"34 Devere Gardens W. Sábado, 12 de enero de 1859: Anoto aquí la historia de fantasmas que el arzobispo de Canterbury me contó en Addington (la noche del jueves 10); un mero boceto, vago, general, impreciso, puesto que no otra cosa le había referido (de modo harto malo e imperfecto) una dama que no poseía el arte de narrar ni claridad alguna. Es la historia de unos niños (de edad y en número indefinidos) que, muertos presumiblemente los padres, quedan al cuidado de sirvientes en una vieja casa de campo. Los sirvientes, malvados y corrompidos, corrompen y depravan a los niños; los niños se vuelven viles, capaces de ejercer el mal en un grado siniestro. Los sirvientes mueren (la historia no dice claramente cómo) y sus apariencias, sus figuras, vuelven para poseer la casa y a los niños, a quienes parecen tentar a quienes invitan y convocan desde más allá de lugares peligrosos, el profundo barranco tras una cerco derruido, etc, de modo que al entregarse a su poder los niños pueden destruirse, perderse. No sé perderán mientras alguien los mantenga alejados; pero estas malignas presencias insisten una y otra vez, intentando hacer presa de ellos. Es cuestión de que los niños "vayan hacia allá". La pintura, la historia, es demasiado oscura e inacabada, pero inspira la realización de un efecto extrañamente horripilante. Ha de contarla-es tolerantemente obvio-un testigo u observador externo."

Henry James
Cuadernos de notas


"A la mañana siguiente, muy temprano, ella se presentó en su habitación. La reconoció por su forma de llamar, pero no tenía ninguna esperanza de que fuese con el dinero; se equivocaba, puesto que ella llevaba cincuenta francos en la mano. Entró en bata y él la recibió con una prenda parecida, en el espacio que quedaba entre la bañera y su cama. A esas alturas ya estaba tolerablemente habituado a las «costumbres extranjeras» de sus anfitriones. La señora Moreen era una persona vehemente y cuando se dejaba llevar por su carácter no se fijaba en lo que hacía; así que se sentó en su cama, ya que las ropas de Pemberton ocupaban las sillas, y, en medio de su preocupación, se olvidó, al echar un vistazo en torno a la estancia, de sentirse avergonzada por haberle alojado en un aposento tan deplorable. Lo que había despertado la furia de la señora Moreen en aquella ocasión era el deseo de convencerle de que, en primer lugar, era muy bondadosa por traerle cincuenta francos y, en segundo lugar, de que, si se paraba un momento a pensarlo, era absurdo esperar que le pagaran. ¿Es que acaso no se sentía bien pagado, dejando al margen el eterno dinero, disfrutando de aquella lujosa y cómoda casa junto a ellos, sin ninguna preocupación, sin ninguna inquietud, sin una sola necesidad? ¿No se sentía seguro en su posición, y no bastaba aquello para un joven como él, completamente desconocido, que tenía tan poco que ofrecer y sí unas pretensiones desorbitadas que no resultaba fácil descubrir en qué se basaban? Y, por encima de todo, ¿no se sentía suficientemente recompensado con la maravillosa relación que había establecido con Morgan —la relación ideal entre un maestro y su discípulo— y con el mero privilegio de conocer y vivir con un niño tan asombrosamente dotado; y cuya compañía (y lo dijo firmemente convencida) no la había mejor en toda Europa? La señora Moreen se dirigía a él como hombre de mundo; le decía: Voyons, mon cher, y «Mi distinguido señor, fíjese en esto», y le instaba a ser razonable, exponiéndole que en realidad aquella era una gran oportunidad que se le brindaba. Hablaba como si, en la medida en que fuera razonable, demostraría ser digno del honor de ser el tutor de su hijo, así como de la extraordinaria confianza que en él habían depositado.
Después de todo, reflexionó Pemberton, se trataba únicamente de una diferencia de criterio y los criterios no importaban mucho. Hasta la fecha, habían optado por la teoría de la remuneración, y a partir de ahora optarían por la del servicio gratuito; ¿pero por qué habían de malgastar tantas palabras para ello? La señora Moreen persistía en su empeño de resultar convincente; sentada allí, con los cincuenta francos en la mano, hablaba y se repetía, como se repiten las mujeres, aburriéndole e irritándole, mientras él permanecía apoyado contra la pared, con las manos en los bolsillos de la bata, juntándolas en torno a las piernas y mirando por encima de la cabeza de su visitante los marcos grises de su ventana."

Henry James
El alumno



"(...) A ti te gusta mucho hacer lo que se te antoja. -Confieso que sí. Pero me gusta saber siempre las cosas que una no debe hacer. - ¿Para hacerlas? -preguntó su tía. -Depende -respondió Isabel."

