“Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.”

José Hierro


Armonía

Quise tocar el gozo primitivo,
batir mis alas, trasponer la linde
y volver, al origen, desde el fin de
mi juventud, para sentirme vivo.
Quise reverdecer el viejo olivo
de la paz, pero el alma se me rinde.
¿Quién es sin su dolor? ¿Quién que no brinde,
sin pena, su ayer libre a su hoy cautivo?
Y ¿quién se adueñará de la armonía
universal, si rompe, nota a nota, 
grano a grano, el racimo, los acordes?
¿Quién se olvida que es cuna y tumba, día
y noche, honda raíz y flor que brota,
luz, sombra, vida y muerte hasta los bordes?

José Hierro
De Quinta del 42, 1952


Beethoven ante el televisor

El alemán de Bonn identificaba
todos los sones de la naturaleza:
el del mar, el del río, el del viento y la lluvia,
el canto del ruiseñor, el de la oropéndola, el del cuco.
Un día, cantó un ave, y él no oía su canto:
fue la primera señal de alarma.
Luego avanzó implacable la sordera
hasta desembocar en la noche de los sonidos.
Compuso, desde entonces, imaginándolos.
Nunca pudo escuchar su misa en Re,
sus últimos cuartetos, su última sinfonía.
Luis van Beethoven murió en mil ochocientos veintisiete
(es lo que piensan los desinformados),
pero yo lo he visto en el Lincoln Center.
Fue en los años noventa. Ocupábamos
asientos contiguos. Yo lo reconocí
por su expresión huraña y tierna y feroz.
Y también por el desaliño de que nos hablan sus biógrafos.
Escribí en mi programa estas palabras:
“Excelente concierto”. Y él asintió
“No se moleste en escribir, oigo perfectamente”.
Después, en el descanso, hablamos de su música,
(sin duda se dio cuenta
de que acababa de reconocerlo.)
Avisaron que había que volver
a la sala para escuchar el plato fuerte,
la Novena. Pero él, van Beethoven,
dio media vuelta, y se marchaba.
“Pero, ¿precisamente ahora?” le pregunté.
“Yo regreso al hotel. Voy a escuchar
la Novena Sinfonía en el televisor,
la transmiten en directo”, contestó.
“¿Me permite que le acompañe?”, dije.
Y se encogió de hombros.
Pues aquí acaba todo.
Nos sentamos ante el televisor.
Escuchamos el golpe de la batuta
sobre el atril. Silencio. Y la orquesta rugió.
Entonces, Ludwig van Beethoven
se levantó y apagó el sonido.
Ahora sí que el silencio era absoluto.
Canturreaba a veces, levantaba la mano
para indicar la entrada a los timbales
en el Scherzo. Lloró con el adagio,
enardeció cuando cantaba el coro
las palabras de Schiller.
Yo nunca podré oír, nadie podrá,
lo que él oía. Finalizó el concierto.
Fue entonces cuando se levantó,
y se acercó al televisor,
recuperó el sonido.
Las cámaras enfocaban ahora
al público enardecido.
Van Beethoven oía, en mil novecientos noventa,
los aplausos que no podía oír en Viena,
en mil ochocientos veinticuatro. 

José Hierro



“Cómo andar, sin nostalgia, el camino, soñando dos sueños distintos mientras en torno el amor se desploma.”

José Hierro



Corazón que te hiere 

"Corazón que te hieren
con una rama verde.

Llegó a mi lado. Era 
el momento más fuerte
que el recuerdo. Es hoy todo
inolvidable. El verde
de los álamos es
vida. Los cielos tienen
azul de amor sereno
que aún ignora la muerte.

Llega a mi lado. Trae
una rama. (Parece
la verde primavera
que entre sus manos duerme.)
Oh, qué felicidad.
Las brisas, cómo mecen.
Ella saca a las flores
de su encanto silvestre.
Ella toca de gracia
el áspero presente.

Llega a mi lado. Trae
una rama. (Se mueve
irreal: su elemento
es la música. Viene
quebrando los silencios
maravillosamente. )

Entre sus manos es
la rama una serpiente
de luz, un río frágil,
bandera transparente 
que pone en este ensueño
su alegría evidente.
(Por la rama comprendo
que estamos vivos. Este
instante no es un sueño 
que pasa y no nos mueve.)
Es un látigo frágil,
una llama en que beben
nuestros ojos.

                        ¿Por qué
la ceñiste a mis sienes 40
como si fuera el único
dios a quien perteneces?
¡Por qué te he preguntado
si ceñiste otras sienes!

Corazón, te han herido 

con una rama verde."

José Hierro



Desaliento
       
"No tienes tú la culpa. Somos
los prisioneros de ayer.
El pasado que no fue nuestro
lo quisiéramos poseer.
Contemplar a la luz del día
toda su amarga desnudez.
Pensar que ha sido de nosotros
lo que ya nunca podrá ser.
              
