"A Leonora el manicomio le embarró el rostro contra la tierra y se lo hizo sangrar. Ella sufrió por Max en St. Martin d’Ardèche y fue a dar hasta Santander. A Max no le importa usar a Peggy, él todo se lo merece. De pronto retumban los gritos de Marie Berthe Aurenche en la rue Jacob, el destino de Luise Straus, arrestada por los nazis, el estupor en los ojos de Jimmy y se afianza su decisión. ¿Cómo será México y cómo será Renato Leduc en México? ¿Se estará arrojando al vacío? Los surrealistas son su medio natural, sus amigos, sus cómplices, sus admiradores, pero Leonora es otra mujer. Santander la transformó, la acompaña y la despierta cada madrugada, está presente siempre, al alcance de su mano, sobre la almohada. Claro, Nueva York es la Meca del arte, las galerías, los acontecimientos culturales, la vida que se renueva después de la guerra, las oportunidades, a pesar de que Leonora no tiene ideas claras acerca de sí misma salvo una: dejar a Max. Él no puede retenerla porque ella conoce la locura, no la idealizada por André Breton ni la que predican los genios, sino la que puede palpar todos los días porque allí sigue y retumba en sus cinco sentidos.
[...]
Durante el viaje en tren a la ciudad, Renato le cae como un soplo de aire fresco, el mismo que siente cuando abre la ventanilla en la estación y escucha a los viandantes, cuyo color es el de la piel de su marido. El rostro moreno de Renato le abre el camino de la levedad y valemadrismo. Hablan sin parar y al atardecer le dice: «Rueda la noche y en la noche el tren, / el uno y la otra por distinta vía; / alguien habrá que en el desierto andén / consigne fardos de melancolía». Le cuenta que fue telegrafista y Leonora se percata de que todo ha girado en torno a ella y que no sabe de él. Renato toma poco en serio lo que para ella es de vida o muerte. Anduvo con la tropa en el norte de México y adquirió el idioma de los hombres que combaten. Su padre francés se quedó en México y convirtió a su hijo en un lector compulsivo. Irreverente, Renato dice lo que no se dice y hace lo que no se hace. Eso la atrae. Perteneció a la División del Norte y galopó al lado de Pancho Villa y de un periodista al que le decían «Chatito», que resultó ser John Reed.
[...]
Regresa al invernadero de Crookhey Hall, cálido y húmedo durante todas las estaciones del año. En diciembre salía de la casa a la nieve para llegar al jardín de invierno y el olor de la tierra mojada, que ahora asocia con su niñez, la tomaba por asalto. De cada maceta surgía un prodigio verde y entre la gran profusión de enredaderas Leonora se convertía en humo. Ver una hoja desenroscarse de la noche a la mañana hacía que algo verde y sedoso zumbara en su interior.
Los recuerdos de su niñez le ayudan a atravesar el día. Rápido, que pasen las horas rápido y venga la noche para olvidar a Max, a Peggy, a los Morales, a Frau Asegurado y hasta a Nanny, que quién sabe cómo regresaría a Inglaterra.
Desde que llegó a México se siente pequeña e ignorada y eso la disgusta. Sueña con meterse dentro del cuerpo de un oso pero, por más esfuerzos que hace, el animal nunca se corporiza. «Renato, me estoy despreciando a mí misma y esto es inaceptable, quiero sentirme enorme, poderosa, bella», dialoga con un Renato ausente."

Elena Poniatowska
Leonora



"A Lilus le preocupa cómo entrar en el cielo. No es ninguna hereje. Sabe que el cielo es un estado, un modo de ser, y no un lugar y...Pero siempre, desde chiquita, pensó que Nuestro Señor está más allá de las nubes. Allá arriba. Y que para llegar hasta Él tiene uno que ser avión, ángel o pájaro. A medida que el pájaro Lilus iría subiendo por el cielo, Dios iba mirándolo. Y en cierto punto de su vuelo, la mirada de Dios era tan intensa que bastaba a convertirla en paloma de oro, más bella que un ángel."

Elena Poniatowska


 "A veces quisiera ser más vieja porque la juventud lleva en sí, la imperiosa, la implacable necesidad de relacionarlo todo con el amor."



