"Abrí mi cofrecillo por la mitad y tomé distraídamente una gran moneda que estaba en la parte de arriba; las otras monedas retrocedieron un poco y produjeron un silencioso sonido metálico, en cuya ruidosa pureza, sin embargo, resonó una certera violencia, que me hizo estremecer. (...) La luz ha creado el sentido de la vista, la experiencia es el resultado del sentido de la vista y el producto de la experiencia es el espíritu que se hace conciente de sí mismo: por medio de éste, empero, lo material mismo toma forma, llega a existir, y la luz se vuelve sobre sí misma empujada por el espíritu que brilla a través del ojo que ve. Es que el espíritu, que puede ser mantenido dentro de los límites de la materia -la materia tiene ese poder-, tiene por su parte el poder de modificarla y ennoblecerla."

Gottfried Keller
Enrique el Verde


"Allí entró el portador del abrigo, sin protestar, manso como un corderillo, y cerró cuidadosamente tras sí. Una vez dentro se apoyó en la pared, sollozando amargamente, y deseó ser de nuevo partícipe de la dorada libertad de la carretera, que a él, aunque era tan malo el tiempo, le parecía la más alta dicha.
Sin embargo, se enredaba entonces, en la primera mentira propia, porque se detuvo algo en el cerrado cuarto, y penetraba así en el resbaladizo camino de los pícaros.
Mientras tanto el posadero, que le había visto salir con el abrigo gritó:-El señor tiene frío. ¡Calentad más la sala! ¿Dónde está Elisa, dónde Ana? ¡Pronto; un cesto de leña a la estufa, y unos puñados de virutas, que ardan! ¡Al diablo! ¿Deben los huéspedes de "La Balanza" sentarse a comer con abrigo?
Y cuando el sastre salió peregrinando de nuevo por el largo pasillo, melancólico como el espíritu de algún antepasado en un castillo de estirpe, le acompañó otra vez, con mil cumplimientos y frotándose las manos, a la odiada sala. Allí fue llevado a la mesa sin esperar más, se le acercó la silla, y el aroma de una buena sopa, que hacía mucho tiempo no olía, terminó de vencer su voluntad; se sentó, en el nombre de Dios, y sumergió la pesada cuchara en el caldo castaño-oro. En el profundo silencio refrescó su espíritu de vida, y fue servido con tranquilidad y calma llenas de atención.
Cuando hubo terminado el plato, al ver el posadero que le gustaba tanto, le insto cortésmente para que tomara una nueva cucharada, pues aquello era bueno en tiempo frío.
Después se le sirvió la trucha, guarnecida de ensalada, y el posadero le presentó un hermoso trozo. Sin embargo, el sastre, atormentado por sus preocupaciones, no se aventuraba a utilizar el reluciente cuchillo, sino que sólo manejaba encogida y melindrosamente el tenedor de plata. Al observarlo la cocinera, que, junto a la puerta, curioseaba para ver al gran señor, dijo a los circunstantes:-¡Alabado sea Jesucristo! Sabe comer un pescado como es debido; no sierra con el cuchillo en el trozo blando, como si se tratara de sacrificar una res. Es un señor de buena casa, y lo juraría a gusto, si no estuviera prohibido."

Gottfried Keller
El traje hace al hombre



“Es más conveniente no esperar nada y hacer lo posible, que entusiasmarse y no hacer nada.” 

Gottfried Keller


"No llevará la mujer vestidos de hombre ni el hombre usará ropas de mujer; pues obrar así es una abominación para el señor, tu Dios. (Moisés, V, XXII, 5) Cuando las mujeres desdeñan la belleza y la gracia propia de su sexo, prefiriendo a ellas otras ventajas, sucede muy frecuentemente que terminan poniéndose ropaje masculino y así les va a ellas.
Este capricho por hacer de hombres aparece frecuentemente en las leyendas piadosas de los primeros tiempos del cristianismo; más de una santa hubo en aquella época, que se dejó llevar por este deseo de librarse así de todos los deberes de la familia y de la sociedad.
Tal fue el ejemplo que dio Eugenia, joven y bella romana; pero el desenlace de su aventura no tuvo nada de extraordinario ya que, colocada por sus veleidades masculinas en una situación embarazosa, tuvo que acudir a los eternos recursos propios de su sexo para salir de ella.
Hija de un ciudadano romano muy distinguido, vivía con su familia en la ciudad de Alejandría, donde por aquel entonces bullía una gran cantidad de filósofos y sabios. Eugenia había recibido una educación e instrucción esmeradas y esto influyó en ella en gran manera, pues habiendo hecho algunos progresos, se dedicó a frecuentar como alumna todas las escuelas de filósofos escoliastas y retóricos.
Siempre se presentaba acompañada por dos encantadores jóvenes de su misma edad, que eran como su constante guardia personal. Hijos de dos libertos de su padre, con ella habían crecido, y con ella compartían su educación y todos sus estudios.
Eugenia era la más hermosa de las jóvenes alejandrinas y sus compañeros, que, cosa extraña, ambos se llamaban Jacinto, crecían como dos flores pletóricas de juventud. Y dondequiera que se hallaba la amable rosa Eugenia, se veía y se oía a los dos Jacintos charlando a ambos lados suyos o siguiendo galantemente a su dueña que se volvía para discutir con ellos."

Gottfried Keller
Eugenia