“El arte es un artículo de primera necesidad, como el pan, el vino o un buen abrigo. Si el estómago del hombre gruñe por no recibir alimento, su espíritu siente cada vez más hambre de arte.”

Irving Stone


"La plaza estaba cubierta por toldos de seda azul bordados con lirios dorados, como representando el cielo. Cada gremio había armado su propia nube, en cuya cima estaba su santo patrón sobre una estructura de madera cubierta por una espesa capa de lana y rodeada de luces, y querubines y estrellas. En planos inferiores había niños vestidos de ángeles. A la cabeza de la procesión iba la cruz de Santa María del Fiore, y tras ella, grupos de cantantes y esquiladores, zapateros, bandas de niños vestidos de blanco, gigantes sobre zancos y cubiertos con fantásticas caretas. A continuación iban veintidós torres montadas sobre carros con actores que formaban cuadros vivos de la Biblia. La Torre de San Miguel representaba la Batalla de los Ángeles, en la que Lucifer era arrojado del cielo; la Torre de Adán presentaba a Dios en la creación de Adán y Eva, junto a quienes aparecía la serpiente; la Torre de Moisés hacía aparecer con las Tablas de la Ley. A Miguel Ángel aquel desfile de cuadros vivos le pareció interminable. Nunca le habían gustado aquellas escenas bíblicas, y quería irse. Granacci insistió en que se quedasen hasta el final. Cuando comenzaba la misa mayor en el Duomo, un boloñés fue sorprendido mientras robaba a uno de los fieles. La multitud en la iglesia y la plaza se convirtió en una furiosa turba que aullaba: «¡A la horca! ¡Ahorquémoslo!». Y en efecto, el ladrón fue colgado inmediatamente de una ventana de la sede del capitán de la guardia. Más tarde, un viento huracanado y una tormenta de granizo sacudieron la ciudad y destruyeron las pintorescas tiendas; la pista de carreras para el palio quedó convertida en una ciénaga.
—¡Esta tormenta se ha desatado por culpa de ese maldito boloñés, que se dedicó a robar en el Duomo un día santo!—exclamó Cieco.
—No, no; ¡es todo lo contrario! —Protestó Bugiardini—. Dios ha enviado la tormenta como castigo porque hemos ahorcado a un hombre en un día santo.
Se volvieron hacia Miguel Ángel, que estaba absorto en el estudio de las esculturas de oro puro, originales de Ghiberti, de la maravillosa segunda serie de puertas.
—¿Qué opino? —preguntó Miguel Ángel—. ¡Creo que éstas son las puertas del Paraíso!
En el taller de Ghirlandaio el Nacimiento de San Juan estaba ya terminado para ser transferido al muro de Santa María Novella. Aunque llegó temprano a la bottega, Miguel Ángel vio que era el último. Se sorprendió ante la excitación que reinaba allí. Todos corrían de un lado a otro, mientras reunían cartones, rollos de bosquejos, pinceles, tarros y frascos de pinturas, baldes, bolsas de arena y cal. Los materiales se cargaron en un pequeño carro que arrastraba un burro. Y todo el taller, con Ghirlandaio a la cabeza como un general al frente de su ejército, partió para su destino. Miguel Ángel, como el más novel de los aprendices, llevaba las riendas del burro. Atravesaron la Via del Sole hasta la Señal del Sol, lo que significaba que entraban ya en la parroquia de Santa María Novella. Miguel Ángel condujo el carro hacia la derecha y entró en la Piaza di Santa María Novella. Detuvo el vehículo. Frente a él se alzaba la iglesia, que estuvo incompleta desde 1348 hasta que Giovanni Rucellai, a quien Miguel Ángel consideraba tío suyo, tuvo la excelente idea de elegir a León Batista Alberti para diseñar la fachada que ahora tenía, en magnífico mármol blanco y negro. El muchacho sintió una gran emoción al pensar en la familia Rucellai, más aún porque en su casa no se permitía a nadie que mencionase aquel nombre. Aunque jamás había estado dentro del palacio de los Rucellai, en la Via della Vigna Nuova, cada vez que pasaba ante él se detenía para contemplar los espaciosos jardines, con sus antiguas esculturas griegas y romanas, y estudiar la arquitectura de Alberti autor de la fachada. Traspasó las puertas de bronce con un rollo de bosquejos bajo el brazo y se detuvo para aspirar el aire fresco, aromatizado de incienso. La iglesia, de estilo egipcio, se erigía ante él con sus más de noventa metros de longitud. Sus tres arcadas ojivales y las hileras de majestuosos pilares iban decreciendo gradualmente en la distancia, conforme se acercaban al altar mayor tras el cual la bottega de Ghirlandaio había estado trabajando durante tres años. Sus muros laterales estaban cubiertos de brillantes frescos murales. Justo encima de la cabeza de Miguel Ángel estaba el crucifijo de madera de Giotto."

Irving Stone
El tormento y el éxtasis


"Mientras fumaban, Theo observaba a su hermano, y toda su infancia en el Brabante vino a su memoria. Para él, Vincent siempre había sido la persona más importante en el mundo. Aún más importante que su madre y su padre. Él le había hecho su infancia feliz, agradable. Se había olvidado de ello durante ese último año en París, pero nunca más lo olvidaría. La vida sin Vincent le parecía incompleta. Sentía como si el formase parte de su hermano y que su hermano formase parte de él. Juntos, siempre habían comprendido el mundo, habían encontrado la razón de ser de la vida, dándole su justo valor. Sólo, le parecía que no valía la pena trabajar ni triunfar. Necesitaba de Vincent para hacer su vida completa, y Vincent le necesitaba a él, pues en realidad no era más que una criatura. Debía sacarlo de este inmundo agujero y hacerle comprender que había estado perdiendo el tiempo.
—Vincent —le dijo— dentro de uno o dos días, cuando hayas recuperado tus fuerzas, te llevaré a casa, a Etten.
Antes de contestar, Vincent echó varias bocanadas de humo en silencio. No sabía cómo explicarse, pero sin embargo tendría que hacer comprender a su hermano muchas cosas.
—¿Para qué volvería yo a casa? —Dijo por fin—. Allí me consideran como a un ser imposible... Creo que lo más razonable es quedarme alejado de ellos, como si no existiese. Soy un hombre arrebatado, capaz de actuar bajo el primer impulso en lugar de esperar pacientemente. ¿Querrá eso decir que soy un hombre peligroso, incapaz de hacer nada en la vida? Yo no lo creo. Pero es necesario conseguir que mis impulsos sean buenos. Por ejemplo, tengo una pasión irresistible por los cuadros y los libros, y necesito instruirme continuamente, lo necesito tanto como el pan que como. Creo que tú comprenderás eso.
—Sí, lo comprendo. Pero leer libros y admirar dibujos a tu edad es solo una diversión, y no tiene nada que ver con el objeto principal de la vida de un hombre. Hace casi cinco años que has estado de un lado para otro, sin trabajar, sin hacer otra cosa que dañarte a ti mismo.
—Es cierto que la mayoría de ese tiempo no he sabido ganarme el pan; es cierto que he perdido la confianza de muchos, y que mi futuro se presenta sombrío. Pero eso, ¿es necesariamente haberme dañado a mí mismo? Debo continuar en el camino que he tomado, Theo. Si no estudio, si no continúo buscando... ¡estoy perdido!"

Irving Stone
Anhelo de vivir