“Aquellos campos ,los de las pardas onduladas cuestas,
los de los mares de enceradas mieses,
los de las mudas perspectivas serias,
los de las castas soledades hondas,
los de las grises lontananzas muertas...”

José María Gabriel y Galán


Canción

No piense nunca el lloroso
que este cantar dolorido
es un capricho tejido
por la musa de un dichoso.
No piense que es armonioso
juego de un estro liviano;
piense que yo no profano,
ni con mentiras sonoras,
las penas desgarradoras
del corazón de un hermano.

Una canción de dolores
me piden mis padeceres,
tal como ayer mis quereres
pidieron cantos de amores;
que así como son mayores
si se cantan los contentos,
así los tristes acentos
de las trovas doloridas,
si no curan las heridas,
amansan los sufrimientos.

Mis penas son tan vulgares
como esas espinas duras
que erizan las espesuras
de todos los espinares.
Más hondas son que los mares
Más hondas y más sombrías
que un horizonte sin días,
pues no hay abismo tan hondo
como el abismo sin fondo
de unas entrañas vacías.

José María Gabriel y Galán


“Debajo de cada cuerdo se esconde un monstruo peligroso.” 

José María Gabriel y Galán



El ama

El velo del dolor me ha oscurecido
la luz de la belleza.
Ya no saben hundirse mis pupilas
en la visión serena
de los espacios hondos,
puros y azules, de extensión inmensa.
Ya no sé traducir la poesía,
ni del alma en la médula me entra
la inmensa melodía del silencio
que en la llanura quieta
parece que descansa,
parece que se acuesta.
(...)
Resbala sobre mí sin agitarme
la dulce poesía en que se impregnan
la llanura sin fin, toda quietudes,
y el magnífico cielo, todo estrellas,
y ya mover no pueden
mi alma de poeta,
ni las de mayo auroras nacarinas
con húmedos vapores en las vegas,
con cánticos de alondra y con efluvios
de rociadas frescas,
ni éstos de otoño atardeceres dulces
de manso resbalar, pura tristeza
de la luz que se muere
y el paisaje borroso que se queja...
ni las noches románticas de julio,
magníficas, espléndidas,
cargadas de silencios rumorosos
y de sanos perfumes de las eras;
noches para el amor, para la rumia
de las grandes ideas,
que a la cumbre al llegar de las alturas
se hermanan y se besan...

José María Gabriel y Galán


El amo

"En el nombre de Dios que las abriera,
cierro las puertas del hogar paterno,
que es cerrarle a mi vida un horizonte
y a dios cerrarle un templo.

Es preciso tener alma de roca,
sangre de hiena y corazón de acero,
para dar este adiós que en la garganta
se me detiene al bosquejarlo el pecho.

Es preciso tener labios de mártir
para acercarse a ellos
la hiel del cáliz que en mi mano trémula
con ojos turbio esperando veo.

Ya está solo el hogar. Mis patriarcas
uno en pos de otro del hogar salieron.

Me los vino a buscar Cristo amoroso
con los brazos abiertos..."

José María Gabriel y Galán


“Hermosa sin los amaños 
de enfermizas vanidades 
tiene unos ojos castaños 
con un mirar sin engaños 
que infunde tranquilidades. 
Sencilla para pensar,
prudente para sentir,
recatada para amar,
discreta para callar
y honesta para decir ;
robusta como una encina, 
casera cual golondrina
que en casa canta la paz, 
algo arisca y montesina 
como paloma torcaz;
agria como una manzana, 
roja como una cereza,
fresca como una fontana, 
vierte efluvios de alma sana 
y olor de naturaleza.”

