"Algún día, pensó Liebermann, me gustaría encontrar un monstruo que pareciera un monstruo."

Ira Levin
Los niños del Brasil


"Comprendió que era demasiado tarde para coger el ascensor, porque, para cuando consiguiera dar toda la vuelta al corredor, y llegar a los ascensores, y tomara el único que funcionaba, él estaría esperándola allí mismo; así que no había nada que hacer sino seguir corriendo, con el corazón latiendo locamente y las pier­nas doloridas por los catorce pisos, desde el tejado al vestíbulo; en realidad veintiocho tramos de ocho es­calones cada uno, que bajaban en espiral por la tris­tona escalera, con veintisiete descansillos en los que dar la vuelta sin soltar la mano, dándose casi contra la pared, y él cada vez más cerca en su camino hasta el piso principal. Resbalaba por culpa de los malditos tacones, al salir a un corredor de mármol y echar a correr de nuevo, despertando ecos en la amplísima cúpula de catedral del vestíbulo, donde el asustado ne­gro la siguió con los ojos desde el ascensor... Atravesó exhausta la pesada puerta giratoria, y bajó unos esca­lones más de traicionero mármol, y fue a tropezar con una mujer en la acera... Y siguió corriendo hacia la izquierda, hacia la Avenida de Washington, hacia las pequeñas y desiertas calles de la ciudad, amenguando poco a poco el paso, falta de respiración, para echar una mirada hacia atrás antes de dar la vuelta a la esquina... Y allí estaba él, bajando a toda prisa los escalones de mármol, agitando las manos y gritando: «¡Espera! ¡Espera!» Dio la vuelta a la esquina corriendo de nuevo, Ignorando a la pareja que se volvió a mirarla, y al chico al volante de un coche que gritó: «¿Quieres venir a dar un paseo?» Y vio al fin el hotel, un par de manzanas más abajo, con sus puertas de cristal, brillando como el clásico anuncio de un hotel, ya cerca... «También él se está acercando —se dijo—, pero no mires atrás, ¡sigue corriendo!» Y al fin llegó a las maravillosas puertas de cristal, y un hombre, son­riendo con aire divertido, se las abrió cortésmente.
[...]
Y al fin se encontró en el vestíbulo, el seguro y cálido vestíbulo, con botones, con clientes, con hom­bres que leían periódicos... Anhelaba sentarse en uno de aquellos sillones, pero se fue directamente a las ca­binas telefónicas, porque, si Gant iba a la policía con ella, Gant era una celebridad local, y todos se mos­trarían dispuestos a creerla, a escucharla, a investi­gar... Recuperando la respiración, cogió el listín tele­fónico y buscó en la K... Eran las nueve menos cinco, así que estaría en el estudio. Pasó páginas y páginas respirando entrecortadamente. Allí estaba: K.B.R.I. 5-1000. Abrió el bolso, buscando monedas sueltas. «Cin­co, mil; cinco, mil», repetía al volverse y disponerse a marcar.
Powell estaba frente a ella. Congestionado, respirando con dificultad, revuelto el rubio cabello. Ahora no tuvo miedo. Había mucha luz, y mucha gente. Sin embargo, el odio la impulsó a mirarlo fríamente."

Ira Levin
Un beso antes de morir


"Rosemary estuvo muy ocupada y se sintió feliz. Compró y colgó cortinas, halló una lámpara de cristal victoriana para la sala, colgó potes y cacerolas de la pared de la cocina. Un día se dio cuenta de que las cuatro tablas del armario empotrado del recibidor eran estantes, que encajaban en abrazaderas de madera en las paredes laterales. Los cubrió con papel engomado y cuando Guy vino a casa, le pudo enseñar un armario lleno de ropa blanca. Luego ella descubrió un supermercado en la Sexta Avenida y una lavandería china en la calle Cincuenta y Cinco para las sábanas y las camisas de Guy.
Guy estaba también muy ocupado, y fuera todo el día, como los esposos de otras mujeres. Cuando pasó la Fiesta del Trabajo, su instructor de la televisión regresó a la ciudad; Guy trabajaba con él cada mañana y actuaba en comedias y comerciales casi todas las tardes. A la hora del desayuno él leía conmovedoramente la página teatral (¡casi todo el mundo estaba fuera de la ciudad!, mientras se escenificaba El Gato, Los años imposibles o Cálido septiembre; sólo él estaba en Nueva York, con los anuncios de Anacin); pero Rosemary sabía que pronto conseguiría algo bueno, y, en silencio, le ponía delante el café y tomaba la otra parte del periódico.
El cuarto de los niños no era de momento más que un estudio, con paredes de un blanco deslucido y el mobiliario del anterior apartamento. El empapelado blanco y amarillo vendría más tarde, limpio y fragante. Rosemary ya tenía una muestra de él entre las páginas del libro Los Picassos de Picasso, junto con un recorte mostrando una camita de niño y un escritorio. Escribió a su hermano Brian para hacerle partícipe de su felicidad. A ningún otro miembro de la familia le habría causado eso alegría en aquellos momentos; todos se mostraban hostiles: padres, hermanos y hermanas, que no le perdonaban: A) que se hubiera casado con un protestante, B) que se hubiera casado sólo por lo civil, y C) que tuviera una suegra dos veces divorciada y ahora casada con un judío en el Canadá. Ella hizo a Guy pollo a la Marengo y vitello tonnato, coció un pastel con una capa de moka y preparó un tarro lleno de pastelillos de mantequilla."

