"Desde este instante se me fue preparando la caída tan completa; porque aunque al punto pareció, y debió haberse estrechado más nuestra amistad, conocí que era el final de ella. Volvió Oquendo a las andadas, recatándose de su amo (a quien no llamaba su Amo, sino su General). Éste, que le tenía puestas espías, como a todos sus dependientes, no tardó en descubrir que Oquendo le faltaba a la palabra, y contra lo prometido, visitaba en la calle del Príncipe la famosa Margarita llamada de Aldecoa. Una noche, yendo a ver a Oquendo, le encontré hecho un mar de lágrimas, y viéndome me contó segunda caída, más irremediable que la otra, diciéndome: que ya se contaba por hombre perdido, y que así, si yo quería hacerle el último beneficio, y darle la última prueba de mi hombría de bien y amistad, que llevase una carta que me entregaba para la Margarita, para lo cual me daba también la llave de su casa y modo de abrir y subir hasta el cuarto de ella misma; que en nada podía premiar mi amistad si no en encargarme que la leyese la carta, pues ella no sabía leer. Tomé la carta y la llave y le dije: Amigo, voy a perderme también, como Vm. se ha perdido. Primero es mi amigo que mi fortuna. No perdamos tiempo: hasta mañana. Fuime y puesta en práctica la instrucción que me dio, llegué al mismo cuarto de la Margarita, que se desmayó al verme y sospechó algún infortunio con aquella visita intempestiva. Tuve por fin modo de serenarla, leer la carta y volverme a mi casa. Me siguieron dos hombres en distintas calles y, por las señas, muy parecidos a los espías del Conde, que yo conocía muy bien. Enfadándome demasiado la inmediación del uno, le di tres palos bárbaros con la espada de montar que yo llevaba, sin contar mis dos pistolas bien cargadas y cebadas, para en todo caso. Cayó al suelo sin habla o sin querer que se le conociera la voz y, al día después y aun algunos consecutivos, faltó por el barrio del Conde uno de sus espías.
Poco tiempo después noté en el Conde una seriedad, que aumentándose por días, no me dejó duda de mi desgracia, y cuando me confirmé bien en este concepto, se lo comuniqué a Oquendo, preguntándole a qué podría atribuirlo. Éste se hizo varias veces el desentendido, hasta que no pudiendo resistirse más, ni eludir mis instancias, me confesó que S.E. estaba irritado conmigo porque había sabido que había llevado la carta a Margarita. Entonces le dije: Amigo, Vm. no cumple si no me vuelve otra vez a poner en la gracia de S.E. Y él, desde luego manifestándome lo difícil que le sería, no dejó de enseñarme lo indiferente que le era. Echéle esto en cara, y viendo que no me daba la menor satisfacción, me separé algo de él. Pero antojándosele declamar una tragedia a influjo y adulación de Mr. Reinaud, me enganchó a que hiciese un papel en ella, insinuándomelo el mismo Conde. Acepté, creyendo que la cosa no se formalizaría, y mucho menos que se tratase representar la de la Muerte de César, por Voltaire, pues ésta no es más que un puro sistema de regicidio, y parecía imposible que se viese en casa de un Presidente de Castilla, promovido a aquella dignidad de resulta de un motín. Por las consecuencias que esto podría tener, porque yo sé que se iba aprovechando de mi separación un criado de la Condesa, y por la ingratitud de Oquendo, resolví dejarlo todo, como lo ejecuté con no sé qué frívolo motivo en un ensayo, y nótense las consecuencias de ello."

José Cadalso
Memorias o compendio de mi vida


"Es un gusto oírles hablar de matemáticas, física moderna, historia natural, derecho de gentes, y antigüedades y letras humanas, a veces con más recato que si hicieran moneda falsa. Viven en la oscuridad y mueren como vivieron."

José Cadalso
Cartas marruecas


"He logrado quedarme en España después del regreso de nuestro embajador, como lo deseaba muchos días ha, y te lo escribí varias veces durante su mansión en Madrid. Mi ánimo era viajar con utilidad, y este objeto no puede siempre lograrse en la comitiva de los grandes señores, particularmente asiáticos y africanos. Éstos no ven, digámoslo así, sino la superficie de la tierra por donde pasan; su Fausto, los ningunos antecedentes por dónde indagar las cosas dignas de conocerse, el número de sus criados, la ignorancia de las lenguas, lo sospechosos que deben ser en los países por donde transiten y otros motivos, les impiden muchos medios que se ofrecen al particular que viaja con menos nota.
Me hallo vestido como estos cristianos, introducido en muchas de sus casas, poseyendo su idioma, y en amistad muy estrecha con un cristiano llamado Nuño Núñez, que es hombre que ha pasado por muchas vicisitudes de la suerte, carreras y métodos de vida. Se halla ahora separado del mundo y, según su expresión, encarcelado dentro de sí mismo. En su compañía se me pasan con gusto las horas, porque procura instruirme en todo lo que pregunto; y lo hace con tanta sinceridad, que algunas veces me dice: de eso no entiendo; y otras: de eso no quiero entender. Con estas proporciones hago ánimo de examinar no sólo la corte, sino todas las provincias de la península. Observaré las costumbres de este pueblo, notando las que le son comunes con las de otros países de Europa, y las que le son peculiares. Procuraré despojarme de muchas preocupaciones que tenemos los moros contra los cristianos, y particularmente contra los españoles. Notaré todo lo que me sorprenda, para tratar de ello con Nuño y después participártelo con el juicio que sobre ello haya formado.
Con esto respondo a las muchas que me has escrito pidiéndome noticias del país en que me hallo. Hasta entonces no será tanta mi imprudencia que me ponga a hablar de lo que no entiendo, como lo sería decirte muchas cosas de un reino que hasta ahora todo es enigma para mí, aunque me sería esto muy fácil: sólo con notar cuatro o cinco costumbres extrañas, cuyo origen no me tomaría el trabajo de indagar, ponerlas en estilo suelto y jocoso, añadir algunas reflexiones satíricas y soltar la pluma con la misma ligereza que la tomé, completaría mi obra, como otros muchos lo han hecho.
Pero tú me enseñaste, oh mi venerado maestro, tú me enseñaste a amar la verdad. Me dijiste mil veces que faltar a ella es delito aun en las materias frívolas. Era entonces mi corazón tan tierno, y tu voz tan eficaz cuando me imprimiste en él esta máxima, que no la borrará la sucesión de los tiempos.
Alá te conserve una vejez sana y alegre, fruto de una juventud sobria y contenida, y desde África prosigue enviándome a Europa las saludables advertencias que acostumbras. La voz de la virtud cruza los mares, frustra las distancias y penetra el mundo con más excelencia que la luz del sol, pues esta última cede parte de su imperio a las tinieblas de la noche, y aquélla no se oscurece en tiempo alguno. ¿Qué será de mí en un país más ameno que el mío, y más libre, si no me sigue la idea de tu presencia, representada en tus consejos? Ésta será una sombra que me seguirá en medio del encanto de Europa; una especie de espíritu tutelar que me sacará de la orilla del precipicio; o como el trueno, cuyo estrépito y estruendo detiene la mano que iba a cometer el delito."

José Cadalso
Cartas marruecas

“Llamo mérito al conjunto de un buen talento y un buen corazón.”

José Cadalso