"Ahora sé, adivino. El reino del hombre ha terminado. Ha venido Aquel que provoca los primeros terrores de los pueblos ingenuos. Aquel a quien exorcizaban los sacerdotes inquietos, el que evocan los brujos en las noches sombrías, sin verle aparecer aún, y a quien los presentimientos de los maestros efímeros del mundo prestaron todas las formas monstruosas o graciosas de los gnomos, de los espíritus, de los genios, de las hadas, de los duendes. Después de los groseros conceptos de los miedos primitivos, los hombres más perspicaces lo han presentido claramente. Mesmer lo había adivinado, y los médicos, desde hace ya diez años, han descubierto la naturaleza de su poder antes de que él mismo lo ejerciera. Han jugado con esta arma del nuevo Señor, el dominio de poderes misteriosos sobre el alma humana, convertida en esclava. Lo han llamado magnetismo, hipnosis, sugestión… ¡qué sé yo! ¡Les he visto divertirse como niños imprudentes con este horrible poder! ¡Desdichados de nosotros! ¡Desdichado del hombre! Ha llegado él…, él… ¿Cómo se llama…? El… Me parece que está gritando su nombre, y no lo entiendo… El…, sí, lo grita…, escucho…, no puedo…, repite…, el… Horla…, lo he oído…, el Horla… Es él…, el Horla… ¡ha llegado!"

Guy de Maupassant

El Horla 


"Algunos están capacitados para vivir hacia afuera, otros para vivir hacia adentro."


Guy de Maupassant

¿Quién sabe?



“Amamos a la madre casi sin saberlo; y tan sólo percibimos toda la profundidad de las raíces de este amor en el momento de la última separación.”

Guy de Maupassant


 "Amo la noche con pasión. La amo como uno ama a su país o a su amante, con un amor instintivo, profundo, invencible."

Guy de Maupassant



“Amor significa el cuerpo, el alma, la vida, todo el ser. Sentimos el amor cuando sentimos el calor de nuestra sangre, respiramos amor con el aire que respiramos, lo tenemos en nosotros mismos cuando lo tenemos en nuestro pensamiento. Nada más existe para nosotros.”

Guy de Maupassant


"Atravesaba las grandes dunas al sur de Uargla. Es éste uno de los países más extraños del mundo. Conocerán la arena unida, la arena recta de las interminables playas del Océano. ¡Pues bien! Figúrense al mismísimo Océano convertido en arena en medio de un huracán; imaginen una silenciosa tormenta de inmóviles olas de polvo amarillo. Olas altas como montañas, olas desiguales, diferentes, totalmente levantadas como aluviones desenfrenados, pero más grandes aún, y estriadas como el moaré. Sobre ese mar furioso, mudo y sin movimiento, el sol devorador del sur derrama su llama implacable y directa. Hay que escalar aquellas láminas de ceniza de oro, volver a bajar, escalar de nuevo, escalar sin cesar, sin descanso y sin sombra. Los caballos jadean, se hunden hasta las rodillas y resbalan al bajar la otra vertiente de las sorprendentes colinas."

Guy de Maupassant
El miedo



“Cada gobierno tiene en gran parte la obligación de evitar la guerra como capitán de un buque ha de evitar un naufragio.”

Guy de Maupassant



“Cualquier cosa que se quiera decir sólo hay una palabra para expresarla, un verbo para animarla y un adjetivo para calificarla.”

Guy de Maupassant


"Cuán débil es nuestra razón y cuán rápidamente se extravía cuando nos estremece un hecho incomprensible."


