"A veces era como si hubiera vuelto allí, e Inglaterra fuera un sueño. En otros momentos Inglaterra era lo real y el sueño estaba allá, pero nunca pude reconciliar ambas cosas. Pasado un cierto tiempo me acostumbré a Inglaterra, y empezó a gustarme, me acostumbré a todo, excepto al frío y a que las ciudades que visitábamos parecieran todas exactamente iguales. Uno se trasladaba perpetuamente a otro lugar que era perpetuamente el mismo. Había siempre una callejuela gris y otra callejuela gris donde estaba tu alojamiento, e hileras de casitas con chimeneas que parecían pertenecer a barcos de vapor falsos y humo del mismo color que el cielo.
(…)
Soñé que iba en un barco. Y había un marinero que llevaba un ataúd de niño. Levantó la tapa, hizo una reverencia y dijo: "El niño obispo..." Y un enanito completamente calvo se sentó en el ataúd. Vestía sotana, y llevaba un gran anillo azul en el dedo mediano. Cuando se puso en pie, el niño obispo era como un muñeco. Sus enormes ojos claros en un rostro exiguo y cruel, rodaban como los de un muñeco, cuando lo inclinabas de uno a otro lado. Saludó con una inclinación de derecha a izquierda cuando el marinero lo sostuvo en pie. Pero yo pensaba: -¿Qué hay en el agua?- y el corazón me dio aquel terrible vuelco.
(…)
Todavía estaba intentando atravesar la cubierta y llegar a la orilla. Daba zancadas enormes, trepando, casi volando entre figuras confusas. Estaba exánime y muy cansada, pero tenía que seguir adelante. Y el sueño siguió hasta alcanzar un clímax de insensatez, fatiga y agotamiento, la cubierta cabeceaba todavía arriba y abajo. Fue curioso cómo, a partir de entonces, seguí soñando con el mar."

Jean Rhys
Viaje a la oscuridad



"Cuando el criado se hubo retirado después de servir el whisky, el señor James dijo:
—Anda, tómate el whisky.
Por primera vez, Julia le miró rectamente a los ojos, y repuso:
—Por nada del mundo te torturaría. «No torturar» es mi divisa.
Se bebió el whisky. Una oleada de alegría invadió su cuerpo. ¿Para qué preocuparse?
—Oye, ¿porqué has hablado de torturas? —preguntó—. La tortura no tiene nada que ver conmigo. Me he divertido mucho, muchísimo.
Julia pensó: «Intenté vivir la vida que me gustaba. Y fracasé… ¡Muy bien! Hubiera podido conseguirlo, y si así hubiera sido la gente me lamería los zapatos. Nadie me volvería la espalda. No me lo digas, déjame en paz. Si odio, lo hago con todo derecho. Y si creo que las personas son un hatajo de cerdos, permíteme que siga creyéndolo…».
—De todos modos —continuó—, creo que no pude hacer otra cosa. Me hubiera gustado comportarme con más inteligencia, esto sí, es cierto. Pero ¿tú crees que todo hubiera podido ser diferente?
El señor James apartó la vista de ella, y respondió:
—No lo sé. No soy la persona adecuada para que le hagan estas preguntas. No lo sé. Probablemente no. ¿Sabes una cosa, Julietta? La guerra me enseñó mucho.
Sorprendida, Julia dijo:
—¿De veras? ¿De veras lo crees?
—Sí. Antes de la guerra casi siempre despreciaba a la gente que no triunfaba.
Julia pensó: «¿Despreciarlos? ¿Por qué despreciarlos?». El señor James prosiguió:
—No creía en la mala suerte, y despreciaba al hombre que no tenía éxito. Pero después de la guerra ya pensaba de modo diferente. Ahora tengo una gran cantidad de amigos locos. Los llamo así, mis amigos locos.
—¿Gente que no ha salido adelante? —preguntó Julia.
—Eso. Gente que se ha hundido.
—¿Hombres?
—Y también mujeres. Sin embargo, las mujeres son harina de otro costal. Pero hablar de esto es una tontería. La vida de un hombre y la vida de una mujer no pueden compararse. Luchan siempre con enemigos diferentes, y de nada sirve decir tonterías sobre el hombre y la mujer. Pasa lo mismo con los gallos y las gallinas. Basta mirarlos."

Jean Rhys
Después de dejar al señor Mackenzie



"La lectura a todos nos hace inmigrantes. Nos lleva lejos de casa… pero lo más importante es que nos encuentra hogares en todas partes."

