"Da mucha fuerza cumplir con el deber entre otros que no lo cumplen, aunque se trate de un deber establecido de mutuo acuerdo." 

Jakob Wassermann


"Desde el punto de vista de lo ocurrido tiene lo que nosotros llamamos "la predestinación" de una persona, una lógica irreprochable. En sus más tempranos sueños se había imaginado con frecuencia cuán afortunado muchacho sería si tuviese un padre o una madre; y ahora vino, "como respuesta de la maravillosa sublimidad" (éstas son sus palabras), la realización. Tienen que haber permanecido ocultas en él poderosas fuerzas espirituales, nos dice, para que cuando el noble hombre le estrechara en sus brazos se desplomase sin sentido. Y no desaprovecha la ocasión para añadir que ha sido ésta la única prueba de ternura que ha conocido desde que puede pensar. Para sellar esta alianza recibe una multitud de regalos, tan nuevos para él como su misma aplicación: cepillos para los dientes, para las uñas, largos y blancos camisones de dormir. Hasta ahora no se le había podido imaginar siquiera que había que limpiarse los dientes y las uñas y cambiarse la camisa antes de ir a la cama. Su cultura es aún virgen por completo; a cambio de ello dispone, como todos aquellos cuyo crecimiento fue azaroso, de una asombrosa memoria, hasta el punto de que puede recordar por su mismo orden y sin la menor alteración una página llena de cifras, después de leída una sola vez. Mr. Stanley se hace acompañar por él en sus viajes, quiere instruirle por la contemplación; no cabe la menor duda de que es un hombre de cultura y de gusto, si las hondas y sabrosas conversaciones que su educando repite en parte textualmente han sido sostenidas en el mismo espíritu. Muchas veces no están lejos, en el fondo y en la forma, de las conversaciones en los años de peregrinaje de Goethe y aun cuando se quite de ellas lo que haya añadido una posterior redacción, un recuerdo con el que se pretenda aureolarle, queda siempre lo suficiente para justificar la maravillosa devoción del discípulo, al cual, por un mágico cambio del destino, fue proporcionado el escalón decisivo para el encuentro consigo mismo y su existencia espiritual. De estos silenciosos guías, que se sumergen en el olvido una vez han cumplido su, vista con posterioridad, modesta misión, los hay y hubo muchos en el mundo; toda obra superior en la vida se basa en ellos y en sus nombres desconocidos.
Y, sin embargo, en este caso ocurre algo más difícil de comprender. Según todo lo que Stanley nos informa, era éste un hombre rico. Sus extensos viajes de negocios constituían una constante exposición en un país y en un clima donde reinan de continuo las epidemias, el cólera, el paludismo, la fiebre. A pesar de ello y a pesar de todo su afecto por su hijo adoptivo, no hizo nada para asegurar el porvenir del joven. En el año 1860, antes de partir hacia las Indias occidentales, lleva al muchacho de veinte años a la granja de unos amigos en Arkansas; no vuelven a verse jamás y el joven Stanley se encuentra el día de la despedida en la misma penuria y desamparo que antes de su encuentro con aquella romántica figura de padre, sólo que ahora conoce ya lo que significa no sentirse pobre y desamparado. Aquí queda entreabierto un paréntesis o se ha callado algo. Que Mr. Stanley ha muerto entretanto, se menciona por cierto; pero, sin embargo, se tiene la sensación de que había tenido lugar un distanciamiento que se nos ha mantenido oculto."

Jakob Wassermann
Bula Matari. La aventura de África


“Es preciso no ser orgulloso. Nadie tiene derecho a arrogarse privilegios fundados en su tarea interior. Nadie tiene derecho a admirar su propia imagen.” 