Guy de Maupassant


"Cuando avanzamos hacia el sur, vemos salir a la luz un aspecto repugnante de los judíos que permite entender el odio feroz que estas gentes inspiran en determinados pueblos, e incluso los recientes asesinatos de alguno de ellos. Los judíos de Europa, lo judíos de Argel, los judíos a los que conocemos, a los que frecuentamos cada día, nuestros vecinos y nuestros amigos, son hombres mundanos, instruidos, inteligentes, a menudo encantadores. Y nos indigna mucho enterarnos de que los habitantes de una pequeña ciudad desconocida han degollado y ahogado a cientos de hijos de Israel. Hoy ya no me sorprende, porque nuestros judíos no se parecen en nada a los judíos de aquel lugar.
En Bu Saada, los vemos en cuclillas bajo cubiles inmundos, hinchados de grasa, sórdidos y acechando al árabe como una araña acecha a la mosca.
Lo llaman, tratan de prestarle cien perras y a cambio le hacen firmar un papel. El hombre conoce el peligro, duda, se resiste. Pero el deseo de beber, junto con otros deseos, lo tientan. ¡Cien perras representan para él tantos goces!
Y finalmente cede, toma la moneda de plata y firma el grasiento papel.
Al cabo de tres meses deberá diez francos, cien al cabo de un año, doscientos al cabo de tres años. Entonces el judío pone en venta su tierra, en caso de que la tenga, o si no su camello, su caballo, su borrico, en fin, todo lo que posee.
Los jefes, los caids, agás o Bach agás, caen igualmente en las garras de esas rapaces que son plaga, la sangrienta plaga de nuestra colonia, el gran obstáculo de la civilización y del bienestar del árabe.
Cuando una columna francesa va a saquear a alguna tribu rebelde una nube de judíos la sigue y adquieren a bajo precio el botín que luego revenden a los árabes apenas se aleja el ejército.
Si se toman, por ejemplo, seis mil corderos en una comarca ¿Qué hacer con esos animales? ¿Llevarlos a las ciudades? Morirían por el camino pues no sería posible alimentarlos, darles de beber durante los doscientos o trescientos kilómetros de tierra yerma que es preciso atravesar. Y además para llevar y proteger una caravana semejante sería necesario disponer del doble de tropas de las que dispone la columna.
¿Entonces qué: matarlas acaso? ¡Qué masacre y qué ruina! Y encima los judíos están allí dispuestos a comprar por dos francos unos corderos que valen veinte. De todos modos el Tesoro seguirá ganando doce mil francos. Se las vendemos.
Ocho días más tarde los primeros propietarios recuperan sus corderos a tres francos por cabeza. La venganza francesa no sale muy cara.
El judío es el dueño de todo el sur de Argelia. No hay árabe que no tenga una deuda pues no le gusta devolver. Prefiere renovar su contrato al cien o doscientos por ciento. Y al ganar tiempo se cree a salvo. Haría falta una ley especial para modificar esta situación lamentable."

Guy de Maupassant
Bajo el sol


“Cuando sale la luna creciente, a las cuatro o las cinco de la tarde, presenta una luz brillante y alegre como de plata; en cambio, después de media noche es apagada, triste y siniestra. Es una verdadera luna de noche de brujas.”

Guy de Maupassant



"Cuando un amigo se casa todo termina, porque el cariño celoso de la mujer no tolera el afecto vigoroso y franco que existe entre dos hombres."

Guy de Maupassant



“¡Dios mío! ¡Dios mío! Quisiera ser capaz de descubrir lo que me ha sucedido. Pero... ¿Me atreveré? ¿Podré hacerlo? Es una locura, tan fantástico, tan inexplicable e incomprensible...”

Guy de Maupassant




“El amor es siempre amor, venga de donde venga. Un corazón que late con su acercamiento, un ojo que llora cuando se va, son cosas tan raras, tan dulces, tan preciosas que nunca deben ser despreciadas.”

Guy de Maupassant



"El hombre y la mujer son siempre extraños de alma e inteligencia, son siempre dos beligerantes y entre ellos siempre tiene que haber un vencedor y un vencido."

