“Admiración y familiaridad son extraños.”

George Sand


"Al leve sonido que hicieron las sortijas de la cortina deslizándose sobre la varilla herrumbrosa, se incorporó Benedicto medio despierto y murmuró el nombre de Valentina. Acababa a la sazón de verla entre sueños, pero cuando la vio realmente delante de sí, lanzó un grito de la alegría que Luisa oyó desde el fondo del jardín y que la traspasó de dolor.
-¡Valentina!-dijo- ¿Qué veo? ¿Sois vos o es vuestra sombra que viene a llamarme? Pronto estoy a seguiros.
Valentina se dejó caer sobre una silla.
-Soy yo que vengo a mandaros que viváis, le respondió, o a suplicaros que muramos juntos.
-Eso quisiera mejor, dijo Benedicto.
-¡Oh, amigo mío! repuso Valentina, el suicidio es un acto impío; a no serlo, ya estaríamos los dos reunidos en la tumba,-pero Dios lo prohíbe y nos maldeciría, y nos castigaría con una separación eterna. Aceptemos pues la vida, sea cual fuere;-no tenéis en vos un pensamiento que debiera inspiraros resolución?
-¿Cuál, Valentina? Decid cuál.
-¿No os parece mi amistad?...
-¡Vuestra amistad!... mucho más es de lo que yo merezco, señora, y como me siento indigno de corresponder a ella, para nada la quiero. ¡Ah!...
Valentina... Siempre debieras estar dormida... pero aun la mujer más pura torna a su hipocresía cuando despierta... Vuestra amistad...
-¡Oh! Muy egoísta sois... ningún caso hacéis de mis remordimientos...
-Yo los respeto, señora, y por eso quiero morir.-¿Qué habéis venido a hacer aquí? Era preciso abjurar toda religión, todo escrúpulo y venir a mí para decirme: -Vive y te amaré... -O bien, debisteis quedaros en vuestro palacio, olvidarme y dejarme perecer. ¿Os he pedido yo algo por ventura? ¿He querido emponzoñar vuestra vida? ¿He mirado como cosa de juego vuestro honor, vuestros principios? ¿He implorado siquiera vuestra compasión? -¡Ah! sí; esa piedad que me manifestáis, ese impulso de humanidad que os trae aquí, esa amistad que me ofrecéis, todo eso no es más que palabras vanas que me hubieran alucinado hace un mes, cuando yo era un niño, y una mirada vuestra me hacía vivir todo un día. Ahora he vivido demasiado, conozco demasiado las pasiones para cegarme; -no emprenderé ya una inútil e insensata lucha contra mi suerte. Debéis resistirme, lo sé, y lo haréis, no lo dudo; me concederéis tal vez de cuando en cuando una palabra de estímulo y de compasión para ayudarme a sufrir, y aun os la echaréis en cara como un crimen, del que será preciso que os absuelva un sacerdote para que podáis perdonaros. Por mí será infeliz y agitada vuestra vida; vuestra alma, serena y pura hasta ahora, será en lo sucesivo borrascosa como la mía."

George Sand
Valentina


"¡Amad! Es lo único bueno que se ha inventado."

Aurore Dupin, George Sand


“Amar sin ser amado, es como encender un cigarrillo con una cerilla ya apagada.”

George Sand


“Amo; por lo tanto creo.”

George Sand


"¡Ay del hombre que quiere actuar sinceramente en el amor!"

George Sand


“Cada historiador revela un nuevo horizonte.”

George Sand


“Chopin es tan débil y tímido que puede ser herido por el pliegue de un pétalo de rosa.”