José María Gabriel y Galán



La mujer

Cuando pueda arrancar de los infiernos
legiones de cariátides humanas,
cuando pueda traer de los edenes
almas de luz con luz apacentadas;
cuando sepa sondear el de los réprobos
infame corazón, lleno de llagas;
cuando sepa sentir el de los ángeles
sentir divino de purezas diáfanas…

Cuando aprenda un idioma no creado
para la grey humana,
que tiene, para hablar, artificiosos
idiomas de paupérrimas palabras,
y no percibe músicas mejores
que el resbalar de las corrientes aguas,
el rebullir de mañaneras brisas,
el arrullar de las palomas cándidas,
y el dulce son de los canoros pájaros,
y el hojear de la alameda gárrula,
ni músicas más hórridas describe
que el fiero aullido de la loba escuálida,
la carcajada del siniestro cárabo,
los alaridos de la hiena flaca,
el silbo horrible de falaz serpiente
y el grito ronco de feroz borrasca…

Cuando aprenda a vibrar todos los rayos
de la tremenda maldición que mata
los gérmenes maléficos
que anidan en las llagas,
y a dar aprenda en bendiciones puras
del alto Edén anticipadas ráfagas,
¡entonces te diré, curioso amigo,
lo que son las mujeres!…

¡Qué!… ¿Te extraña?
Decir que son demonios,
que son flores con alma,
que son blancos arcángeles…
me parece decir cosas muy pálidas.
y si en decires del humano idioma
yo pretendiera bosquejar sus almas,
tal vez oyeras con atento oído
rumor de abismos y batir de alas;
pero la vida de los dos es corta
para que yo, con ruidos de palabras,
cantar pudiese el colosal poema,
maridaje de luz y sombras trágicas,
y tú sentirlo en sus negruras hondas,
y tú sentirlo en sus altezas diáfanas.

Mientras aprendo a contestar, ¡oh amigo!,
tu pregunta abismática,
sigue a la letra mi consejo sano,
regla prudente de conducta sabia;
golpear en la puerta del misterio
es brega estéril de curiosas almas;
cierra los ojos para ver más claro,
vuela y no escarbes, sintetiza y ama,
y canta a la mujer cuando la veas
en el trono de reina de su casa,
o ante la cuna acariciando al hijo,
o ante el sepulcro derramando lágrimas,
o en la sombra de un claustro recluida,
o esperando al esposo desvelada,
o en el templo cantándole a la Virgen
dudas, temores, inquietudes, ansias…

¡Cántala dondequiera que la veas,
ángel o mártir, heroína o santa!
Y si tienes un día
la pena de encontrarla
caída en los infames pudrideros
donde a los suyos el infierno enfanga,
y no puedes hacer el bien supremo
de redimir su alma…
en vez de una canción fustigadora,
dedícale en silencio una plegaria…

Mejor que ver la llaga al microscopio
es cubrirla de bálsamo y curarla.

José María Gabriel y Galán




La primavera

"Una alondra feliz del pardo suelo,
fue la primera en presentir al día,
y loca de alegría,
al cielo azul enderezando el vuelo,
contábaselo al campo, que aún dormía.

Celosa codorniz, madrugadora,
dijo tres veces que la bella aurora
se avecinaba con amable prisa:
del lado del Oriente
vino una fresca misteriosa brisa,
con las alas cargadas de relente,
y aun en sagrada oscuridad envueltas
las hojas de los árboles sonaron
dulcemente revueltas,
las mieses ondearon,
y de los senos de la tierra helada
surgió, vivificante,
el húmedo perfume penetrante
que solo sabe dar la madrugada.

¡Cuán bien se disponía
Naturaleza a recibir el día!
La línea pura del albor naciente,
vaga primicia grata
del de la luz fecundador tesoro,
primero fue de plata,
más tarde de oro,
después encendidísima escarlata,
roja amapola, y luego
cegador, chispeante, ardiente fuego.

En medio de la lumbre
que derretía el encendido Oriente,
sobre el perfil de la elevada cumbre,
el sol triunfante levantó la frente...
y a la puerta feliz de la alquería
asomó al mismo tiempo Ana María.
¡Gran Dios, bendito seas!
¡Qué soles, Dios de amor, qué soles creas!"

José María Gabriel y Galán



Lo inagotable

"De rodillas delante de la fosa
donde se pudre el mocetón garrido,
la pobre vieja sin moverse pasa
la tarde del domingo.

