"A la larga, darnos de comer en la boca sólo sirve para enseñarnos la forma de la cuchara."

E. M. Forster 


"A muchos de la vieja generación les fue leído en voz alta cuando eran niños; se entrelaza con felices recuerdos sentimentales, con vacaciones o residencia en Escocia. Lo quieren realmente por la misma razón por la que quise y sigo queriendo The Swiss Family Robinson. Podría hablarles ahora de ella y sería una conferencia apasionada debido a las emociones sentidas en la niñez. Cuando mi inteligencia decaiga enteramente no me ocuparé más de la gran literatura. Volveré a la costa romántica donde el barco chocó produciendo una terrible conmoción, arrojando a cuatro semidioses llamados Fritz, Ernest, Jack y el pequeño Franz, junto con su padre, su madre y un almohadón que contenía todos los artefactos necesarios para residir unos diez años en el trópico."

E. M. Forster
Aspectos de la novela


"¿Cómo voy a saber lo que pienso hasta no ver lo que digo?"

E. M. Forster 
Quimera, nº 88



“Descendiendo del cielo a la tierra, donde siempre hay sombras porque hay colinas.”

E. M. Forster 


“Desconfía de todas las empresas que requieren vestidos nuevos.”

Edward Morgan Forster 


“Disculpe mis errores, dese cuenta de mis limitaciones. La vida no es fácil tal como la conocemos en la tierra.”

Edward Morgan Forster


"El viajero que ha ido a Italia a estudiar los valores táctiles de Giotto, o la corrupción de Papacy, podría regresar recordando solamente el azul del firmamento y los hombres y mujeres que viven bajo su cielo.
(…)
Sucedía que Lucy, quien encontraba la vida diaria caótica, entraba en un mundo más estable cuando abría el piano. En ese momento no era respetuosa y condescendiente; no era una rebelde o una esclava. El reino de la música no es un reino de este mundo; acepta a aquellos que han sido despreciados igualmente por la enseñanza, el intelecto y la cultura. La persona común comienza a tocar, y se arroja en lo material sin esfuerzo, mientras nosotros observamos, maravillados como ellos huyen de nosotros, y pensamos como podríamos idolatrarlos y amarlos, podrían ellos descifrar sus visiones en palabras humanas, y sus experiencias en acciones humanas.
(...)
La vida escribió un amigo mio, es una ejecución pública del violín, en la que aprendes a tocar el instrumento mientras interpretas."

E. M. Forster
Una habitación con vistas


“Es un error creer que siempre van a existir los libros. La raza humana no los ha necesitado durante millares de años; puede decidir hacer otra vez lo mismo.”

Edward Morgan Forster 



“Esa es la razón de que la India esté en una situación tan crítica: que siempre lo dejamos todo para más adelante.”

Edward Morgan Forster



“Ha visto que el reino de este mundo está lleno de poder, belleza, guerra, una radiante corteza que se levanta rodeando fuegos centrales, entretejidos con los cielos que han descendido. Los hombres, declarando que los inspira, actúan llenos de gozo en la superficie terrestre, teniendo los más agradables torneos con otros hombres, felices, no porque son varoniles sino porque están vivos.”

Edward Morgan Forster



"Hay una cantidad de bondad como hay una cantidad de luz -continuó en tonos mesurados-. Provocamos sombra allí donde estamos y no es adecuado trasladarse de un lugar a otro para salvar cosas, porque la sombra siempre nos sigue".

Edward Morgan Forster
"Una habitación con vistas"


“La armadura de falsedad se desenvuelve sutilmente en la oscuridad y encubre a un hombre no sólo al resto de los hombres sino también a su propia alma.”

Edward Morgan Forster



“La belleza debe parecerlo; es la emoción que mejor le sienta a su semblante. Botticelli lo sabía cuando la pintó surgiendo de las olas entre los vientos y las flores. La belleza, que no parece sorprendida, que acepta su condición como algo que se le debe, nos recuerda demasiado a una prima donna.”