George Sand


"Con el objeto de darle tiempo para despachar su comisión, volvió a Saint Julien a la sala en que estaban reunidos los viajeros. Reparó entonces en un hombre alto y pálido, de bastante buena figura, que rondaba alrededor de las mesas, como si fuera tomando cuenta de lo que decían los demás. Creyó Saint Julien que era un espía, porque nunca había visto a ninguno, y porque en su nimia desconfianza, todos los curiosos le parecían espías; nadie sin embargo tenía menos trazas de serlo que aquel individuo. Era pausado, melancólico, distraído y no carecía de cierta bobera natural. En el momento en que pasó junto a Saint Julien, pronunció dos veces seguidas, entre dientes, y apoyando en las dos primeras sílabas, el nombre de Quintilia Cavalcanti.
Luego se sentó a la mesa e hizo algunas preguntas acerca de ella.
-Yo por mí, dijo una persona a quien se dirigió, nada puedo decir sobre el particular; pregunte vd. a ese joven que está junto a la estufa. Es un criado suyo.
Se puso Saint Julien colorado como un tomate y volviendo bruscamente la espalda, se disponía a salir de la estancia; pero el extranjero, con singular tenacidad, le detuvo asiéndole del brazo, y saludándole con la amabilidad de un hombre que cree hacer una gran concesión a la necesidad:
-Tendría Vd. la bondad, le dijo, de decirme si la señora princesa de Cavalcanti llega directamente de París?"

George Sand
El secretario



"Con las mismas oportunidades, hay que actuar según el impulso de nuestro verdadro carácter."

George Sand
Historia de mi vida


"Cuando fueron azuzados los sabuesos, Raymon se maravilló de lo que parecía acontecer en el interior de Indiana. Sus ojos y mejillas cobraron vida; la dilatación de sus fosas nasales reveló un indefinible sentimiento de terror o placer y, de pronto, alejándose de su lado y espoleando con audacia a su caballo, se lanzó tras los pasos de Ralph. Raymon ignoraba que la caza era la única pasión que Ralph e Indiana compartían. Ahora, ya no le cabía duda alguna de que en aquella frágil y, en apariencia, tímida mujer, residía un coraje más que masculino; esa especie de delirante intrepidez que, de vez en cuando, se manifiesta como una crisis nerviosa en las criaturas más débiles. Las mujeres raramente detentan esa valentía física de luchar por inercia contra el dolor o el peligro; pero, por lo general, gozan del valor moral que se exalta ante el riesgo o el sufrimiento. Las delicadas fibras de Indiana reclamaban, sobre todo, los ruidos, los rápidos movimientos y la emoción de la caza; esa imagen compendiada de la guerra con sus fatigas, sus ardides, su estrategia, sus combates y sus lances. Su monótona y apolillada vida precisaba de aquella excitación; entonces, pareció despertarse de su letargo y derrochar en un día toda la inútil energía que, desde hacía un año, había dejado fermentar en su sangre.
Raymon se asustó al verla correr así, entregándose sin miedo a la fogosidad de aquel caballo que apenas conocía, lanzándolo temerariamente hacia el bosque, evitando con asombrosa destreza las ramas cuyo elástico vigor golpeaba su rostro, franqueando las fosas sin vacilación, adentrándose con determinación en los gredosos y movedizos terrenos, sin temor a romper sus frágiles miembros, ansiosa por ser la primera en seguir el humeante rastro del jabalí. Le horrorizó tanta resolución y experimentó cierto desagrado hacia la señora Delmare, pues los hombres, sobre todo los amantes, tienen la inocente y ridícula presunción de querer proteger la fragilidad de las mujeres antes que admirar su valor. Además, ¿debo confesarlo? Raymon se asustó de la audacia y tenacidad que auguraba un espíritu tan intrépido en las cuestiones de amor. Temperamento que no compartía el resignado corazón de la desdichada Noun, que prefirió ahogarse a luchar contra su desgracia."

George Sand
Indiana o las pasiones de Madame Delmare



“¡Dejadme escapar de la mentirosa y criminal ilusión de la felicidad! Dadme trabajo, cansancio, dolor y entusiasmo.”

George Sand



"Dios ha puesto el placer tan cerca del dolor que muchas veces se llora de alegría."

George Sand



“Dios, que muestras nuestras lágrimas a nuestro conocimiento, y que, en su inmutable serenidad, nos parece que no nos tiene en cuenta, ha puesto él mismo en nosotros esta facultad de sufrir para enseñarnos a no querer hacer sufrir a otros.”

George Sand


“Dos cuerpos pueden juntarse para producir otro, pero el pensamiento sólo puede dar vida al pensamiento.”

