"A veces siento que el mundo entero, todos menos yo mismo, se ha detenido, como si todos los demás estuvieran con la boca abierta esperando a que haga algo por ellos. Apenas son seres humanos; son cosas que estorban, que están donde no deben estar y que hay que mover y utilizar o tirarlas. Nerón creyó que era Dios, idea blasfema e indecente. Yo sé que soy humano. En realidad, a menudo siento que soy el único ser humano en toda la Creación (...) tengo un terrible sueño del futuro. No ahora, pero pronto, la gente olvidará su lealtad a los reyes y emperadores y se adueñará del poder. En vez de dejar que una víctima soporte esta espantosa maldición, la tomará a su cargo cada uno de ellos. Piensa en la desgracia de todo un mundo poseído de poder sin gracia."

Evelyn Waugh


"Algunos chicos de dotes excepcionales habían aprendido a lanzar las pastillas de margarina, con el cuchillo, contra las vigas de roble del techo, donde se quedaban pegadas todo el invierno, hasta que el calor del verano las soltaba y caían, plof, sobre las mesas.
Nos dábamos un baño semanal, siempre a última hora de la tarde. Era una bendición. Pero también era obligatorio asearse todas las tardes, a primera hora, salvo los domingos. Cada dormitorio disponía de dos cuartos con bañera. Rara vez había agua caliente suficiente para que se pudiera cambiar después de cada uso. En invierno, después de jugar al fútbol, uno esperaba su turno para sumergirse en un agua fangosa y tibia. Mientras esperábamos, cuando entrábamos en la bañera embarrada y salíamos de ella, y mientras nos frotábamos con unas toallas que, como los manteles, estaban limpias los domingos y ya hechas un asco los martes, me quedaba patidifuso ante la posibilidad de tener contacto físico con todos aquellos cuerpos desnudos y no me cabe duda de que la repugnancia que sentía se transmitía por sí sola.
No sólo era remilgado, sino también gazmoño y mojigato. Era corriente que los chicos pequeños, los más listos, se ganasen los favores de los más grandes, y más estúpidos, haciéndoles los ejercicios. Es algo a lo que me negué en redondo con el fundamento de que era una práctica deshonesta. Una conciencia mejor formada que la mía habría sabido reconocer que plegarse a esa situación no sólo era más prudente, sino también más caritativo. Mis escrúpulos no me valieron para ser apreciado por nadie.
Me resulta lisa y llanamente imposible identificarme con el alumno solitario de aquella época helada. Todo lo que recuerdo es incoherente. Por ejemplo, tenía un mórbido temor de llamar la atención, de la forma que fuese. El jefe del dormitorio era el encargado de distribuir la correspondencia entre los internos. Yo recibía bastantes más cartas que los demás, y en alguna que otra ocasión me las lanzaba con manifiesta inquina: «Ah, otra para Waugh». Aquello fue motivo suficiente para que escribiera a mi padre y le pidiera que me escribiese con menor frecuencia, aun cuando sus cartas me proporcionaran un gran placer. Por otra parte, desafiaba las convenciones al arrodillarme en el incarnatus, en el credo de la Sagrada Comunión. Era la costumbre que había adoptado en St. Jude, pero nadie lo hacía en Lancing. Durante el primer trimestre permanecía en pie, como todos los demás. Durante las primeras vacaciones tuve remordimientos, como si hubiera traicionado mis propias convicciones."

Evelyn Waugh
Una educación incompleta



"¡Con qué falta de generosidad renegamos, andando el tiempo, de los buenos propósitos de nuestra juventud, al evocar largos días de verano de irreflexiva disipación! No es sincero el relato sobre la historia de un muchacho, entre adolescente y adulto, si no describe la nostalgia que siente por la sana moral de los niños, el arrepentimiento, el propósito de enmienda, y esas horas negras que, como el cero en la ruleta, aparecen con una prevista regularidad."

Evelyn Waugh


“Creo que la amistad entre el hombre y el perro no sería duradera si la carne de perro fuera comestible.”

