venderían Éufrates arriba y en el veld. Las sirenas lanzaban su prolongado saludo coral tan alegre como el alba abrileña: la canción del trabajo de una ciudad que parecía construida para gigantes.
Nada había de gigante en el aspecto del hombre que empezaba a despertarse en la galería de una casa de estilo colonial holandés del barrio residencial de Zenith llamado Floral Heights.
Se trataba de George F. Babbitt. Tenía cuarenta y seis años entonces (abril de 1920) y no hacía nada en particular, ni mantequilla ni zapatos ni poemas, pero era ducho en el oficio de vender casas por más de lo que la gente podía pagar. Tenía la cabeza grande y sonrosada, el pelo castaño, ralo y seco. Y, dormido, un rostro infantil, a pesar de las arrugas y de las marcas rojizas de las gafas a ambos lados de la nariz. No era gordo, pero estaba muy bien alimentado, tenía las mejillas rellenas, y la tersa mano, abandonada sobre la manta caqui, era un tanto rolliza. Parecía un individuo próspero, archicasado y nada romántico. Y tampoco tenía nada de romántica la galería en que dormía, que daba a un gran olmo, dos respetables pradillos de césped, un camino de coches pavimentado y un garaje de chapa de zinc. Estaba, sin embargo, soñando de nuevo con el hada, un sueño más romántico que pagodas escarlata a la orilla de un mar plateado.
Hacía años que el hada acudía a él. Donde los demás sólo veían a George Babbitt, ella percibía al joven apuesto. Le esperaba en la oscuridad, más allá de bosquecillos misteriosos. Y él corría a su encuentro en cuanto podía escabullirse de su atestada casa. Su esposa y sus vociferantes amigos intentaban seguirle, pero él escapaba, la joven volaba a su lado y se acurrucaban los dos en una umbrosa ladera."

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Babbitt


“No hay baluarte del sano conservadurismo tan fuerte como la iglesia evangélica, y para hacer amigos que te ayuden a ganar en la sociedad el puesto que mereces, no hay sitio como tu propia iglesia.”

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“No se recuerda que ningún ser humano haya conseguido una felicidad perdurable mediante el convencimiento de que está en mejor situación que otros seres.”

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"Quizá lo que queremos sea una vida más consciente. Estamos cansados de trabajar, dormir y morir. Estamos cansados de ver que sólo unas cuantas personas pueden ser individualistas. Estamos cansados de diferir todas las esperanzas hasta la próxima generación. Estamos cansados de oír a los políticos, y a los sacerdotes, y a los reformadores prudentes ( ¡Y a los maridos! ) cohibirnos con sus frases de: ¡Tened alma! ¡Tened paciencia! ¡Esperad! Ya hemos hecho los planes de una utopía; dadnos un poco más de tiempo y saldrá la luz; tened confianza en nosotros."



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“Sentía una enorme y poética admiración, aunque apenas los entendía, por todos los artefactos mecánicos. Eran para él símbolos de belleza y verdad. Sobre cada intrincado mecanismo —tornos de metal, carburadores, ametralladoras, soldadores de oxiacetileno— aprendía una frase que sonaba bien, y la usaba sin cesar, con la deliciosa sensación de ser un técnico, un iniciado.”

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“Siendo hombre dado a la oratoria y a los altos principios, gozaba con la música de su propio vocabulario y con el calor de su propia virtud.”

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“—Usted —dijo el doctor Yavicht— es un liberal vacilante, y no tiene la menor idea de lo que quiere. Yo, por ser revolucionario, sé lo que quiero...Y lo que quiero es una copita.”

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“Ya sabía lo que todos los exiliados —antes y después de Dante — han de aprender, quiéranlo o no: que en el mundo entero no hay más que unas pocas calles donde le dejen a uno vivir a gusto, y que si confesamos a un desconocido: Me he decidido a explorar, conquistar y colonizar mi propia alma, bostezará y nos dirá: ¿Ah, sí? Pero ¿Por qué tiene usted que hacerlo precisamente aquí?”

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“Yo detesto su ciudad. Ha uniformado la belleza de la vida. Es una gran estación de ferrocarril...Donde todo el mundo toma billetes para los mejores cementerios.”

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