Henry James



"¿Acaso no recuerda lo que yo mismo le he dicho, que uno debe hacer de su propia vida una obra de arte?"



Henry James



"Amor mío, no sé cómo decirte que la vida se ofrece ahora ante nosotros como una interminable tarde de estío, una de estas tardes de Italia, con esa especie de flotante neblina dorada y las sombras que comienzan a invadirlo todo con la divina delicadeza del aire y del paisaje que tanto he amado toda mi vida, y que ahora tú comienzas a amar igualmente." 



Henry James




"—¿Apareció? ¿De dónde? —¡De donde ellos aparecen! El hecho es que apareció y permaneció allí..., pero no muy cerca."


Henry James

Otra vuelta de tuerca, página 52


"Confíe en mí como si estuviera a mi cargo. ¿Por qué no vamos a ser felices... Cuando la felicidad está aquí ante nosotros y es tan fácil alcanzarla? Yo soy suyo para siempre... Para siempre, por toda la eternidad." 



Henry James



"De nada soy capaz respecto a usted, salvo de estar endemoniadamente enamorado. Y cuanto más fuerte es uno, con más fuerza quiere."


Henry James



"—¡Dios mío, cómo cambia usted! —exclamó mi amiga. —No cambio; sencillamente, expreso lo que pienso."


Henry James

Otra vuelta de tuerca, pág. 79



"El agravio real -tal como ella percibió la cosa- consistió en que ella tenía mente propia."


Henry James



"El amarte me ha hecho mucho más bueno; me ha hecho más sensato y afable, e incluso, no cabe negarlo, más brillante y más fuerte. Antes quería muchas cosas y me disgustaba no poseerlas. Me sentía satisfecho en teoría y, creo habértelo dicho al principio, me enorgullecía de haber sabido limitar mis necesidades. Pero también es verdad que solía ser víctima de accesos de cólera; solían darme ataques morbosos, estériles y denigrantes de hambre, de deseo. Ahora me siento totalmente satisfecho porque no me es posible concebir nada mejor. Es como cuando uno trata de leer a la débil luz del crepúsculo y, de pronto, se encienden las luces. Hasta ahora yo había estado tratando de ver en el libro de la vida sin hallar en él nada que recompensase mis esfuerzos, pero ahora puedo leerlo con la máxima facilidad... Y veo que se trata de una historia maravillosa." 



Henry James



"El buen humor es sin duda una cosa excelente -dijo-, pero tú tienes demasiado y no parece que te haya servido de mucho."


Henry James



“El hombre es la suma de sus fantasías.”

Henry James


"El lugar, con su cielo gris y sus hojas amarillentas, semejaba un teatro después de una representación, con los programas arrugados y tirados por el suelo." 


Henry James





"Ella tenía una manera de considerar la vida que a él le parecía una ofensa personal."

