Basta y sobra

¿Tú piensas que te quiero por hermosa,
Por tu dulce mirar,
Por tus mejillas de color de rosa?
Sí, por eso y por buena, nada más.

¿Qué entregada a la música y las flores,
No aprendes a danzar?
Pues me alegra, me alegra que lo ignores;
Yo te quiero por buena, nada más.

¿Qué tu ignorancia raya en lo sublime,
De Atila y Gengis-Khan?
¡Qué muchacha tan ciega!... Pero, dime:
Si lo supieras, ¿te querría más?

Rafael Obligado



En la rivera

Ven, sigue de la mano
al que te amó de niño;
ven, y juntos lleguemos hasta el bosque
que está en la margen del paterno río.

¡Oh, cuánto eres hermosa,
mi amada, en este sitio!
Sólo por ti, y a reflejar tu frente,
corriendo baja el Paraná tranquilo.

Para besar tu huella
fue siempre tan sumiso,
que, en viéndote llegar hasta la playa
manda sus olas sin hacer ruido.

Por eso, porque te ama,
somos grandes amigos;
luego, sabe decirte aquellas cosas
que nunca brotan de los labios míos.

El año que tú faltas,
la flor de sus seibos,
como cansada de esperar tus sienes,
cuelga sus ramos de carmín marchitos.

Por la tersa corriente,
risueños y furtivos,
como sueltas guirnaldas, no navegan
los verdes camalotes florecidos.

Sólo inclinan los sauces
su ramaje sombrío,
y las aves más tristes en sus copas
gimiendo tejen sus ocultos nidos. 

Pero llegas..., y el agua,
el bosque, el cielo mismo,
es como una explosión de mil colores,
y el aire rompe en sonorosos himnos.

Así la Primavera,
del trópico vecino
desciende, y canta, repartiendo flores,
y colgando en las vides los racimos.

¡Cuál suenan gratamente,
acordes, en un ritmo,
del agua el melancólico murmullo
y el leve susurrar de tu vestido!

¡Oh, si me fuera dado
guardar en mis oídos
para siempre, esta música del alma,
esta unión de tu ser y de mis ríos!...

Si al borde de los dulces
raudales argentinos,
naturaleza levantó mil grutas
de pasionarias y silvestres tilos; 

Si de un árbol en otro,
cruzando entretejidos,
cual hamacas indianas, los zarzales
al aire entregan sus flotantes hilos:

¡Es que el amor es dueño
de todo Paraíso!
¡Es que toda belleza de la tierra
es un fragmento del Edén perdido!

Por eso eres más bella,
mi amada, en este sitio
y es más blanda tu voz, y más radiante
la lumbre de tus ojos pensativos.

¡Ámame, no me olvides,
ámame con delirio;
bésame con el beso de tus labios,
como la esposa del cantar divino!

Yo guardaré el secreto,
lo guardará este asilo,
donde, ingenuas, se besan las palomas
ante la augusta majestad del río. 

Rafael Obligado


La Pampa

I

Que voz suave, qué sonoro acento
para cantarte ¡oh Pampa! ¿Me demandas?
¿Será el rugido atronador del viento?
¿Será el susurro de las auras blandas?

Te veo y me estremezco: mi alma siente
que tu misma grandeza la aniquila,
y súbito después alzo la frente
para encerrarte entre mi audaz pupila.

Entonces algo tuyo me levanta,
y libre como el viento correr quiero...
¡Bate el caballo su orgullosa planta
y vuela con impulso de pampero! 

Fácil el llano a su vigor se tiende;
huyendo lejos se adivina el monte;
¡No hay limite!... la niebla se desprende,
y a su paso se aleja el horizonte.

«¡Más rápido! ¡más rápido! Entreabierto
allí está el porvenir en tu camino;
¡Salta! ¡vuela! Devora ese desierto
y arráncale el secreto del destino!»

Y el caballo se lanza, ya sediento
de espacio, de huracán y de frescura;
se desata y se aleja el pensamiento
como un ave extraviada en la llanura.

El alma sobre el llano se difunde,
lo abarca como el sol al mar distante,
lo huella, lo limita, lo confunde,
lo empapa de su espíritu gigante.

¡Sí!, que del potro la veloz carrera
precipita al abismo los sentidos;
¡El vértigo del alma se apodera
y se sienten los nervios sacudidos! 

El pecho se electriza, se acrecienta;
se oye golpear un corazón de acero;
allí el pulmón no vive si no alienta
el soplo poderoso del pampero.

Allí, lejos del hombre, sobre el llano,
descompuesto el cabello, roto el traje,
tengo orgullo de ser americano
y de gozar de libertad salvaje.

Se enardece mi alma; delirante
arranco el velo al porvenir, ¡cuán bella
la imagen de la Patria deslumbrante,
amor y gloria y juventud destella!

Siento el rumor y el incesante coro
de un pueblo egregio que el progreso guía;
y alzando el alma a Dios, me postro y oro
ante la imagen de la patria mía!

Entonces quema mi ardorosa mano,
mi corazón es fuego, mi frente arde...
¡Qué placer si desciende sobre el llano
el ala refrescante de la tarde! 

II

La aurora es la belleza que deslumbra,
la juventud, el canto, la armonía;
la tarde es un ensueño en la penumbra,
el beso de la noche con el día.

La tarde de la Pampa misteriosa
no es la tarde del bosque ni del prado
es más triste, más bella, más grandiosa,
más dulce muere bajo el sol dorado.

Ni un rumor escucháis, ningún ruido
en la vasta planicie solitaria,
sólo un vago y dulcísimo gemido
como el ruego postrer de una plegaria. 

Cual el perfume de la flor, abierta65
a los besos del céfiro que gira,
el alma se desprende, flota incierta,
y con las ondas de la luz espira.

