"Cerca de la Lorscherstrasse, había dicho Gustav. Tomé un taxi que enfiló autopistas y carreteras de nueva construcción, a cuyos lados se elevaban nuevos y enormes bloques de viviendas entre amplios espacios verdes. Luego, de repente, nos hallamos en un barrio distinto. Habíamos entrado en un laberinto de callejones, donde las casas eran viejas y parecían torcidas por el viento. Tuve la impresión de haber retrocedido a un pasado ya muy lejano.
En una de esas viejas casas de la Alexanderstrasse vivía Fred Molitor.
Una mujer obesa y corpulenta me abrió la puerta. Tenía al menos seis papadas y olía, como todo el piso, a col en adobo.
[...]
Me vi, pues, en el «salón», un pequeño cuarto de paredes empapeladas con dibujo de florecitas, muebles cojos, una mesa redonda con tapete de encaje, fotografías enmarcadas encima del televisor y vitrinas llenas de muñecas vestidas con trajes regionales, como las que pueden adquirirse en los aeropuertos o en tiendas de artículos para turistas: una española, un bávaro, una holandesa..., todas en sus cajas de celofán. Tomé asiento en un sofá, que crujió bajo mi peso.
Junto a la ventana pendía una jaula con una pareja de periquitos. El suelo entarimado había crujido, también, al atravesar yo la pieza. El sol entraba a raudales por la ventana, y resultaba cegador. El papel de las paredes formaba abolladuras. Me dije que la casa debía de ser húmeda.
Se abrió la puerta y apareció un hombre de cincuenta y cinco años, más o menos, delgado, muy pálido y, como todos los que trabajan de noche, con las mejillas hundidas y grandes ojeras violáceas. Fred Molitor —¿cómo tendría aquel individuo semejante nombre?— iba en bata y zapatillas. Me fijé en sus ojos, enrojecidos y delatores de cansancio. La mano que me tendió era fláccida.
La tarima del suelo crujió igualmente bajo sus pies. Cuando por la calle pasaba un auto, temblaba todo lo que había en la habitación."

Johannes M. Simmel
La respuesta está en el viento



"Manha..., ésta era la palabra que durante las semanas de su encarcelamiento Thomas Lieven había de oír con la mayor frecuencia.
"Manha", mañana..., le prometían sus carceleros; mañana, le prometía el juez de instrucción; mañana se consolaban los presos que esperan que de un día al otro tomaran una decisión respecto a ellos.
Pero nada sucedía. ¡Más tal vez mañana ocurra algo! Los carceleros, el juez de instrucción y los presos se encogían de hombros, esbozaban sonrisas muy significativas y se atenían a un dicho que podría figurar sobre todo el Código penal en los países meridionales:
"Eh, eh, ate a manha", que traducido libremente viene a decir: "Mañana es mañana, y mañana..., ay, Dios, hasta entonces pueden ocurrir muchas cosas, de modo que esperemos una sorpresa."
Después de su detención fue Thomas Lieven a parar a una celda de la policía criminalista en el "Torel", una de las siete colinas sobre las que se levanta la ciudad de Lisboa. El "Torel" estaba atestado de gente.
Por este motivo, a los pocos días destinaban a Thomas Lieven al "Aljube", un palacio de cinco plantas de Edad Media, situado en la parte más antigua de la ciudad. Sobre el portal se veía el escudo del arzobispo Don Miguel de Castro, quien, como saben todas las personas cultas, vivió de 1568 a 1625 en nuestro valle de lágrimas y mandó construir el feo edificio como residencia forzada para todos los clérigos que se hacen culpables de algún delito.
Thomas Lieven se dijo que, sin duda alguna, entre los clérigos del siglo XIV debió haber muchos culpables, puesto que se trataba de una edificación gigantesca."

Johannes Mario Simmel
No sólo de caviar vive el hombre



"Norma no aguantó más rato sentada en la butaca verde, empezó a andar de nuevo por el piso, encendió un cigarrillo, lo apagó casi en seguida y percibió la sirena de un carguero que descendía por el Elba, en dirección al mar, al mismo tiempo que pensaba: «Que yo sepa, hasta ahora han perdido la vida diecisiete reporteros, y de una escasa docena que fueron secuestrados, no se ha vuelto a tener noticia.
Y Jerry Levin, de la «NBC», permaneció diez meses atado a un radiador.»
«Puede ser que lo más grande surgido en este mundo sean las religiones –siguió pensando–. Las religiones en su origen. Pero inmediatamente cayeron en manos de ideólogos. Y ésos son lo peor que existe. Los ideólogos convierten en horrible lo mejor y más hermoso. Todo cuanto quieren, es alcanzar el poder sobre los hombres. El poder y los beneficios que de él se derivan, naturalmente. Los ideólogos del Cristianismo enseñaron a los pobres desgraciados a odiar, despreciar y asesinar al profeta Mahoma y a todos los que creían en él. Los ideólogos del Islam, por su parte, enseñaron a otros pobres desgraciados a odiar, despreciar y asesinar al dios de los cristianos y a todos los que creían en él. Fueron los ideólogos quienes enseñaron a cristianos y musulmanes las torturas, la destrucción, todo aquello que hace sufrir, y el modo de asesinar. En el nombre de Dios. Otros ideólogos transformaron pensamientos otrora grandes en empresas criminales. Los políticos y las industrias del armamento se lo agradecen. Los ideólogos tienen sobre su conciencia miles de millones de muertes... En cualquier caso, Pierre consiguió morir antes que yo. Rezaba cada noche por ello, ¿no? O sea que uno parece poder fiarse de uno de esos dioses de los ideólogos. Pero no –se dijo–. No es posible. Mi hijito no pedía morir. Sin embargo, también tuvo que perder la vida. ¿Qué han hecho los ideólogos de Dios, sea cual fuere, de toda idea grande, si esos dioses y esas ideas que inculcan o imponen a los hombres..., si esas ideas y esos dioses permiten tantos horrores y tan bestial manera de matar, no sólo en Beirut, sino en el mundo entero..., si permiten el odio y la muerte, los padecimientos y la miseria, las epidemias y el hambre y la mortandad infantil, y que Jerry Levin pasara diez meses atado a un radiador...? ¡Al diablo con lo que aún hoy es presentado a los hombres como idea, no importa cuál, o como dios, no importa cuál! ¡Al diablo con las ideas y con Dios, si pudiese creer en el demonio! El ser humano tiene poca suerte –pensó–, y si encima amas, estás condenado y perdido y no tardarás en verte solo. ¡Espera! Pronto te hallarás solo y habrá terminado todo. Pero no... –reflexionó–. Nada ha terminado. Para los muertos, sí. No para los que tienen que seguir viviendo. Los muertos están bien. O quizá tampoco. Quizá lo pasen todavía peor... ¡Qué pequeño era el ataúd! Y nunca..., nunca más... ¡Nunca más...!» Mientras pensaba esto, sonó el timbre."

Johannes M. Simmel o Johannes Mario Simmel
Con los payasos llegaron las lágrimas



“Una historia no es sólo verdad cuando se narra cómo ha sucedido, sino también cuando relata cómo hubiera podido acontecer.”

J. Mario Simmel