“Hay tiranos allá donde hay esclavos.” 

José Rizal


"La juventud es la esperanza del futuro."

José Protasio Rizal Mercado de Alejandro, Lam-co Alonso de la Rosa, y Realonda de Quintos


"María Clara dejó caer la labor que tenía entre las manos, quiso moverse pero no pudo: un estremecimiento nervioso recorría su cuerpo. Se oyeron unos pasos en las escaleras y, después una voz fresca, varonil. Como si esta voz hubiese tenido un poder mágico, la joven se sustrajo a su emoción y echóse a correr, escondiéndose en el oratorio donde estaban los santos. Los dos primos se echaron a reir, e Ibarra hayó aún el ruido de una puerta que se cerraba. Pálida, respirando aceleradamente, la joven se comprimió el palpitante seno y quiso escuchar. Oyó la voz, aquella voz tan querida, que hacía tiempo sólo oía en sueños; él preguntaba por ella. Loca de alegría besó al santo que encontró más cerca, a san Antonio Abad. Después buscó un agujero, el de la cerradura, para verle y examinarle: ella sonreía, y cuando su tía la sacó de su contemplación, sin saber lo que hacía, se colgó del cuello de la anciana y la llenó de repetidos besos. -¡Vamos, arréglate, ven! -añadió la anciana en tono cariñoso-. Mientras él habla con tu padre de tu ... ven y no te hagas esperar. Capitán Tiago e Ibarra hablaban animadamente cuando apareció tía Isabel, medio arrastrando a su sobrina, que dirigía la vista a todas partes, menos a las personas... ¿Qué se dijeron aquellas dos almas, qué se comunicaron en ese lenguaje de los ojos, más perfecto que el de los labios, lenguaje dado al alma para que el sonido no turbe el éxtasis del sentimiento?"

José Rizal
Noli me tangere




"Y como un coche vacío pasase, Simoun lo paró y con Plácido se hizo conducir á su casa de la calle de la Escolta. En aquel momento daban los relojes de las iglesias las diez y media.
Dos horas después, Plácido dejaba la casa del joyero, y grave y meditabundo seguía por la Escolta, ya casi desierta a pesar de los cafés que aun continuaban bastante animados. Alguno que otro coche pasaba rápido produciendo un ruido infernal sobre el gastado adoquinado.
Simoun desde un aposento de su casa que da al Pasig, dirigía la vista hacia la ciudad murada, que se divisaba al través de las ventanas abiertas, con sus techos de hierro galvanizado que la luna hacía brillar y sus torres que se dibujaban tristes, pesadas, melancólicas, en medio de la serena atmósfera de la noche. Simoun se había quitado las gafas azules, sus cabellos blancos como un marco de plata rodeaban su enérgico semblante bronceado, alumbrado vagamente por una lámpara, cuya luz amenazaba apagarse por falta de petróleo. Simoun, preocupado al parecer por un pensamiento, no se apercibía de que poco á poco la lámpara agonizaba y venía la oscuridad.
--Dentro de algunos días, murmuró, cuando por sus cuatro costados arda esa ciudad maldita, albergue de la nulidad presumida y de la impía explotación del ignorante y del desgraciado; cuando el tumulto estalle en los arrabales y lance por las calles aterradas mis turbas vengadoras, engendradas por la rapacidad y los errores, entonces abriré los muros de tu prisión, te arrancaré de las garras del fanatismo, y blanca paloma, ¡serás el Fénix que renacerá de las candentes cenizas...!
Una revolución urdida por los hombres en la oscuridad me ha arrancado de tu lado; ¡otra revolución me traerá á tus brazos, me resucitará y esa luna, antes que llegue al apogeo de su esplendor, iluminará las Filipinas, limpias de su repugnante basura!"

José Rizal
El filibusterismo