“Al buscar el ojo de Dios, he visto una esfera negra e insondable, y la noche que la habita arroja su resplandor sobre el mundo y se ahonda continuamente.”

Gérard de Nerval seudónimo de Gérard Labrunie



“¿Debo esconderme ante ti de mi admiración sucesiva por las religiones diversas de los países que he recorrido? Sí, me he sentido pagano en Grecia, musulmán en Egipto, panteísta en medio de los drusos y devoto sobre los mares de los astros-dioses de la Caldea; pero en Constantinopla comprendí la grandeza de esa tolerancia universal que ejercen hoy los turcos.”

Gérard de Nerval


“… Desde que rompió un buque nuestros dioses de arcilla,
siempre bajo la palma de la urna de Virgilio
se unen al laurel verde las pálidas hortensias…”


Gérard de Nerval




El desdichado

"Yo soy el Tenebroso, -el viudo-, el Sin Consuelo,
Principe de Aquitania de la Torre abolida:
Mi única estrella ha muerto, y mi laúd constelado
lleva en sí el negro sol de la Melancolía.

En la Tumba nocturna, Tú que me has consolado,
devuélveme el Pausílipo y el mar de Italia, aquella
flor que tanto gustaba a mi alma desolada,
y la parra do el Pámpano a la Rosa se alía.

¿Soy Amor o soy Febo?.. Soy Lusignan o ¿Biron?
Mi frente aún enrojece del beso de la Reina;
he soñado en la Gruta do nada la Sirena…

He, doble vencedor, traspuesto el Aqueronte:
Modulando unas veces en la lira de Orfeo
suspiros de la Santa y, otras, gritos del Hada."


Gérard de Nerval




“El sueño es una segunda vida.”

Gérard de Nerval



“Hijo de un siglo más bien escéptico que incrédulo, flotando entre dos tipos de educación contrarias, aquélla de la Revolución, que negaba todo, y aquélla de reacción social, que pretende restaurar el conjunto de las creencias cristianas. ¿Me vería yo conducido a creer todo, como nuestros padres los filósofos lo habían hecho sin protestar?”

Gérard de Nerval



¡Hombre! pensador libre

¡Y bien! Todo es posible.


Pitágoras
"¡Hombre! pensador libre, crees que sólo tú piensas
en este mundo en que la vida estalla en todo:
de las fuerzas que tienes tu libertad dispone,
pero de tus consejos se desentiende el cosmos.

En las bestias respeta un espíritu activo…
cada flor es un alma abierta a la natura;
un misterio de amor en el metal reposa:
todo es sensible; ¡y todo sobre tu ser actúa!

Teme en el muro ciego una mirada espía:
a la materia misma un verbo está adherido…
No lo hagas servir para impíos menesteres.

Hay en el ser oscuro un Dios oculto a veces;
y, como ojo naciente cubierto por sus párpados,
un espíritu crece tras la piel de las piedras."

Gérard de Nerval



“La eternidad profunda sonreía en tus ojos...Oh antorchas del mundo, en el cielo encendeos.”

Gérard de Nerval



“La ignorancia no se aprende.”

Gérard de Nerval



“La idea de que un Espíritu del mundo exterior se encarnaba de pronto en la forma de una persona ordinaria, y obraba o intentaba obrar sobre nosotros en ciertos momentos graves de la vida, sin que esa persona tuviera conocimiento o guardara algún recuerdo, me obsesionaba con frecuencia.”

Gérard de Nerval



“La palabra es para forzar las puertas místicas que nos separan del mundo invisible.”

Gérard de Nerval



“Me gusta depender un poco del azar: la exactitud numérica de las estaciones de ferrocarril, la precisión de los barcos de vapor que llegan a la hora y el día exactos no agradan a un poeta, ni a un pintor, ni incluso a un simple arqueólogo o coleccionista como soy yo.”

Gérard de Nerval



“Mi única estrella ha muerto y mi laúd lleva el sol negro de la melancolía.”

Gérard de Nerval


“…”Miradle”, dice, “duerme ese viejo perverso,
todo el hielo del mundo por su boca ha pasado…”