Henry James


"En la ocasión de que ahora hablo, la señora Grose se reunió conmigo, a petición mía, en la terraza, donde gracias al cambio de estación, el sol de la tarde era ahora muy agradable. Nos sentamos juntas mientras, ante nosotras y a cierta distancia, pero al alcance de la voz, los niños corrían de un lado a otro con la magnífica compostura que los caracterizaba. Se movían lentamente, caminando en pareja, por el césped; el niño leía en voz alta un libro de cuentos y llevaba a su hermana cogida por la cintura. La señora Grose los observaba con visible placidez, mas luego capté su ahogado gruñido al volverse hacia mí para que le mostrara el reverso de la medalla. Yo la había convertido en un receptáculo de cosas espeluznantes, pero en su paciencia había un extraño reconocimiento de mi superioridad, mis conocimientos y mi función. Ofrecía su mente a mis revelaciones de la misma manera que, si yo hubiera deseado preparar un brebaje de brujas y se lo hubiera planteado con aplomo, ella habría ido a buscar un caldero limpio. En eso se había convertido su actitud cuando, en mi relato de los acontecimientos de la noche anterior, llegué al momento en que, después de ver a Miles, a una hora tan intempestiva, casi en el mismo lugar en que ahora precisamente se hallaba, salí a buscarlo. Había decidido ir a su encuentro personalmente, con preferencia a cualquier otro recurso, a fin de no despertar a los sirvientes. Tan pronto como aparecí en la terraza, a la luz de la luna, él se dirigió a mí directamente.
Le cogí de la mano sin decir una palabra y lo llevé, a través de espacios oscuros, hasta la escalera, donde Quint lo había buscado con tanta insistencia, a lo largo del pasillo donde yo había escuchado y temblado, hasta llegar a su propia habitación.
Durante el trayecto, ni un sonido había pasado entre nosotros, y yo me preguntaba —¡oh, cómo me lo preguntaba!— si su pequeño cerebro estaría rumiando algo plausible y no demasiado grotesco. Aquel asunto pondría a prueba su inventiva, ciertamente, y yo sentía esa vez, a cuenta de sus dificultades, una extraña sensación de triunfo. Había caído en una especie de trampa y en adelante no podría fingir inocencia con tanto éxito. ¡Santo cielo!, ¿cómo iba a salir de aquello? Al mismo tiempo me pregunté, apasionadamente, cómo iba yo misma a salir de todo. Por fin, me tendría que enfrentar con todos los riesgos inherentes a la terrible situación. Recuerdo que entramos en su pequeño dormitorio, donde la cama estaba completamente sin deshacer y bañada por la luz de la luna; había tal claridad, que no consideré necesario encender una luz. Recuerdo que repentinamente me dejé caer en el borde de la cama, agobiada por la idea de que él debía de saber hasta qué grado me tenía en sus manos. Podría hacer de mí cuanto quisiera, auxiliado por su asombrosa inteligencia, siempre y cuando yo continuara oponiéndome a la vieja tradición de crímenes impuesta por aquellos guardianes de la infancia que dominaban a mis niños a través de la superstición y el miedo. En efecto, me tenía en sus manos, ya que ¿quién iba a absolverme, quién consentiría en que yo saliera sin castigo, si ante la más ligera insinuación, era la primera en introducir en nuestras perfectas relaciones elementos tan horribles? No, no, fue inútil intentar hacérselo entender a la señora Grose, de la misma manera que es imposible expresar aquí lo mucho que, en nuestro breve y severo encuentro en la oscuridad, despertó mi admiración. Por supuesto, me comporté bondadosa y misericordiosamente; nunca, nunca hasta entonces había colocado yo en sus pequeños hombros manos tan tiernas como las que, sentados en la cama y frente al fuego de una chimenea, le puse."

Henry James
La otra vuelta de tuerca



"Era un hombre que defendería sus derechos siempre que eso no le complicara demasiado; pues era también un hombre dado a complicarse, esto es, a dejarse influir en cualquier terreno que no fuera el experimentado inmediatamente por sus propios pies. Al decirle con graciosa alegría: «Quiero resultar amable a todo el mundo y comprendo que debo conseguirlo antes de que se diga la última palabra; es preciso, pues, que me deje un poco de tiempo, se lo ruego»; al decir —no sin arriesgarse, tal fue su impresión— esas palabras, habría sido consciente de una mayor felicidad si no hubiera visto un instante después que la alegría podía ser perfectamente una reacción demasiado sutil para agradar, dada la dificultad de la relación, a la que su primo parecía no poder contribuir más que con una extrema desconfianza hacia cualquier exhibición de «modales», o al menos de esos modales que un aventurero de mucha labia podía haber traído de ultramar. Probablemente estaba formado para no apreciar los modales ni comprenderlos —¡que el diablo lo lleve!—, ya fueran circunspectos o desenvueltos; pues si Ralph, con su espléndida capacidad para subir a la superficie después de profundas inmersiones, podía tomar nota de esto en un tiempo tan breve como se podía imaginar, planeaba sin embargo en la mirada de Perry la viva verdad, moviendo a tirones brazos y piernas como un arlequín accionado por hilos, de que sus modales, según una ley extraordinaria, iban a ser para Ralph un recurso y un arma constantes, aplicables en todo momento a cualquier aspecto del asunto. No sería, por supuesto, siempre igual, ni él quería que lo fuera, puesto que eso implicaría realmente las muecas de la locura; pero la visión era tanto más valiosa cuanto que él sentía extraordinaria e inexplicablemente que debería actuar siempre desde detrás de algo; algo que, cualquiera que fuese su aspecto, no admitiera que Perry lo mirara aviesamente, como si se tratara de una moneda falsa o una carta sacada de la manga.
Digamos claramente, por lo demás, que antes de la conclusión de esta situación se vio afectado por la súbita visión de tener que justificarse de una imputación de hacer trampas, diríamos, en el sentido en que su anteriormente mencionado amor al juego podía exponerle a tal sospecha; para todo el mundo, era como si él estuviera sentado con la casa Midmore, por no hablar de otros compañeros, ante una mesa verde, entre altos y aguerridos candelabros que en un momento dado iluminaran perversamente el intercambio de extrañas miradas entre compañeros de juego a sus expensas. Tan extraña percepción no podía, desde luego, sino proyectar las sombras más tenues: respiración tras respiración e insinuación tras insinuación —pero ¿Quién podía decir de dónde procedían?— se consumían a flor de su sensibilidad, de modo que esas impresiones, como ya hemos visto, se desvanecían sucesivamente sin dejar nada más que la fuerza de un movimiento derivado. En cuanto hubo escuchado a su prometida, por ejemplo, recoger con infinito ardor las palabras de apaciguamiento que él acababa de dirigir a su hermano, le pareció ver ahí un radiante espacio libre y medir el margen por el que los tres juntos, él, ella y su madre, se mostrarían más ingeniosos que la crítica más incisiva."

