"A juicio de Lej, Ludmila pertenecía al reino pagano y primitivo de los pájaros y los bosques, donde todo era infinitamente abundante, montaraz, floreciente y regio en medio de su perpetua decadencia, muerte y renacimiento. Ilícita y enfrentada con el mundo humano." 


Jerzy Kosinski


"A menudo los campesinos de la aldea vecina trabajaban durante un tiempo en la construcción de un campo de concentración y contaban extrañas historias. Nos decían que cuando los judíos se apeaban del tren, los dividían en varios grupos, y que luego los desnudaban y les quitaban cuanto llevaban. Les cortaban el pelo, aparentemente para rellenar colchones. Los alemanes también les miraban los dientes, y si tenían alguno de oro se lo arrancaban inmediatamente. Las cámaras de gas y los hornos no daban abasto ante la gran afluencia de gente: miles de los que perecían por efecto del gas no eran incinerados sino simplemente sepultados en fosos que rodeaban el campo." 


Jerzy Kosinski


"A veces, cuando el viento me rozaba la frente, me invadía un intenso sentimiento de horror. En mi imaginación veía legiones de hormigas y cucarachas que se comunicaban entre sí y convergían hacia mi cabeza, hasta algún lugar debajo del cráneo, donde construirían nuevos nidos. Allí proliferarían y devorarían mis pensamientos, uno tras otro, hasta dejarme tan vacío como la corteza de una calabaza totalmente despojada de su pulpa." 

Jerzy Kosinski


"A veces, galopando sobre el musgo seco de Arizona o Nevada, en el fantasmal espacio que se extendía ante él, surgía el esqueleto de un viejo pueblo minero, una reliquia producto de un súbito esplendor y una no menos súbita decadencia. La torre de una iglesia se elevaba hacia el cielo impasible; se veía rodeado por carcasas de edificios abandonados desde mucho tiempo atrás. A lo lejos se escuchaba el aullido de un coyote cuyo penetrante sonido espantaba a sus caballos. Embelesado por la inmensidad de esos dominios, corría con sus jacas por el infinito desierto, cruzando entre los blanquecinos jardines de bórax, saltando los surcos plateados que atraviesan los campos de sal, refrescando sus caballos sudorosos en el tibio verdor de los pantanos, tronchando las jaulas vacías de artemisa que volaban sobre desnudos murallones de barro.
Allí, en esa extensión ardiente, en ese paisaje de fuego, de luz y espacio tan puros y radiantes como un cubo de metal o un fragmento de gema tan transparente que no podría reflejarlo ningún charco de lluvia, Fabian se sentía como la consciencia de la naturaleza. Sin su presencia y su admiración, el mundo natural permanecería oculto, desconocido, encerrado en sí mismo, como la iridiscencia de una galaxia cuya fuente de luz permanece escondida.
Los estantes en las paredes de su reducida sala se hallaban atestados de libros. Cuando durante sus viajes se topaba con una gran librería, cosa rara en provincias y mucho más escasas que la vida silvestre —pues su mantención era protegida por la ley—, se dedicaba a rebuscar en mostradores y estanterías durante horas. Tenía que ser muy exigente, pues en su casa rodante el espacio era muy limitado y para dar cabida a un nuevo libro debía sacrificar alguno ya leído, cediéndolo a alguna biblioteca comunitaria que se topara en el camino.
Lo que seleccionaba en la librería y que luego llevaba a su casa rodante tenía que ofrecer un paisaje aún no explorado por su imaginación y no conocido anteriormente."

