"El amor es la adaptación más completa de una vida a otra. Es la sociabilidad determinada por el conjunto de todas las aptitudes humanas: inteligencia, belleza y sensualismo."

Felipe Trigo



“El mundo es una paradoja; o mejor decir, una contradicción incomprensible…”

Felipe Trigo
El domador de demonios, 1917




"El pueblo no podía ser más desdichado, especie de dantesco islote, de sarcástica zahúrda en mitad de la hermosura de los campos, con la barbarie tosca de una degeneración de siglos que había retornado a lo bestial."

Felipe Trigo
El médico rural



"Fue detestable el efecto en su impaciencia trémula de amante. ¡Inútil todo! Amparo no podía ser más que la confiada niña que se le entregaba entera, sin malicias, apasionada y absorta cuando estaba cerca de él, y distraída por las fútiles naderías que también absorben a los niños lejos de su madre y descansando en su cariño como sobre su derecho. Y sin el de enfadarse él siquiera por tanta ingenuidad con que le confesaba que por mirar trajes faltó a la dulce obligación de escribirle, pero resignado a no violentarla en lo sucesivo y aceptarla cual no podía dejar de ser, casi como a una hija más grande que aquellos dos que tenía a su lado, al día siguiente la envió otra carta asegurándola que aumentaban los trabajos y que ya no le sería fácil consagrar las tardes a su recuerdo ni enviarle al mestizo tan frecuentemente; por lo cual tornaba su correspondencia a depender del azar, de las gentes que bajaban y subían del pueblo. Acarició todavía la esperanza de que en esta disculpa trasluciese su pesar Amparo, y que le desarmase de él ganando el perdón con súplicas y ardorosas protestas; pero no; la última misiva que trajo el correo especial consistió en una conformidad inocente en que todo era creído y en que se adivinaba más contrariedad por dejar de recibir a menudo las cartas de Luciano, que por verse libre de la tarea forzada de escribir ella lindezas compitiendo con las del… artista. Pues ignoraba Amparo, en aquella santa ignorancia de tantas cosas, que sus frases le habían parecido hermosísimas al literato, porque no hay literatura capaz de superar a la de la mujer amada. Aquella noche descolgó el joven el retrato de Flora y estuvo mirándola mucho tiempo. Se volvía a ella su alma y sus ojos evaporaron una lágrima de remordimiento. Extendió delante de él los recuerdos que tenía, y se puso a escribir una de sus crónicas para Madrid, rodeado de sus queridas cosas: sus horquillas, el alfiler hecho de la monedita de oro, el madroño de su fichu, los pañolillos perfumados, el sedoso y ondulado rizo de su pelo…; interrumpiéndose para leer sus cartas en los elegantes pliegos violeta… para leerlas por primera vez desde la separación, pues había respetado el paquete sin tocarlas, por miedo a revivir sus penas—antes dispuesto a olvidar lo más posible, como acababa de intentarlo."

Felipe Trigo
Las ingenua



"Se sonrieron. Habló "el sobrino" inmediatamente de viajes, de alta vida, de... París. Los restaurants elegantes (Maxim's: diez francos un melocotón), los célebres modistos y almacenes, los boulevards, los teatros... Ernesta, a toda rapidez, oyéndole, perdía la emoción de su alarma con el que fue casi su novio en otras muy dulces y amplias emociones ante este gentilísimo pariente, que a plenas tranquilidad y confianza familiares le iba evocando las mundanas elegancias principescas, los grandes hoteles, los grandes expresos, lanzados como tormentas del lujo por Europa. ¡Sí, sí, de tú!... Se obstinaba él en no pasarla los usted a que la impelía la falta de costumbre, y ella obedeció y dominó pronto la violencia. Una cosa que la iba llamando la atención (inversamente parecida a la física mudanza notada por Octavio, y a influjos de ella, en Orencia y Dulce y las otras muchachas de La Joya) era la especie de espiritual aplomo y de sutil audacia a que parecían resueltamente trocadas en el "viajero de París" sus respetos excesivos de otro tiempo. ¡Ah, sí, aplomo, audacia bien sutil!..., tanto que Ernesta, invitada a su vez por la suave y como principesca cortesía, de tiempo en tiempo se advertía ella propia más que demás deslizada en los temas escabrosos, y... tenía que refrenarse. ¡París, bah!... ¡El efluvio, un poco fuerte, de París!... ¡El desnudo y la bella libertad en los museos, en los cabarets montmartreuses, en las divinas mujeres que en Luna Park montaban a horcajadas los camellos o se echaban a rodar por las rampas giratorias!... Y ella aprobaba todo esto en nombre del arte y de la franqueza noble de la vida, razonándolo, dando su opinión; y fue peor todavía, al fin, cuando púdica, pero hábil también, para que no la creyese una zafiota e hipócrita española el "parisiense", el hombre nuevo, que jamás la sostuvo una conversación así cuando andaba cortejándola, ella pasó de los desnudos a la ropa... Sin querer, pronto asimismo, a propósito de si las
necias de La Joya llevaban todos sus faustos por fuera, por fuera únicamente, la condesa de la Cruz, hablando de encajes, de batistas, de sus encargos de ropa interior al Louvre, por dos, por tres veces, se encontró, ¡diablo!.... describiéndole al "sobrino" sus ligas, sus corsés, sus camisas más o menos escotadas."

Felipe Trigo
Jarrapellejos


"Subimos al coche. Mi asombro es aún mayor que el de Amelia. Yo pensaba que Mario le jugaba una audaz comedia de cinismo.
Nos dirigimos á la Castellana. Pasamos la tarde hablando de esta rarísima mujer de Mario.
Yo la conozco. Es guapa y buena. No piensa más que en querer á su marido y en cuidar de sus hijos y su casa. Cené con ellos una noche, y la vi ponderar el talento de Mario, la arrogancia de Mario, las condiciones todas de Mario, «bondadosas, tan tierno y cariñoso para ella»...
Me asombro, pues, escuchándole al marido que «ha llegado con ella á una franqueza, á una fraternidad, encantadora..., sin perder por eso, ni lo más mínimo, su cariño... su pasión»...
-Sí, sí, mi pasión... ó mi amor, si quieres tú con arreglo á tus teorías -me dice.- Claro es que yo no le cuento mis líos de por ahí, jamás, antes de tiempo..., es decir, mientras me importa conservarlos, porque me distraen, porque me dan la variedad y la «multiforme amenidad de la indecencia», y porque, sobre todo, me aumentan el contraste de la belleza insuperable y de gran pasión con mi mujer. Ella lo sabe... lo sabe... Sabe que no hay brazos que me den la delicia de sus brazos, y sabe que, por mi carácter, y por mis viejos hábitos también (puesto que como tal novio con ruidosa fama de galante se enamoró de mí), yo no podría prescindir de... «compararla» con cualquier otra mujer de cuando en cuando. Es ó fue mi habilidad, querido; haberla «acostumbrado» poco á poco. No hay una sola historia mía («historia», porque tú sabes también que soy formal en lo informal, es decir, que odio á las cocotas) que no conozca en todos sus detalles. Si la sospecha, se la cuento. Si no la sospecha, también..., pero más tarde, y con motivo del enojo suyo consiguiente á... estar sospechando otra historia. Entonces van las dos, ó las que tengamos atrasadas. Y es delicioso, Aurelio...: enfado de unas horas, llanto, quejas... cena reunidos, al fin, y noche de ansiosa y plena reconciliación, por parte de ella. ¡Qué buena es! ¡Cuánto me quiere y la quiero!"

Felipe Trigo
Mi media naranja