Elena Poniatowska
El recado

"Antes, el Ángel de la Independencia era lo primero que se veía parado contra el cielo, a ras del aire, donde empiezan las nubes. Era el sueño más acariciado de los niños de provincia en sus tardes de calma cosquilleante."

Elena Poniatowska


"Aquí vienen los muchachos, vienen hacia mí, son muchos, ninguno lleva las manos en alto, ninguno trae los pantalones caídos entre los pies mientras los desnudan para cachearlos, no hay puñetazos sorpresivos ni macanazos, ni vejaciones, ni vómitos por las torturas, ni zapatos amontonados, respiran hondo, caminan seguros, pisando fuerte, obstinados; vienen cercando la Plaza de las Tres Culturas y se detienen junto al borde donde la Plaza cae a pico dos o tres metros para que se vean las ruinas prehispánicas; reanudan la marcha, son muchos, vienen hacia mí con sus manos que levantan la pancarta, manos aniñadas porque la muerte aniña las manos; todos vienen en filas apretadas, felices, andan felices, pálidos, sí, y un poco borroneados pero felices; ya no hay muros de bayonetas que los rechacen violentamente, ya no hay violencia; los miro a través de una cortina de lluvia, o será de lágrimas, igual a la de Tlatelolco; no alcanzo a distinguir sus heridas, qué bueno, ya no hay orificios, ni bayonetazos, ni balas expansivas; los veo nublados pero sí oigo sus voces, oigo sus pasos."

Elena Poniatowska




"Creo que uno nunca es totalmente feliz, nunca dura mucho, tampoco. Uno es feliz por ratitos como la canción que decía mi mamá de Cri-cri: "ahí en la fuente había un churrito se hacía grandote se hacía chiquito". Así es la felicidad, a veces grande, a veces no existe."

Elena Poniatowska




"De pronto la miro y ya no está. Vuelvo a mirarla, la define su ausencia. Ha ido a unirse a lago que le da fuerza y no sé lo que es. No puedo seguirla, no entiendo hacia qué espacio invisible se ha dirigido, qué aire inefable la resguarda y la aísla; desde luego ya no está en el mundo y por más que manoteo no me ve, permanece siempre fuera de mi alcance. Sé que mi amor la sustenta, claro, pero su ausencia es sólo suya y en ella no tengo cabida."

Elena Poniatowska




"El éxito es un ratito. Uno nunca consigue nada."

Elena Poniatowska


"El mejor libro es el que voy a hacer, porque si no ya no escribiría."

Elena Poniatowska




"En 1968 México fue joven y nos hizo jóvenes a todos. El movimiento estudiantil lo consigna. Fue la etapa más intensa de muchos años y, como van de apaciguadas las cosas, de muchas vidas. Algo se perdió irremediablemente en 1968 (la muerte es siempre irrecuperable), pero algo se ganó. Como lo escribe Carlos Monsiváis, una señora que ante la muerte de su hijo se pregunta qué va a hacer del resto de su vida, dice más que un millón de "La patria es primero", "Los valientes no asesinan", frases y apotegmas ("El respeto"...Bla-bla), y otras sentencias esculpidas en bronce para disfrute de la inmortalidad."

Elena Poniatowska


“En 1985, después del terremoto del 19 de septiembre, las últimas en ser rescatadas fueron las costureras de las fábricas de San Antonio Abad. ¿Por qué? Porque eran mujeres, trabajaban sin seguro social en talleres clandestinos y las consideraban igual que basura. Lo mismo sucede con las muertas en Juárez.”

Elena Poniatowska


"Escribir en la soledad de mi cuarto, es algo que yo puedo hacer, pero organizar un acto en contra de alguien, darle una cachetada a alguien, me es absolutamente imposible. Supongo que eso se debe a mi formación y también al peso de la religión sobre mis hombros, pero sobre todo por mi formación. Yo tuve una educación muy severa y todavía me fijo en el cómo, no me imagino, no me veo a mí misma cometiendo cualquier acto de agresión. Seguramente, lo puedo hacer en la soledad de mi escritura."

