“A las dictaduras les pasa lo que a las bicicletas; si se paran, se caen.”

Maruja Torres


"Uno de los descubrimientos más patéticos que nos deparó la apertura que siguió a la muerte del dictador fue la comprobación de que el Versalles del franquismo, aquel palacio de El Pardo en cuya capilla se venían celebrando bodorrios y bautizos de la estirpe que se creía eterna por la gracia de Dios, no era más que un diminuto edificio dividido en habitaciones menudas; un Liliput del gótico sanguinario o casa de muñecas infernales. Tanto dolor, emanado durante tantos años desde lugar tan insignificante y, sobre todo, ridículo. Unos quince años más tarde, cuando el amigo de Franco (y, como él, adicto a las recetas pro longevidad de la rumana doctora Aslan), general Stroessner, cayó en Paraguay, pude comprobar que algo más les unía: el palacio gubernamental de Asunción, aunque en otro estilo (un pastelillo blanco estilo colonial con soldaditos de chocolate practicando el cambio de guardia), era también una muestra del maligno enanismo que algunos dictadores provincianos cultivan."

Maruja Torres
Las dragonas de El Pardo



"Uno de los secretos mejor guardados de Regina Dalmau era que no tenía amigas y que nunca las había tenido. Tuvo una maestra, Teresa, en una etapa anterior de su vida, cuando no era nadie. Luego tuvo compañeras de juergas, muchas de las cuales habían acabado fatal: colgadas del esoterismo o convertidas en orondas amas de casa cuya pista no tenía el menor interés en seguir. Más adelante, durante los primeros años de ebullición de su fama, la rodearon no pocas discípulas. Con la maestra pasó lo que pasó y, aunque la cuenta todavía estaba abierta, pendiente, no era su intención recordar; no ahora.
En cuanto a las discípulas, acabó cansándose de dar más de lo que recibía, de que se le pidieran esfuerzos que no quería realizar, y detestaba la molesta costumbre de la época, consistente en que todas las mujeres se amaran las unas a las otras sin el menor resquicio para la crítica, cuestión ésta que a menudo la dejaba a merced de un hatajo de cretinas. Regina descubrió muy pronto que demasiadas mujeres egoístas, insolidarias y poco concienciadas observan hacia el feminismo la misma actitud que los fascistas mantienen en democracia: aprovecharse de sus ventajas para conseguir sus propios fines. Se había hartado de servir de paño de lágrimas a lagartonas que achacaban las infidelidades de sus maridos a la intrínseca maldad machista, pero que cuando eran ellas quienes les ponían cuernos lo consideraban una muestra de emancipación. Sólo con el tiempo se dio cuenta de que sus libros y el personaje público que había asumido eran responsables, en gran parte, de que se le acercaran las más garrapatas del género. Por supuesto, había mujeres valiosas, honestas, fuertes, sencillas: pero ésas no perdían el tiempo zascandileando a su alrededor."

Maruja Torres
Mientras vivimos