Una tarde otoñal, helada y muda,
de cielo muy azul, campiña yerta,
y un sol amarillento que se muere
de frío y de tristeza.

Una vela amarilla que no alumbra,
se quema, como el alma de la anciana,
cuyos ojos decrépitos no lloran
porque no tienen lágrimas.

Todas se las tragó la avara tierra
de la tumba del hijo malogrado,
a cuyos pies la hierba está escaldada
con las sales del llanto.

Vagaba por los ámbitos vacíos
del humilde y herboso cementerio,
el aroma de muerte que despide
la tierra de los muertos.

Volaban sobre el templo los cernícalos
y rasaban el viejo campanario
los bandos de veloces aviones
que pasaban chillando.

Y de la plaza del lugar venían
sones de tamboril y castañuelas,
notas de gaita que al hablar de amores
infundían tristeza.

¡Cómo bailaba la muchacha alegre
para quien fue belleza vigorosa
lo que era ya bajo viscosa hierba
montón de carne rota!

Montón de carne rota que una madre
tuvo un día pegado a sus entrañas,
y espejado en las niñas de sus ojos
y en el centro del alma.

Y ya está allí, deshecho en las tinieblas,
el fuerte hastial de la feliz casita,
el que ganaba el mendruguito blando
que la anciana comía.

Una alondra del páramo vecino
se posó en la pared del campo santo
para beber el rayo agonizante
del frío sol dorado,

y cantó una canción opaca y fría
que ni siquiera le agitó el pechuelo
que cien mañanas pareció romperse
modulando gorjeos.

¡Sorda elegía que inspiró Natura
junto a la tumba donde el mozo estaba,
que tantas veces, cual la alondra aquella,
le cantó la alborada!

Se hundieron en sus grietas los cernícalos,
y en los huecos del viejo campanario,
poco a poco los raudos aviones
se metieron chillando.

Cayó el silencio sobre el pueblo humilde,
murió la tarde y se marchó la alondra,
y la vida le dijo a la ancianita
que estaba ya muy sola.

¡Era preciso abandonar al hijo!
Besó la tumba y apagó la vela,
que derramó sobre la hierba húmeda
dos lágrimas de cera.

¡Y dieron todavía otras dos lágrimas
aquellos ojos que estrujó el dolor!
Ni ignoradas ni estériles las dieron:
¡las vimos Dios y yo!"

José María Gabriel y Galán


Los sedientos


"Vagando va por el erial ingrato,
detrás de veinte cabras,
la desgarrada muchachuela virgen,
una broncínea enflaquecida estatua.
Tiene apretadas las morenas carnes,
tiene ceñuda y soñolienta el alma,
cerrado y sordo el corazón de piedra,
secos los labios, dura la mirada...
Sin verla ni sentirla
la estéril vida arrastra
encima de unas tierras siempre grises,
debajo de unas nubes siempre pardas.
Come pan negro, enmohecido y duro,
bebe en los charcos pestilentes aguas,
se alberga en un cubil, viste guiñapos,
y se acuesta en un lecho de retamas.
No sueña cuando duerme,
no piensa cuando vela desvelada;
si sufre, nunca llora;
si goza, nunca canta,
y vive sin terrores ni deleites,
que no la dicen nada
ni los fragores de las noches negras,
ni los silencios de las noches diáfanas,
ni el rebullir del convecino sapo,
ni los aullidos de la loba flaca
que yerra sola venteando carne
de chivos y de cabras.
Nunca sintió las alboradas tristes,
nunca sintió las bellas alboradas,
ni el ascender solemne de los días
ni la caída de las tardes mansas,
ni el canto de los pájaros,
ni el ruido de las aguas,
ni las nostalgia del rumor del mundo,
ni los silencios que el erial encalman.
Su padre fue el pecado,
su madre, la desgracia,
y otra pareja infame
de carne estéril y de infames almas,
la robó de la cuna de los huérfanos
con hórrida codicia calculada.
El mirar de sus ojos ofendidos
por el erial resbala
como el osado pensamiento humano
que osa escrutar los reinos de la nada.
Ciegos los ojos, sordos los oídos,
la lengua muda y soñolienta el alma,
vagando va por el erial escueto
detrás de veinte cabras
que las tristezas del silencio ahondan
con la música opaca
del repicar de sus pezuñas grises
sobre grises fragmentos de pizarras..."