Elena Poniatowska




"Gracias a esos dos soldados sentimos confianza y nos levantamos. Corrimos delante de ellos y nos metimos al edificio 2 de Abril en donde nos quedamos dos horas y media que a mí se me hicieron como sesenta... Corrimos todos y brincamos una barda de dos metros de alto más o menos. Todas las chamacas y señoras que brincaban se caían y nosotros procurábamos no atropellarlas a la hora de pasar, pero ni quién las levantara o ayudara. Sálvese quien pueda. Había muchos zapatos tirados, muchos zapatos de mujer... Se me grabó uno con una correíta. Seguí corriendo hasta que me topé con tres o cuatro soldados. A mí y a mi hermano y a otras diez o quince personas nos empujaron hacia la planta baja de un edificio, no sé cuál, opuesto al Chihuahua. Vimos cómo de todas partes salían más soldados. Intentamos subir al primer piso de ese edificio, que es uno de los más grandes que hay, pero los soldados nos ordenaron: "No se muevan"... Nos hablaron de buen modo. Seguro lo estaban haciendo para protegernos porque ya se oía el fuego cerrado y el ruido de las ametralladoras. Les preguntamos si nos podíamos ir y nos dijeron que no, que allí nos quedáramos. Pensamos que si no nos veían, no buscarían a nadie y poco a poco nos colamos hasta el primer piso del edificio. Los soldados estaban ocupados abajo. Tocamos a la puerta de un departamento y luego a otro y a otro y ninguno abría. Esperamos allí sentados en el suelo del primer piso del edificio. Como a las siete, o siete y cuarto, oímos los protectores de fierro de las botas, los estoperoles de los soldados en la planta baja y dos muchachos bajaron a preguntarles si ya podían salir y les dijeron que sí. Los muchachos nos gritaron que ya, y todos salimos. Entonces los soldados en vez de dejarnos ir, nos registraron, nos pidieron identificaciones y nos formaron allí. Al primero que llamaron fue a mi hermano.
(...)
Tocamos en todas las puertas del edificio 2 de Abril y nadie abrió. Una señora que vivía en Tlatelolco y había ido con su niña por el pan se puso histérica y empezó a gritar. Quisimos ayudarla y pasamos un papelito por debajo de la puerta de un departamento que decía: "Dejen entrar a una señora con su niña." Contestaron con otro papelito: "No podemos, tenemos miedo." Así, textual. Perdí el papel, bueno, ni pensé en guardarlo. Creo que contestaron para que dejáramos de golpear las puertas porque Lina y yo estábamos golpeando muy muy fuerte, No sé de dónde nos salieron tantas fuerzas; yo creo que del terror."

Elena Poniatowska
La noche de Tlatelolco



"Lilus sabe por qué las piedras quieren estar solas...Sabe cuando va a llover, porque el cielo está sin horizontes, compasivo. Ha tomado entre sus manos pájaros calientitos y puesto plumas tibias en sus nidos. Es diáfana y alegre. Un día tuvo una luciérnaga y se pasó toda la noche con ella, preguntándole cómo encerraba la luz..."

Elena Poniatowska


"(...) Lo importante de que tengan fe en sí mismos, que trabajen, que se informen, que se preparen lo mejor posible, en fin lo que puede decir cualquier persona interesada en los jóvenes, eso es lo que les puedo decir, yo nunca he sabido dar mensajes porque no creo que sea un ejemplo a seguir simplemente les puedo decir lo que creo."

Elena Poniatowska


"Los amores tempranos son los que esperan en las esquinas para ver pasar y después irse a soñar. Son amores que no se tocan pero que se evocan mucho."

Elena Poniatowska

"Muchas veces las gentes lloran porque encuentran las cosas demasiado bellas. Lo que les hace llorar, no es el deseo de poseerlas, sino esa profunda melancolía que sentimos por todo lo que no es, por todo lo que no alcanza su plenitud. Es la tristeza del arroyo seco, ese caminito que se retuerce sin agua...Del túnel en construcción y nunca terminado, de las caras bonitas con dientes manchados...Es la tristeza de todo lo que no está completo."