Evelyn Waugh


"Cuando hablamos de religión siempre ocurre lo mismo, Lactancio. Nunca contestas mis preguntas, pero siempre me dejas con la impresión, no sé por qué, de que la respuesta estaba allí todo el tiempo esperando que nos molestáramos un poco más en encontrarla. Todo parece tener sentido hasta cierto punto, y después, más allá de ese punto. Sin embargo, no se puede pasar de ese punto... Bueno, soy una mujer vieja, demasiado vieja ya para cambiar.
Pero en aquella primavera única no se podía eludir el cambio ni siquiera en Tréveris, la más cortés de las ciudades; ni siquiera Elena, la más recluida de las mujeres. El enorme aburrimiento que desde el muerto centro del corazón de Diocleciano embebió y enloqueció al mundo, había pasado como una plaga. Una nueva vida verde se abría paso y se desarrollaba y retorcía en todas partes, entre las paredes y los surcos. En aquella aurora, reflexionó Lactancio, ser viejo era el mismísimo cielo; haber vivido en la esperanza que desafiaba a la razón, que existía más bien únicamente en la razón y en los afectos, totalmente desligada de la experiencia o cálculos; ver que la esperanza tomaba cerca y por todos lados una forma sustancial y conocida, como una niebla que al disiparse puede súbitamente revelar a la tripulación de un barco que, sin ninguna habilidad por su parte, se ha deslizado silenciosamente a un seguro anclaje; vislumbrar una simple unidad en una vida que había aparecido toda vicisitud, esto, pensó Lactancio, era algo que competía con la exuberancia de Pentecostés; algo en que Navidad, Pascua y Pentecostés tenían su celebración regia.
Lactancio, más que ninguno, hubiera debido comprender lo que estaba ocurriendo a su alrededor, pero quedó sin aliento, rezagado en la carrera, agotado todo su hermoso vocabulario y sin que se le ocurrieran de pronto más que los estereotipados elogios de la Corte. Los acontecimientos no marchaban ya al rutinario paso del hombre. En todas partes había desproporción entre causa y efecto, entre el motivo y el movimiento, un ímpetu que intervenía y aumentaba más allá de todo cálculo normal. En sueños, un hombre puede probar su caballo ante un obstáculo de envergadura y, sin proponérselo, tomar carrera y salvarlo a gran altura, o tratar de mover una roca y ver que no pesa en sus manos. Lactancio no había aprendido nunca a subyugar sus simpatías como prescribían los críticos. ¿Qué le quedaba ahora, sino aceptar el misterio y glorificar a la causa próxima, al distante y ambiguo emperador?
En términos de historia documentada, Constantino había hecho poco. En la mayor parte del Oeste el Edicto de Milán regularizó simplemente la práctica existente; en el Este implicó una precaria tregua que pronto fue repudiada. La suprema deidad reconocida por Constantino era algo mucho más amplia que la trinidad cristiana; el lábaro, una versión, muy heráldica, de la cruz de los mártires. Todo ello era muy vago, claramente ideado para complacer; el afortunado pensamiento de un hombre demasiado atareado para preocuparse de sutilezas o profundidades. Constantino pactó con un nuevo aliado de fuerza desconocida, archivó un problema. Así podía parecerles a los estrategas de Oriente que contaban legión por legión, granero por granero, el orden de la batalla; así, tal vez, le parecía a Constantino. Pero a medida que la noticia se difundió en todas partes en la cristiandad, de cada altar se elevó un fuerte viento de oración, levantó la baja y humeante cúpula del Viejo Mundo, la aventó como si fuera la tranquila y brillante perspectiva de un espacio inconmensurable.
Los abstraídos Césares siguieron combatiendo. Cruzaron fronteras, hicieron tratados y los incumplieron, decretaron bodas, divorcios y legitimaciones, asesinaron a los prisioneros, traicionaron a sus aliados, desertaron de sus ejércitos muertos o moribundos, gallearon y se desesperaron, se dejaron caer sobre sus espaldas o pidieron compasión. Todo el diminuto mecanismo del poder siguió girando regularmente como un reloj que sigue dando su tictac en la muñeca de un hombre muerto.
Muy lejos de las batallas, las mujeres reales pasaban el tiempo con sus eunucos y capellanes, adquiriendo atractivos y jóvenes sacerdotes de África, bien criados, muy leídos, que enseñaban toda clase de variaciones de credo ortodoxo. Una semana hablaban de Donato; la siguiente, de Arrio.
Constantino fue prosperando en todas partes hasta que se dio suavemente cuenta de que era invencible. Aquí y allí entre la agitación de los tiempos se vislumbraba a una figura más noble, al joven Crispo, todo audacia y lealtad, el último guerrero de la gran tradición romana en cuya rodela podían ver los imaginativos el desvaído escudo de Héctor. A Elena le llegaron noticias de él, como en otro tiempo de su padre, y las recibió con el mismo contento. Su nombre se recordaba siempre en la misa que se celebraba en el palacio de Elena. Porque Elena se había bautizado.
Nadie sabe cuándo o dónde. No se registró en ninguna parte. No se construyó o fundó nada. No hubo celebración pública. Privada y humildemente, como otros miles, descendió a la pila y cuando subió era una mujer nueva. ¿Lamentó abandonar su antigua fe? ¿La persuadieron punto por punto? ¿Se adaptó simplemente a la moda imperante, se entregó sin resistir a la divina gracia y se convirtió, sin ninguna intención, en su rebosante vehículo? No lo sabemos. Elena fue una semilla en una vasta germinación."

