“Comer y beber mantienen el alma y el cuerpo juntos.” 

Heinrich Böll




"En los rostros de aquellos que conocimos de jóvenes reconocemos lo viejos que nos hemos vuelto." 

Heinrich Böll




"La amabilidad es la forma más segura del desdén." 

Heinrich Böll




“La cortesía es en realidad la forma más eficaz de desprecio.” 

Heinrich Böll




"La izquierda tiene su ala derecha, la derecha su ala izquierda. Oigo murmullo de alas, pero sé que ningún pájaro se elevará por los aires." 

Heinrich Böll




“Los católicos me ponen nervioso, dije, porque juegan sucio. ¿Y los protestantes?, preguntó riendo. Me irritan con su manoseo de las conciencias. ¿Y los ateos? Seguía riéndose. Me aburren porque siempre hablan de Dios.”

Heinrich Böll



"Me aburren los ateos, siempre hablando de Dios."

Heinrich Böll





“Me divierten los locos: nunca están hablando de las imperfecciones.” 

Heinrich Böll




“No es ningún arte ser un hombre sincero, cuando se tiene diariamente sopa que tomar a cucharadas.” 

Heinrich Böll

  

“Quizá me estaba dando cuenta de lo que significaba el mundo laboral: hacer cosas sin tener el deseo de hacerlas.” 

Heinrich Böll

  

“Ser adulto significa olvidar lo desconsolados que nos hemos sentido con frecuencia de niños.” 

Heinrich Böll

"Siguió adelante, tambaleándose, escapó asustado el muchacho y la dueña se quedó sola. Le corrieron de repente las lágrimas por la cara y se metió gritando en casa; se cerró la puerta tras de ella, se oían todavía sus gritos.
No había levantado todavía el Océano sus caritativas aguas, los muros sucios y desnudos todavía, las gaviotas no lo suficientemente blancas todavía. King John’s Castle se levantaba, lúgubre, en la oscuridad, una atracción turística en la que se adentraban las monumentales casas de vecindad de los años veinte, y las casas de vecindad del siglo veinte tenían un aspecto más ruinoso todavía que el King John’s Castle del trece; la macilenta luz de las débiles bombillas nada podía contra la maciza sombra del castillo, acre oscuridad inundándolo todo.
¡Diez chelines por seis gotas de vinagre! El que vive la poesía en vez de hacerla paga el diez mil por ciento de interés. ¿Por dónde andaba el sombrío borracho ensangrentado cuyo cordel había bastado para la chaqueta pero no para los zapatos? ¿Se había tirado al Shannon, a la espumeante garganta gris entre los dos puentes que las gaviotas utilizan de tobogán gratis? Trazaban incansables círculos en la oscuridad, descendían hasta las grises aguas, de puente a puente, alzaban el vuelo para repetir el juego; infinitamente; incansables.
Brotaban cantos desde las iglesias, voces recitando la oración nocturna, taxis que traían pasajeros del Shannon-Airport, autobuses verdes se mecían en la gris oscuridad, cerveza negra y amarga fluyendo a chorros por detrás de las ventanas veladas de las tabernas. «Nube púrpura» tiene que ganar.
Púrpura era el brillo del enorme Corazón de Jesús en la iglesia, después de las vísperas; ardían los cirios, rezaban los rezagados, incienso y calor de cirios; silencio, sólo interrumpido por los pasos arrastrados del sacristán que arreglaba las cortinillas de los confesonarios, vaciaba los cepillos. Y el brillo púrpura del Corazón de Jesús.
¿Cuánto vale ese pasaje, cuánto hay que pagar por esos cincuenta, sesenta, setenta años desde el muelle que se llama nacimiento hasta aquel lugar del Océano donde se produce el naufragio?
Parques limpios, monumentos limpios, calles negras, severas, correctas; en cualquier sitio, por aquí, nació Lola Montes. Escombros de los tiempos del levantamiento, todavía no transformados en ruinas, casas tapiadas detrás de cuyas tablas negras corretean las ratas, almacenes violentados cuyo derribo se dejó a merced del tiempo, barrillo verde-gris en los desnudos muros y la negra cerveza corriendo a la salud de «Nube púrpura» que no va a ganar. Calles, calles inundadas momentáneamente por todos aquellos que salen de las vísperas, calles en las que las casas parecen volverse cada vez más pequeñas; muros de cárceles, muros de conventos, muros de cuarteles; un teniente que vuelve del servicio y deja la bicicleta delante de la puerta de su casa, su minúscula casita, y tropieza en pleno umbral ya con sus hijos.
Otra vez incienso, el calor de los cirios, silencio, devotos que no pueden separarse del Corazón Púrpura de Jesús, exhortados suavemente por el sacristán a que se vayan de una vez a casa. Sacudidas de cabeza. «Pero…», multitud de argumentos que susurra el sacristán. Sacudidas de cabeza. Pegados al reclinatorio. ¿Quién es capaz de contar las oraciones, las maldiciones, quién tiene el contador Geiger capaz de registrar las esperanzas que se concentran esta noche en «Nube púrpura»? Cuatro esbeltos corvejones sobre los que pesa una hipoteca que nadie va a poder redimir. Y si «Nube púrpura» no gana, hay que ahogar la pena en la misma cantidad de negra cerveza que sirviera antaño para alimentar la esperanza. Las canicas rebotan todavía contra los gastados peldaños de la taberna, contra los gastados peldaños de iglesias y despachos de apuestas.
Descubrí más tarde la última botella de leche inocente, tan virginal todavía como de mañana; a la puerta de una diminuta casita con los postigos cerrados. En la puerta de al lado una mujer de edad y cabellos grises, desaliñada, sólo el cigarrillo era blanco en su rostro. Me quedé parado."