Jerzy Kosinski
El juego de la pasión


"Ahora vivía solo, observando cómo se hundían cada vez más las lápidas en el fétido barro.
Cuando yo iba a la Universidad, se realizaban a menudo reuniones obligatorias de las numerosas organizaciones políticas estudiantiles. Durante las largas sesiones, el partido les exigía a los estudiantes que se valuaran entre sí y se valuaran a sí mismos. Esas reuniones eran tensas y a menudo dramáticas: si el progreso o la conducta de un estudiante era considerados desfavorables, el partido podía eliminarlo de la Universidad y asignarle un cargo en alguna provincia lejana. Todos parecíamos una piedra colocada sobre una honda: nunca sabíamos quién nos dispararía o adónde.
En vísperas de una de esas reuniones, fui a los retretes. Allí, me encontré con otro estudiante, a quien apodaban El Filósofo, de aspecto ojeroso y que empezó a vomitar en espasmos imposibles de dominar. Cuando me vio, trató de disculparse y hasta ensayó una sonrisa.
Esas reuniones le parecían insoportables: estaba demasiado nervioso para aguantar la tensión. Me dijo que una habitación atestada de personas provocaba en él una suerte de pánico y a menudo se pasaba horas a solas en los corredores, tratando de serenarse antes de volver al aula.
Cierto día, llegué tarde a una cita con él. Le expliqué que me había retrasado una visita a un nuevo banco oficial que acababa de inaugurar una sucursal en el centro de la ciudad. Con aire displicente, le dije que en el piso bajo de esa sucursal existían unos retretes imponentes, muy limpios y apenas usados. Agregué que yo los había visitado.
Mi amigo se mostró muy interesado y me preguntó dónde estaba ese banco. Cuando se lo dije, sacó del bolsillo un pequeño mapa y marcó cuidadosamente en él su situación. Noté allí otras marcas y le pregunté qué significaban. Respondió que había marcado las situaciones de sus «templos». No comprendí. Me preguntó si yo sabía por qué nuestros compañeros lo habían apodado El Filósofo. Sus palabras me intrigaron. Me dijo que lo siguiera.
Llegamos a uno de los museos étnicos de la ciudad. Me hizo entrar allí y fuimos directamente a los retretes. Estaban desiertos: eran las primeras horas de la tarde y todo aquello estaba silencioso y limpio."

Jerzy Kosinski
Pasos


"Al cabo de poco tiempo apareció en el patio un alto oficial de las SS, vestido con un uniforme negro como el hollín. Nunca había visto un uniforme tan impresionante. En el orgulloso remate de la gorra fulguraba una calavera con dos tibias cruzadas, en tanto que unas insignias en forma de rayos le adornaban el cuello. Tenía la manga cruzada por un brazalete rojo con el temerario signo de la esvástica. (...) El herido mostraba un terrible aspecto: la cara lacerada con la nariz hundida y la boca oculta por pingajos de piel. En la cuenca ocular, tenía pegados restos de hiedra y mazacotes de tierra y de estiércol de vaca. El oficial se agachó junto a esta cabeza amorfa que se reflejaba sobre la superficie brillante de las cañas de sus botas. Interrogaba al herido, o le decía algo. (...) El oficial, asqueado, se disponía a ponerse en pie, cuando el herido volvió a mover súbitamente la boca, gruñó, y luego articuló, con mucha fuerza, una palabra breve que sonó como «cerdo». Inmediatamente se desplomó hacia atrás, golpeándose la cabeza contra el cemento. Al oír esto los soldados se estremecieron y se miraron entre sí, estupefactos. El oficial se levantó y ladró una orden. Los soldados se cuadraron, accionaron los cerrojos de sus fusiles, se acercaron al hombre y lo acribillaron rápidamente a tiros. El cuerpo destrozado se sacudió y después se quedó inmóvil. Los soldados volvieron a cargar sus armas y se pusieron firmes." 


Jerzy Kosinski


"Así que esto es una locura. Qué interesante. ¿Qué pasa después?" 


Jerzy Kosinski



“Cada uno de nosotros está solo y cuanto antes un hombre lo comprenda, mejor para él.”

Jerzy Kosinski


"Cuando las personas dicen saber quién soy, ya no puedo actuar libremente."


Jerzy Kosinski



"De noche todos los gatos son pardos, dice el proverbio. Pero ciertamente no sucedía lo mismo con los seres humanos. Por lo que a ellos se refería había que decir precisamente lo contrario. Durante el día eran todos iguales, y se comportaban rutinariamente. Por la noche cambiaban tanto que era imposible reconocerlos." 


Jerzy Kosinski



"De todos los mamíferos, sólo el ser humano puede decir "no"." 

Jerzy Kosinski


"El diario de un judío que trabajaba en la cámara de gas explica que "de un total de cien gitanos que morían diariamente en el campo, más de la mitad eran niños". Y otro trabajador judío describió cómo los guardias de las SS manoseaban despreocupadamente los órganos sexuales de todas las adolescentes que pasaban rumbo a las cámaras de gas." 

Jerzy Kosinski


"El pasado de un hombre lo mutila." 

Jerzy Kosinski



"El principio del arte es hacer una pausa, no ignorar."

Jerzy Kosinski




"En todo jardín hay una época de crecimiento. Existen la primavera y el verano, pero también el otoño y el invierno, a los que suceden nuevamente la primavera y el otoño. Mientras no se hayan seccionado las raíces todo está bien y seguirá estando bien." 