Gérard de Nerval


"No puedo esperar hacer comprender esa respuesta, que para mí mismo permanece muy oscura. La metafísica no me proporciona términos para la percepción que me vino entonces de la relación de ese número de personas con la harmonía general. Puede uno concebir en el padre y la madre la analogía de las fuerzas eléctricas de la naturaleza, ¿pero cómo establecer los centros individuales emanados de ellos, y de los cuales ellos emanan, como una figura anímica colectiva, cuya combinación fuera a la vez múltiple y limitada? Equivaldría a pedir cuentas a la flor por el número de sus pétalos o las divisiones de su corola...; al suelo, de las figuras que traza; al sol, de los colores que produce.
TODO cambiaba de forma en torno mío. El espíritu con quien conversaba no tenía ya el mismo aspecto. Era un joven quien más bien que comunicármelas recibía ahora de mí las ideas... ¿Había yo ido demasiado lejos en esas alturas que producen vértigo? Me pareció comprender que esas preguntas eran oscuras o peligrosas, aun para los espíritus del mundo que entonces percibía... Quizá un poder superior me prohibía esas investigaciones. Me vi errando en las calles de una ciudad muy populosa y desconocida. Noté que era accidentada por estar construida sobre colinas y dominada por un monte totalmente cubierto de habitaciones. Entre el pueblo de esta capital distinguí ciertos hombres que parecían pertenecer a una nación particular; su aspecto vivo, resuelto, el acento enérgico de sus facciones, me hacían pensar en esas razas independientes y guerreras de los países de las montañas o de ciertas islas no frecuentadas por extranjeros; sin embargo, era en medio de una gran ciudad y de una población mezclada y banal donde sabían mantener así su individualidad huraña. ¿Qué eran pues esos hombres? Mi guía me hizo subir calles escarpadas y fragorosas donde resonaban los diversos ruidos de la industria. Subimos aún por largas series de escalas, al fin de las cuales el panorama se descubrió. Aquí y allá terrazas revestidas de emparrados, jardincillos cultivados sobre algunos espacios planos, techos, pabellones ligeramente construidos, pintados y esculpidos por una paciencia caprichosa: perspectivas ligadas por amplios lazos de verdura colgante seducían los ojos y agradaban al espíritu como el aspecto de un oasis delicioso, de una soledad ignota encima del tumulto y del ruido, que allí no eran sino murmullo. Se ha hablado con frecuencia de naciones proscritas, viviendo a la sombra de las necrópolis y de las catacumbas; aquí era sin duda lo contrario. Una raza feliz se había creado este retiro amado de los pájaros, de las flores, del aire puro y de la claridad."

Gerard de Nerval
Aurelia



“…¡Rosas blancas, caed! que insultáis a mis dioses,
caed, fantasmas blancos, de vuestro cielo ardiente:
-La santa del abismo es más santa a mis ojos.”


Gérard de Nerval


"Salí del teatro donde me sentaba todas las noches en un pupitre cercano al escenario, vestido con la sutil elegancia acorde a mis esperanzas. A veces, la casa estaba llena y otras vacía, pero eso carecía de importancia para mí si lograba que mis ojos se posaran sobre cajas llenas de máscaras, sombreros y vestidos, o si me encontraba acompañado de un público entusiasta, atónito ante el brillo y esplendor de las joyas. Durante la segunda y tercera escena de una obra demasiado compleja, cuando un aspecto vívido iluminaba los espacios vacíos, suspiraba convocando figuras que volvieran a la vida desde las sombras. De alguna forma, sentí que vivía en ella y que ella vivía sólo para mí. Su sonrisa me llenaba de infinita alegría, y la resonancia de su voz, suave, me hacía temblar de emoción. Ella comprendía todos mis entusiasmos y caprichos. En mi opinión poseía todas las perfecciones. Lucía radiante como el día cuando las candilejas brillaban sobre ella, pálida como la noche y hasta la lámpara de araña no podía evadir su simple belleza en una cortina de sombras. Era como una de las Horas tallada en un fondo sombrío de los frescos de Herculano.
Ignoraba cómo sería su vida lejos del teatro y me mostraba reacio a perturbar el espejo mágico que sostenía su imagen. Es posible que escuchara a ralentí especulaciones sobre su vida privada, pero mi interés no era mayor que el debido a los rumores existentes sobre la princesa de Élide o la Reina de Trebisonda. Uno de mis tíos, que había vivivo en el siglo XVIII, me había advertido a tiempo que una actriz no era una mujer convencional y que la naturelaza se había olvidado de otorgarle un corazón. Por supuesto, se refería a su propio tiempo, pero contó muchas de sus ilusiones y sus decepciones y me mostró los retratos en medallones de marfil que ahora adornaban sus tabaqueras -tantas cartas descoloridas y cintas, cada una símbolo de un pesar, hasta el punto que había llegado al triste hábito de la desconfianza.
Estábamos en medio de extraños años después, en aquellos años que suelen seguir a una revolución o a la decadencia de un gran imperio. No había nada de la galantería noble de la Fronda, vicecortés de la Regencia, o del escepticismo y las caóticas orgías; vivíamos en medio de la confusión, la duda la indolencia, las deslumbrantes utopías, las aspiraciones filosóficas o religiosas, los vagos entusiasmos mezclados con ciertos impulsos hacia una renovación de la vida, del hastío ante la pasada discordia, de no formuladas esperanzas -era algo así como la época de Peregrinus y Apuleyo-. Buscamos nuevos nacimientos desde el ramo de rosas de Isis, anhelábamos que se nos apareciera la diosa joven y ser heridos por la vergüenza de las horas de luz que se extravían. Pero la ambición no tenía parte en nuestra vida. Nuestro único refugio era la torre de marfil de los poetas para ascender más y más alto. Por fin podíamos respirar el aire puro de la soledad, beber del olvido en la copa de oro de las leyendas y embriagarnos con la poesía y el amor. El amor, una figura vaga, de espectrales matices. La intimidad con la mujer ofendía nuestra ingenuidad, pues era nuestra regla considerarlas como diosas o reinas, y sobre todo, nunca acercarse a ellas."

Gerard de Nerval
Sylvie



"Yo no pido a Dios que cambie en nada los sucesos; pero si que me cambie a mí con relación a las cosas."

Gérard de Nerval