Jakob Wassermann


"La mirada era tímida y un tanto inquieta. Sus ojos brillaban a veces con notable viveza, la nariz aguileña se proyectaba petulante en el aire, y la boca, escondida tras unos precarios bigotes, ofrecía un rictus de amargura que delataba en él al hombre eternamente insatisfecho.
El lord no se sintió tranquilo con el resultado de su examen; preguntó al presidente si habían llegado a un acuerdo, y cuando éste asintió, extendió la mano a Quandt y le dijo que le visitaría por la tarde. Embelesado ante semejante distinción, el profesor hizo una nueva reverencia, saludó al presidente y salió.
Stanhope partió muy pronto, ya que Feuerbach tenía que asistir a una reunión. Llegado al hotel, empleó dos horas en escribir una carta, que entregó al mensajero. A la una y media se presentó el teniente Hickel, tal como habían convenido; almorzaron juntos y luego se dirigieron a casa de Quandt.
La casita del profesor, situada en el Kronacher Buck, junto a una de las puertas de la ciudad, estaba arreglada con el mayor esmero; la señora Quandt, una mujer joven, atractiva y simpática, vestida con un traje de seda como para una boda, les saludó en la puerta; en la salita de estar la mesa aparecía cargada de pasteles, y un delicado servicio de té brillaba seductor sobre un mantel blanco como la nieve.
El lord se mostró paternalmente afable con la señora profesora; como se hallaba en estado, el conde le deseó muchas felicidades, reiterándole su interés con un firme apretón de manos. Le preguntó sí era la primera vez; la joven dama enrojeció hasta la raíz de los cabellos, sacudió tímidamente la cabeza y dijo que ya tenía un niño de tres años. Cuando estuvo servido el café, Quandt le hizo una señal, ella salió silenciosamente de la habitación y los tres hombres se quedaron solos.
Stanhope explicó que no sabía hacerse todavía a la idea de tener que separarse de Caspar, pero que estaba encantado de aquel ambiente de paz y orden, y que le tranquilizaba sobremanera saber a su protegido alojado en aquel agradable hogar. Era, pues, de esperar que el infeliz alcanzaría al fin puerto seguro después de haber pasado por tanta mano indigna con evidente daño de su cuerpo y alma."

Jakob Wassermann
Caspar Hauser



“La tristeza no es, en muchos casos, sino la forma más refinada de la hipocresía.” 

Jakob Wassermann


"Sin duda, usted no me recuerda", comienza el señor de Andergast, con tono convencional. No parece intención suya anudar el presente con el pasado, ni tampoco sondear un estado de ánimo. Con el mismo formalismo, pronuncia lentamente su nombre y su título. Maurizius, que hasta ese momento no se ha movido, levanta un poco el mentón, como si acabase de recibir un golpe. Como da la espalda a la ventana, no es posible distinguir la expresión de sus ojos, que se destacan como dos círculos negros en su rostro alargado. El señor de Andergast toma asiento en la silla y espera que Maurizius, a quien ha invitado con un ademán, se acomode en la cama. Sin embargo, éste vacila. ¿Qué le hace merecer tal distinción?, pregunta con la lengua pastosa, que hace comprender que no la emplea a menudo. El señor de Andergast está sentado, inclinado hacia adelante, con las manos cruzadas sobre sus rodillas. Sus ojos violetas han recobrado su ardor y su brillo. "Esto no puede explicarse con una sola palabra". Repite su ademán invitando al otro a que se siente y de nuevo une las manos. Un silencio. Entonces el señor de Andergast, con los ojos fijos en el suelo, dice que su visita no reviste ningún carácter oficial, que le fue inspirada por consideraciones personales. Finalmente Maurizius se sienta en la cama, prudente, como para no perder una sílaba. Ahora que la plena luz del día cae sobre él, su rostro tiene un aire espectral. Uno podría creer que por sus venas corre sangre blanca; la nariz hundida, la boca de un corte completamente atractivo, casi graciosa y duramente cerrada. Los ojos ya no son círculos negros, sino marrones, de color café, y tiene una mirada suave, persistente y triste.
"Consideraciones personales. ¿De qué índole?" El señor de Andergast prodiga toda su atención a la uña del dedo mayor de su mano derecha. Luego, con un parpadeo que expresa una sinceridad infantil (en realidad y por afectado que sea, es el parpadeo de Etzel), dice que se trata de medidas eventuales. Y Maurizius, apenas interesado, repite: "¿Medidas de qué índole?" No tiene por qué desconfiar. ¿Acaso renunció Maurizius a toda esperanza? Lentamente levanta la mano, la coloca sobre su cabeza blanca y, en ese gesto, aparece al señor de Andergast el viejo Maurizius, tal como lo vio delante suyo, con la mano en la coronilla. ¡Qué misterio el de la herencia! Las particularidades exteriores que la naturaleza ha transmitido de padre a hijo son mucho más convincentes y a menudo también más verdaderas que las particularidades morales. Maurizius contesta con vacilación, aunque con bastante firmeza, que jamás, en ningún instante, en ninguna circunstancia, abandonó la idea de una rehabilitación. El señor de Andergast hace girar un índice en torno al otro. ¿Rehabilitación? No es posible pensar en ella, a lo sumo sería a muy largo plazo. Esta posibilidad, aun existiendo, no habría provocado la entrevista de hoy; había que encarar la situación, explica, en su realidad, y para hacerlo apenas existía un solo camino. Y este camino no era practicable sino por medio de una condición, que se le unía como la línea a la caña de pescar. "Comprendo", dijo Maurizius. "Creo, efectivamente, que nos comprendemos", afirmó el señor de Andergast. Un silencio."