Evelyn Waugh
Elena



"¡Cuántos corazones se aceleraban aún bajo delantales manchados de pintura al pensar en esta vida de actividad artística!"

Evelyn Waugh



"El panorama fue fascinante durante los primeros minutos en el aire, y luego de lo más insípido. Me hacía gracia ver las casas y los coches tan pequeños y pulcros; todo tenía el aspecto de ser de factura muy reciente, tan limpio y brillante parecía. Pero al cabo de poco tiempo uno se cansa de ese aspecto del paisaje. Considero significativo que una torre o una colina alta sea toda la altura que se necesita para observar las bellezas naturales. Lo único que obtienes de esa ascensión sin esfuerzo es un mapa a gran escala. En general la naturaleza, siguiendo un esquivo principio, parece proporcionar sus propios miradores allí donde son más deseables."

Evelyn Waugh


"En cuanto a París, es una ciudad muy notable y tiene que soportar las etiquetas románticas que le imponen toda clase de personas."

Evelyn Waugh


"En la década de los setenta del siglo pasado, varios valerosos europeos llegaron a Ismailía, o cerca de allí, provistos de un adecuado equipaje formado por relojes de cuco, fonógrafos, sombreros de copa, proyectos de tratados y banderas de los Estados que se habían visto obligados a abandonar. Llegaron en calidad de misioneros, embajadores, comerciantes, prospectores, biólogos. Ninguno de ellos regresó. Fueron comidos, todos y cada uno de ellos; algunos crudos, otros cocidos y sazonados, según las costumbres locales y la fecha del año (pues los mejores ismailíes son cristianos desde hace muchos siglos y durante la Cuaresma no comen en público carne humana sin haberla cocinado previamente, a no ser que cuenten con una dispensa tan especial como cara de su obispo). Las expediciones de castigo sufrieron más daños de los que causaron, y en la última década del siglo acabaron prevaleciendo actitudes más sensatas. Las potencias europeas decidieron, independientemente, que no les interesaba ese pedazo de territorio improductivo; que si era malo ver que uno de sus vecinos se establecía allí, peor incluso resultaba hacer el esfuerzo de ocuparlo. En consecuencia, y por consentimiento de todas las partes, fue tachado de los mapas y su inmunidad quedó garantizada. Como los pueblos segregados de este modo no tenían ninguna forma común de gobierno, ni tampoco vínculos idiomáticos, históricos, de costumbres ni creencias, fueron calificados de República. Un comité de juristas procedentes de diversas universidades redactó una constitución por la que se establecía un poder legislativo bicameral, una representación proporcional por medio del voto único y transferible, un poder ejecutivo que podía ser disuelto por el Presidente por recomendación de ambas cámaras, un poder judicial independiente, la libertad religiosa, la enseñanza laica, el habeas corpus, el libre comercio, un sistema bancario formado por sociedades anónimas, una legislación que obligaba a las empresas a redactar unos estatutos, así como otras numerosas características no menos agradables. Un beato y anciano negrito de Alabama llamado Mr. Samuel Smiles Jackson fue elegido primer Presidente; esta elección fue una demostración de sabiduría que luego confirmó la historia, pues al cabo de cuarenta años un tal Mr. Rathbone Jackson ocupaba el puesto de su abuelo como sucesor de Pankhurst Jackson, su padre, mientras que los cargos más importantes dentro del Estado estaban en manos de los señores Garnett Jackson, Mander Jackson, Huxley Jackson, tío y hermanos del Presidente, y por Mrs. Athol (née Jackson), tía del mismo. Tan intenso era el amor que sentía la República por esa familia que solían llamar «Jackson Ngomas» a las elecciones generales, siempre y dondequiera que se celebraban. De acuerdo con la constitución hubieran debido organizarse de forma quinquenal, pero como en la práctica se pudo comprobar que las dificultades de comunicación hacían imposible que todas las circunscripciones votaran simultáneamente, al final acabó estableciéndose la costumbre de que el funcionario encargado del control de las votaciones y el candidato de los Jackson visitaran por turnos las zonas de la República a las que se podía viajar, y convidaran a los jefes de las tribus vecinas a un banquete de seis días en su campamento, tras lo cual los aborígenes, embrutecidos por la cogorza, ejercitaban su derecho a voto de la manera secreta y solemne que imponía la constitución."