Georg Sand



“El amor no tiene que representar en el matrimonio más que ternura, y no eso que vuestras novelas llaman amor, o sea, el flechazo, el insomnio, los celos, las suposición insoportable, todas las cosas malvadas, malsanas y estúpidas.”

Georg Sand



"El amor pasa, más la amistad se encuentra siempre después de haber dormido más o menos tiempo."

Georg Sand


“El amor que es un necio a los veinte años es un loco del todo a les sesenta.”

Georg Sand


"El amor sin admiración sólo es amistad."

George Sand


"El beso es una forma de diálogo."

George Sand


"El espíritu busca, pero es el corazón el que encuentra."

George Sand


"El intelecto busca, pero quien encuentra es el corazón."

George Sand


“El olvido es el verdadero sudario de los muertos.”

George Sand



“El otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno.”

George Sand


“El pensamiento es el corcel, la razón el jinete.”

George Sand


“El puro es el complemento indispensable de toda vida ociosa y elegante.”

George Sand


“El que tiene buen corazón nunca es estúpido.”

George Sand


“El recuerdo es el perfume del alma.”

George Sand


“El tiempo no duerme los grandes dolores, pero sí los adormece.”

George Sand


“El trabajo no es castigo para el hombre, es su recompensa, fuerza y placer.”

George Sand



“El verdadero modo de no saber nada es aprenderlo todo a la vez.”

George Sand


"En efecto, Lorenzo pareció volver en razón. Comenzó un hermoso estudio en su taller e invitó a Teresa a que viniese a verlo. Pasaron algunos días sin tormenta. Palmer no había vuelto. Se hartó pronto Lorenzo de esta vida ordenada y fue a buscarlo, echándole en cara que abandonase así a sus amigos. Apenas entró para pasar la velada con ellos, inventó Lorenzo un pretexto, salió y no volvió hasta la medianoche.
Así pasó una semana; después otra. Cada tres o cuatro se quedaba Lorenzo en casa una noche. Teresa hubiera preferido la soledad.
¿Dónde iba? Lo ignoraba. No a la buena sociedad. El tiempo húmedo y frío no permitía suponer que paseara por placer en el mar. Sin embargo, según él decía, se embarcaba con frecuencia y su traje olía, en efecto, a brea. Se ejercitaba en remar y tomaba lecciones de un pescador a quien iba a buscar a la playa. Diríase que le sentaba bien para emprender un trabajo al día siguiente, la fatiga que calmaba la excitación de sus nervios. Teresa no se atrevía ya a ir a buscarle a su estudio. No agradaban a Lorenzo sus consejos cuando se sentía dispuesto a llevar al lienzo su idea, ni su silencio, que traducía como una censura. No debía ver su obra hasta que llegase el momento en que él la juzgase digna de ser vista.
Antes no comenzaba nada sin exponerle su idea: ahora la trataba como un público.
Dos o tres veces pasó toda la noche ausente. Teresa no se avenía a la inquietud que le causaban estas ausencias prolongadas. Le hubiera exasperado manifestando que lo advertía; pero bien se comprende que le acechaba y procuraba saber la verdad. Era imposible seguirle por la noche en una ciudad llena de marineros y aventureros de todas las naciones. Por nada del mundo se hubiera rebajado al extremo de hacerle seguir por otro. Entraba en su habitación sin ruido y le miraba dormir. Parecía muerto de cansancio. Quizá era el resultado de la desesperada lucha emprendida consigo mismo para matar con el ejercicio físico sus exaltados, pensamientos.
