"El ego patriarcal aborrece el cambio y la rendición. Desea que persistan la vida y la conciencia en una perpetuidad inalterada e inalterable. Por eso teme cualquier amenaza a su continuidad. Sin embargo siente deseos,y hasta impulsos,de reprimir y destruir lo que se interpone en el camino de su anhelo y su seguridad.

 El ego patriarcal desea la vida pero crea la muerte y ese mismo mal que teme y niega.

Consideramos malo lo que tememos. Tememos la violencia porque hemos llegado a creer que la vida ha de ser algo ordenado, racional, pacífico y perpetuo.

Tememos el cambio porque nuestro sentido de la identidad personal en el tiempo y en el espacio se apoya en la ilusión de uniformidad, de estabilidad psíquica y de permanencia.

Jung decía: "Nada provoca tanto pánico en los primitivos como lo que se aparta de lo ordinario; se sospecha en seguida que es algo peligroso y hostil. Al hombre civilizado le sucede lo mismo".

El cambio es una amenaza a nuestro estado actual de conciencia y a nuestro sentido de la identidad habitual.Por eso tememos a la muerte, el cambio definitivo, y la consideramos el mayor de los males

.Dionisio, el dios sombrío del cambio, representa esa amenaza.

 Hubo que expulsarlo en nombre del Dios que es Yo soy, el Dios que separó el mal del bien, lo superior de lo inferior. Se perdió con ello la unicidad paradisíaca. Este tema recorre, de un modo u otro, todas las mitologías patriarcales.

Se escindió y rechazó así el abismo creador del suelo maternal, lo femenino o yin.

 El impulso violento y extático que lleva a la muerte y a la destrucción que es parte tan importante del principio yin se negó y se reprimió. El suelo abismal y origen del ser se considera sagrado, peligroso y abrumador, el todo-en-uno. Su atractivo hace que se desee apasionadamente, pero también se le teme porque para la identidad individual, que aflora gradualmente, es un caos terrible. Por eso se necesitaban el tabú y la represión para impedir una fusión regresiva y asegurar el orden y la racionalidad.

Nuestra conciencia racional y un orden social aparentemente viable de respeto a los derechos individuales se han edificado sobre este rechazo de la Madre Oscura y de la violencia dionisíaca. 

... El que no sepamos relacionarnos con el aspecto daimónico y transpersonal de la agresividad, tiende a aumentar su demonización.

... La Gran Diosa y su consorte fálico Dionisio representaban un alma del mundo y de su poder intrínseco de destrucción y renovación. Representaban una continuidad de vida y existencia en que nacimiento, amor, agresividad, violencia, destrucción y renacimiento eran como latidos. Hemos perdido de vista este aspecto de la realidad.
En consecuencia, nuestros criterios y nuestra relación con la existencia se han deformado y se han hecho absurdos e irreales.


Cómo y por qué han sido reprimidos lo femenino y lo dionisíaco? Cómo pueden restaurarse? Con qué rituales se podría transformar la violencia y convertirla en afirmación agresiva y en conexión personal?..."



Edward C. Whitmont
El retorno de la diosa



"La capacidad de sentir equivale a la capacidad de experimentar la herida, el daño. Tendemos a protegernos contra el daño bloqueando los sentimientos. Entre la caricia y el dolor sólo hay una diferencia de grado. Sin esa capacidad de ser dañado, no hay posibilidad de gozo, no hay placer sin dolor, no hay amor sin cólera o dolor por la separación. En la anestesia (literalmente: ausencia de sensibilidad) faltan ambos polos. Por otra parte, exploración del sentimiento significa tocar o ser tocado, o herido. El buscador puede, pues, llevar su armadura en situaciones de lucha. Pero tiene que arriesgarse también a bajar la guardia y permitirse ver y ser visto, oír y ser oído. Respeta la sensibilidad (suya y ajena) y aprende a vivir no sólo con la sensación de éxito y rectitud, sino también con el error, el fracaso, la insuficiencia, la vergüenza y la culpa. Mientras tanto, sigue intentando y sigue caminando.

Hay que tener en cuenta que rechazar el dolor, la culpa o la vergüenza lleva a la dureza, la insensibilidad y el cinismo, y por ello a la destructividad. Para defenderme tengo que acusar a otro. Mi maldad, que niego, aparece ante mis ojos como adherida al otro, al mundo exterior, la proyecto. Para defenderme debo atacar. Cuando soy insensible, es probable que inflija dolor sin saberlo y por ello también sin reconocerlo ni ser capaz de mitigarlo. Puedo sentirme forzado, por compensación inconsciente, a infligir a otro la herida que niego en mí."

Edward C. Whitmont

El Retorno de la Diosa, Ed. Paidós-Junguiana, 1998, páginas 333 y 380


"...la experimentación implica la posibilidad, y hasta la necesidad inevitable, de correr riesgos. La inocencia que se mantiene por el procedimiento de eliminar el riesgo y el error es simplemente un medio de evitar descubrir la propia conciencia. Lo que en el pasado se consideraba virtud y bien comienza a parecer acatamiento estúpido, cobardía moral incluso, si se basa en evitar el riesgo del sentimiento, el error y la experiencia personal."


Edward C. Whitmont
El Retorno de la Diosa, Ed. Paidós-Junguiana, 1998, páginas 333 y 380



" "La mujer por su naturaleza está siempre intentando tentar y seducir al hombre... La causa de la deshonra es la mujer, la causa de la enemistad es la mujer, la causa de la existencia mundana es la mujer, en consecuencia, la mujer debe ser evitada". Al contrario, "no importa cuán malvado, degenerado o carente de cualquier virtud sea un hombre; una buena esposa debe también reverenciarlo como si fuera un dios"."

Edward C. Whitmont

El retorno de la diosa, citando la ley de Manu


“La vergüenza, la culpa, el orgullo, el miedo, el odio, la envidia y la avaricia son los subproductos inevitables del proceso de construcción del ego, el aspecto sombrío del proceso de emancipación del ego que termina polarizando a la mente entre el sentimiento de inferioridad y el anhelo de poder.”

 Edward Christopher Whitmont