"Cuanto más avanzaba el curso, cuanto más se acostumbraba Adler a la bebida gracias a nuestra insistencia, cuanto más nos abandonábamos a nuestra obsesión espiritista, tanto más triste y reservado se volvía. Esa tristeza se instalaba alrededor de su cabeza como una capa aislante.
De acuerdo con las palabras de Ewald Ressl, entre nosotros se le consideró un médium. Pero yo no creo que poseyera cualidades para serlo. Y a pesar de ello, en aquella época yo insistía en que era un médium, quizá sólo porque médium supone algo pasivo, ambiguo, afeminado.
Ahora veo claro los motivos que entonces ni yo mismo sospechaba.
Si Adler era médium, a mí me correspondía ser hipnotizador. La superioridad tenía que seguir demostrándose. Me ofrecí para hipnotizarlo en presencia de los demás. Él se resistió y quiso levantarse e irse. Schulhof lo retuvo y lo hundió en un sillón. Le obligamos a quitarse las gafas. Yo me senté frente a él, mirándolo fijamente, mientras me concentraba con toda la fuerza de mi voluntad.
Era la primera vez que miraba en el fondo de sus ojos. No llevaba gafas y mantenía abiertos los párpados enrojecidos. En aquel fondo había paz y serenidad. Mientras me sumergía en aquellos ojos grises, descubrí que Adler jamás había cambiado su opinión sobre mí y que jamás lo haría. La paz de aquellas pupilas me indicaba que yo no le había infundido sentimientos de estima, aunque tampoco de odio. Mientras yo, como un poseso, lo miraba fijamente a una distancia de diez centímetros, él lograba hacer caso omiso de mí sin el menor esfuerzo. Yo redoblé mis esfuerzos, tomé sus manos entre las mías y contuve la respiración. Entonces él cerró los ojos. Los cerró con expresión de asco. La cabeza empezó a oscilar, de su pecho se escapaban gritos sofocados. Pero también yo caí en un estado de aturdimiento. Su ancho rostro enrojecido se acercaba cada vez más a mí, se transformaba en el triste disco lunar, se convertía en un extraño planeta incandescente, flotando solo en el espacio. Acaso yo también era una estrella infortunada. Sin embargo, Dios había otorgado Su gracia a Adler y no a mí. Ahora lo sabía, y lo supe a cada instante.
De pronto, Adler me apartó, pegó un salto y salió corriendo. Tuvo que vomitar.
La mayoría de las veces perpetrábamos nuestras chiquilladas en una habitación que hacía las veces de sala en casa de Ressl. En ella permanecíamos hasta las dos o las tres de la madrugada.
En las palabras que intercambiábamos con los espíritus, en las apariciones que creíamos tener, quizá no todo eran imaginaciones o ayuda por nuestra parte. Quizá hubiera, no ya algo sobrenatural, pero sí al menos un vestigio, un átomo de realidad no inventada que vagaba asustado por nuestro lúgubre círculo.
Era un revoltijo enmarañado de embustes, credulidad, exaltación, cinismo y otros elementos.
Durante esas sesiones bebíamos en exceso. Una vez, eran ya las cuatro de la madrugada, hizo su aparición la figura de una mujer mayor, vistiendo enaguas y bata blanca. Era la abuela de Ressl, «la vieja», como la llamábamos, una dama que había enviado a su hijo a correr mundo, el gran empresario textil Ressl, cuando no era más que un pobre dependiente de comercio. Ahora, sin creérselo aún, custodiaba el palacio del nuevo rico.
Lo primero que vio la vieja fue que en el reluciente parquet de la sala no sólo estaban esparcidos los pedazos de una costosa cristalería, sino que también el licor dulce estaba desparramado, formando pringosos charcos. Surgiendo de las sombras, se precipitó sobre aquel destrozo y empezó a fregar y frotar el suelo con un pañuelo."