Una noche reparó en que su traje estaba lleno de barro y desgarrado, como si hubiera peleado con alguien o se hubiera caído en el fango. Aterrada, se acercó más y vio la almohada manchada de sangre; tenía una pequeña herida en la frente. Dormía tan profundamente, que creyó que no se despertaría si le descubría un poco el pecho para ver si tenía alguna otra herida; pero despertó y montó en cólera de tal suerte, que fue para Teresa el golpe mortal. Quiso huir, la retuvo él a la fuerza, se puso un traje de casa, cerró la puerta, y paseando agitado por la habitación, iluminada débilmente por una lamparilla nocturna, desahogó todo el sufrimiento encerrado en su alma.
—Basta ya —le dijo—; seamos sinceros. Ni nos amamos, ni nos hemos amado nunca. Nos hemos equivocado. Usted ha querido tener un amante. Quizá no era yo ni el primero ni el segundo; no importa. Lo que hacía falta era un servidor, un esclavo. Usted ha pensado que mi desdichado temperamento, mis deudas, mi hastío, mi cansancio de una vida de crápula, mis ilusiones sobre el amor verdadero, me someterían a su antojo y ya no podría recuperar mi libertad. Para llevar a feliz término tan peligrosa empresa era necesario a usted un carácter más amable, más paciencia, más flexibilidad y, sobre todo, más ingenio. Sea dicho sin ánimo de ofenderla: no tiene usted ingenio ninguno, Teresa. Es usted toda de una pieza, monótona, testaruda y envanecida de su pretendida moderación hasta el colmo, de esa moderación que no es más que la filosofía de las gentes de pocos alcances y de inteligencia limitada. En lo que a mí se refiere, yo soy un loco, un inconstante, un ingrato, todo lo que usted quiera; pero soy sincero, no medito, me entrego sin reservas, y por eso vuelvo en mi acuerdo del mismo modo. Mi libertad moral es cosa sagrada y no consiento que nadie me esclavice. Se la había confiado a usted, pero no se la había dado; a usted tocaba el hacer buen uso de ella, dándome la felicidad. ¡Oh! No intente convencerme de que usted no aspiraba a dominarme. Conozco esos manejos de la modestia y esas evoluciones de la conciencia de las mujeres. En el momento en que usted fue mía, comprendí que pensaba que me había conquistado, y que toda aquella fingida resistencia, aquellas lágrimas de angustia y aquellos perdones otorgados a mis súplicas no eran más que el arte vulgar de tender la caña para que picase el pececillo engañado por el cebo. La he engañado fingiendo que su cebo me seducía. Estaba en mi derecho. Usted exigía adoraciones para rendirse: se las he prodigado sin esfuerzo y sin hipocresía, porque usted era bella y deseable. Pero una mujer no es más que una mujer, y la más miserable nos hace gozar tanto como la reina más poderosa. Usted tenía el candor de ignorarlo, y ahora es preciso que reflexione. Es preciso que sepa que la monotonía no es de mi gusto, que hay que dejarme entregado a mis instintos, que no serán sublimes, pero a los que no puedo renunciar sin renunciar a mí mismo. ¿En dónde está la maldad de todo esto, y por qué hemos de mesamos los cabellos? Nos unimos y nos separamos, nada más. No por eso hemos de odiamos e insultamos. Vénguese usted colmando los anhelos de ese pobre Palmer, a quien hace sufrir; me satisfará su alegría y quedaremos los tres como los mejores amigos del mundo."