El cuerpo desfallece; la mirada,
como el ave en la mar, sin rumbo vuela,
sigue la nube errante, y fatigada
la paz profunda de la noche anhela.

Aspiráis de ese cuadro misterioso
una dulce ideal melancolía;
el corazón, latiendo silencioso,
parece que desmaya con el día.

Sentís volar a la memoria errantes
recuerdos de un dolor que no se nombra,
fantasmas y quimeras vacilantes
que corren a ocultarse entre la sombra.

Veis surgir, con el alma estremecida,
los seres que en el mundo habéis amado,
su sonrisa, su voz, su voz querida,
como un largo sollozo del pasado. 

Llega la hora sublime.... aquel instante
en que la luz entre la sombra oscila,
en que el mundo desmaya suspirante
y el alma vuela a su Creador tranquila.

¡A ese instante de unción, no hay quien resista!
Eleva al ignorante, eleva al sabio
estático quedáis, fija la vista,
con el nombre de Dios sellado el labio...

III

Esperáis un momento... Ya la sombra
sobre llano sin luz rápida avanza,
y se agrupan y ruedan en su alfombra
las nubes de la noche, en lontananza.

Entonces el trueno, retumbando lejos,
hiere las brisas que en silencio vagan;
y súbitos y pálidos reflejos
plomizos velos descubrir amagan.

Esperáis un momento... ¡Centellea
la tempestad que se alza a vuestro paso!
¡El ala del relámpago chispea
sobre el tétrico fondo del ocaso!

Y rodando mil nubes agrupadas,
empujan otras y otras de soslayo,
rasgan su seno, y túrbidas y airadas
vivaz arrojan a la tierra el rayo.

Los relámpagos, vibrantes,
difundidos en ráfagas violentas,
parecen las miradas centelleantes
del Genio colosal de las tormentas.

Sentís hervir la sangre, y os parece
que, rota vuestra vida, endeble palma,
en las alas del viento se estremece
libre y audaz y en plenitud vuestra alma.

¡Oh, qué placer!... El pecho, palpitante,
entreabre vuestra boca... ¿dais un grito?
¡Lo prolongan los ecos al instante!
¡Lo contesta tronando el infinito!

Imágenes soberbias, atrevidas,
el alma llenan de visiones grandes:
¡Se sueña, tras las nubes encendidas,
el Dios del Sinaí sobre los Andes!

O, rasgando los velos del santuario,
se descubre de súbito a la mente,
la fecunda tragedia del Calvario,
eterna lumbre del remoto Oriente.

Y envuelto en una atmósfera sin nombre,
se quiebra el trueno en vuestra frente erguida...
Así concibo en mi delirio al hombre,
¡figura colosal!...¡rey de la vida!

¡Dadme la Pampa así! ¡Súbito el rayo
centelleé en mi frente y zumbe luego!
¡La tempestad no es sueño, no es desmayo
es vida, es trueno, es luz, es fiebre, es fuego!

Rafael Obligado


Pensamiento

A bañarse en la gota del rocío
que halló en las flores vacilante cuna,
en las noches de estío
desciende un rayo de la blanca luna.

Así en las horas de ventura y calma
y dulce desvarío
hay en mi alma una gota de tu alma
donde se baña el pensamiento mío.

Rafael Obligado


Santos Vega

I
El alma del payador

Cuando la tarde se inclina
sollozando al occidente,
corre una sombra doliente
sobre la pampa argentina.
Y cuando el sol ilumina
con luz brillante y serena
del ancho campo la escena,
la melancólica sombra
huye besando su alfombra
con el afán de la pena.

Cuentan los criollos del suelo
que, en tibia noche de luna,
en solitaria laguna
para la sombra su vuelo;
que allí se ensancha, y un velo
va sobre el agua formando,
mientras se goza escuchando
por singular beneficio,
el incesante bullicio
que hacen las olas rodando.

Dicen que, en noche nublada,
si su guitarra algún mozo
en el crucero del pozo
deja de intento colgada,
llega la sombra callada
y, al envolverla en su manto,
suena el preludio de un canto
entre las cuerdas dormidas,
cuerdas que vibran heridas
como por gotas de llanto.

Cuentan que en noche de aquellas
en que la Pampa se abisma
en la extensión de sí misma
sin su corona de estrellas,
sobre las lomas más bellas,
donde hay más trébol risueño,
luce una antorcha sin dueño
entre una niebla indecisa,
para que temple la brisa
las blandas alas del sueño.

Mas, si trocado el desmayo
en tempestad de su seno,
estalla el cóncavo trueno,
que es la palabra del rayo,
hiere al ombú de soslayo
rojiza sierpe de llamas,
que, calcinando sus ramas,
serpea, corre y asciende,
y en la alta copa desprende
brillante lluvia de escamas.

Cuando, en las siestas de estío,
las brillazones remedan
vastos oleajes que ruedan
sobre fantástico río,
mudo, abismado y sombrío,
baja un jinete la falda
tinta de bella esmeralda,
llega a las márgenes solas...
¡y hunde su potro en las olas,
con la guitarra a la espalda!

Si entonces cruza a lo lejos,
galopando sobre el llano
solitario, algún paisano,
viendo al otro en los reflejos
de aquel abismo de espejos,
siente indecibles quebrantos,
y, alzando en vez de sus cantos
una oración de ternura,
al persignarse murmura:
"-¡El alma del viejo Santos!"

Yo, que en la tierra he nacido
donde ese genio ha cantado,
y el pampero he respirado
que al payador ha nutrido,
beso este suelo querido
que a mis caricias se entrega,
mientras de orgullo me anega
la convicción de que es mía
¡la patria de Echeverría,
la tierra de Santos Vega!

Rafael Obligado