Edward Morgan Forster



“La muerte destruye al hombre: la idea de la muerte lo salva.”

Edward Morgan Forster



“La prueba final de una novela será el cariño que nos inspire; la misma prueba que hacemos a nuestros amigos y a todas esas otras cosas que no podemos definir.”

Edward Morgan Forster


“La música que nunca vence, que nunca mengua, sino que ondea hacia la eternidad como los mares límpidos del país de las hadas.”

Edward Morgan Forster



“La vida —escribió un amigo mío— es un recital público de violín en el cual uno va aprendiendo a tocar el instrumento mientras va interpretando.”

Edward Morgan Forster



"La vida nunca nos depara lo que queremos en el momento apropiado. Las aventuras ocurren, pero no puntualmente."

Edward Morgan Forster



“Las aventuras llegan, pero no puntualmente.”

Edward Morgan Forster



“Los libros largos, cuando se leen, son normalmente sobrevalorados, porque el lector quiere convencer a los demás y a sí mismo de que no ha perdido el tiempo.”

Edward Morgan Forster



"Los muy pobres son algo impensable y sólo nos podemos acercar con el estadístico y el poeta."

Edward Morgan Forster


"Margaret saludó a su prometido con peculiar ternura aquella mañana. Aunque ya era un hombre maduro, ella le ayudaría a construir el arco iris, el puente que une en nuestro interior la prosa con la pasión. Sin ese puente somos fragmentos sin sentido, mitad monos, mitad bestias, piezas inconexas que no logran formar un hombre. Con el puente, nace el amor, brilla en su cenit, luminoso frente al gris, austero frente al fuego. Feliz el hombre que ve bajo los dos aspectos la belleza de estas alas desplegadas. Los caminos de su alma están libres y él y sus amigos encontrarán la ruta fácil.
La ruta era difícil por los caminos del alma de míster Wilcox. Desde la infancia los había despreciado. «No soy hombre que se preocupe de su interior». Por fuera había sido alegre, honrado y valiente, pero en su interior todo era caos, un caos gobernado, si es que existía gobierno alguno, por su ascetismo incompleto. Tanto cuando era muchacho como cuando era marido o viudo, había alimentado la tortuosa creencia de que la pasión corporal es mala, una creencia que solo es útil cuando se mantiene apasionadamente. La religión le había confirmado en su certidumbre. Las palabras que el domingo le leían en voz alta a él y a otros hombres respetables eran las palabras que en su día habían encendido las almas de Santa Catalina y de San Francisco en el odio a todo lo carnal. Míster Wilcox no era un santo, no era capaz de amar lo infinito con amor seráfico, pero sí lo era de avergonzarse de amar a su mujer. «Amabat, amare timebat». Y ahí era donde Margaret confiaba en ayudarle.
No parecía difícil. No era necesario agobiarle con la entrega de sí misma. Se limitaría a señalarle la salvación, cuya raíz se hallaba latente en su propia alma, en el alma de todos los hombres. ¡Solo construir No parecía difícil. No era necesario agobiarle con la entrega de sí misma. Se limitaría a señalarle la salvación, cuya raíz se hallaba latente en su propia alma, en el alma de todos los hombres. ¡Solo construir el puente! Ese era todo el sermón. Solo construir un puente entre la prosa y la pasión y ambas resurgirían y el amor humano brillaría en su cima. No más vida fragmentaria. Solo construir el puente y la bestia y el mono, alejados del aislamiento que les da vida, morirían.
El mensaje no era difícil de dar. No era preciso que revistiera la forma de una buena «charla». Por medio de leves indicaciones se construiría el puente y sus vidas se cubrirían de belleza.
Pero fracasó. Porque había una cualidad en Henry que siempre la pillaba desprevenida por mucho que intentara tenerla presente: la necedad. No entendía las cosas, y contra eso no había nada que hacer. Nunca se enteró de que Helen y Frieda le eran hostiles, ni de que a Tibby no le interesaban las plantaciones de uvas pasas; nunca vislumbró las luces y sombras que existen en la más neutra de las conversaciones, los postes indicadores, los mojones, las colisiones, los espacios ilimitados. Una vez —en otra ocasión— Margaret le reprendió por ello. Él se quedó desconcertado, pero replicó con una carcajada: «Mi lema es: concentración. No tengo la menor intención de desperdiciar mis energías en estas cosas». «No se trata de desperdiciar energías —protestó Margaret—, sino de ampliar el campo en el que puedas emplearlas». Y él contestó: «Eres una mujercita muy lista, pero mi lema es: concentración». Y aquella mañana se concentró más de lo normal en la venganza.
Se encontraron en los rododendros de la noche anterior. A la luz del día los arbustos eran insignificantes y el sendero brillaba al sol matutino. Margaret estaba con Helen, que permanecía agoreramente tranquila desde que el asunto quedó decidido."