Guy de Maupassant


"El joven que firmaba «D. de Cantel» sus crónicas, «Duroy» sus Ecos y «Du Roy» los artículos de fondo que de cuando en cuando empezaba a publicar, pasaba la mitad de los días en casa de su novia, que le trataba con fraternal familiaridad, en la que había, sin embargo, una oculta ternura, un a modo de deseo disimulado, como si fuese una flaqueza. La viuda había decidido que el matrimonio se celebrara en la más estricta intimidad, únicamente en presencia de los testigos, y que por la noche saldrían para Ruán. Al día siguiente irían a ver a los ancianos padres del periodista, a cuyo lado pasarían algunos días.
Duroy se había esforzado en hacerla desistir de este propósito. Pero no habiéndolo podido conseguir, se avino, al fin.
Así, pues, llegado el 10 de mayo, los nuevos esposos, que juzgaron inútiles las ceremonias religiosas, puesto que no habían invitado a nadie, volvieron a su casa, después de una breve excursión a la Alcaldía, hicieron el equipaje y se fueron a la estación de San Lázaro, para tomar el tren de las seis de la tarde, que los llevó a Normandía.
Apenas habían cambiado veinte palabras hasta el momento en que se encontraron solos en el vagón. En cuanto advirtieron que el convoy se ponía en marcha, se miraron y se echaron a reír para ocultar cierto malestar, que ninguno de los dos quería dejar ver.
El tren atravesó, despacio, la larga estación de Batignolles, y luego franqueó la costosa planicie que va desde las fortificaciones hasta el Sena.
Al pasar el puente de Asnières, la vista del río cubierto de embarcaciones, de pescadores y de bateleros, les arrancó alegres exclamaciones. El sol, un potente sol de mayo, derramaba sus oblicuos rayos sobre los barcos y sobre el agua en calma, que parecía inmóvil, sin corriente ni remolinos, coagulada bajo el calor y la última claridad del día agonizante. En medio del río, un velero que extendía sobre ambas bordas dos grandes triángulos de tela blanca para recoger el menor soplo de la brisa, parecía un enorme pájaro presto a volar."

Guy de Maupassant
Bel Ami



“El pasado me atrae, el presente me aterra porque el porvenir es la muerte.”

Guy de Maupassant



“El patriotismo es una especie de religión, es el huevo en donde se empollan las guerras.”


Guy de Maupassant



“Es mejor ser infeliz en el amor que infeliz en el matrimonio, pero algunas personas logran las dos cosas.”

Guy de Maupassant



“Estoy terriblemente aburrido... Lo acepto todo con indiferencia, y paso las dos terceras partes de mi tiempo en un profundo aburrimiento... Ningún hombre bajo el sol se aburre más que yo. Nada me parece digno de esfuerzo o un movimiento. Estoy aburrido sin cesar, sin reposo y sin esperanzas, porque no deseo nada, no espero nada... En la vida todo me parece lo mismo: los hombres, las mujeres, los acontecimientos. Esta es mi verdadera profesión de fe, y añadiría algo difícil de creer, a saber: que no me intereso más en mí mismo que en los otros. Todo lo que sucede puede dividirse en farsa, hastío y desdicha.”

Guy de Maupassant




“Hay, en todo, algo inexplorado, porque estamos habituados a no servirnos de nuestros ojos, sino con el recuerdo de lo que se ha pensado antes que nosotros sobre aquello que contemplamos.”

Guy de Maupassant



“He entrado en la vida literaria como un meteoro, y voy a salir de ella como un rayo.”

Guy de Maupassant


"He sido siempre un solitario, un soñador, una especie de filósofo aislado, benévolo, satisfecho con poco, sin amargura para los hombres, sin rencor para el cielo."



Guy de Maupassant
¿Quién sabe?



“La dicha está sólo en la esperanza, en la ilusión sin fin.”

Guy de Maupassant



“La esencia de la vida es la sonrisa de las mujeres.”

Guy de Maupassant


"La menor cosa contiene un poco de desconocido. Encontrémoslo."


Guy de Maupassant
Pedro y Juan



“La soledad es peligrosa: cuando estamos solos mucho tiempo, poblamos nuestro espíritu de fantasmas.”

Guy de Maupassant



“La vida tan corta, la vida tan larga…”