Elena Poniatowska


"Nací en la ciudad de México, detrás de Catedral, en el lugar donde fueron construidos los templos de los antiguos dioses aztecas.'' De pronto Manuel habla en latín: ''Justa Crucem lacrimosa ut pendebat filius''. Se excusa. "Era de una timidez que rayaba en lo enfermizo. Leí desde muy pequeño, así entré en contacto con el mundo. Entré a la escuela de los maristas muy chiquito, había vacas y cuando los zapatistas llegaban a pedir forraje se quitaban el sombrero. Por eso me cayeron bien. De la primaria salí hecho un burro total, con ansias de saber. Terminé el sexto y después he sido autodidacta. Como nos prohibieron abrir la obra de los Enciclopedistas, lo primero que leí fue a Rousseau. Leí mucho de niño, muchísimo, de joven, de viejo, vuelvo siempre a los clásicos, toda la vida. En mi época los artistas necesitaban dividir su vida en dos partes: una, trabajar para comer; otra, el placer de la creación. Intenté varias cosas, porque cuando uno es joven no sabe lo que quiere, y como quise tener una forma de vivir un poco sólida, aprendí contabilidad, pero el sentido burocrático no me agradó jamás. Antes de la fotografía empecé la medicina homeopática, pero tampoco encontré allí mi camino. Mis hermanos, mis parientes, me decían: ''¡Ay, Manuel!, me duele esto, siento lo otro, ¿qué tomo?'', y yo les daba chochitos. Estudié mucho, pero creo que mi hermana se aliviaba más por sentido familiar que por la homeopatía. Después de mi fracasado intento de médico chochero, me metí a San Carlos, pero tampoco. En las calles del Centro veía merolicos, ropavejeros, peluqueros, zapateros remendones, fotógrafos ambulantes, señoras que venden elotes, quesadilleras de banqueta, herbolarias y pajaritos adivinadores, evangelistas e impresores al aire libre, trabajadores del fuego. Mariachis también. Hicieron su nido dentro de mí. Me conmovían. Son los mismos que retraté sobre el ancho paisaje de México con sus Bicicletas en domingo. En el mercado, colgados de unos ganchos sobre un mecate, se balanceaban fuera de época, Mirna Loy, Claudette Colbert, Paulette Godard y Marlene Dietrich, o caras que quieren parecérseles ostentando vestidos de percal. En 1970 había días en que todavía se veían los volcanes, y esta que titulé Montaña negra, nube blanca la tomé yendo al Popo. ¿No te parece que ésta del El Ángel del Temblor, de 1957, tiene una influencia de De Chirico?"

Elena Poniatowska
Retrato del viento


"Para mí es una gracia aparecer como escritora, porque todo lo que yo he hecho lo sustento un poco en el periodismo."

Elena Poniatowska



"Quisiera tener la certeza de que te voy a ver mañana y pasado mañana y siempre en una cadena ininterrumpida de días; que podré mirarte lentamente aunque ya me sé cada rinconcito de tu rostro."

Elena Poniatowska



“Ser joven es ser omnipotente, pertenecer al Olimpo, correr con la antorcha en la mano. Y ganar.” 