E. M. Forster
Regreso a Howards End


“No es posible amar e irse. Deseará que así sea. Puede transmutar el amor, ignorarlo, confundirlo, pero nunca podrá apartarlo completamente de sí misma. Sé por experiencia que los poetas tienen razón: el amor es eterno.”

Edward Morgan Forster



“No me pueden echar de mi trabajo, porque mi trabajo es la educación. Creo en enseñar a la gente a ser individuos singulares y a entender a otras personas, también distintas.”

Edward Morgan Forster



“Pero de verdad te amo, seguramente de una manera mejor que la suya —y se quedó pensativo—. Sí, realmente de una manera mejor.”

Edward Morgan Foster



“Pero una persona no habla con plena sinceridad consigo mismo (ni siquiera consigo mismo); la felicidad o el sufrimiento que secretamente siente proceden de causas que no puede explicar del todo, pues tan pronto como las eleva al plano de lo explicable pierden su cualidad original.”

Edward Morgan Forster


“Retengamos la idea de lucha: toda acción es una batalla; la única felicidad es la paz.”

Edward Morgan Foster


"Rickie disfrutó con su paseo. Gadford era un pueblo encantador, y durante algún tiempo se detuvo en el puente junto al molino. La corriente era tan transparente que no parecía agua, sino una invisible quintaesencia en la que vibraban las plantas y los veloces pececillos. Volvió a detenerse en el cruce romano y pensó por un momento en el desconocido niño arrollado por el tren. Las vías hacían una curva muy brusca: no cabía duda de que era un sitio peligroso. Después alzó los ojos hacia la altura. La fortificación parecía marcar el borde de un platillo, y sobre la estrecha línea asomaba la copa del árbol que crecía en el centro. Debía de ser interesante. Apresuró el paso con el viento a la espalda.
Los Rings eran más curiosos que impresionantes. Los parapetos no tenían más de doce pies de altura y la hierba carecía del exquisito color verde de Old Sarum; era más bien gris e hirsuta. Pero la naturaleza (si es que la naturaleza dispone las cosas) había dispuesto que desde ellos se dominara por lo menos una hermosa vista. Toda la geografía de la zona quedaba desplegada ante Rickie, y pudo hacerse una idea mucho más clara de la conseguida con su laborioso paseo a caballo. Vio cómo toda el agua convergía hacia Salisbury; cómo Salisbury yacía en una cuenca poco profunda, justo en donde se modifica la estructura del suelo. En dirección al norte vio la llanura y la corriente del Cad descendiendo desde allí, con un afluente que surgía de la nada, como suelen hacerlo las corrientes sobre lechos de greda: un pueblo se apretujaba alrededor de su nacimiento, cubriéndolo de árboles. Vio Old Sarum, el principio del valle de Avon y los campos por encima de Stonehenge. Por detrás contempló el gran bosque que se iniciaba muy discretamente, como si también la altura necesitara un afeitado; por su interior se deslizaba la carretera hacia Londres, manchando los arbustos de polvo blanco. La greda hacía que el polvo fuera blanco y el agua clara; era la causa de los nítidos perfiles redondeados del paisaje y favorecía también la hierba y los distantes bosquecillos. Rickie contemplaba el corazón de la isla que es Inglaterra: los Chilters, los North Downs y los South Downs se inician allí. Las fibras de Inglaterra se unen en Wiltshire, y si los ingleses se decidieran a rendir culto a su país, allí deberían levantar su santuario nacional.
Los ingleses de entonces trataban de pensar en términos imperiales. Rickie se preguntaba cómo conseguían hacerlo, porque él era incapaz de interesarse por un lugar más espacioso que Inglaterra. Otras personas hablaban de Italia, la patria espiritual de muchos más pueblos. Quizá Italia resultaría maravillosa. Pero de momento la concebía como algo exótico, que había que admirar y reverenciar, pero no algo que pudiera amarse como aquellos campos tan humildes. Sacó un libro —era algo natural en él leer y leer en voz alta cuando se sentía feliz—, y durante algún tiempo su voz quebró el silencio de aquella gloriosa tarde. El libro contenía los poemas de Shelley y se abrió por un pasaje que le había entusiasmado dos años antes y que había marcado como «muy bueno».