Guy de Maupassant


"Lamarthe, al que siempre agradaban las discusiones literarias, se estaba embarcando ya en una disertación cuando la señora de Burne se les acercó.
Estaba en verdad en uno de sus mejores días; tan maravillosamente vestida que deleitaba la vista, con aquel aspecto atrevido y provocador que le venía de la sensación de estar en plena refriega. Se sentó:
—Éstas son las cosas que me gustan —dijo—: coger por sorpresa a dos hombres que están charlando entre sí y no para que yo los entienda. Por lo demás, son ustedes los dos únicos que dicen aquí algo interesante. ¿De qué hablaban?
Lamarthe, sin apuro alguno y con tono de galante socarronería, le explicó la cuestión que había surgido. Luego repitió sus argumentos con una labia que remozaba ese deseo de exhibirse que, en presencia de las mujeres, enardece a todos los sedientos de gloria.
Divirtió en el acto a la señora de Burne el tema de la discusión e, inflamándose también ella, metió baza, defendiendo a las mujeres modernas con mucho ingenio, mucha sutileza y gran tino. Unas cuantas frases, que el novelista no podía entender, acerca de la fidelidad y la devoción de que pueden ser capaces las que menos de fiar parecen le hicieron latir el corazón a Mariolle. Y cuando se apartó para ir a sentarse junto a la señora de Frémines, que se había obstinado en no dejar ni a sol ni a sombra al conde de Bernhaus, Lamarthe y Mariolle, seducidos por tal demostración de ciencia femenina y de encanto, se dijeron mutuamente que era, sin lugar a dudas, una mujer exquisita.
—¡Y mírela ahora! —dijo el escritor.
Era un duelo por todo lo alto. ¿De qué hablaban en ese momento el austríaco y las dos mujeres? La señora de Burne había llegado en el preciso instante en que la conversación a solas de dos personas, incluso cuando éstas se agradan mutuamente, se hace monótona. Y rompía ese aislamiento refiriendo con expresión indignada cuanto acaba de oír de labios de Lamarthe. Y todo ello, en verdad, podía aplicársele a la señora de Frémines; todo ello venía de labios de la conquista más reciente de ésta; todo ello lo repetía la señora de Burne ante un hombre muy sutil y capaz de entenderlo todo. Volvió a prenderse la hoguera de la eterna cuestión del amor y la anfitriona invitó con el gesto a Lamarthe y a Mariolle a que se uniesen a ellos. Luego, al ir subiendo el tono de las voces, llamó a los demás.
Vino luego una discusión generalizada, alegre y entusiasta, en que todo el mundo opinó y en la que la señora de Burne se las ingenió para ser la más aguda y la más graciosa, poniendo su pizca de sentimiento, quizá ficticio, en divertidísimas opiniones, pues estaba en verdad en un día triunfante, más briosa, inteligente y bonita de lo que nunca había estado."

Guy de Maupassant
Nuestro corazón



"Las ideas fijas nos roen el alma con la tenacidad de las enfermedades incurables. Una vez que penetran en ella, la devoran, no le permiten ya pensar en nada ni tomar gusto a ninguna cosa."

Guy de Maupassant



“Me es imposible vivir en París a causa de la indefinible angustia que en esta ciudad se apodera de mí.”

Guy de Maupassant




“¿No es más bien el toque del amor -el misterio del amor- que constantemente busca unir a dos seres, que intenta con su fuerza en el mismo instante que un hombre y una mujer se han mirado cara a cara?”

Guy de Maupassant



“Nuestra memoria es un mundo más perfecto que el universo: le devuelve la vida a los que ya no la tienen.”

Guy de Maupassant



"Nuestro gran tormento en la vida proviene de que estamos solos y todos nuestros esfuerzos y todos nuestros actos sólo tienden a huir de esa soledad."

Guy de Maupassant




"¡Ojos de mujer, qué poder tenéis!"

Guy de Maupassant


"¿Qué era? ¿Un presentimiento? ¿El misterioso presentimiento que se apodera de los hombres que están por ver lo inexplicable?"


Guy de Maupassant
¿Quién sabe?


“¡Que se respeten mis convicciones, y yo respetaré las suyas!”

Guy de Maupassant


“Si bien me sentí incapaz de salir, torturado por la emoción quise investigar, porque soy valiente como un caballero de la Edad Media caído sin pensar en un nido de brujas.”

Guy de Maupassant



“Siento tal pasión por la soledad que no puedo soportar la idea de que otros duerman bajo mi mismo techo.”

Guy de Maupassant


“Sólo hay una cosa buena en la vida, y es el amor.”