Jerzy Kosinski


"En un jardín, las plantas florecen... pero primero deben marchitarse; los árboles tienen que perder sus hojas para que aparezcan las nuevas y para desarrollarse con más vigor. Algunos árboles mueren, pero los nuevos vástagos los reemplazan. Los jardines necesitan mucho cuidado, pero si uno siente amor por su jardín no le importa trabajar en él y esperar hasta que florezca con seguridad en la estación que corresponde." 


Jerzy Kosinski



"Encuéntrate conmigo dentro de tu propio yo. (...) Pero tú me quieres tal como soy, aparte de ti... ¿No es eso? No te conozco aparte de mí. Cuando estoy solo, cuando tú no estás aquí, ya no eres algo real: después me limito a volver a imaginar." 


Jerzy Kosinski



"Estaba empujándome a los extremos con el fin de descubrirme." 


Jerzy Kosinski


"Estoy seguro de que hay aspectos de mi personalidad enterrados dentro de mí que saldrán a la superficie tan pronto como sepa que estoy totalmente enamorado." 


Jerzy Kosinski



"Fui al zoológico para ver a un pulpo sobre el cual había leído. Estaba alojado en un acuario y se alimentaba de cangrejos y peces vivos, de almejas...Y de sí mismo. Mordisqueaba sus propios tentáculos, consumiendo uno tras otro. Evidentemente, el pulpo se suicidaba poco a poco. Un empleado del zoológico explicó que, en la región donde lo habían capturado, se le creía un dios de la guerra, que profetizaba la derrota cuando miraba hacia tierra y la victoria cuando miraba hacia el mar; ese ejemplar, afirmaban los nativos, sólo había mirado hacia la tierra cuando lo capturaron. Un hombre observó festivamente que, al comerse a sí mismo, el pulpo reconocía presuntamente su derrota. Cada vez que se mordía, algunos espectadores se estremecían, como si les devoraran sus propias carnes. Otros permanecían impasibles." 


Jerzy Kosinski



"Hay un lugar más allá de las palabras donde la experiencia se produce primero y al que siempre quiero volver." 


Jerzy Kosinski



"Henos aquí en compañía de la muerte -escribió otro internado-. Tatúan a los recién llegados. A cada cual le corresponde un número. A partir de ese momento pierdes tu personalidad y te transformas en un número. No eres lo que eras antes, sino un número ambulante desprovisto de valor... Nos aproximamos a nuestras nuevas tumbas... Aquí en el campo de la muerte impera una disciplina de hierro. Nuestro cerebro se ha embotado, los pensamientos están numerados: no es posible asimilar este nuevo lenguaje..." 


Jerzy Kosinski


"La sensación de poder decidir el destino de muchas personas que uno ni siquiera conocía, era prodigiosa. No sabía con certeza si el placer dependía sólo de la noción de que disfrutaba del poder, o de su utilización." 


Jerzy Kosinski



" "La verdad es lo único en que la gente no difiere. Todo el mundo está subconscientemente dominado por el anhelo espiritual de vivir, por la inspiración de vivir a cualquier precio; queremos vivir porque vivimos, porque todo el mundo...", escribió un judío internado en un campo de concentración poco antes de morir en la cámara de gas."



Jerzy Kosinski


"Lo que quieres es conquistar el yo más íntimo de la mujer, que lo que pretendes es infundirle la necesidad, y el deseo, y la nostalgia de tu amor." 

Jerzy Kosinski


"(...) Lo único importante era seguir su propio ritmo, como las plantas en su crecimiento."

