“Comer despacio, concentrándose en lo que se come e insalivando bien, en eso radica la perfecta digestión.”

Dr. Eduardo Alfonso

“El hombre alimenta su inteligencia por medio de los órganos de los sentidos y aparentemente de ideas de otros hombres, y con estos elementos forma el contenido mental propio. Pero el hecho de que a pesar de exponer a algunos hombres ideas razonables, no se convenzan, quiere decir que, mientras no haya en aquel hombre las sensaciones fundamentales de la idea, ésta no se dará a la conciencia. Es, pues, la sensación lo primordial. La sensación es el alimento intelectual, con el cual la mente forma juicios e ideas merced al mecanismo de elaboración del entendimiento. He aquí cómo se producen en los niños indigestiones e intoxicaciones mentales, al pretender darles ideas hechas en lugar de sensaciones. Esto es como si pretendiésemos alimentar nuestro organismo con carne humana, por aquello de que es el alimento más parecido a aquello que hay que nutrir (...). (Los niños adquieren las sensaciones básicas que llegan a formar la idea que se trata de sugerir) con juegos, modelados, música, danza, gimnasia, excursiones, etc. Todo esto forma con el tiempo las más grandes y fundamentales ideas. Lo contrario es llenar a la mente de conocimientos sin asimilar (erudición) (...). Analógicamente, el espíritu no se alimenta de “moral hecha” sino de “sensaciones que sugieren moral”. El espíritu se alimenta de cariño, de fraternidad, de amistades, de la contemplación de la naturaleza, de sensaciones musicales (que son vibraciones espirituales expresadas en el campo de los sentidos). Todo lo que no sea esto –el único camino para que la moral sea consciente- es llegar a la intoxicación de nuestra psiquis, ocasionada por el cúmulo de preceptos morales, que, como ocurre con el estado artrítico en el plano físico y con el estado erudito en el plano mental, constituye un estado patológico que se llama “fanatismo”, que supone la captación de una moral expuesta por otro, pero no sentida por el sujeto.”

Eduardo Alfonso, La religión de la naturaleza, pp. 33-35
Tomado del libro de Mónica Cavallé, La sabiduría recobrada, pp. 31-32