Evelyn Waugh
¡Noticia bomba! 


"Es maravilloso comenzar el día sabiendo que vas a dar una alegría a un alma en pena."

Evelyn Waugh


"He vivido con cuidado, me he abrigado de los vientos fríos, he comido con moderación los frutos de la temporada, he bebido buen clarete, dormido en mis propias sábanas; viviré mucho tiempo."

Evelyn Waugh



"La despedida produce un gran consuelo. Es corriente que los seres que esperan hayan visto al ser querido por última vez cuando estaba en la cama, sufriendo y rodeado de los tétricos implementos de la habitación de un enfermo o de un hospital. Aquí vuelven a verlo como lo habían conocido en sus mejores años de vida, transfigurado por la paz y la felicidad."

Evelyn Waugh


"La mente del hombre no tiene estado legal. ¿Quién puede decir quién es más libre, yo o el inmortal emperador?"

Evelyn Waugh





"La palabra "turista" parece sugerir naturalmente prisas y obligación. Uno piensa en esos lastimosos tropeles de maestros de escuela procedentes del Oeste Medio con los que se encuentra de repente en esquinas y edificios públicos, desconcertados, jadeantes, los nombres desconocidos zumbándoles en la cabeza, sus cuerpos tensos y magullados por subir y bajar de charabanes motorizados y escaleras, y por haber recorrido del modo más inmisericorde kilómetros de galerías y museos tras un guía chistoso y despectivo. ¡Cómo nos obsesionan sus ojos mucho después de que hayan pasado a la siguiente fase de su itinerario, unos ojos ojerosos que miran sin comprender, con un leve resentimiento, como los de animales que sufren, elocuentemente expresivos de ese cansancio del mundo que todos sentimos bajo el peso muerto de la cultura europea! ¿Deben proseguir hasta el final? ¿Hay todavía más catedrales, más lugares hermosos, más sitios de acontecimientos históricos, más obras de arte? ¿No hay remisión en este rito implacable? ¿Todavía debe reverenciarse el pasado? A medida que escalan trabajosamente cada pico de su ascensión, que van marcando la lista de monumentos programados una vez vistos, el horizonte retrocede más ante ellos y el paisaje se eriza de bellezas ineludibles. Y cuando uno está sentado a una mesa de café, jugueteando apáticamente con el cuaderno de dibujo y el aperitivo, y los ve pasar, tambaleantes, vierte unas lágrimas, no del todo irónicas, por esos pobres desechos humanos, atrapados así y magullados por la maquinaria de la elevación social."

Evelyn Waugh




"La principal incapacidad de las tortugas como animales de carreras no estriba tanto en su lentitud como en su confuso sentido de la dirección."

Evelyn Waugh



“La puntualidad es la virtud de los aburridos.”

Evelyn Waugh

"Lo malo de la educación moderna es que nunca se sabe hasta qué punto la gente es ignorante."

Evelyn Waugh


"Me pregunto si te acuerdas de la historia que nos leyó mamá la primera noche que Sebastian se emborrachó...; quiero decir la noche mala. El padre Brown dijo algo así como "le cogí (al ladrón) con un anzuelo y una caña invisibles, lo bastante largos como para dejarle caminar hasta el fin del mundo y hacerle regresar con un tirón del hilo"."

Evelyn Waugh


"Me sentí como el marido que, después de cuatro años de matrimonio, se da cuenta de repente de que ya no siente deseo, ternura ni aprecio por la mujer que una vez amó; ningún placer en su compañía, ningún interés en gustarle, ninguna curiosidad por nada que ella pudiera hacer, decir o pensar; ninguna esperanza de que las cosas se arreglaran, ningún sentimiento de culpa por el desastre. La conocí como se conoce a la mujer con la que se ha compartido la casa, un día sí y otro también, durante tres años y medio; conocí sus hábitos de desaliño, descubrí lo rutinario y mecánico de sus encantos, sus celos y su egoísmo. El encantamiento había terminado y ahora la veía como a una antipática desconocida con la que me había unido indisolublemente en un momento de locura."