George Sand
Ella y él



"En la mujer, el orgullo es a menudo el móvil del amor."

George Sand



“Hay amor propio en el amor como hay interés personal en la amistad.”

George Sand



“Hay que juzgar los sentimientos por los actos, más que por las palabras.”

George Sand



"He leído en alguna parte que para amarse perfectamente hay que tener principios semejantes, con gustos opuestos."

George Sand



“La belleza exterior no es más que el encanto de un instante. La apariencia del cuerpo no siempre es el reflejo del alma.”

George Sand



“La belleza que se dirige a los ojos sólo son un hechizo del momento, los ojos del cuerpo no siempre son los del alma.”

George Sand


“La caridad degrada a aquellos que la reciben.”


George Sand

"La conciencia es el perfume del alma."

George Sand



“La desgracia, al ligarse a mí, me enseñó poco a poco otra religión, distinta a la religión enseñada por los hombres.”

George Sand


"La doncella le presentó entonces un traje de seda amarilla muy rico que doña Yolanda le había dado, totalmente realzado de cintas color fuego.
Doña Yolanda no era pobre ni avara, pero hacía tanto tiempo que vivía en el campo que ya no conocía nada de atavíos, y como Margarita no tenía por costumbre preocuparse con esto, pues prefería las faldas cortas y las telas sólidas para correr y trabajar en el jardín, cuando se obligaba a la pobre niña a ponerse guapa, tenía el aspecto de una viejecita endomingada. Era una hermosa ocasión para que el joven Puypercé se burlara de ella. Sin embargo no lo hizo, la lección de doña Yolanda le había servido, y Margarita quedó sorprendida al encontrarle muy amable y educado. Le agradeció las excusas que él le presentó por su jaqueca de la víspera, la cual —decía— le había vuelto fastidioso; finalmente, le habló de la manera de hacerle olvidar todo lo que le había
disgustado, y a su vez ella deseó serle agradable. Después del almuerzo, le propuso visitar sus nuevos jardines. Le condujo allí y se regocijó al verle festejar todo, informarse de todo y ya no despreciar nada. Miró los peces rojos y le preguntó si eran buenos para comer; admiró los ranúnculos, que llamó tulipanes, y se divirtió viendo nadar a los cisnes, diciendo que en caza, eso sería un buen tiro.
Una sola cosa inquietó a Margarita, y fue que Nevé, como si hubiera escuchado las palabras de Puypercé, montó en cólera y le persiguió furiosamente a picotazos y golpes de ala. Temió que al sentirse así atacado, el coronel de dragones intentara una defensa en la que el pobre cisne hubiera sucumbido; no hizo nada de eso. El bello coronel se refugió primero junto a su prima, y después, viendo que no podía dar un paso sin que Nevé se ensañara en picarle las pantorrillas, huyó y se plantó muy pálido tras la reja del jardín, que tuvo buen cuidado de cerrar entre el cisne y él. Margarita tuvo dificultad para rechazar al
pájaro exasperado y reunirse con su primo, cuyo pavor le sorprendió mucho. Él se justificó diciendo que había temido montar en cólera y matar, por defenderse, un animal que ella amaba.
Se hallaba en disposición de disculpar todo, así que le excusó y le condujo al campo, donde le mostró los hermosos y grandes árboles que rodeaban al coto."

George Sand
La reina Coax



"La inteligencia busca, pero quien encuentra es el corazón."

George Sand


“La mente no tiene sexo.”

George Sand


“La mujer no existe. Sólo hay mujeres cuyos tipos varían al infinito.”

George Sand




“La naturaleza es una obra de arte, pero Dios es el único artista que existe, y el hombre no es más que un obrero de mal gusto.”

George Sand


“La simplicidad es lo más difícil de conseguir en este mundo, es el último límite de la experiencia y el último esfuerzo del genio.”

George Sand


“La sociedad no debe exigir nada de aquel que no espera nada de ella.”

George Sand



“La vanidad es arena movediza.”

George Sand



“La vida de un amigo, es la nuestra, como la verdadera vida de cada uno es la de todos.”

George Sand



“La vida se parece a una novela con más frecuencia que las novelas a la vida.”

George Sand

“Las decepciones no matan, y las esperanzas hacen vivir.”

George Sand


"Las herejías son la gran vitalidad del ideal cristiano".

George Sand



"Las obras maestras no son nunca más que tentativas afortunadas".

George Sand



“Lo que digo es esto: uno debe amar con todo su ser... o llevar una vida de total castidad.”

George Sand



"Lo verdadero es siempre sencillo, pero solemos llegar a ello por el camino más complicado."

George Sand



"Los más auténticos errores no se ven, en los seres amados."

George Sand



"Los médicos pueden enterrar sus equivocaciones, pero un arquitecto sólo puede aconsejar a su cliente plantar yerba."

George Sand



"Los seres que más amor nos inspiran no son siempre los que más estimamos."

George Sand



“Mi profesión es ser libre.”

George Sand



“Mis viajes más bellos, los más dulces, los he hecho al calor del hogar, con los pies en la ceniza caliente y los codos reposando en los brazos desgastados del sillón de mi abuela [...]. ¿Por qué viajar si no se está obligado a ello? [...]. Es que no se trata tanto de viajar como de partir; ¿quién de nosotros no tiene algún dolor que distraer o algún
yugo que sacudir?”


George Sand



“Nada se parece más a un hombre honesto que un pícaro que conoce su oficio.”

George Sand



"Nadie puede mandar al amor, y nadie es culpable ni de sentirlo ni de perderlo."

George Sand



"No ames a un hombre al que no admires. El amor sin veneración sólo es amistad."