Henry James
El sentido del pasado



"Es una criatura muy interesante y muy distinta de lo que parece. No ha tenido nunca una oportunidad, pero es muy brillante."


Henry James



"Estuvo allí algún tiempo paseando mientras contemplaba el espléndido fulgor del cielo de poniente y se decía, como en otras muchas ocasiones, que estaba en el país de los atardeceres. Había algo en aquellos radiantes abismos de fuego que le desataba la imaginación; siempre descubría imágenes y promesas en aquel cielo." 



Henry James


“Hay tres cosas importantes en la vida: ser amable, ser amable y ser amable.”

Henry James


"La dominaba una gran ansia de saber, pero prefería a lo impreso cualquiera otra fuente de información directa, y era tal su curiosidad por las cosas de la vida que de todo se admiraba y todo la emocionaba." 


Henry James




"La manera en que un hombre rinde su más alto homenaje a una mujer consiste a menudo en hacerla consagrarse de un modo casi religioso a las sagradas leyes de su comodidad."


Henry James
Otra vuelta de tuerca, página 88


"La verdad que más patente surgía ante sus ojos era la de que su vida había sido muy dichosa, de que ella era una persona verdaderamente afortunada. Había disfrutado lo mejor de todo y, en un mundo en que tantos individuos se desenvuelven en circunstancias nada envidiables, constituía una ventaja el no haber padecido nada desagradable."


Henry James



"La vida es mejor porque en ella existe el amor. La muerte es buena, pero en ella no existe amor."


Henry James


"La vida había echado hondas raíces en ella y, por lo mismo, su goce más intenso consistía en sentir dentro de sí la continuidad entre las agitaciones de su propia alma y las del mundo externo."


Henry James


"Llamo a la gente “rica” cuando son capaces de satisfacer las necesidades de su imaginación."


Henry James

El retrato de una dama


"Lo cogí, sí, y es fácil imaginar con qué pasión; pero al cabo de un minuto comencé a darme cuenta de lo que en realidad tenía entre mis brazos. Estábamos solos, el día era apacible, y su pequeño corazón, desposeído, había dejado de latir."


Henry James



"Los idiomas no son nada. Me refiero al espíritu... Al genio."


Henry James


"No es un hombre importante... Desde luego, no lo es. Al contrario, es una persona a quien la importancia le tiene soberanamente sin cuidado. Si eso es lo qué quieres expresar cuando dices dé él qué es "poca cosa", entonces, de acuerdo, es todo lo "poca cosa" qué te parezca. Yo, en cambio, llamo a eso grandeza... Y no conozco nada de mayor grandeza."