Evelyn Waugh
Retorno a Brideshead


"Mi tema es la memoria, aquel anfitrión alado que se cernía a mi alrededor una mañana gris, durante la guerra. Estas memorias, que son mi vida -porque no poseemos nada con certeza, excepto nuestro pasado."

Evelyn Waugh



"Mr. Pinfold consideró si debía o no confiar en Glover, e inmediatamente decidió que no.
-No -dijo, y pidió un poco de jamón frío. Se llenó el comedor. Mr. Pinfold saludó a mucha gente. Fue a cubierta manteniéndose alerta, tratando de identificar a sus perseguidores, pensando que tal vez Margaret se diera a conocer. Pero no vio a ningún miembro de la pandilla; media docena de rozagantes muchachas pasaron frente a él, algunas con pantalones y sacos de franela, algunas con polleras de tweed y sweaters; alguna sería Margaret, pero ninguna le demostró que lo era. A las nueve y media se sentó en un sillón en un rincón del salón y esperó. Tenía el garrote; era lógico pensar que si los muchachos estaban furiosos, podían atacarlo aun a la luz del día.
Empezó a ensayar la próxima entrevista. Él era el juez. Había ordenado que esos hombres comparecieran ante él. El ambiente apropiado, pensó, podría ser algo similar a la oficina de órdenes de un regimiento. Él era el oficial que escuchaba las acusaciones de motín. No estaba autorizado para castigarlos. Los reprendería suavemente y los amenazaría con penalidades civiles.
Les recordaría que en el Caliban, lo mismo que en tierra, estaban bajo la ley inglesa; que las difamaciones y las injurias físicas eran graves delitos que podrían perjudicarlos en sus futuras carreras. Les "arrojaría todo el peso de la ley". Les explicaría con frialdad que sus opiniones, buenas o malas, le eran indiferentes en absoluto; que consideraba su amistad y su enemistad como igualmente impertinentes. Pero también escucharía lo que ellos tuvieran que decir. A un buen oficial no le son desconocidos los enormes prejuicios que pueden surgir si hay quien se queja de rencores imaginarios. Era indudable que estos rebeldes estaban profundamente equivocados a su respecto. Era preferible que se desahogaran, oyeran la verdad y luego se callaran por el resto del viaje. Por otra parte, si, como parecía cierto, esas falsas apreciaciones derivaban de rumores que circulaban entre los vecinos de Mr. Pinfold, decididamente debía investigarlos y ponerlos punto final.
Tenía el salón a su disposición. El resto de los pasajeros estaban a lo largo de la cubierta ubicados en sus sillas y tapados con sus mantas. El único ruido era el invariable zumbido de la vida mecánica marina. El reloj que estaba sobre el pequeño tablado de la orquesta marcaba las diez menos cuarto. Mr. Pinfold decidió concederles un cuarto de hora más; entonces iría a la oficina del telegrafista e informaría a su mujer de su mejoría. Esperar más tiempo a esos terribles muchachos era un agravio a su dignidad.
Algún similar y orgulloso punto de vista influía también sobre ellos. Pese al zumbido, los oía discutir acerca de él. Las voces venían del artesonado cerca de su cabeza. Primero en su camarote, después en el comedor, ahora aquí, los cables de comunicaciones sobrevivientes de la época de la guerra estaban en completa actividad. Toda la instalación eléctrica del barco necesitaba con urgencia una completa reparación, pensó Mr. Pinfold; por todo lo que sabía era probable que hubiera peligro de incendio."

Evelyn Waugh
La gloria de Gilbert Pinfold


"No es de extrañar que troyanos y griegos empuñen las armas por la princesa Helena, que respira el aire del alto Olimpo. Siéntate, niña querida; esta guerra no es tuya, sino de los Inmortales."

Evelyn Waugh


"Pero en aquellos días yo iba en busca del amor, y me presenté lleno de curiosidad y de la aprensión -no reconocida por mi parte-, de que, allí, por fin, descubriría esa puerta baja escondida en el muro que otros, lo sabía, habían descubierto antes que yo, que llevaba a un jardín secreto y encantado, en alguna parte oculto, sin que ninguna ventana del corazón de aquella ciudad gris se asomara a él."

Evelyn Waugh


"Podía decirle también que conocer y amar a otro ser humano, aunque sea uno solo, es la raíz de toda sabiduría."

Evelyn Waugh


"Por encima de todo el parloteo de su época y la nuestra, Elena hace una afirmación paladina. Y sólo en ésta yace la esperanza."

Evelyn Waugh


"Queremos a nuestros amigos no porque nos diviertan, sino porque nosotros logramos divertirlos a ellos."

