“Busca mi rastro y no hallarás sino las huellas de tus pies.”

Juan Goytisolo Gay


"En nuestra sociedad de nuevos ricos, nuevos líderes y nuevos europeos, el mero recordatorio de un pasado distinto del de los demás miembros del Club de Los Cresos resulta desestabilizador y molesto."

Juan Goytisolo
El cincuentenario de Judíos, moros y cristianos 


"España, el término “España” no abarca por entero la realidad proteiforme de la Península. También es un mito, una palabra que ha envejecido y contra la cual el escritor debe emprender la guerra: una guerra desigual, un combate contra las quimeras, parecido al que libró el caballero don Quijote contra los amenazantes molinos de viento. Y, sin embargo, el mito existe: ahí está, fruto de la laboriosa elaboración del tiempo. En nombre de este mito la casta militar de Castilla se impuso a las minorías divergentes y a las zonas periféricas de la Península a finales del siglo XV. Bajo los Reyes Católicos, el ideal castellano, religioso y guerrero, lleva sucesivamente a la unidad nacional, a la desaparición del último reino árabe, a la expulsión de los judíos, al descubrimiento y a la conquista de América, a las guerras religiosas emprendidas en Europa en nombre de la Contrarreforma. Es un mito que, por su poder, produce un milagro comparable al de la victoriosa guerra santa de los árabes iluminados por la palabra de Mahoma: durante más de un siglo, la realidad parece ceder y doblegarse ante su sola presencia, y, en los dominios españoles de Felipe II, “jamás se pone el sol”. Asombroso vigor del mito, que sobrevive a la ineluctable decadencia del poder militar español. Los españoles más clarividentes, empezando por Quevedo, comprueban la ruina del país: ruina provocada por el mito, cierto, pero ruina gloriosa, embellecida a su vez por el mito y sostenida por él. En medio de una realidad decrépita, que se deteriora más y más, el mito se mantiene intacto y no quiere echarse atrás. Mito sin duda condenable, pero mito generador de distinciones y diferencias: abismo infranqueable entre España y el resto del mundo, circunstancia elevada a la categoría de “esencia”. Unamuno, y en general toda la generación del 98, se mantendrán, en el plano estético, fieles a esta identificación arbitraria, y en 1936, la mitad de los españoles se alzarán, una vez más, para defenderla, atrincherados detrás del mito como tras su última razón de ser."

Juan Goytisolo
España y los españoles


"Evocaba a veces sus lecturas ya antiguas sobre la fuga y muerte de Tolstoi. Sus libros le habían acompañado fielmente en las distintas etapas de la vida: Guerra y paz, en su ciudad natal; Ana Karenina y La sonata a Kreutzer, en París; Haxi Murad, en las montañas del Cáucaso. En su primer viaje a la difunta patria del socialismo visitó con ella y su hija la mansión de Yasnaya Poliana convertida en museo. Calzados con unas pantuflas plúmbeas como zuecos, recorrieron las estancias en donde se celebraban las reuniones y fiestas de la familia, la vasta biblioteca con los retratos y enciclopedias, el gabinete de trabajo del escritor, la sala de música, el comedor, las cuadras y dependencias de los criados: todo el ámbito de bienestar, riqueza y privilegios injustos del que Tolstoi había querido escapar.
Las prerrogativas de la nobleza a la que pertenecía le colgaban del cuello como una rueda de molino. Sus utopías igualitarias, anhelos de pobreza, crisis de misticismo, alimentaban su claustrofobia en aquella jaula dorada y avivaban los deseos de huida. Quería desprenderse de posesiones y bienes, afrontar el destino con lo estrictamente indispensable para el último tramo de su existencia. La resolución de romper con Sofía y el círculo familiar se aunaba al ansia de volver al sur, a las montañas del Cáucaso en donde fue feliz pese a los desmanes y tropelías de sus compatriotas sobriamente descritos en la novela que no llegó a ver impresa. Viajar a Chechenia con esta fue la experiencia más incentiva y a la vez desoladora de su viaje para cubrir la enésima guerra de conquista. No solo la de contemplar la cruel reiteración de la historia con los ojos del escritor, sino también la de intuir qué buscaba Tolstoi al dejar con ímpetu juvenil el mundo acolchado de Yasnaya Poliana: el retorno a los contrafuertes boscosos del camino hacia Vadenó y Shatoi; las pendientes en las que se ocultaban los rebeldes del imam Shamil, cubiertas de abetos y matorrales. Quizá fuese la vuelta a los orígenes de su vocación de escritor la que le alentaría en las horas finales de su evasión, en un vano esfuerzo por desorientar a Sofía y los ubicuos gendarmes de guerrera azulada. La muerte le atrapó en Astapovo, en la modesta vivienda de un jefe de estación, con un billete de tren de tercera clase."