Guy de Maupassant

"Tengo algo de fiebre desde hace unos días; me siento indispuesto, o mejor dicho me siento triste.
¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que mudan en desánimo nuestra felicidad y nuestra confianza en desamparo? Se diría que el aire, el aire invisible está lleno de incognoscibles Poderes, cuya misteriosa vecindad sufrimos. Me despierto pleno de gozo, con ganas de cantar en la garganta. -¿Por qué?-. Bajo hasta la orilla del río; y de pronto, tras un corto paseo, regreso desolado, como si alguna desgracia me esperase en casa.-¿Por qué?-.¿Es un escalofrío, rozándome la piel, ha roto mis nervios y ensombrecido el alma? ¿Es la forma de las nubes, o el color del día, el color de las cosas, tan variable, que, al pasar por mis ojos, ha perturbado mis pensamientos? ¡Quién sabe! Todo lo que nos rodea, todo lo que vemos sin mirarlo, todo lo que rozamos sin conocerlo, todo lo que tocamos sin palparlo, todo lo que encontramos sin distinguirlo, ¿tendrá sobre nosotros, sobre nuestros órganos y, a través de ellos, sobre nuestras ideas, sobre nuestro propio corazón, efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables?"

Guy de Maupassant
El Horla



“Todo le parecía creado en la naturaleza con una lógica absoluta y admirable. Los principios y fines se equilibraban perfectamente. Las auroras se habían hecho para hacer alegre el despertar, los días para madurar el trigo, las lluvias para regarlo, las tardes oscuras para predisponer al sueño, y las noches para dormir. Las cuatro estaciones correspondían totalmente a las necesidades de la agricultura; y jamás el sacerdote sospecharía que no hay intenciones en la naturaleza, y que todo lo que existe, al contrario de lo que él pensaba, se sometió a las duras necesidades de las épocas, de los climas y de la materia.”

Guy de Maupassant



“Todo me aburre, y las únicas horas tolerables son las que dedico a escribir.”

Guy de Maupassant


"Un beso legal nunca vale tanto como un beso robado."

Guy de Maupassant


“Un buen relato empieza con un buen título.”