José María Gabriel y Galán



“Nunca es definitivo el éxito ni perenne el fracaso.” 

José María Gabriel y Galán


“¡Oh, fama vocinglera!
Cuán fácil es el viento que te guía y tu sonora voz, cuán embustera!”

José María Gabriel y Galán



¿QUÉ TENDRÁ?

¿Qué tendrá la hija
del sepulturero
que con asco la miran los mozos,
que las mozas la miran con miedo?
Cuando llega el domingo a la plaza
y está el bailoteo
como el Sol de alegre,
vivo como el fuego,
no parece sino que una nube
se atraviesa delante del cielo;
no parece sino que se anuncia,
que se acerca, que pasa un entierro...

Una ola de opacos rumores
sustituye al febril charloteo,
se cambian miradas
que expresan recelos,
el ritmo del baile
se torna más lento
y hasta los repiques
alegres y secos
de las castañuelas
callan un momento...

Un momento no más duró todo;
mas ¿qué será aquello
que hasta da falsas notas la gaita
por hacer un gesto
con sus gruesos labios
el tamborilero?

No hay memoria de amores manchados,
porque nunca, a pesar de ser bellos,
«Buenos ojos tienes»
le ha dicho un mancebo.
Y ella sigue desdenes rumiando,
y ella sigue rumiando desprecios;
pero siempre acercándose a todos,
siempre sonriendo,
presentándose en fiestas y bailes
y estrenando más ricos pañuelos...
¿Qué tendrá la hija
del sepulturero?
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Me lo dijo un mozo:
¿Ve usted esos pañuelos?
pues se cuenta que son de otras mozas...
¡De otras mozas que están ya pudriendo!...
Y es verdad, que parece que güelen,
que güelen a muerto...

José María Gabriel y Galán


“¡Quiero vivir! A Dios voy.
Y a Dios no se va muriendo:
se va al Oriente subiendo 
por la breve noche de hoy.
De luz y de sombras soy
y quiero darme a los dos.
¡Quiero dejar de mí en pos 
robusta y santa semilla
de esto que tengo de arcilla, 
de esto que tengo de Dios!” 

José María Gabriel y Galán


“Sencilla para pensar,
prudente para sentir, 
recatada para amar,
discreta para callar 
y honesta para decir.”

José María Gabriel y Galán

"Señol jues, pasi usté más alanti y que entrin tós esos, no le dé a usté ansia, no le dé a usté mieo...

Si venís antiayel a afligila, sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s'a muerto!...

Embargal, embargal los avíos, que aquí no hay dinero: lo he gastao en comías pa ella y en boticas que no le sirvieron;

y eso que me quea, porque no me dió tiempo a vendello, ya me está sombrando, ya me está gediendo.

Embargal esi sacho de pico, y esas jocis clavás en el techo, y esa segureja y esi cacho e liendro...

¡Jerramientas, que no quedi una!. ¿Yo pa qué las quiero?. Si tuviá que ganalo pa ella, ¡cualisquiá me quitaba a mí eso!...

Pero ya no quió vel esi sacho, ni esas jocis clavás en el techo, ni esa segureja ni esi cacho e liendro...

¡Pero a vel, señol jues: cuidiaito si alguno de esos es osao de tocali a esa cama ondi ella s'a muerto:

la camita ondi yo la he querío cuando dambos estábamos güenos;

la camita ondi yo la he cuidiao, la camita ondi estuvo su cuerpo cuatro mesis vivo y una nochi muerto!...

¡Señol jues: que nenguno sea osao de tocali a esa cama ni un pelo, porque aquí lo jinco delantí usté mesmo!.

Lleváisoslo todu, todu, menos eso, que esas mantas tienin suól de su cuerpo ... ¡y me güelin, me güelin a ella cá vés que las güelo!..."

José María Gabriel y Galán
El embargo