“Cerciórate de que tus intenciones no sean pretensiones.”

Emil Ludwig


"-¡Cuán feliz es usted pudiendo ir al campo tan pronto! Antes del día 8 no podré gozar yo también de esta dicha. Ya me regocijo como un niño al pensarlo. Nadie puede amar al campo más que yo. Los bosques, los árboles, las peñas, devuelven el eco que pide la humanidad.
Jamás artista alguno descansó en el regazo de la naturaleza , como éste. Acostumbrado al aire y al agua, volviendo siempre solo al bosque y al arroyo -aun en los días que se relacionaba con la sociedad-, ermitaño contra su voluntad, se refugiaba el mudo testigo de Dios en el corazón; y si no podía percibir la voz de los pájaros (especialmente de la codorniz) que antes había intercalado en su orquestación, su oído interior podía discernir los sonidos del viento, la lírica de las nubes, todas las armonías que flotan entre el cielo y la tierra.
Este hábito, esta inspiración feliz que insufla en su alma la voz poderosa de la naturaleza, anima desde un principio todas sus composiciones. Tan sólo más tarde, el trato con los hombres, y sobre todo con las mujeres, introduce elementos de suave amabilidad, de dulce ya alegre insinuación, en su música.
Ha compuesto un Adagio (Op.59): "Cuando contemplo el estrellado cielo y reflexiono sobre la armonía de las esferas". Un pasaje de Fidelio fue concebido entre las frondas del bosque de Schönbrunn, sentado sobre una encina cuyo tronco se separaba a dos pies del suelo. De los bosques estivales sacaba fruto para todos los otoños, y muchas portadas de sus obras han ennoblecido los nombres de aldeas, desde cuyas humildes estancias él se precipitaba al aire libre planeando o escribiendo composiciones."

Emil Ludwig
Beethoven




“La decisión del primer beso es la más crucial en cualquier historia de amor, porque contiene dentro de sí la rendición.”

Emil Ludwig



“La discusión es la muerte de la conversación.”

Emil Ludwig




“La vida depende de la intensidad con que se vive, no de su extensión”

Emil Ludwig


"Los llaneros contemplaban con asombro y espanto las estupendas alturas, y se admiraban de que existiese un país tan diferente del suyo. A medida que subían y a cada montaña que trepaban crecía más y más su sorpresa; porque lo que habían tenido por última cima no era sino el Principio de otra y otras más elevadas, desde cuyas cumbres divisaban todavía montes cuyos picos parecían perderse entre las brumas etéreas del firmamento. Hombres acostumbrados en sus pampas a atravesar ríos torrentosos, a domar caballos salvajes y a vencer cuerpo a cuerpo al toro bravío, al cocodrilo y al tigre, se arredraban ahora ante el aspecto de esta naturaleza extraña. Sin esperanzas de vencer tan extraordinarias dificultades, y muertos ya de fatiga los caballos, se persuadían de que solamente locos pudieran perseverar en el intento, por climas cuya temperatura embargaba sus sentidos y helaba su  cuerpo, de que resultó que muchos se desertasen.
Las acémilas que conducían las municiones y armas caían bajo el peso de su carga; pocos caballos sobrevivieron a los cinco días de marcha, y los que quedaban muertos de la división delantera obstruían el camino y aumentaban las dificultades de la retaguardia. Llovía, día y noche incesantemente, y el frío aumentaba en proporción al ascenso. El agua fría, a que no estaban acostumbradas las tropas, produjo en ellas la diarrea.
Un cúmulo de incidentes parecía conjurarse para destruir las esperanzas de Bolívar, que era el único a quien se veía firme, en medio de contratiempos tales que el menor de ellos habría bastado para desanimar un corazón menos grande. Reanimaba las tropas con su presencia y con su ejemplo, les hablaba de la gloria que les esperaba y de la abundancia que reinaba en el país que marchaban a libertar. Los soldados le oían con placer y redoblaban sus esfuerzos".
El 27 la vanguardia dispersó una fuerza realista de 300 hombres.
En muchos puntos estaba el tránsito obstruido completamente por inmensas rocas y árboles caídos, y por desmedros causados por las constantes lluvias que hacían peligroso y deleznable el piso. Los soldados que habían recibido raciones de carne y arracacha para cuatro días las arrojaban y sólo se cuidaban de su fusil, como que eran más que suficientes las dificultades que se les presentaban para el ascenso, aun yendo libres de embarazo alguno. Los pocos caballos que habían sobrevivido perecieron en esta jornada.
Tarde en la noche llegó el ejército al pie del páramo de Pisba y acampó allí; noche horrible aquélla, pues fue imposible mantener lumbre por no haber en el contorno habitaciones de ninguna especie y porque la llovizna, constante acompañada de granizo y de un viento helado y perenne, apagaba las fogatas que se intentaban hacer al raso, tan pronto como se encendían."

Emil Ludwig
Bolívar, caballero de la gloria y de la libertad



““Luz, luz, más luz”, dijo Goethe al expirar.”