George Sand


“No hay criatura humana que pueda dar órdenes al amor.”

George Sand


“No hay verdadera felicidad en el egoísmo.”

George Sand



"No podemos arrancar una página del libro de nuestra vida, pero podemos tirar todo el libro al fuego."

George Sand



"No somos sólo cuerpo, o sólo espíritu, somos cuerpo y espíritu a la vez."

George Sand



“Nos damos bien a la pena y nos imponemos privaciones para curar el cuerpo; se puede, pienso, hacer lo mismo para curar el alma.”

George Sand


“Nos equivocamos a menudo en el amor, a menudo herido, a menudo infeliz, pero soy yo quien vivió, y no un ser ficticio, creado por mi orgullo.”

George Sand


"Para el hombre no existen más que tres acontecimientos: nacer, vivir y morir. No siente nada al nacer, sufre al morir y se olvida de vivir."

George Sand


"Pilar tocaba el punto esencial de la situación; Mario se calmó y consintió en esperar su curación en Grenoble. Tuvo que consentir también en ver a Pilar a su lado. No podía pensar ya en entregar al rigor de la ley a la que acababa de salvarle y a quien más valía atraer por la dulzura. No se atrevía a irritarla con su desprecio, y a pesar de la invencible repugnancia que Pilar le inspiraba, se preocupaba cuando ella permanecía mucho tiempo fuera y se alegraba cuando la veía volver. Al cabo de dos o tres días, aquel estado de cosas se hizo intolerable; Pilar era incapaz de hacer ningún razonamiento moral; sólo quería que la amasen. Describía su pasión con una elocuencia salvaje, pretendiendo y creyendo efectivamente que era un amor casto, porque no era gobernado por los sentidos, y sublime, porque tenía todo el fuego de una imaginación desordenada y de un despecho exaltado. Maldecía a Lauriana, asediaba a Mario con reproches amargos y hablaba sin pudor de su pasión delante del pobre Clindor, que se abrasaba ante el fuego de aquel volcán."

George Sand
Los caballeros de Bois-Doré


"Por lo demás era, como todos los ancianos, olvidadiza con las cosas que habían sucedido la víspera y despreocupada respecto a los acontecimientos que no tenían una influencia directa sobre su destino.
No había tenido una de esas bellezas excitantes que, al carecer de brillo y regularidad, no pueden carecer de inteligencia. Una mujer de este tipo adquiría chispa para resultar más atractiva que las que lo eran de verdad. La marquesa, por el contrario, había tenido la desgracia de ser incuestionablemente bella. Sólo vi de ella un retrato que, como todas las mujeres viejas, tenía la coquetería de exhibir ante todas las miradas en su habitación. Aparecía representada como una ninfa cazadora, con un corpiño de raso estampado imitando la piel de tigre, mangas de encaje, un arco de madera de sándalo y una diadema de perlas que lucía sobre sus cabellos rizados. Era, pese a todo, una admirable pintura y, sobre todo, una admirable mujer, alta, esbelta, morena, de ojos negros, facciones severas y nobles, una boca bermeja que no sonreía y unas manos que, según dicen, habían causado desesperación a la princesa de Lamballe.
Sin el encaje, el raso y los polvos, habría sido de verdad una de esas ninfas altivas y ágiles que los mortales vislumbran al fondo de los bosques o sobre las laderas de las montañas para enloquecer de amor y pesar."

George Sand
La marquesa



"Por mil motivos se puede perder el amor de una mujer; y se pierde por uno solo, que no estaba previsto."

George Sand



"Te amo para amarte y no para ser amado, puesto que nada me place tanto como verte a ti feliz."

George Sand


"Un hombre y una mujer son hasta tal punto la misma cosa que casi no se entiende la cantidad de distinciones y de razonamientos sutiles de los cuales se nutre la sociedad sobre este argumento."

George Sand



“Uno se acerca al final del viaje. Pero el final es un objetivo, no una catástrofe.”