Henry James


"No la vi más que cuatro veces, pero las recuerdo con absoluta claridad; me causó una gran impresión. Me pareció muy guapa y muy interesante: un ejemplar conmovedor de una especie con la que había tenido otros, y quizá no tan encantadores, encuentros. Siento mucho saber que ha muerto, y no obstante, si lo pienso bien, ¿por qué lo habría de sentir? ¡La última vez que la vi, ella no estaba ni mucho menos...! Pero será mejor presentar nuestros encuentros por su debido orden.
El primero tuvo lugar en el campo, con motivo de una pequeña recepción, una noche de nieve de hará unos diecisiete años. Mi amigo Latouche, que iba a pasar la Navidad con su madre, había insistido en que lo acompañara, y la amable señora había dado en nuestro honor la fiesta de la que hablo. A mi modo de ver reunía todo el sabor y lo que cabe esperar de este tipo de actos; nunca había estado en la Nueva Inglaterra profunda durante aquella época del año. Había estado nevando todo el día y las conchestas de nieve nos llegaban a la rodilla. Me preguntaba cómo habían logrado llegar las señoras hasta la casa; pero deduje que precisamente eran aquellos rigores invernales los que hacían que una reunión que ofrecía el encanto de acoger a dos caballeros de Nueva York mereciese semejante esfuerzo desesperado.
Durante toda la velada, la señora Latouche me estuvo preguntando si «no quería» enseñar mis fotografías a algunas de las jóvenes. Las fotografías estaban en dos enormes cartapacios, y las había traído a casa su hijo, quien, como yo, acababa de llegar de Europa. Miré a mi alrededor y me sorprendió ver que la mayoría de las jóvenes tenían objetos de interés más absorbentes que el más vívido de mis heliograbados. Pero había una persona junto a la chimenea, sola, que contemplaba la habitación con una vaga sonrisita, con un discreto y velado anhelo que parecía, de alguna manera, contrastar con su aislamiento. La miré un momento y opté por ella. —Me gustaría enseñárselas a aquella joven.
—Oh, sí —dijo la señora Latouche—, es la persona ideal. No le interesa coquetear: hablaré con ella.
Respondí que si no le interesaba coquetear tal vez no fuera la persona ideal; pero la señora Latouche ya había andado unos pasos hacia ella y se lo había propuesto.
—Está encantada —vino a informarme mi anfitriona—, y es la persona ideal...tan callada e inteligente.
Y me dijo que la joven se llamaba Caroline Spencer, nombre con el que nos presentó.
La señorita Caroline Spencer, aun no siendo exactamente una belleza, no dejaba de ser una pequeña damisela de agradables formas. Rondaría los treinta años y tenía un cuerpo como de chiquilla y la tez de una niña."

Henry James
Cuatro encuentros


"No quiero gustarle a todo el mundo, agradarle a ciertas personas hablaría mal de mi."


Henry James



"No vale la pena especular sobre ello, ya que el alivio aunque fue sólo un alivio comparable al que un latigazo produce en medio de una gran tensión o un relámpago a mitad de un día sofocante vino con el último cambio y se produjo con gran precipitación." 


Henry James


“Observa la llegada de la vejez. Observa la codicia, el propio abatimiento. Que todo se vuelva aprovechable.”


Henry James



"(...) Probablemente saboreó una sensación tan compleja que rebasaba con mucho los límites de la cordura." 



Henry James


"Proferí entonces una exclamación de alegría y lo estreché con más fuerza contra mi cuerpo, donde pude sentir, en la fiebre repentina que hizo presa de su cuerpo, los acelerados latidos de un pequeño corazón." 


Henry James




"¿Qué entiendes tú por ser rico? A mí me parece que es rico el que cuenta con los medios para satisfacer las exigencias de su imaginación." 


Henry James





"Si cuando estoy triste naturalmente lloro y cuando estoy alegre naturalmente río; lo mejor que puedo hacer cuando me siento triste es reír, porque la risa, naturalmente me traerá la alegría."

Henry James




"Su serenidad no era más que el adorno proporcionado por unas flores silvestres en las ruinas de sí mismo." 



Henry James



"Tenemos lo que queremos, además de tenernos el uno al otro. Tenemos la capacidad de saber admirar, amén de muchas otras importantes convicciones." 



Henry James



"Todo es dulce y suave... Y tiene el color de las cosas de Italia."


Henry James



"Tú querías contemplar la vida por ti misma... Y no se te ha permitido... Se te ha castigado por haberlo querido. Te redujeron a simple polvo en el molino de lo convencional."


Henry James



"Un carruaje bien rápido, rodando a distancia en la noche oscura y tirado por cuatro briosos caballos por caminos invisibles, ésa es mi idea de la felicidad."


Henry James



"Usted se figura que soy un frívolo, lo estoy viendo en la expresión de su cara... tiene usted un rostro maravillosamente expresivo."

Henry James



"Ver en acción a un carácter como ése -se decía-, a una pequeña pero auténtica y apasionada fuerza, es una de las más sabrosas delicias de la naturaleza, mejor que la más bella obra de arte, mejor que un bajorrelieve helénico, mejor que un cuadro de Ticiano, mejor que una catedral gótica."


Henry James


"Vivir como él estaba viviendo era tanto como leer un buen libro en una mala traducción."


Henry James



"Y acuérdate siempre de que, si bien te han odiado... También has sido muy amada..."


Henry James


"Yo daría mi dedo meñique por ir al Japón, uno de los pocos países que quisiera de verdad conocer."


Henry James



"Yo soy un excelente comprador, sé comprar muy bien, no hay duda, pero no puedo vender; tendría usted que verlo cuando quiero deshacerme de alguna de mis cosas. Se precisa mucha más habilidad para hacer comprar a los demás que para comprar uno mismo."


Henry James