Ira Levin
La semilla del diablo



"Una Mujer y un Hombre entran a la habitación en penumbra. Una Chica queda esperando junto a la puerta iluminada. Detrás de ella se ve a un Muchacho. La Mujer y el Hombre se mueven familiarmente entre las formas enfundadas; la Mujer enciende una lámpara en un rincón; el Hombre abre levemente una ventana sin descorrer la cortina, y una suave brisa la agita levemente. La Chica entra al cuarto y mira a su alrededor con interés, al tiempo que la Mujer desenfunda y enciende otra lámpara. El Muchacho se acerca detrás de la Chica. Él también lo observa todo, pero con una expresión de desconfianza. El Hombre enciende la luz de una repisa de pared. La Mujer enciende una lámpara que cuelga sobre una mesa redonda.
La habitación es la antecámara de un dormitorio perteneciente a una casa de estilo victoriano de fines de siglo, con profusos decorados y un cierto aire siniestro. La puerta es grande, maciza. La cama, de una plaza, se halla detrás de una arcada. La ventana de la pared del fondo está cubierta por una fina cortina, al igual que la otra ventana. Hay dos puertas, de un armario y del baño. Más tarde se advertirá que la habitación es femenina y atractiva dentro de su estilo recargado. La decoración corresponde a la década de 1930, aunque casi todos los muebles pertenecen a una generación anterior. Un sofá, una mesa redonda de juego, un escritorio frente a la ventana, un gramófono junto al escritorio, un caballete de pintor, una cómoda, sillas librerías, etcétera, todos enfundados.
La Mujer y el Hombre de unos sesenta años, tienen un aspecto agradable. La Mujer viste con sencillez; el Hombre lleva un traje azul arrugado y gastado. La Chica tiene veinte años; es delgada, bonita, de largo pelo lacio. Lleva pantalones anchos, un suéter grueso con cuello cerrado y varios collares. El Muchacho es corpulento y cuenta más de veinticinco años. Tiene bigotes poblados y usa ropa sport vieja. La Mujer levanta cuidadosamente la cubierta de la mesita de juego, sobre la que se ve un rompecabezas armado a medias.
MUJER (Leve acento irlandés al hablar). Éste es el rompecabezas que estaba haciendo, exactamente como ella lo dejó. Se llama «Cazadores en la Selva Negra». Ochocientas piezas. ¡Y no tiene el dibujo en la caja para poder ayudarse! (La Chica se acerca a la mesa. El Hombre desenfunda el escritorio. El Muchacho pasea y se aproxima a la pared para mirar brevemente un cuadro.) Ella hacía dos o tres de éstos por mes, y antes de Navidad, el señor Brabissant se llevaba todos los que había armado el año anterior... y los guardaba en el baúl que está en el rellano de la escalera. ¿No viste el baúl de roble?
CHICA. Sí, lo vi.
HOMBRE. Es una antigüedad valiosa ese baúl. (Él también tiene acento.)
MUJER. Y regalaba todos esos rompecabezas, que costaban diez y doce dólares cada uno, a los bomberos de Walpole para que los dieran a sus hijos. A ella no le gustaba hacer uno que ya hubiese armado antes. Uno nuevo era como ingresar en un nuevo mundo, solía decir. Y por supuesto... (Sonrisa tierna)... ellos se lo consentían."

Ira Levin
El cuarto de Verónica