George Sand



"Vinieron a interrumpir nuestra conversación, y cuando regresé a la fonda en que me hallaba alojado, escribí al barón de la Rive. Estaba bastante contento de mí mismo. La Florade había conseguido recordarme mi deber. Me hallaba muy resuelto a defenderme contra mi propio corazón, y ni por un solo instante podía yo admitir que por mí tuviese que combatir la marquesa en tiempo alguno a su amor.
Pasé ocho días sin verla. Tenía noticias de Tamarís por Aubenel y por Pasquali. Pablo seguía bien. La marquesa vivía en una serenidad angelical. Apresure la conclusión de mi asunto. Mademoiselle Roque nada decidía, y como yo no quería aguardar indefinidamente a su capricho, vendí mi zona de alcachofas lo menos mal posible a un hortelano rico de la Seyne. Hice una visita a la Genovesa y la encontré mejor. Mis calmantes hacían maravillas. Había recobrado el sueño, sus ojos tenían menor fijeza, su mirada no era ya tan espantosa. Evité hablarla de su estado moral, temiendo despertar de nuevo el incendio, y llevé la buena noticia de tan marcada mejoría a La Florade, a quien dejé de sermonear por temor de que volviese a sus comentarios respecto de mí. Ni siquiera quise averiguar si había visto alguna otra vez a la marquesa, y no supe realmente si había vuelto a Tamarís.
Arregladas así todas las cosas, me disponía a abandonar la Provenza, y a hacer mi visita de despedida a la marquesa de Elmeval, cuando recibí del barón de la Rive la siguiente carta:
«Querido niño: me siento ya bastante fuerte para abandonar a Niza, en donde me aburro desde que estamos separados; pero me juzgas todavía demasiado joven para habitar en el norte de Francia. Puesto que Tolón es un término medio, y hay siempre ahí buenas gentes, puesto que mi querida Ivona (este es el nombre de infancia que yo daba a la marquesa), se encuentra bien en esos parajes, quiero ir a pasar mis últimos tres meses de destierro al lado suyo. Mi vecindad de setenta y dos años no la comprometerá, y sabe muy bien que no seré un vecino importuno. Sin embargo, no quiero hacer nada sin su permiso. Ve, pues, a veda de mi parte, y si tiene tanto placer en verme como yo en estar a su lado, ocúpate en colocarme en una quinta, en el cuartel de Tamarís o en el de Balaguier. Ya ves que me acuerdo de ese país. Me acuerdo, también, de una casa bastante linda, al gusto italiano, con una fuente y un terrado, la antigua quinta de Cairo. No sé a quién pertenece ahora. Procura adquirirla para mí. Debe estar muy cerca de las quintas de Tamarís y de Pasquali, en la vertiente de la colina, cerca de la playa. Sacrifícame todavía algún tiempo para instalarme, y cuenta con que, si tu respuesta no se opone a ello, tu viejo amigo filosofará y chocheará contigo dentro de ocho días».
Una hora después de leer esta carta me hallaba en Tamarís. La marquesa estaña de paseo, resolví esperarla y fui a examinar la quinta de Cairo, que aún no había yo visto más que por fuera. Era un palazzetto genovés bastante elegante, y la fuente con sus surtidores, los peldaños de la escalinata tapizados con hermosas plantas exóticas, el jardín en forma de terrado, rodeado por una balaustrada singular, llena de nichos redondeados, la estufa bastante grande, a bosquecillo de laureles formando una espesa bóveda, verde por encuna de la corriente superior del manantial, la pradera bien abrigada por la colina del fuerte, el bosque de pinos y de alcornoques que bajaba hasta el mismo pie dé la colina, una alquería situada a poca distancia, lindando con el cercado de Tamarís y comunicando con el jardín, por medio de una alameda de hermosos plátanos guarnecida de regueritos de aguas corrientes, todo era agradable y se hallaba bien dispuesto para los cortos paseos a pie que podía dar mi anciano amigo. Pedí informes a unos colonos muy toscos y rudos; la casa estaba deshabitada, se la podía examinar y alquilarla en su totalidad o en parte. Vi las habitaciones, que me parecieron sanas y bastante cómodas. Pregunté cuál era el precio del alquiler, y antes de estipular nada definitivamente, volví a Tamarís. La señora no había vuelto todavía."

George Sand
Tamaris


Viuda y rica: el estado perfecto de la mujer.”

George Sand