"El joven ve a la muchacha; puede ser un
rostro corriente, una figura fortuita del medio más trivial. Pero eso desencadena
el proceso. Surge un recuerdo, una reminiscencia confusa. La figura mortal
externa se ha mezclado íntimamente con la figura inmortal interna, y entonces
emerge en la conciencia una fórmula luminosa y gloriosa que no pertenece a este
mundo... El despertar de esa imagen vuelve ebrio al hombre, resplandece y arde
en él una diosa -tal vez la propia Venus- está en el lugar sagrado de su
templo: lo llena un sentido de esplendor que infunde temor, y el mundo se
transforma para él... Entra en contacto con la presencia realísima de un
poder... Y siente esa más vasta vida dentro de sí, subjetiva si se quiere, pero
también intensamente objetiva. De hecho, ¿es que no es evidente también que la
mujer, la mujer mortal que provoca tal visión, tiene alguna estrecha relación
con la visión, y que es bastante más que una máscara o hueca fórmula que se la
recuerda? No menos que en el hombre, en ella, en su interior, actúan realmente
fuerzas inconscientes, y el ideal aparecido de modo estático en el hombre está
con toda probabilidad estrechamente conectado con lo que (como arquetipo
objetivo) ha actuado del modo más poderoso en la herencia de la mujer, conforma
se lo recuerde. En realidad, cuando el hombre mira en el interior de los ojos
de ella, a través de ellos descubre una vida mucho más profunda de lo que ella
misma puede ser consciente y que también es la suya: vida perenne y
maravillosa. Lo que hay en él de más que mortal mira lo que hay de más que
mortal en ella, y los dioses descienden para encontrarse."
"Si estoy al nivel más humilde, no soy nada; y si no supiera con seguridad que el borrachín más loco del pueblo es mi igual, y no me sintiera orgulloso de pasear junto a él como amigo, no escribiría ni una palabra más, pues ésta es mi fuerza."
Edward Carpenter
“Si se para el pensamiento (y se persevera en ello), al final se llega a una región de conciencia situada por debajo o por detrás del pensamiento..., y se hace uno consciente de un yo mucho más vasto que aquel al que estábamos acostumbrados. Y, puesto que la conciencia ordinaria, con la que funcionamos en la vida cotidiana, se funda ante todo y sobre todo en ese pequeño yo local..., se sigue que pasar irás allá de él equivale a morir al yo ordinario y al mundo de todos los días. Equivale a morir en el sentido ordinario de la palabra, pero en otro sentido significa despertar y encontrarse con que el "Yo", el sí mismo más intimo y real, se compenetra con el universo y todos los demás seres. Esta experiencia es tan maravillosa, que puede decirse que, a su luz, desaparecen todas las dudas y los pequeños problemas; y es cierto que en miles y miles de casos, el hecho de haberlo experimentado una sola vez un individuo ha revolucionado para siempre su vida y su concepción del mundo.”
Edward
Carpenter