Elena Poniatowska


"Siento no haber empezado a pintar más joven y ahora que ha pasado el tiempo, cómo añoro aquellos años de Universidad en San Petersburgo cuando opté por el dibujo. Al principio, mi padre iba por mí, todavía recuerdo cómo nuestros pasos resonaban en las calles vacías y regresábamos platicando (por las calles), me preguntaba por mis progresos, si no me intimidaba el hecho de que hubiera hombres en el curso nocturno de pintura. Después, al ver mi seguridad, la gentileza de mis compañeros, me dejó venir sola a la casa. Cuando gané la beca para la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo ¡cuánto orgullo vi en su rostro!
Desde el primer día en que entré al atelier en París, me impuse un horario que solo tú podrías considerar aceptable, de ocho a doce y media del día, de una y media a cinco en la tarde, y todavía de ocho a diez de la noche. Nueve horas de pintura al día, ¿te imaginas tú lo que es eso? Diego, sí te lo imaginas tú, que solo vives para la pintura. Comía pensando en cómo lograr las sombras del rostro que acababa de dejar, cenaba a toda velocidad recordando el cuadro en el caballete, cuando hacía ensayos de encáustica pensaba en el momento en que volvería a abrir la puerta del taller y su familiar y persistente olor a espliego. Llegué incluso a ir a la Universidad, con el deseo de investigar a fondo en uno de los laboratorios la física y la química de la pintura. Para la encáustica, fundí mi propia cera, con un soplete, para después ponerle esencia de espliego y pigmentos y de vez en cuando los universitarios se asomaban y me preguntaban: «¿Cómo va el color?». A la hora de comer, me enojaba si alguien me dirigía la palabra, distrayéndome de mis pensamientos, fijos en la próxima línea que habría de trazar y que deseaba yo continua y pura y exacta. Entonces estaba poseída, Diego, y tenía solo veinte años. Nunca me sentí cansada, al contrario, me hubiera muerto si alguien me obliga a dejar esa vida. Evité el teatro, evité los paseos, evité hasta la compañía de los demás, porque el grado de gozo que me proporcionaban era mucho menor que el placer intensísimo que me daba aprender mi oficio. Suscité envidias entre mis compañeros por los elogios que me prodigó André Lhote. Una vez se detuvo ante una cabeza vista desde abajo y me preguntó:
—¿Hizo usted esto sola?
—Sí.
—¿Cuánto tiempo lleva usted aquí?
—Diez días.
Tres compañeras, una danesa, una española y una francesa, que estudiaban desde hacía tres años, se acercaron a oír.
—Tiene usted disposiciones extraordinarias.
—¿Quiere usted, maestro que le enseñe otra cabeza?
—Enséñeme inmediatamente todo lo que ha hecho. Quiero ver hasta su más mínimo trazo.
Saqué todo y las demás nos hicieron rueda. Veía yo los ojos de la española, quien dibuja admirablemente (hacía notables academias con modelos magníficos e incluso entraba al Louvre a copiar), ennegrecerse a medida que él hablaba, su rostro se había vaciado de color mientras que mis mejillas estaban enrojecidas de placer. Fue tanto lo que me estimuló Lhote, que iba yo hasta los sábados en la noche y el director me miraba con simpatía. «Mademoiselle Biélova, es magnífico, trabaja usted cuando todos van a descansar o a divertirse.» «Es que no tengo nada que hacer, monsieur.» De abrir el atelier los domingos, allí me hubieran encontrado. Los domingos subía yo a Saint Cloud, Diego, siempre me gustó ese paseo; caminar bajo los árboles frutales en medio del campo verde con mi cuaderno de apuntes. Parecía yo un fotógrafo con lápiz en vez de cámara. Cubría yo de apuntes las tres cuartas partes de la libreta y en un rincón de una hoja dibujada, aún conservo un Emploi du Temps que ahora me hace sonreír, porque dividí las veinticuatro horas del día en tal forma que me quedaron cinco para dormir, una para vestirme y bañarme maldiciendo el agua que se hiela en las tuberías y hay que poner a calentar sobre la estufa, dos horas para las tres comidas del día (no por mí, sino por la tía Natasha, quien me reprochaba el no visitarla, no escucharla, cuidarme mal, no tomar aire fresco, no acompañarla de compras o de visita) y dieciséis horas para pintar. Los trayectos ¡qué lentos se me hacían, mi Diego! De haberlo podido me hubiera tirado a dormir junto a mi caballete, cada minuto perdido era un minuto menos para la pintura. Quería yo hacer en un año el trabajo de cuatro, ganarles a todos, obtener el Prix de Rome. A tía Natasha le sacaba de quicio mi apasionamiento. Una noche en que había quedado de acompañarla al teatro, al ver a toda la gente entrar con ese rostro expectante y vacío del que espera divertirse pensé: «¿Qué estoy haciendo aquí en vez de estar frente a mi caballete?», y sin más, me di la vuelta y planté a la tía a la mitad de la explanada. A la mañana siguiente no quiso abrirme la puerta. Yo no entendía por qué, no recordaba nada."