Evelyn Waugh



"Quizá todos nuestros amores no sean más que simples ilusiones y símbolos; lenguaje errático mal escrito sobre vallas y pavimentos a lo largo del fatigoso camino que tantos y tantos han pisoteado antes que nosotros. Quizá tú y yo no seamos más que meros paradigmas, y esta tristeza que a veces nos envuelve nazca de la desilusión de nuestra búsqueda, cada uno a través y más allá del otro, vislumbrando momentáneamente, y de vez en cuando, la sombra que dobla la esquina un paso o dos antes que nosotros."

Evelyn Waugh


“Solamente con que los políticos y los científicos fueran un poco más vagos, ¿cuánto más felices seríamos todos?”

Evelyn Waugh


"Sólo cuando se ha perdido cualquier curiosidad por el futuro se ha alcanzado la edad para escribir la autobiografía."

Evelyn Waugh

"Soy hermosa. Mi belleza se aparta por completo de lo usual. Estoy hecha para el deleite. Pero ¿Qué saco yo de ello? ¿Dónde está mi recompensa? Tal era el cambio al cabo de diez años; ésa era, verdaderamente, su recompensa: esa tristeza inquietante y mágica que hablaba directamente al corazón y enmudecía; la culminación de su belleza."

Evelyn Waugh





"Vanidad de vanidades, todo es vanidad."

Evelyn Waugh


"Y antes de que Tom supiera si le agradaba o no, el compromiso había sido anunciado.
Él ganaba ochocientas libras al año; Ángela disponía de doscientas. Había más «cosas venideras» para ambos, en definitiva. Las cosas no irían tan mal si eran lo bastante sensatos para no tener hijos. Él tendría que renunciar a sus ocasionales días de caza; ella tendría que renunciar a su sirvienta. Sobre esta base de sacrificio mutuo planearon su porvenir.
Llovió pertinazmente el día de la boda y sólo los más recalcitrantes entre la gente de St. Margaret salieron a presenciar la melancólica procesión de invitados que descendían de sus automóviles chorreantes y se lanzaban por el camino cubierto hasta la iglesia. Después hubo una fiesta en la casa de Ángela, en Egerton Gardens. A las cuatro y media, la pareja cogió un tren en Paddington hacia el oeste de Inglaterra. La alfombra azul y el toldo de rayas fueron plegados y guardados con llave entre cabos de vela y cojines en el cuarto de trastos de la iglesia. Las luces de las naves se apagaron y las puertas se cerraron con pestillo. Las flores y los arbustos fueron amontonados a la espera de su distribución en los pabellones de un hospital para incurables por el que la señora Watch se interesaba. La secretaria de la señora Trench-Troubridge comenzó la tarea de despachar paquetes de cartón, de plata y blanco, con una tarta de boda a la servidumbre y los arrendatarios del campo. Uno de los porteros fue corriendo a Covent Garden a devolver su chaqué a la sastrería de caballeros donde lo había alquilado. Llamaron a un médico para atender al pequeño sobrino del novio que, después de haber atraído una atención considerable como paje en la ceremonia debido a sus francos comentarios, contrajo fiebre alta y numerosos síntomas preocupantes de envenenamiento alimentario. La criada de Sarah Trumpery restituyó discretamente el reloj ambulante de que la anciana se había apropiado inadvertidamente de entre los regalos de boda. (Aquella excentricidad suya era sobradamente conocida, y los detectives tenían la orden terminante de evitar una escena en la recepción. Por entonces ya no la invitaban frecuentemente a bodas. Cuando sí lo hacían, los obsequios robados eran devueltos invariablemente esa noche o al día siguiente). Las damas de honor se congregaron durante la cena y aventuraron ansiosas conjeturas sobre las intimidades de la luna de miel, siendo en este caso las probabilidades de tres contra dos acerca de que la ceremonia no había sido adelantada. El gran expreso del oeste traqueteó a través de los empapados condados ingleses. Tom y Ángela estaban sentados sombríamente en un vagón de primera clase para fumadores, comentando el día."

Evelyn Waugh
El amor en tiempos de crisis



"Yo diría sin lugar a dudas que no hay otra cosa más digna que ayudar al prójimo sin tener en cuenta banales prejuicios humanos. La única explicación que yo encuentro a tu cambio de actitud es la de que tú no quieres a este hombre como él tiene derecho a esperar de ti, y en tal caso no te queda otro remedio que decírselo francamente en cuanto puedas."

Evelyn Waugh