Jerzy Kosinski



"Los destacamentos alemanes empezaron a buscar guerrilleros en los bosques aledaños y a exigir por la fuerza las entregas de víveres. Comprendí que mi estancia en la aldea llegaba a su fin.
Una noche mi granjero me ordenó que huyera inmediatamente al bosque. Le habían informado que se iba a producir un registro. Los alemanes se habían enterado de que un judío estaba oculto en una de las aldeas. Se comentaba que vivía allí desde el comienzo de la guerra. Toda la aldea lo conocía: su abuelo había sido propietario de una gran extensión de tierra y la comunidad le tenía en gran estima. Como decían todos, era un individuo bastante decente a pesar de ser judío.
Partí ya bien entrada la noche. El cielo estaba cubierto, pero las nubes empezaron a abrirse, asomaron las estrellas, y la luna se reveló en toda su magnificencia. Me oculté en la espesura.
Cuando amaneció, me encaminé hacia los trigales de espigas ondulantes, manteniéndome alejado de la aldea. Los tallos gruesos y cortantes de las mieses me producían escozor en los dedos de los pies, pero a pesar de eso me esforcé en llegar al centro del campo. Avanzaba cautelosamente, porque no quería dejar atrás demasiados tallos rotos que delataran mi presencia. Por fin me encontré profundamente internado entre las espigas. El frío de la mañana me hacía temblar, pero me acurruqué y traté de dormir.
Me despertaron voces roncas que provenían de todas direcciones. Los alemanes habían rodeado el campo. Me pegué a la tierra. A medida que los soldados marchaban por la plantación, el crujido de los tallos rotos aumentaba de volumen.
Faltó poco para que me pisaran. Sobresaltados, me apuntaron con sus fusiles. Y cuando me puse en pie, los aprestaron para disparar. Eran dos, jóvenes, vestidos con flamantes uniformes verdes. El más alto me cogió por la oreja y ambos se rieron, intercambiando comentarios acerca de mi persona. Comprendí que preguntaban si era gitano o judío. Lo negué. Esto les causó aún más hilaridad y continuaron bromeando. Los tres nos encaminamos hacia la aldea: yo iba adelante y ellos me seguían, riendo.
Entramos en la calle mayor. Los campesinos aterrorizados nos espiaban desde atrás de las ventanas. Al reconocerme se ocultaban.
En el centro de la aldea había dos grandes camiones de color pardo. Los soldados se agrupaban en cuclillas alrededor de los vehículos, con los uniformes desabrochados, bebiendo de sus cantimploras. Otros soldados volvían de los campos, hacían descansar los fusiles y se sentaban.
Unos pocos soldados me rodearon. Me señalaban y se reían o se ponían serios. Uno de ellos se acercó mucho a mí, se inclinó y me sonrió directamente a la cara, con expresión cálida y tierna. Me disponía a devolverle la sonrisa cuando súbitamente me asestó un fuerte puñetazo en el estómago. Se me cortó la respiración y caí, resoplando y gimiendo. Los soldados prorrumpieron en carcajadas."

Jerzy Kosinski
El pájaro pintado


"Los principios del verdadero arte no son representar sino evocar."


Jerzy Kosinski



"Mientras Chance estaba tomando el café en uno de los salones contiguos, se le acercó discretamente uno de los invitados. El hombre se presentó y se sentó cerca de Chance al tiempo que lo miraba fijamente. Era de más edad que él. Se parecía a algunos de los hombres que Chance veía frecuentemente en la televisión. Llevaba los largos cabellos grises peinados hacia atrás. Tenía ojos grandes y expresivos, bordeados de pestañas excepcionalmente largas. Hablaba en voz baja y de tanto en tanto emitía una risita seca. Chance no entendía lo que le decía ni por qué se reía. Cada vez que le parecía que el hombre esperaba una respuesta, Chance le contestaba afirmativamente. Casi siempre se limitaba a sonreír y a asentir con la cabeza. De repente, el hombre se le acercó y le hizo una pregunta en voz baja que requería una respuesta precisa. Como Chance no estaba seguro de lo que le había preguntado, se abstuvo de contestarle. El hombre insistió. Chance siguió sin contestarle. Su interlocutor se le acercó aún más y lo miró con insistencia; al parecer, algo en la expresión de Chance lo indujo a preguntarle, con tono monocorde:
¿Quiere que lo hagamos ahora? Podemos ir al piso de arriba.
Chance no tenía idea de lo que el hombre quería que hiciese. ¿Qué pasaría si se trataba de algo que él no podía hacer? Por último, dijo:
Me gustaría mirar.
¿Mirar? ¿Quiere decir mirarme a mí? ¿Haciéndolo solo? El hombre no hizo ningún esfuerzo por ocultar su asombro.
Sí dijo Chance . Me gusta mucho mirar.
El hombre desvió la mirada y luego volvió a dirigirse a Chance.
Si eso es lo que usted quiere, yo también dijo con desafío en la voz.
Después de que sirvieron los licores, el hombre miró a Chance a los ojos con insistencia e, impaciente, lo tomó del brazo y lo acercó a él, revelando una fuerza sorprendente.
Ha llegado el momento murmuró . Subamos.
Chance no sabía si podía irse sin antes comunicárselo a EE.
Tengo que avisarle a EE dijo Chance.
El hombre lo miró, azorado.
¿Avisarle a EE? Hizo una pausa . Ya veo. Bueno, da lo mismo, avísele después.
-¿No sería mejor ahora?
Por favor rogó el hombre , vayámonos. EE no notará su ausencia entre tanta gente. Dirijámonos con toda naturalidad hacia el ascensor del fondo y subamos directamente. Venga conmigo.
Atravesaron el salón atestado de gente. Chance echó una mirada en derredor, pero no alcanzó a distinguir a EE.
El ascensor era estrecho y estaba forrado en una delicada tela color malva. El hombre se aproximó a Chance y de repente introdujo la mano en la ingle de Chance, quien no supo cómo reaccionar. La expresión del hombre era amistosa, aunque había una cierta avidez en su mirada. Siguió tanteando los pantalones de Chance. Este decidió que lo mejor era no hacer nada.
El ascensor se detuvo. El hombre salió adelante y tomó a su compañero del brazo. Reinaba un silencio total. Entraron en uno de los dormitorios. El hombre le pidió a Chance que se sentara. Abrió un pequeño bar oculto y le ofreció de beber. Chance tuvo miedo de perder el conocimiento, como le había ocurrido anteriormente en el automóvil con EE, de modo que rehusó. También rehusó fumar una pipa de extraño olor. El hombre se sirvió un trago generoso, que bebió casi de un sorbo. Luego se acercó a Chance y lo abrazó, apretando sus muslos contra los de Chance, quien permaneció inmóvil. El hombre comenzó a besarlo en el cuello y las mejillas, luego le desordenó los cabellos. Chance se preguntó qué había dicho o hecho para provocar tales muestras de afecto. Hizo un gran esfuerzo por evocar escenas similares en la televisión, pero sólo consiguió recordar una única escena en una película en la que un hombre besaba a otro hombre. Aún en esa circunstancia no se entendía muy bien lo que estaba ocurriendo. Se quedó inmóvil."