No tienes tú la culpa. Vamos
ciegos. vivimos sin saber.
No tengo yo la culpa, pero
los dos debemos padecer.
Purificar con la tristeza
lo que ya fue.
              
Tiramos piedra contra el cielo
y nos caen piedras desde él.
El mal que hicimos, no sabíamos
en qué manos iba a caer.
pusimos hiel en nuestros surcos
y los frutos saben a hiel.
              
El mal que más nos entristece
es el que no se quiso hacer.
              
«No quiero que pienses», dices
Tú sabes que sólo en ello 
puedo pensar. Pasarán
los días, las noches. Tiempos               
vendrán sin nosotros. soles
brillarán en cielos nuevos.
Ecos de campana harán
más misterioso el silencio.
(«No quiero que pienses».)               
Yo seguiré pensando en ello."

José Hierro


“Después de todo, todo ha sido nada, a pesar de que un día lo fue todo. Después de nada, o después de todo supe que todo no era más que nada.”

José Hierro



“El amor y las almas, juntos fueron creando el Universo. Las almas fueron su metal. El amor su mágico fuego.”

José Hierro



"El ritmo es lo que hace a la poesía persuasiva y no informativa."

José Hierro



“El viento no escucha. No escuchan las piedras, pero hay que hablar, comunicar, con las piedras, con el viento.”

José Hierro



“Eras de vientos y de otoños, eras de agrio sabor a frutas, eras de playas y de nieblas, de mar reposando en la bruma, de campos y albas ciudades, con un gran corazón de música.”

José Hierro



“Imagínate tú que hace siglos que has muerto. No te preguntan las cosas, si pasas, quién eres. Procura un instante pensar que tus brazos no pesan. Son nada más que dos cañas, dos gotas de lluvia, dos humos calientes.”

José Hierro



"La conciencia de un jurado nunca queda tranquila."

José Hierro


La fuente de Carmen Amaya


"No el mar, sino esta fuente junto al mar.
Y la ciudad, detrás. (Qué importa la ciudad.
La ciudad era tiempo: primero, Roma y sus murallas,
y sucesivamente, peces de barras rojas en el lomo,
rejerías y olivas, el poderío de las naves
de la Corona de Aragón.
Más tarde, un diálogo de humos.)
La ciudad era un diálogo de aguas
―la fuente, el mar―; la vida, un diálogo de aguas,
una chiquillería desnudita y morena.
Y un griterío, un amontonamiento
en aquel aire cálido.
Y olor a hogueras, que no tienen tiempo.
Siempre a espaldas del tiempo.
Y nada más que ojos oscuros
para mirar, mirar, mirar...
Esto ocurría en lo que llaman,
los que no son de nuestra raza, pasado.
De noche me acercaba a las olas.
Las olas no ocultaban ruiseñores
como el agua del cántaro que yo apoyaba en la cadera.
De noche, entre las olas, de cara al tiempo congelado,
sonaba el mar a hojas de otoño, pisoteadas por los pájaros.
Ceñía mis tobillos de diamantes.
Allí era el reino del vaivén, del ritmo,
de lo eterno acunado. El mar tampoco,
como si fuera de mi raza, se encadenaba al tiempo.
Sonaba en mis oídos el ruiseñor del agua de la fuente,
oía los rumores del mundo.
Mi sangre era el mar mismo.
Me contagiaba de su movimiento.
Me enseñaban las olas a no morir jamás.
Lo sin tiempo es la muerte. Y aquello, el ritmo,
el tiempo vivo, pero detenido; algo que no conoce
ni principio ni fin, que no parte ni llega.
Era el mar y la fuente junto al mar.
Y entre los dos estaba yo.
Igual que ahora. Nuevamente unidos.
Cuántos racimos de años habrá exprimido el mar.
Por cuántos sitios ―horas y lugares, qué sé yo―,
lo que dicen países, he llevado el centelleo de la espuma,
el oleaje de la llama... 
Es posible que yo parezca diferente.
También quizás la fuente parezca diferente a los demás.
Yo no lo sé. Juntos estamos el mar, la fuente, yo.
Vinieron las autoridades,
artistas, periodistas, gentes que leen mi nombre en los
periódicos. 
Me dijeron que era mía la fuente
(cómo podían darme lo que era mío, mi vida, el mar, las
nubes). 
No pudieron matar mi vida, restituirme al tiempo,
cuando hablaban y hablaban del ayer, la gitana
de Somorrostro, y otra vez aquello del arte y de la gloria,
y más palabras sin sentido
que siguen pronunciando mientras me acerco hasta mi
fuente, 
y adorno mis muñecas con sus helados brazaletes,
y humedezco mis sienes, mezclo sus aguas con mis
lágrimas.
Porque ahora pienso que he olvidado el cántaro,
y la tarde se queda sin ruiseñor que la ilumine,
y tengo miedo de volver sin agua,
y no sé dónde está el cántaro
y mi madre me va a reñir 
porque a ver cómo vamos a guisar,
a lavar la ropita de los niños... 
Y yo no sé qué le diré para que pueda comprenderlo."