Heinrich Böll
Diario irlandés


“Tiendo más, por naturaleza, al ocio y a la meditación que al trabajo, pero de cuando en cuando, los problemas económicos me obligan – pues la meditación proporciona tan pocos ingresos como el ocio – a aceptar lo que se llama un empleo.” 

Heinrich Böll


"Todo el mundo vegetal está sometido a determinadas leyes biológicas y los abetos arrebatados a la madre tierra se sabe que tienen una molesta tendencia a perder sus agujas, especialmente si están en sitios calientes; en la casa de mi tío hacía calor. La duración de un abeto real es mayor a la de los pinos comunes, como lo demostró el doctor Hergenring en su conocido trabajo Abies vulgaris y abies nobilis. Pero la vida del abeto real tiene sus límites. En vísperas de carnaval, hubo que convencerse de que mi tía empezaba a sufrir: el árbol perdía rápidamente sus agujas y por la noche, cuando todos cantaban, se advertían unas ligeras arrugas en la frente de mi tía. Siguiendo el consejo de una verdadera eminencia en psicología, se intentó charlar, en un tono ligero, de la posibilidad de que pronto terminaría el tiempo de Navidad, pues ya los árboles empezaban a brotar, lo que normalmente es una señal de la venida de la primavera, mientras que en nuestras latitudes la palabra Navidad nos sugiere imágenes invernales. Mi tío, astutamente, sugirió una noche entonar Ya han llegado todos los pájaros y Ven, querido mayo, pero ya en el primer verso de la primera canción puso mi tía una cara tan seria, que inmediatamente fue interrumpido y se empezó a cantar O Tannenbaum. Tres días después se encargó a mi primo Johannes la misión de hacer un ligero intento de despojar al árbol de algún adorno, pero en cuanto alargó la mano y quitó a uno de los enanos el martillo de corcho, empezó mi tía a gritar tan fuerte, que rápidamente se volvió a poner al enano su martillo, se encendieron las velas y empezaron a cantar, un poco atropelladamente, pero muy fuerte, la canción Noche feliz, noche de paz.
Pero ya no había paz en las noches; grupos de jóvenes muy animados recorrían la ciudad cantando y tocando trompetas y tambores. Todo estaba cubierto de serpentinas y confettis, las calles estaban todo el día llenas de niños disfrazados, que disparaban pistolas, chillaban, algunos hasta cantaban, y una estadística hecha por un particular demostró que por lo menos había 60 000 cow-boys y 40.000 princesas de las Czardas, recorriendo nuestra ciudad: en fin, que estábamos en Carnaval, unas fiestas que entre nosotros se celebran casi con más entusiasmo que las Navidades. Pero mi tía parecía estar ciega y sorda: criticaba el que hubiera disfraces en los armarios, cosa que ocurre irremediablemente durante estos días en todas nuestras casas; con voz doliente se lamentaba de la pérdida de sentido moral, pues ni siquiera en el tiempo de Navidad se podía prescindir de esas perniciosas costumbres. Y cuando un día encontró en el dormitorio de mi prima un globo desinflado, pero en el que se notaba aún dibujado con pintura blanca un gorro de bufón, rompió a llorar y pidió a mi tío que prohibiera la entrada en la casa de aquellos pecaminosos objetos."

Heinrich Böll
Los silencios del doctor Murke


"Un soldado que comienza a pensar, casi ha dejado de serlo." 

Heinrich Böll



“Uno tiene que ir muy lejos, para saber hasta dónde se puede ir.” 

Heinrich Böll