"La conversación enriquece la comprensión, pero la soledad es la escuela del genio."

Edward Gibbon


“La historia es en realidad el registro de crímenes, locuras y adversidades de la humanidad.”

Edward Gibbon


"La parte más importante de la educación de un hombre es la que se ha dado a sí mismo."

Edward Gibbon


"La reputación de Graciano, antes de alcanzar los veinte años, era igual a la de los más celebrados príncipes. Su ánimo gentil y amable le hacía hacerse querer por sus más cercanos amigos. La afabilidad llena de gracia de sus modos le granjeaban el afecto de la gente: los hombres de letras, que disfrutaban la liberalidad, admitían el gusto y la elocuencia de su soberano; su valor y destreza en la lucha eran igualmente aplaudidos por los soldados; y la iglesia consideraba la humilde piedad de Graciano como la primera y más útil de sus virtudes. La victoria de Colmar había liberado al Oeste de una formidable invasión; y las provincias del Este atribuían los méritos de su grandeza y de la seguridad pública a Teodosio. Graciano sobrevivió a estos memorables eventos únicamente cuatro o cinco años. Sobrevivió en base a su fama; y, antes de caer víctima de una rebelión, había perdido en gran medida el respeto y la confianza del pueblo romano.
El evidente cambio de su carácter o conducta no puede ser imputado a las artes de la adulación, que habían acosado al hijo de Valentino desde su infancia, ni a las enardecidas pasiones que los jóvenes apenas pueden evitar. Una mirada más atenta podría quizás vislumbrar la verdadera causa del desacuerdo de las esperanzas públicas. Sus aparentes virtudes, en vez de ser debidas a la dura experiencia y adversidad, fueron fruto de una educación prematura y artificial.
La ansiosa ternura de su padre fue aplicada continuamente para inculcarle estas ventajas, las cuales podría quizás considerar como las más elevadas, cuando él mismo había sido privada de ellas; y los maestros más hábiles en cada ciencia y en cada arte habían moldeado la mente y el cuerpo del joven príncipe. El conocimiento que dolorosamente le comunicaron fue expuesto con ostentación y celebrado con elogios. Su suave y manejable disposición recibió la impresión objetiva de sus juiciosos preceptos y la ausencia de pasión podría fácilmente ser confundida con la fuerza de la razón. Sus preceptores gradualmente fueron elevados a la categoría de ministros del estado: y como ellos sabiamente disimulaban su secreta autoridad, parecía que él actuaba con firmeza, propiedad y juicio en las más importantes situaciones de su vida y reinado. Pero la influencia de su elaborada instrucción no penetró más allá de la superficie y los hábiles preceptores, que habían guiado con precisión los pasos de su pupilo real, no pudieron infundir en su débil e indolente carácter el vigoroso e independiente principio de la acción que conforma la laboriosa persecución de la gloria esencialmente necesaria para la felicidad, y quizás para la existencia, del héroe. Tan pronto como el tiempo y los acontecimientos removieron a estos fieles consejeros de su influencia, el emperador del Oeste descendió insensiblemente al nivel de su talento natural; abandonó el gobierno de los reinos al auspicio de ambiciosas manos que estaban dispuestas para aferrarse al poder y le ofrecieron las más frívolas gratificaciones. La venta pública de favores e injusticia se institucionalizó en la corte y en las provincias, por inmerecidos delegados de su poder, cuyo mérito era cuestión de sacrilegio. La conciencia de los crédulos príncipes fue dirigida por santos y obispos, los cuales procuraron un edicto imperial para castigar, como una ofensa capital, la violación, la negligencia, o incluso la ignorancia, de la ley divina."

Edward Gibbon
Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano



"Los vientos y las olas están del lado de los navegantes más expertos."

Edward Gibbon


“La historia es en realidad el registro de crímenes, locuras y adversidades de la humanidad.”

Edward Gibbon

"Tan lejos como alcanza mi memoria, la casa, situada cerca del puente y el cementerio de Putney, de mi abuelo materno se revistió con la propia luz de mi hogar ntal. Fue allí donde pasé la mayor parte de mi tiempo, en los instantes de salud o de precariedad, durante las vacaciones escolares y la residencia de mis padres en Londres y, finalmente, después de la muerte de mi madre. Tres meses después de la cual, en la primavera de 1748, la ruina comercial de mi padre, el Sr. James Porten, fue declarada. Se dio a la fuga de repente; pero como no pudo vender sus efectos personales, ni evacuar la casa, hasta la siguiente navidad disfruté durante todo el año de la compañía de mi tía, sin ser muy consciente de mi destino inmimente. Siento un placer melancólico al reiterar las obligaciones que contraje con esta excelente mujer, la Sra. Catherine Porten, la verdadera madre de mi mente y mi salud. Su buen sentido natural había sido mejorado por la lectura de los mejores libros en lengua inglesa, y si la razón a veces era oscurecida por ciertos prejuicios, sus sentimientos no estaban para nada disfrazados por la hipocresía o la afectación. Su indulgente ternura, la franqueza de su carácter y el aumento de mi curiosidad innata contribuyeron a eliminar pronto cualquier atisbo de distanciamiento entre nosotros: como amigos de la misma edad conversábamos sobre todos los temas, familiares o ajenos, y pudo ella sentir el placer de contemplar los primeros brotes de mis jóvenes ideas. Los instantes de dolor y languidez eran a menudo apaciguados por la voz de la instrucción y la diversión, y no puedo por menos de atribuirle mi temprano amor por la lectura, que no cambiaría siquiera por los mayores tesoros de la India. Quizás debería asombrarme por ser imposible determinar la fecha en la que un cuento favorito era grabado, a base de la constante repetición, en mi memoria: La gruta de los vientos, El palacio de la felicidad, y el instante trágico, cuando tras tres meses o siglos, el príncipe Adolphus es superado por el tiempo que había dispuesto un par de alas en su persecución. Antes de dejar la escuela de Kingston, estaba ya muy familiarizado con El Homero de Alexander Pope y Las mil y una noches, dos libros entretenidos que siempre dibujaban el movimiento de las costumbres humanas y los milagros engañosos: ni yo mismo era entonces capaz de discernir que la traducción de Pope era un retrato dotado de todos los méritos, a excepción de la semejanza con el original. Los versos de Pope acostumbraron mi oído al sonido armónico de la poesía: la muerte de Héctor y el naufragio de Ulises, revistieron mis días de terroríficas y piadosas emociones, llegando a disputar en serio con mi tía sobre los vicios y virtudes de los héroes de la guerra de Troya. La transición desde el Homero de Pope al Virgilio de Dryden fue fácil, pero no sé cómo, quizás por algún fallo del autor, traductor, o de mí mismo como lector, el piadoso Eneas no se apoderó de mi imaginación y sentía más dicha con la Metamorfosis de Ovidio, especialmente en lo referente a la caída de Faetón, y los discursos de Ájax y Ulises. La biblioteca de mi abuelo era considerable y me permitió hojear muchas páginas en inglés sobre poesía, romance, historias y viajes. Cuando un título atraía mi atención, sin miedo ni temor alguno, arrebataba con decisión el volumen de la estantería y la Sra. Porten, entregada a especulaciones morales y religiosas, era más propensa a estimular este curioso hábito infantil. Ese año, 1748, el duodécimo de mi vida, lo señalaré como el más propicio para el alzamiento de mi vida intelectual."

Edward Gibbon
Memorias de mi vida


"Todo lo humano, si no avanza, debe retroceder."

Edward Gibbon