Emil Ludwig



"Pero, ¿qué sucedería si Hindenburg mismo fuese quizá separado completamente de los asuntos políticos? "Ludendorff —así manifestó en la investigación el general Wetzel— no era el hombre que podía hacerlo todo tal como quería. Entre él y los jefes supremos de la guerra se erguía siempre la poderosa figura del Mariscal, en todo, ya fuera en cuestiones militares o políticas." Y Brecht escribe, también para el mismo Comité: "El Emperador, como persona, estaba completamente arrinconado, y, como jefe superior del Ejército alemán, aparecía Hindenburg. Él fue también quien no solamente mantuvo armónicamente unida toda la fuerza del Ejército alemán, gracias a su personalidad fuera del país, sino el que, a última hora, halló la definitiva solución." Veamos lo que, a su vez, dice el general von Kuhl: "Por muy alta que quisiera estimarse la responsabilidad del colaborador Ludendorff, en primera línea aparece Hindenburg como verdadero responsable."
Nunca eludió su responsabilidad, y si se adornaba con las victorias hijas del ingenio de Ludendorff, soportaba después los reproches contra la política de éste. En una de sus cartas de respetuosa amenaza al Emperador, exigía Hindenburg "todo lo que afecta a la vida de la patria alemana". Con esto, llegó su poder a un grado tal, que Bismarck sentiría envidia del informe sobre el particular si pudiera leerlo en el Purgatorio, donde seguramente se encuentra. Y, por lo mismo, se escapó de manos de ambos generales toda posibilidad de achacar la derrota a una mala política, como hacen siempre con gusto los caudillos vencidos. Si Hindenburg era como individualmente se le señalaba, el hombre que decidía en toda cuestión política y se firmó los dos acuerdos principales, en enero del 17 y octubre del 18, debía aceptar las espinas junto con los laureles.
Por eso, como hombre recto, escribió a principios del 18, con motivo de un conflicto con el Emperador, que ninguno de ambos era constitucional, "pero, ante el pueblo alemán, ante la Historia y ante nuestra propia conciencia, nos cabe por igual la responsabilidad acerca de la estructuración de la paz… La decisión de Su Majestad no puede hacer que los generales pierdan su conciencia". Y, siendo ya muy viejo, hablando con un íntimo, dijo: "He perdido la guerra más grande de la Historia. ¿Cómo me juzgarán las generaciones futuras?"
Tres fuerzas había en tierras de Alemania creadas para oponerse a la dictadura de los generales. El Emperador adquirió, en agosto de 1914, una fuerza mucho mayor que la de cualquier otro soberano que estuviera en guerra. Como su afectada frase: "Hemos sido ignominiosamente sorprendidos", fue creída por todo el mundo, incluso por él mismo, y como, durante largo tiempo, enmudecieron todos los partidos, fue el Emperador más poderoso que ningún otro rey de Prusia desde cien años atrás. En aquellos momentos era realmente, por la Constitución y por el espíritu del pueblo, el supremo señor de la guerra.
La segunda fuerza del Imperio, el Canciller, que durante los cinco años que, en tiempo de paz, estuvo a la cabeza del Imperio alemán, no asombró a nadie, se hizo célebre en el mundo, el primer día de guerra, sólo con dos frases. Cuando el embajador británico, al despedirse, aludió a la violación, por parte de Alemania, del convenio con Bélgica, no le preguntó Bethmann si Inglaterra no había violado aún ningún contrato, verdades como acostumbran salir de labios de estadistas legítimos al estallar una guerra. Por el contrario, cayó en la trampa del inglés diciendo que el tal convenio era un papelucho. Esta frase, pronunciada en el curso de un tranquilo diálogo de gabinete y lanzada al mundo por el enemigo, habría sido suficiente, en otros países, para matar a tal ministro. El mismo día dijo Bethmann en el Parlamento: "La necesidad no conoce Ley." La verdad de ambas manifestaciones que, en el transcurso de la guerra, confirmó frecuentemente con repetidas violaciones del derecho de gentes, no disculpaba su insensatez.
El tercer factor, el Parlamento, que, de acuerdo con la Constitución, no fue disuelto ni aun en la guerra, dejó, por sí mismo, libre el campo. Hasta los socialistas, que durante 30 años habían venido desconfiando de todos los Gobiernos, creyeron las palabras que se les expusieron en el Libro Blanco, según el cual, Alemania había sido ignominiosamente sorprendida por un zar que faltaba a su palabra, y los mismos hombres que tres días antes se habían juramentado en Bruselas con sus hermanos franceses contra la inminente guerra, concedieron los créditos para una guerra cuyo origen debían haber mirado, ellos por lo menos, con escepticismo. El único que quiso oponerse fue Liebknecht, pero, al fin, se adhirió al partido y calló."

Emil Ludwig
Hindenburg


“Todo lo verdaderamente grande pertenece a la humanidad entera.”

Emil Ludwig