Jean Rhys seudónimo de Ellen Gwendolen Rees Williams




"La vi morir muchas veces. Pero a mi manera, no a la suya. A la luz del sol, en la penumbra, a la luz de la luna, a la luz de las velas. En las largas tardes, cuando la casa estaba vacía. Sólo el sol nos hacía compañía, entonces. No lo dejábamos entrar. ¿Por qué? Muy pronto llegaba el momento en que Antoinette ansiaba tanto como yo el acto que se denomina amar, y, luego, quedaba más perdida y confusa que yo.
-Aquí, puedo hacer lo que quiera -decía.
Lo que ella. quisiera, no lo que yo quisiera. Y, entonces, también yo lo decía. Parecía lo adecuado, en aquel solitario lugar:
-Aquí, puedo hacer lo que quiera.
Raras eran las personas que encontrábamos, cuando salíamos de casa. Y aquellas que encontrábamos nos saludaban y seguían su camino.
Llegué a sentir simpatía hacia aquellas gentes de montaña, silenciosas, reservadas, jamás serviles, jamás curiosas (al menos, esto pensaba), aunque nunca supe que sus rápidas miradas de soslayo veían cuanto deseaban ver.
Por la noche, tenía sensación de peligro, y procuraba olvidarme de ello, alejar la sensación.
-Estás seguro -decía.
A Antoinette le gustaba esto, que le dijeran que estaba segura O, al tocar levemente su cara, tocaba lágrimas. Lágrimas: nada. Palabras: menos que nada. En cuanto a la felicidad que le daba, era peor que nada. No la amaba. Estaba sediento de ella, pero esto no es amor. Muy poca ternura sentía hacia ella, era una desconocida para mí, una desconocida que no pensaba ni sentía como yo.
Una tarde, la visión de un vestido de mi mujer, que había dejado caído en el suelo de su dormitorio, suscitó en mí un deseo salvaje que me dejó jadeante. Cuando quedé agotado, me aparté de ella y dormí, sin decirle una palabra, sin hacerle una caricia. Desperté, y me estaba besando. Leves y suaves besos."

Jean Rhys
Ancho mar de los Sargazos


“La vida es un juego cruel y a la vez soberbio.”

Jean Rhys


"No sé muy bien cómo, pero se adivinaba que no va a ser capaz de soportar las cosas. No, no basta con ser bonita… Y había otra, una con las piernas grandes y peludas y sin medias, sólo sandalias. Creo que las mujeres que tienen pelos en las piernas tendrían que ponerse medias, ¿no crees? O hacer algo para arreglarlo. Pero no, ella no hacía más que reír y bromear, y se notaba que sería capaz de superar todo lo que le cayese encima. Tenía una cara grande, roja y cuadrada, y las piernas esas tan peludas. Pero le importaba todo un rábano.
—Quizás la clave consista en ser sofisticada —sugirió Mr. Severn—, como tu amiga Heather.
—Oh, ella… Tampoco conseguirá arreglárselas. Es demasiado ambiciosa, quiere demasiadas cosas. Es tan punzante que acaba pinchándose a sí misma, podríamos decir… No, la clave no está en ser bonita ni en ser sofisticada. Más bien en… adaptarse. Precisamente eso. Y no sirve de nada querer adaptarse, hay que haber nacido con esa mentalidad.
—Está clarísimo —dijo Mr. Severn. Adaptarse al cielo lívido, a las casas feas, a los policías burlones, a los letreros de los escaparates de las tiendas.
—También hay que ser joven. Hay que ser joven y capaz de disfrutar una experiencia como ésta…, más joven que nosotros —dijo Maidie cuando el taxi aparcaba.
Mr. Severn se quedó mirándola, demasiado escandalizado para poder enfadarse.
—Bien, adiós.
—Adiós —dijo Mr. Severn dirigiéndole una mirada negra e ignorando la mano que ella le tendía. «Más joven que nosotros», ¡sin duda!
Doscientos noventa y seis pasos por Coptic Street. Ciento veinte tras doblar la esquina. Cuarenta escalones hasta su piso. Doce pasos una vez dentro. Dejó de contar.
Su sala de estar tenía buen aspecto, pensó, a pesar de los periódicos arrugados. Era uno de sus mejores momentos: la luz era perfecta, aquella suma de colores y formas incoherentes se convertía en un todo que incluía la pared de ladrillos blanco-amarillentos en la que estaban sentadas algunas palomas del Museo Británico, el tubo de desagüe plateado, las chimeneas de las más fantásticas formas imaginables, redondas, cuadradas, en punta, y ésa tan especial con un misterioso agujero en medio a través del que te miraba el cielo gris acerado, los árboles solitarios, y todo ello enmarcado por las cortinas de hule plateado (fue idea de Hans), y después, girando la cabeza, vio las xilografías de Amsterdam, los sillones tapizados de zaraza y el jarrón con las flores marchitas reflejados en el largo espejo."

Jean Rhys
Los tigres son los más hermosos



"Sólo la magia y el sueño son verdaderos, todo lo demás es una mentira."

Jean Rhys