Jakob Wassermann
El caso Maurizius


"Tres noches de la semana estaban destinadas a La ópera; las otras se dedicaban a la comedia.
Actuaba de primer director de orquesta un señor de mediana edad con un cabello tan rizado que causaba la admiración de las jovencitas. Era perezoso y mal educado y se llamaba Lebrecht.
El director de escena era un viejo practicón que hablaba ante el público como un lacayo irrespetuoso ante su señor. Solía acoger con un encogimiento de hombros las proposiciones de realzar el repertorio hechas por Daniel. «La Africana», «Roberto el Diablo», «El Estudiante Mendigo» y «Fra Diavolo», eran las obras en cuya fuerza de atracción ponía él su confianza. Los cantantes y la orquesta no resultaban mucho mejores que los de la ópera ambulante, y casi debía desistirse de la posibilidad de educarlos y animarlos. Los derechos creados y la desidia tradicional se oponían a toda novedad.
Si donde ha de alzar la voz el arte se encuentran filisteos pusilánimes y paniaguados gandules, no caben miras elevadas, sino únicamente vulgares deberes. Se marchitan las flores, se estrellan los sueños, y es preciso que el espíritu ingenuo esté arma al brazo contra todos los demonios de la mezquindad y de la mediocridad, so pena de sucumbir.
[...]
Para un ciclo de dieciséis canciones le había encontrado la baronesa un editor de Leipzig, que publicaría las composiciones a expensas de ella. Aquello no le alegró bastante. No se trataba de algo ganado e impuesto por fuerza. Sin embargo, le parecía que era él mismo quien regalaba, y en realidad era el obsequiado. Después de todo no tenía que agradecer nada. A la dama le gustaba la gratitud. Ni por asomo sospechaba que no buscara él protectores, sino convencidos. Los ricos no comprenden a los pobres; los de arriba no comprenden a los de abajo.
La irritabilidad de su carácter le protegía. En la deliciosa congoja por la misión que es el estigma y la tragedia de los ingenuos, se situaba al margen de un mundo, al cual pedía el pan, sólo el pan y nada más.
Cuando aparecieron las canciones, el «Phönix» publicó una crítica que sonó a acierto en los oídos de los profanos, aunque no fuese a la postre sino una puñalada trapera. El artículo iba firmado con la letra W. Wurzelmann; el lacayo disparaba desde la emboscada.
Reprodujeron aquella opinión otras revistas profesionales. Media docena de personas compraron las canciones, que se olvidaron luego.
No había nada que esperar. Lo único que se requería era ganarse el pan, tan sólo ganarse el pan."

Jakob Wassermann
El hombrecillo de los gansos


“Un espíritu ávido llega a encontrar alimento en una tierra árida.”

Jakob Wassermann


"Un no-alemán es imposible que se pueda formar una idea de la situación en que se encuentra un judío alemán. Judío alemán: tome Ud. estas dos palabras con todo énfasis. Tómelas Ud. como el despliegue final de un laborioso curso evolutivo. Con su doble amor y su lucha contra dos frentes, he sido empujado muy cerca de la sima de la desesperación. El alemán y el judío: he soñado una vez una parábola, pero no sé si la misma es comprensible. Yo puse las placas de dos espejos una contra la otra, y tuve una impresión como si las imágenes humanas contenidas y conservadas en ambos espejos debieran lacerarse mutuamente."

Jakob Wassermann
Mi camino como alemán y judio