Franz Werfel
Reunión de bachilleres



"Desprecias mi propuesta porque no contempla lo más importante para ti: la poesía.
¡Aquí va mi segunda proposición!
Te ofrezco una biografía fascinante, una vida llena de dulces y emocionantes aventuras. Quiero mezclar en tu destino a criaturas seductoramente enigmáticas. Actrices. Entonces serás hermoso y te adorarás a ti mismo con las mujeres. Al impulso de tus gestos se arrimarán con cariño las tardes y las noches que te han sido regaladas, los brazos que te sostienen y las palabras que se desprenden de tus labios. Tu triste y apasionado genio construirá tales versos que monarcas de rostro afilado y nodrizas llorarán en sus abigarradas y oscuras habitaciones. Tuyos serán los triunfos, ante los que reyes y tenores palidecerán. Cuando, tras la apoteosis de tu estreno, subas al proscenio, te sorprenderá como un ataque de caballería el aplauso proveniente de la parte posterior del anfiteatro. Harían cola ante ti los redactores de editoriales. Pero también los más importantes genios, graves y serenos, se inclinarán ante tu magia. Obligarás a presidentes de gobierno, a través del poder infernal de tu palabra, a transformaciones paradójicas; bastarán cien páginas tuyas y la locura será acontecimiento. El vuelo iluminado por el sol de una retórica bandada de pájaros y la era del cinismo golpean contra tu pecho, y la bondad explosiva se hace moda. Que sea el gesto salvaje y brillante frente a tu furioso, como un vals de salón frente a una fuga de Bach; tenga la coronación de las Olímpicas de Píndaro menos fuerza mítica que tus decuplicados premios Nobel; que Byron sea el peregrinaje en la tierra de un miserable farsante frente a tu conmovedor y sublime alejamiento por el horizonte, y si fueron veintiuno los disparos de cañón que tronaron de las ruinosas troneras balcánicas de Mesolongi, las flotas de las naciones rendirán de norte a sur las salvas fúnebres cuando mueras. De esta manera te daré la gloria en la vida."

Franz Werfel
La tentación


"La correspondencia estaba sobre la mesa del desayuno, una respetable pila de cartas, pues Leónidas había festejado poco antes su quincuagésimo aniversario y seguían llegando diariamente felicitaciones atrasadas. Leónidas se llamaba, en verdad, Leónidas. Debía aquel nombre tan heroico como abrumador a su padre, un pobre catedrático de instituto que, aparte de esta herencia, sólo le había dejado la colección completa de clásicos grecolatinos y los números de la revista Tübinger altphilologische Studien correspondientes a un decenio. Por suerte, el solemne Leónidas podía transformarse fácilmente en un simple y corriente Leo. Así lo llamaban sus amigos, y Amelie lo había llamado siempre León. También lo hizo esta vez, prolongando con su voz oscura la segunda sílaba de León en una nota aguda y melodiosa.
Tu popularidad es insufrible, León, le dijo. Te han vuelto a llegar al menos doce felicitaciones...
Leónidas le sonrió tímidamente a su mujer, como si necesitara disculparse por haber llegado a culminar una brillante carrera al tiempo que cumplía cincuenta años. Desde hacía unos meses era jefe de sección en el Ministerio de Educación y Cultura y se contaba, por lo tanto, entre los cuarenta o cincuenta funcionarios que en realidad gobernaban el estado. Su mano blanca y relajada jugueteaba distraídamente con la pila de cartas.
Amelie, mientras tanto, estaba vaciando un pomelo con su cucharilla. Era todo lo que desayunaba por la mañana. La manteleta se le había deslizado de los hombros. Llevaba puesto un traje de baño negro en el que solía hacer su gimnasia diaria. La puerta vidriera que daba a la terraza estaba entornada. Hacía bastante calor para esa época del año. Desde su asiento, Leónidas podía sobrevolar con la mirada el mar de jardines de la zona oeste de Viena hasta llegar a las montañas en cuyas laderas se extinguía la metrópoli. Escrutó con atención el cielo para cerciorarse del estado del tiempo, que desempeñaba un papel fundamental en su bienestar físico y en su capacidad de trabajo. El mundo se presentaba como un tibio día de octubre que, por una especie de caprichoso ardor juvenil, parecía un día de abril. Sobre los viñedos del término municipal se deslizaba presuroso un compacto grupo de nubes blanquísimas y de contornos claramente definidos. En los puntos en que estaba libre, el cielo exhibía un desnudo azul primaveral, casi impúdico en aquella época del año."

Franz Werfel
Una letra femenina azul pálido


“La sed demuestra la existencia del agua.” 

Franz Werfel


"Las lágrimas son tal vez los amigos más desinteresados de nuestra vida."