Juan Goytisolo
Telón de boca 


"Fue el principio del fin. Privados de su jefe, los purificadores no sabían qué hacer ni a qué santo encomendarse. La vecina designó al fin entre pucheros a nuevos culpables: jeringuillas, condones, seropositivos, promiscuos. El cerco era un castigo del cielo. La gente había perdido el camino recto, su amoralidad y desenfreno clamaban venganza: muchas parejas vivían en estado de pecado, sin pasar por la sacristía!; las muchachas se vestían y comportaban como remeras —rameras, le corrigió con suavidad nuestro protagonista—; los jóvenes consumían drogas y frecuentaban espectáculos pornográficos!; no se podía salir a la calle sin topar con procaces invertidos! Un acólito de la Misión Evangélica «Salut et Guérison» la sostuvo con energía: sí, la señora tiene razón! Lo que nos ocurre es obra de la cólera di vina, como el fuego que aniquiló a las ciudades nefandas! El individuo cayó de hinojos para implorar misericordia, imitado poco a poco por los inquilinos aglomerados en la devastada escalera. Haciendo un penoso esfuerzo, la vecina se había arrodillado también y recitaba el Pater Noster y el Credo. A causa de los vidrios esparcidos, algunas penitentes sangraban. Un cura, que venga un cura!, gritaba, presa de histeria, la esposa del abogado. Una anciana fue en busca de un relicario y un frasco de agua de Lourdes. El precio de las estampitas con oraciones e indulgencias subió en flecha. Los moradores del inmueble hacían cola en el piso del contrabandista que las vendía y se las arrancaban de las manos. Letanías, salmos y golpes de pecho duraron toda la noche.
El obús había agrietado igualmente la firmeza de algunas familias: la peluquera del segundo casada con un árabe lo cubría de insultos y le conminaba a abandonar el piso. Los hijos de un matrimonio mixto lloraban de desconsuelo: sus camaradas de escuela les negaban el saludo y los llamaban sidosos. Un aguacero, que se colaba por cristaleras y ventanas, obligó de amanecida a exaltados y penitentes a interrumpir las preces: sus hogares corrían el riesgo de inundarse.
Pronto se iban á cumplir los mil y un días del cerco y ninguna Sherezada contaría su historia. Nuestro personaje escribía la suya pero no acertaba a encontrarle un final. Llevaba varios días dándole vueltas al tema hasta que recibió un auxilio inesperado. Alguien había conseguido el último ejemplar de la' «Guía del Ocio» con una enumeración minuciosa del programa de los teatros, cines, salas de concierto, museos, exposiciones de artes plásticas, monumentos, paseos en golondrina por el Sena, restaurantes y cabarés famosos. Cada barrio merecía el honor de una rúbrica especial en la que figuraban señalados con uno, dos o tres asteriscos, en función de su interés e importancia, los lugares dignos de ser visitados así como una historia y descripción resumida de los mismos. La correspondiente al suyo, marcada con el cuadrito indicativo de que se desaconsejaba la visita, contrastaba con las restantes por su laconismo:
DISTRITO SITIADO."

Juan Goytisolo
El sitio de los sitios



"La falta de curiosidad o inapetencia por las culturas ajenas es un índice de decadencia y pasividad, porque la cultura afectada por ese síndrome se convierte en mero objeto de contemplación."

Juan Goytisolo


“No critiques a tus enemigos, que a lo mejor aprenden.”

Juan Goytisolo


"Valdés se portó indignamente con Carranza, dándole por carcelero a un tal Diego González que, si hemos de creer cierto memorial de agravios del preso, se complacía en martirizarle lentamente. Puso candados en las ventanas de su aposento, quitándole la luz y la ventilación; le guardó no sólo con hombres, sino con lámparas, perros y arcabuces; le daba de comer en platos quebrados; ponía por manteles las sábanas de su cama; le servía la fruta en la cubierta de un libro; y, en suma, era tal el desaseo, que el cuarto estaba trocado en una caballeriza. Sin cesar le traía recados falsos y no ponía en ejecución los suyos; impedía la entrada a sus procuradores; se burlaba de él cara a cara con extraños meneos y ademanes; y de todas maneras le vejaba y mortificaba más que si se tratase de un morisco o judío.
Del tal «Diego González» nos da cumplida noticia José Jiménez Lozano en su libro Fray Luis de León. Licenciado e inquisidor del tribunal de Valladolid, desempeñó un papel esencial en el proceso incoado a los hebraístas salmantinos por su sañudo celo profesional y su odio antijudío:
por ser Grajal y fray Luis notorios conversos, pienso que no deben querer más que oscurecer nuestra fe e volverse, e volverse a su ley, y por esto es mi boto y parecer que dicho fray Luis de León sea preso y traído a las cárceles del Santo Oficio para que con el fiscal siga su causa.
Mezcla de comisario soviético y jefecillo nazi, Diego González se distinguió por la crueldad –sería mejor decir sadismo– con que trataba a sus víctimas. Las conmovedoras misivas del maestro Grajal y de Alfonso de Gudial –caídos en la misma redada que fray Luis y Martínez de Cantalapiedra– sobre unas condiciones de detención muy semejantes a las que sufría «la hidra reaccionaria» descabezada en los años treinta del pasado siglo, fueron archivadas por los señores inquisidores y ambos perecieron en sus celdas. El ideal del verdugo de Diego González era el de ver al reo convertido en «un animal antropomorfo desnudo», como se describió a sí mismo siglos después un huésped de la Lubianka."

Juan Goytisolo
Belleza sin ley


“Yo no busco un gran número de lectores, sino un cierto número de relectores.”

Juan Goytisolo