"Cuando el dolor excede las fuerzas, instintivamente el hombre busca en la duda un atenuante momentáneo del sufrimiento insoportable; piensa: «Quizá esté confundido; quizá mi desgracia no es tal cual parece; quizá todo este dolor es irrazonable». Y, para prolongar la tregua, el espíritu perplejo intenta buscar una noción más exacta de la realidad. Pero a mí la duda no se me presentó, ni siquiera durante un instante; no tuve ni un segundo de incertidumbre. Aunque es imposible explicar el fenómeno que se desarrolló en mi conciencia extraordinariamente lúcida. Parecía que por un secreto y espontáneo proceso, consumado en una esfera interior oscura, todos los inadvertidos indicios relativos a la tremenda cuestión se hubieran coordinado entre ellos formando una noción lógica, completa, coherente, definitiva, irrefutable; la cual se manifestaba ahora y de repente alzándose en mi conciencia con la rapidez de un objeto que, sin estar aún desterrado al fondo por ataduras desconocidas, emergió hasta la superficie del agua flotando y permaneciendo insumergible. Todas las pruebas, todos los indicios, estaban allí, ordenados. No debía esforzarme para encontrarlos, para distinguirlos, para reunirlos. Hechos insignificantes, lejanos, se iluminaban con la nueva luz; retazos de vida recientes tomaban una nueva dimensión. Y la aversión insólita de Giuliana por las flores, por los olores, su singular turbación, sus mal disimuladas náuseas, su súbita palidez, aquella especie de nube constante entre ceja y ceja, aquel inmenso cansancio en ciertas actitudes; y las páginas marcadas con la uña en el libro ruso, el reproche del anciano al conde Besoukhow, la pregunta extrema de la pequeña princesa Lisa, y aquel gesto con el que me había arrebatado el libro de las manos; y las escenas de Villalilla, las lágrimas, los sollozos, las frases ambiguas, las sonrisas sibilinas, los casi lúgubres ardores, la volubilidad casi demencial, las evocaciones a la muerte, todos los indicios se agrupaban en torno a las palabras de mi madre grabadas en lo más profundo de mi alma."

Gabriele D'Annunzio
El inocente


"El corazón es el compañero más fuerte."

Gabriele D'Annunzio


"Hacer deporte es una fatiga sin fatiga."

Gabriele D’Annunzio


"La vida es una sonrisa; el amor es un rayo fecundo."

Gabriele D'Annunzio


"Llegan a vivirse años enteros junto a un ser humano sin verlo. Mas he ahí que un día levanta uno la mirada y lo ve. En un instante, no sabe por qué ni como, hay algo que se rompe: un dique entre dos aguas. Y dos destinos se mezclan, se confunden y precipitan."

Gabriele D'Annunzio


Mujeres

Han existido mujeres serenas
de ojos claros, infinitas
y silenciosas como esa llanura
que atraviesa un río de agua pura.
Han existido mujeres con visos de oro,
rivales del estío y del fuego,
semejantes a trigales lascivos
que no hieren la hoz con sus dientes
pero arden por dentro con fuego sideral
ante el cielo despojado.
Han existido mujeres tan leves
que una sola palabra, una sola,
las convirtió en esclavas.
Y existieron otras,
de manos rojizas,
que al tocar una frente suavemente
disiparon ideas terribles.
Y otras cuyas manos exangües
y elásticas, con giros lentos
aparentaban insinuarse creando
una urdimbre rara y fina
en que las venas simulaban
hilos de vibración ultramarina.
Mujeres pálidas, marchitas,
devastadas, ardidas en el fuego amoroso
hasta lo más profundo de sí mismas,
consumido el rostro ardiente,
con la nariz agitada por el impulso
de inquietas aletas,
con los labios abiertos
como yendo hacia las palabras pronunciadas,
con los párpados lívidos
como las corolas de las violetas.
Y todavía han existido otras y,
maravillosamente, yo las he conocido.

Gabriele D'Annunzio


“Pero el alma humana sólo vive, de su incesante esfuerzo, por marcarse en todo, como sello imperial.”

Gabriele D'Annunzio



“¿Quién ha dicho que la vida es un sueño? La vida es un juego.”

Gabriele D'Annunzio



“Renunciar a mi pasión es como desgarrar con mis uñas una parte viva de mi corazón.”

Gabriele D'Annunzio



"Todo hombre alimenta un secreto sueño, que no es la bondad, ni el amor, sino un desenfrenado deseo de placer y de egoísmo."

Gabriele D'Annunzio


"Un nuevo clamor, más fuerte y más largo, se elevó entre las dos tutelares columnas de granito, mientras la nave real se aproximaba a la Piazzeta populosa. La multitud negra y densa ondulaba, los huecos de los pórticos ducales se llenaban de un confuso rumor, semejante al zumbido ilusorio que anima las volutas de las conchas marinas. Después, de repente, ascendía de nuevo por el aire brillante el clamor, se quebraba arriba en la ligera foresta marmórea, superaba las frentes de altas estatuas, llegaba a los pináculos y a las cruces, se perdía en la lontananza crepuscular. Imperturbable, sobre la agitación inferior, en la nueva pausa, continuaba la armonía de las arquitecturas sacras y profanas, sobre la cual corrían, como una melodía ágil, las modulaciones jónicas de la Biblioteca, alzábase como un grito místico el vértice de la torre descubierta. Y aquella música silenciosa de las líneas inmóviles, era tan potente, que creaba el fantasma casi visible de una vida más bella y más rica, superponiéndolo al espectáculo de la muchedumbre inquieta. Sentía ésta la divinidad de la hora, y en su clamor hacia aquella forma nueva de realeza que abordaba antigua ribera, hacia aquella hermosa reina blonda, iluminada por una sonrisa inextinguible, exhalaba quizás la oscura aspiración a trascender la angustia de la vida vulgar, y a recoger los dones, por la eterna poesía esparcidos sobre las piedras y sobre las aguas. El alma ondulosa y fuerte de los padres, aclamando a los que volvían triunfantes del Mar, se despertaba confusamente en los hombres, oprimidos por el tedio y el trabajo de largos días mediocres, y recordaba el aura movida por los grandes estandartes de batalla al replegarse, como las alas de la victoria después del vuelo, o su grito de injuria implacable, a las flotas fugitivas."

Gabriele D'Annunzio
El fuego


Un sueño

Estaba muerta, sin calor.
La herida era visible apenas en el flanco:
estrecha fuga para tanta vida.
El lienzo fúnebre era tan blanco como el cuerpo.
Jamás el ojo humano verá
más blanco que aquel blanco.
Ardía impetuosa la primavera
en los cristales donde insectos inermes
golpeaban con alas rumorosas.
Huyó el calor de ella.
Yo pregunté: ¿Duermes?
Más cerca, con risa salvaje, repetí:
¿Duermes, duermes? ¿Duermes?
Al recordar que aquel acento
no parecía el mío,
me vuelve hoy el terror.
No escuché ni un murmullo.
Cautivo de la roja arquitectura
se dilataba en el bochorno
un fuerte olor a descubierta sepultura.
El hálito invisible de la muerte
me estaba sofocando en la cerrada habitación.
Le dije nuevamente a la mujer inerte:
¿Duermes, duermes?
Nada, nada.
El lienzo fúnebre eran tan blanco
que nada, ¡nada verá el ojo de un hombre
más blanco que ese blanco!

Gabriele D'Annunzio