José Hierro
De Libro de las alucinaciones, 1964






“La noche es bella, está desnuda, no tiene límites ni rejas.”

José Hierro



"La poesía se escribe cuando ella quiere."

José Hierro



Las nubes

"Inútilmente interrogas.
Tus ojos miran al cielo.
Buscas, mirando a las nubes,
huellas que se llevó el viento.
Buscas las manos calientes,
los rostros de los que fueron,
el círculo donde yerran
tocando sus instrumentos.
Nubes que eran ritmo, canto
sin final y sin comienzo,
campanas de espumas pálidas
volteando su secreto,
palmas de mármol, criaturas
girando al compás del tiempo,
imitándole a la vida
su perpetuo movimiento.
Inútilmente interrogas
desde tus párpados ciegos.
¿Qué haces mirando a las nubes,
José Hierro?"

José Hierro


"Levantamos los ojos al cielo y nos encontramos, de pronto, bajo el vértigo avasallador de las constelaciones."


José Hierro



“Llegué por el dolor a la alegría. Supe por el dolor que el alma existe.”

José Hierro



“No me digáis que considere el día
sólo como una ola de lo eterno…”


José Hierro


"No vives ya de sinrazones.
¿Tan sola estabas alma mía?"

José Hierro


Para un esteta

Tú que hueles la flor de la bella palabra
acaso no comprendas las mías sin aroma.
Tú que buscas el agua que corre transparente
no has de beber mis aguas rojas.

Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda
ni cómo vida y muerte –agua y fuego- hermanadas
van socavando nuestra roca.

Perfección de la vida que nos talla y dispone
para la perfección de la muerte remota.
Y lo demás, palabras, palabras y palabras,
¡ay, palabras maravillosas!

Tú que bebes el vino en la copa de plata
no sabes el camino de la fuente que brota
en la piedra. No sacias tu sed en su agua pura
con tus dos manos como copa.

Lo has olvidado todo porque lo sabes todo.
Te crees dueño, no hermano menor de cuanto nombras.
Y olvidas las raíces («Mi obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.

No has venido a la tierra a poner diques y orden
en el maravilloso desorden de las cosas.
Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas
sin alzar vallas a su gloria.

Nada te pertenece. Todo es afluente, arroyo.
Sus aguas en tu cauce temporal desembocan.
Y hechos un solo río os vertéis en el mar,
«que es el morir», dicen las coplas.

No has venido a poner orden, dique. Has venido
a hacer moler la muela con tu agua transitoria.
Tu fin no está en ti mismo («Mi obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.

Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día
por la música de otras olas. 

José Hierro



“Por primera, o por única vez, soy libre.”

José Hierro



“Qué bello, mar, morir en ti cuando no pueda con mi vida.”

José Hierro



“Recuerdos no te nublen el cristal de tus sueños.”

José Hierro



Respuesta

"Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.
Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.
Que tú me entendieras a mí sin palabras
como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte,
Hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no comprendes.
Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible,
la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes.

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.
Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve.
Yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma,
yo quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase y te hiriese.
Criatura también de alegría quisiera que fueras,
criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte.

Si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades perdidas
y llorar en sus calles oscuras sintiéndose débil,
y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros,
y sentirte hecho de aire y de nube y de hierba muy verde...

Si ahora yo te dijera
que es tu vida esa roca en que rompe la ola,
la flor misma que vibra y se llena de azul bajo el claro nordeste,
aquel hombre que va por el campo nocturno llevando una antorcha,
aquel niño que azota la mar con su mano inocente...

Si yo te dijera estas cosas, amigo,
¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente,
qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos?
Y ¿cómo saber si me entiendes?
¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?
¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?
¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna,
poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?


Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses."





“Siempre aspiré a que mis palabras, las que llevo al papel, continuasen llorando, de pena, de felicidad, de desesperanza, al fin, todo es lo mismo, porque yo las había llorado antes; antes de que desembocasen en el papel blanquísimo, en el papel deshabitado, que es el morir.”

José Hierro



“Silenciosa cae la lluvia sobre el amor, sobre el remordimiento. Nos besamos en carne viva. Bendita lluvia en la noche, jadeando en la hierba, trayendo en hilos aroma de las nubes, poniendo en nuestra carne su dentadura fresca.”

José Hierro



“Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses.”

José Hierro



“Tú lo sabrás un día. Entonces será demasiado tarde.”

José Hierro



“Tus ojos miran al cielo. Buscas detrás de las nubes, huellas que se llevó el viento.”

José Hierro



"Únicamente con verdad no se escribe poesía, hay que persuadir."

José Hierro



“Y entonces, triste, pero firme, perdóname, te ofreceré una vida ya sin demonio ni alucinaciones.”

José Hierro



“Yo ya no sé llorar. ¡Y mira que he llorado!”

José Hierro