Nunca he pertenecido a la gran masa
de los que piensan que cada uno debiera escoger
en el mundo, una amante o un amigo,
y todo lo demás, aunque bello y prudente, abandonar
a la más fría indiferencia; aunque sé que es el código
de la moral moderna, y la senda trillada
que recorren con paso cansino esos pobres esclavos
que avanzan hacia su morada entre los muertos
por la amplia senda del mundo; y de esa manera
con un triste amigo —quizás un enemigo envidioso—
cumplen el más largo y aburrido de los viajes.

«Muy bueno»: excelente poesía y, hasta cierto punto, era verdad lo que decía. Sin embargo, le sorprendió haberlo seleccionado con tanta vehemencia. Aquella tarde le parecía un poco inhumano. A media milla de distancia unos novios estaban juntos en donde todos los habitantes del pueblo podían verlos. Nada más les interesaba; cada uno sentía sólo la presión del otro cuerpo, y así avanzaban, silenciosos y ajenos a todo, atravesando los campos. Le pareció que estaban más cerca de la verdad que Shelley. Incluso aunque sufrieran o se pelearan, seguirían estando más cerca de la verdad. Quizá eran Henry Adams y Jessica Thompson, los dos de esta parroquia, cuyas amonestaciones habían sido leídas por segunda vez aquella mañana en la iglesia. ¿Por qué no podía él casarse con quince chelines a la semana? Los contempló con respeto y deseó no ser un caballero, abrumado por innúmeras restricciones sociales.
Acto seguido vio algo menos agradable: el carricoche de su tía. Había cruzado la vía del tren y avanzaba por la calzada romana a lo largo de los montones de paja. Su primer impulso fue alejarse, pero alguien le saludó. Era Agnes. Agitaba el brazo continuamente como diciendo «Espéranos». La misma Mrs. Failing alzó el látigo de manera desganada. Stephen Wonham les seguía a pie a cierta distancia. Rickie guardó el libro en el bolsillo y esperó. Cuando el coche se detuvo junto a unas vallas bajó del parapeto y las ayudó a apearse. Se sentía bastante nervioso."

E. M. Forster
El viaje más largo


“Si bien las personas son importantes, no sucede lo mismo con sus relaciones, y que, de manera más concreta, se hacían demasiadas alharacas en relación con el matrimonio; a pesar de siglos de abrazos carnales, el hombre no estaba más cerca que antes de entender a sus semejantes.”

Edward Morgan Forster


"Simplemente. conecta."

Edward Morgan Forster


“Todo el mundo nace, pero nadie recuerda cómo. La muerte sobreviene como el nacimiento, pero tampoco sabemos de qué modo. Nuestra experiencia última, al igual que la primera, es conjetural. Nos movemos entre dos oscuridades.”

Edward Morgan Forster