Franz Werfel


"Las mujeres, mientras no hubiese servicios más íntimos que prestar, permanecían en sus puestos. Cruzaban el salón con paso cadencioso; se movían ante el espejo con un íntimo embeleso en sus rasgos, pedían con frialdad amable cigarrillos y se sentaban a ratos en las mesas sin interés de condescender. Estaban poseídas del sentimiento de una dignidad especial, de la que participaba toda pensionista de este afamado y preeminente lugar. El ser aceptada aquí, significaba entrar en un centro de vida elevado. Esa dignidad se expresaba de diversos modos. Al contrario de lo que sucede en casas análogas, pocas señoritas usaban aquí traje corto, la mayoría vestía peinadores fantásticos, saltos de cama de larga cola; y Valeska, la más fastuosa de todas, lucía hasta un auténtico vestido de noche que, en el baile de artistas o de los Doctores en Derecho, le hubiera valido una señalada gacetilla en la Prensa. Pero, a pesar del vestuario embarazoso, ocurría, no con demasiada frecuencia, que se descubrían las piernas para sacar de la media una pitillera o una polvera. Sólo Ludmila usaba traje corto; pero ella, con su delicada figurita de niña, no hubiera podido llevar otra cosa. Era curioso observar en ella la falta absoluta de aquella movilidad, peculiar en las muchachas de su oficio, que las hacía abandonar continuamente sus asientos y lugares y, como nerviosas bestias enjauladas, les obligaba a pasear desatinadamente por las habitaciones. En cambio, Ludmila se estaba muy quieta sentada a la mesa de los militares, a mano derecha, escuchando con profunda seriedad las explicaciones del alférez Kohout, como si no quisiera desaprovechar ninguna ocasión para aprender algo. Nadie podía reprocharle nada."

Franz Werfel
La muerte de un pequeño burgués


“Para que el que cree no es necesaria ninguna explicación: para el que no cree toda explicación sobra.” 

Franz Werfel


"Tuve que pensar en la Profetisa de Prevoist, de Max, un cuadro malo, según dicen, pero que a mí me emocionaba entonces profundamente, de una muchacha transparente, que en el lecho de muerte está mirando fijamente los ocultos círculos y planos de otros mundos. Evoqué su rostro y otras cabezas con el estigma del dolor y de la experiencia, pintadas todas por aquel hombre que tal vez había nacido en Trieste, que era apoderado de la más espléndida casa de antigüedades, que sostenía una sucursal en Arosa con los artículos para deportes de invierno y que, vestido según el último figurín, solía cazar panteras en la selva de Dante (un letrero rezaba: "Selva oscura"). Pero no estaba solo. Enamorada iba de su brazo una muchacha joven con cara de vieja y pobre y cuyo nombre conocía: Margarita Maultasch.
Viendo todo eso me dormí.
Pero me desperté muchas veces de mi triste sueño, porque me aullaban al oído muchos gramófonos, el piano eléctrico tronaba, y debajo de mí rugía la máquina del buque.
Si esta historia mía fuese inventada, tendría ahora la obligación de encontrar un golpe final de mucho efecto y resolver la ecuación del estudio psicológico de una manera rotunda y sorprendente. Pero la matemática del destino no es un ejercicio escolar. La vida anda su camino con una falta desesperante de dramatismo, y todo se cae desmenuzado de su lenta mano.
Año y medio más tarde se celebraba la inauguración de la gran "Exposición Internacional" de los Giardini publici. No soy muy aficionado a museos y galerías. ¡Qué cosa más bárbara es una pared llena de cuadros! Desde el interior de veinte túneles miran fijamente veinte paisajes, cabezas, crucifixiones y montones de comestibles; desde su mundo al nuestro, veinte familias de colores lanzan sus rayos rivales sobre el atónito espectador, víctima inocente de esta lucha. Veinte almas, tiernas, encantadas, atrevidas, voluptuosas, odiosas, cantan juntas su canción y la competencia de los colores obliga hasta a las más finas a gritar."

Franz Werfel
Secreto de un hombre


"Yo soy una letra de una gran novela. No conozco mi propio significado ni tampoco el de las pocas letras contiguas que puedo divisar desde mi sitio. Yo, que no sé ni siquiera el sentido y significado de la letra que soy, ¿cómo podría saber algo del sentido de la totalidad de la novela, de su argumento, de sus partes? Pero siendo como soy una letra, se me llena la consciencia de ser una partícula plena de significado que es fácil descifrar y de relacionar con el todo por unos ojos que están al otro lado del libro que me está leyendo o escribiendo. Iluminada por estos ojos, la pequeña letra se alimenta de la esperanza segura de que no sólo es necesaria para la totalidad, sino que contiene en su pequeñez, el inmenso y desconocido significado de la totalidad."

Franz Werfel
Escuchad la voz