Jerzy Kosinski
Desde el jardín



"Mis pensamientos se dispersaban como gallinas asustadas." 


Jerzy Kosinski


"Muy pocas personas en la vida pública han tenido la valentía de no leer los periódicos. ¡Ninguno ha tenido el coraje de reconocerlo!" 


Jerzy Kosinski


"(...) Nadie podía detenerlos. Eran invencibles: ejecutaban su labor con maestría. Contagiaban el odio a los demás, condenaban a naciones enteras al exterminio. Todo alemán debía de haber vendido su alma al Diablo en la cuna. Ese era el origen de su poderío y de su fuerza." 


Jerzy Kosinski



"No había palabras, dijo, para describir la angustia que experimentaban al ver a los niños que eran conducidos hacia los trenes que los llevarían a los hornos o a los espantosos campos especiales dispersos por todo el país." 


Jerzy Kosinski


"No hay ningún contador que pueda ajustar cuentas con la vida a favor nuestro." 


Jerzy Kosinski



"No merezco ningún castigo en absoluto por ser quien soy." 


Jerzy Kosinski


"Pero después del juicio, comprendí que en la sala del jurado se cavilaba muy poco sobre la víctima del asesinato. Muchos de nosotros podíamos imaginarnos fácilmente en el acto de matar, pero pocos nos concebíamos en el momento en que nos mataban, en cualquier forma que fuese. Hacíamos todo lo posible por comprender el crimen: el asesino formaba parte de nuestras vidas; no así la víctima."


Jerzy Kosinski



"También empecé a entender el extraordinario éxito de los alemanes. ¿Acaso el cura no les había explica lo en una oportunidad a algunos campesinos que aun en tiempos remotos los alemanes se habían complacido en guerrear? La paz nunca les había seducido. No querían labrar la tierra, no tenían paciencia para esperar la cosecha todos los años. Preferían atacar a otras tribus y apoderarse de sus provisiones. Probablemente, los Malignos se fijaron entonces en los alemanes, quienes, ávidos por hacer daño, se vendieron masivamente a ellos. Por eso estaban dotados de magníficos talentos y habilidades. Por eso podían imponer todos sus métodos refinados de mortificación. El éxito era un círculo vicioso: cuantas más abominaciones perpetraban, más poderes secretos adquirían para cometerlas. Cuantos más poderes diabólicos tenían, más abominaciones podían perpetrar." 


Jerzy Kosinski


"¿Te das cuenta de que uno de cada cuatro estadounidenses es desequilibrado? Piensa en tus tres amigos más cercanos. Si parecen normales, entonces eres el desequilibrado." 


Jerzy Kosinski