Elena Poniatowska
Querido Diego, te abraza Quiel



"Sofía ya sabe qué va a hacer, con quién se va a casar, cuántos hijos tendrá, cómo y de qué modo vivirá. Yo no sé nada. Sofía se quiere como ella es, yo nunca me quiero sino como voy a ser pero ¿qué es lo que voy a ser? Me la vivo atarantada y más cuando regreso a México después de dos años y medio y ya no tengo el horario del convento para dividirme el día en actividades que den fe de la grandeza de Dios. Dentro de mí hay una inmensa confusión y para escapar de ella, me la paso inventándome historias: soy la heroína de la película. Amanezco un día Ingrid Bergman en "Saratoga trunk" y al otro Joan Fontaine en "Rebecca". O desayuno, Audrey Hepburn, en Tiffanys. ¡Qué añoranza por tocar el piano como Ingrid Bergman en "Intermezzo" y que Leslie Howard de perfil me bese a medio concierto, su violín bajo el brazo! Si canto como "Gilda" alias Rita Hayworth de mesa en mesa arrastrando sinuosamente la víbora negra y ahulada del alambre del micrófono, seré feliz."

Elena Poniatowska
La Flor de Lis



"Son muchos. Vienen a pie, vienen riendo. Bajaron por Melchor Ocampo, la Reforma, Juárez, Cinco de Mayo, muchachos y muchachas estudiantes que van del brazo en la manifestación con la misma alegría con que hace apenas unos días iban a la feria; jóvenes despreocupados que no saben que mañana, dentro de dos días, dentro de cuatro estarán allí hinchándose bajo la lluvia, después de una feria en donde el centro del tiro al blanco lo serán ellos, niños-blanco, niños que todo lo maravillan, niños para quienes todos los días son día-de-fiesta, hasta que el dueño de la barraca del tiro al blanco les dijo que se formaran así el uno junto al otro como la tira de pollitos plateados que avanza en los juegos, click, click, click, click y pasa a la altura de los ojos, ¡Apunten, fuego! , y se doblan para atrás rozando la cortina de satín rojo."

Elena Poniatowska


"Soy de la idea de que por haberme iniciado como periodista, voy a ser periodista hasta que me muera. Y debo decirle que para mí la decisión de dar el paso del periodismo a la literatura fue algo aterrador. ¡Cómo saltar encima de un precipicio y llegar al otro lado!"

Elena Poniatowska


"Todos estamos -oh mi amor- tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no vividos."

Elena Poniatowska

"Un anhelo común los aliaba: la lucha contra las injusticias. Al mezclarse en esa forma con la población, los estudiantes reafirmaban su fe en la causa por la que peleaban y se disponían con más bríos a trabajar para conseguir el triunfo."

Elena Poniatowska




"Una noche la soñé y tal como la soñé amaneció frente a mi puerta."

Elena Poniatowska


"Y dejo este lápiz, Martín, y dejo la hoja rayada y dejo que mis brazos cuelguen inútilmente a lo largo de mi cuerpo y te espero. Pienso que te hubiera querido abrazar. A veces quisiera ser más vieja porque la juventud lleva en sí, la imperiosa, la implacable necesidad de relacionarlo todo con el amor. Ladra un perro; ladra agresivamente. Creo que es hora de irme. Dentro de poco vendrá la vecina a prender la luz de tu casa; ella tiene llave y encenderá el foco de la recámara que da hacia afuera porque en esta colonia asaltan mucho, roban mucho. A los pobres les roban mucho; los pobres se roban entre sí... Sabes, desde mi infancia me he sentado así a esperar, siempre fui dócil, porque te esperaba. Sé que todas las mujeres aguardan. Aguardan la vida futura, todas esas imágenes forjadas en la soledad, todo ese bosque que camina hacia ellas; toda esa inmensa promesa que es el hombre; una granada que de pronto se abre y muestra sus granos rojos, lustrosos; una granada como una boca pulposa de mil gajos. Más tarde esas horas vividas en la imaginación, hechas horas reales, tendrán que cobrar peso y tamaño y crudeza. Todos estamos --oh mi amor-- tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no vividos."

Elena Poniatowska
El recado



"Yo he puesto mucho de mí en las novelas, entonces creo que puedo seguir haciéndolo en novelas. Uno va poniendo cachitos de lo que uno vive. De lo que uno experimenta."

Elena Poniatowska