Guy de Maupassant


"Una brisa leve y continua venía de alta mar, pegada a la superficie del agua y rizándola. Izaron la vela, que se abultó un tanto, y la barca zarpó apaciblemente, apenas acunada por las aguas.
Lo primero que hicieron fue alejarse de la costa. En la línea del horizonte, el cielo descendía hasta fundirse con el océano. Hacia tierra, el acantilado, alto y cortado a plomo, proyectaba de trecho en trecho una ancha sombra sobre su parte baja; unas laderas herbosas muy soleadas abrían brechas en él. Allá, a espaldas de los viajeros, unas velas pardas zarpaban del blanco espigón de Fécamp; y veían lejos, de frente, una roca de forma extraña, redondeada y horadada, que recordaba la silueta de un elefante gigantesco cuya trompa se hundiera en las olas. Era la «puerta pequeña» de Étretat.
Jeanne, aferrando la borda con la mano, un poco aturdida por el balanceo de las olas, miraba a lo lejos; y le parecía que en la creación sólo había tres cosas hermosas: la luz, el espacio abierto y el agua.
Todos iban callados. El tío Lastique, que llevaba el timón y la escota, bebía de vez en cuando del gollete de una botella que tenía escondida bajo su banco; fumaba sin parar un muñón de pipa que parecía no apagarse nunca y soltaba un incesante hilillo de humo azul; otro igual le brotaba al marinero de la comisura de los labios. Nunca se lo veía encender de nuevo la cazoleta de arcilla, más negra que el ébano, o llenarla de tabaco. A veces la asía con una mano, se la apartaba de los labios y, por la misma comisura por la que soltaba el humo, lanzaba a la mar un copioso escupitajo de saliva parda.
El barón iba sentado a proa, vigilando la vela y haciendo las veces de un tripulante. Jeanne y el vizconde se sentaban juntos, algo turbados ambos. Un poder desconocido forzaba el encuentro de sus ojos, que alzaban al tiempo como si los avisara una afinidad, pues flotaba ya entre ellos esa sutil e inconcreta ternura que tan poco tarda en nacer entre dos jóvenes cuando él no es feo y ella es guapa. Esa vecindad los hacía sentirse dichosos, quizá porque ambos iban pensando en el vecino.
El sol subía poco a poco, como si quisiera contemplar desde mayor altura la anchurosa mar que se extendía abajo; pero esta, como con coquetería, se envolvió en una bruma ligera que le servía de velo contra los rayos del sol. Era una neblina transparente, muy baja, dorada, que no ocultaba nada pero difuminaba los detalles alejados. El astro lanzaba sus inflamados dardos y deshacía así la brillante nube; cuando alcanzó su ardor máximo, el vaho se evaporó y la mar, lisa como una luna, empezó a espejear bajo la luz.
Jeanne, muy emocionada, dijo a media voz:
—¡Qué hermosura!
Y el vizconde respondió:
—Sí, es muy hermoso.
La serena claridad de aquella mañana hacía que se alzara en sus corazones algo semejante a un eco.
Y, de pronto, divisaron los elevados arcos de Étretat; era como si el acantilado tuviera un par de piernas para ir caminando por la mar, tan largas que servían de portal a los barcos. Y una aguja puntiaguda de piedra blanca se erguía ante el primero de esos arcos.
La barca se acercó a la orilla; y mientras el barón, que había desembarcado antes que los demás, la sujetaba tirando de una cuerda, el vizconde cogió en brazos a Jeanne para dejarla en tierra sin que se le mojasen los pies; luego, subieron juntos por la dura faja de guijarros, turbados ambos por aquel rápido abrazo, y oyeron, de pronto, que el tío Lastique le decía al barón:
—Me parece a mí que no harían mala pareja.
Fue muy grato el almuerzo, que tomaron en una posada pequeña próxima a la playa. El océano, al embotarles la voz y los pensamientos, los había obligado a guardar silencio; la mesa los volvió locuaces, tan locuaces como unos colegiales de vacaciones.
Las cosas más sencillas provocaban interminables regocijos.
Al sentarse a la mesa, el tío Lastique metió con esmero la pipa, humeante aún, en la boina; y todos se echaron a reír. Una mosca, a la que llamaba sin duda la atención la nariz encarnada del marinero, acudió una y otra vez a posarse en ella; y, cuando este la ahuyentaba de un manotazo sin ser lo bastante rápido para atraparla, iba a apostarse en un visillo de muselina, que muchas de sus hermanas habían mancillado ya, y parecía acechar con avidez las encendidas napias, pues, a poco, volvía a alzar el vuelo para aposentarse en ellas.
A cada viaje del insecto todos soltaban el trapo. Y cuando el viejo, al que fastidiaba aquel cosquilleo, dijo a media voz: «¡Pero qué tozuda!», Jeanne y el vizconde lloraron de risa, desternillándose y tapándose la boca con la servilleta para no gritar.
Después del café, Jeanne dijo:
—Podríamos ir a dar un paseo.
El vizconde se puso en pie; pero el barón prefería tomar el sol en los guijarros como un lagarto.
—Id vosotros, hijos; aquí me encontraréis dentro de una hora.
Cruzaron en línea recta entre las escasas chozas de la comarca, y, dejando atrás una casa solariega pequeña que parecía una alquería grande, llegaron a un valle abierto, que se extendía ante ellos.
El balanceo de las olas los había desmadejado, alterando su acostumbrado equilibrio; la brisa salina de la mar abierta les había despertado el apetito; luego, el almuerzo los había aturdido y la risa los había puesto nerviosos. Ahora se sentían un tanto alborotadores, con ganas de correr como locos por el campo. A Jeanne, soliviantada por la rápida sucesión de aquellas sensaciones nuevas, le zumbaban los oídos.
Caía un sol feroz. A ambos lados del camino, el calor encorvaba las cosechas maduras. Había tantas cigarras como briznas de hierba, y se desgañitaban, esparciendo por doquier, entre el trigo y el centeno, entre los juncos marinos de la costa, su canto agrio y ensordecedor."

Guy de Maupassant
Una vida



“Usted tiene un ejército de mediocridades seguido por la multitud de tontos. Como los mediocres y los tontos siempre son la inmensa mayoría, es imposible que se elija un gobierno inteligente.”

Guy de Maupassant



“Vivimos siempre bajo el peso de las viejas y odiosas costumbres de nuestros antepasados bárbaros.”


Guy de Maupassant